sábado, 25 de junio de 2016

21. #CLCPLR

21.

            Ver a personas a las que hacía tiempo que no veías es como una puta máquina del pasado. Puede que sea su colonia, la forma en la que se viste o su acento extraño al hablar lo que pulse el botón que te mande directamente a cuando todo era diferente de lo que es ahora.
            Ver a Dante me hizo recordar todo aquello que había dejado atrás, toda mi vida en Italia, todos los veranos que pasamos juntos de críos.
            «¿Recuerdas? Castigos si la lías, las idas y venidas, historias varias…»      
            Claro que me acordaba, joder. Me acordaba de todo…
            Sin embargo, no podía permitirme el lujo de ahogarme en el pasado, no ahora, después de tres años aprendiendo a agarrarme al olvido como mi único salvavidas en mitad de la tormenta en la que se había convertido mi vida.
           

            Después del reencuentro emotivo en el apartamento de Dante, decidimos que era buena idea llevárnoslo a casa, ya que, si Zack había no había tardado mucho en encontrar a Dante, la gente de Lennon no tardaría en dar con él.
            — Entonces… ¿Tú eres el tal Brox? — Preguntó Zack.
            Dante asintió lentamente, sentado en el sofá junto a Calipso. Con las miradas fijas de Zack y Dan en él, parecía un animal acorralado por un depredador; incluso cuando Dante no tenía ninguna desventaja física a la hora de que se produjera un cara a cara entre ellos.
            Había crecido mucho en aquellos tres años, se había dejado crecer la melena rubia hasta casi por los hombros y el brillo de sus ojos marrones parecía haber adquirido un aire más maduro; la última vez que lo vi era un crío de dieciocho recién cumplidos, con aires de grandeza y ganas de comerse el mundo, ahora estaba más alto, más fuerte incluso, más hombre.
            Zack se cruzó de brazos, se giró a mirarme y se encogió de hombros como preguntándome: «Genial, ¿y ahora qué?»
            — ¿Qué haces en Estados Unidos, Dante? — Pregunté, manteniendo las distancias.
            Todos en la sala parecíamos incómodos menos Calipso, la cual parecía emocionada con toda la situación. Casi le faltaba coger un bol de palomitas y sentarse a comer mientras observaba el espectáculo.
            — Por mi padre…
            — Micah. — Afirmó Zack. — Uno de los mayores hijos de puta que jamás he conocido.
            Dante volvió a asentir lentamente.
            — No te lo voy a negar, es un completo capullo.
            — Y aun así viniste con él. — Le acusó Dan, quien solo abría la boca para encontrar algún motivo en contra de Dante.
            — Micah vino a por mí hace tres años… — Le informé. — Quería que volviera a Italia con él…
            Dante me devolvió la mirada fijamente, tal vez encontrando todas las diferencias de mi yo de hacía tres años y el actual que a primera vista no había notado.
            — Lo sé, — sonrió débilmente, la típica sonrisa de añoranza que le dedicas a la fotografía de tu primera mascota. — tú padre lo mandó a por ti antes de que los Malfatti se lo cargaran…
            «¿Qué?»
            — ¿Qué? — Preguntó Calipso. — Maxine, no nos habías dicho que tu padre…
            «Mi padre, ¿qué?»
            En aquel momento todo se volvió una señal de alarma, la mirada de Dante, la preocupación de Calipso, la incomodidad de Zack y el contacto lejano con Dan. Aquello no podía ser verdad…
            — ¿No lo sabías? — Casi podía escuchar las disculpas de Dante a través de su mirada.
            Negué lentamente, intentando enfocar la mirada en la punta de mis pies.
            «Mi padre está muerto…»
            — Max… — Escuché que me llamaba Dan, pero estaba demasiado perdida como para poder encontrarle con la mirada. 
            Levanté la vista hacia Dante.
            Dante, que había sido casi como un hermano para mí, que había jugado conmigo todas las tardes de verano; Dante, que me había enseñado a montar en bicicleta y me había curado todos y cada uno de los rasguños que me había hecho; Dante, la misma persona que con catorce años me había confesado que estaba pillado por Ciara…
            — ¿Cuándo…? — Casi me atraganté con mis palabras.
            — Un poco más de medio año después de que tú te marcharas… — Confesó. — Max, yo…
            Cerré los ojos con fuerza, recordando la primera lección de vida que me dio mi padre, cuando entré en el instituto y mi paso a la madurez ya empezaba a notarse: «La vida es así, Max, un continuo yo me lo guiso, yo me lo como. Porque sí, coño. Porque no puedes provocar una puta tormenta y quedarte plantado bajo la lluvia gritando: ¡joder, está lloviendo!»
            Una lección de puta madre, sí. Seguro que no pensó que algún día la utilizaría en su contra.
            — Estoy… bien. — Dije no muy segura. — Se lo merecía… ¿No? — Todos asintieron, y en aquel momento respiré más tranquila. — ¿Quién… quienes dices que fueron?
            — La familia Malfatti, ni siquiera sé si realmente son italianos.
            — ¿Los Malfatti? — Preguntó Zack, apretando muy fuerte los puños. — ¿La gente que está ahora con tu padre?
            — No, — Negó Dante. — no trabajan juntos, tienen una especie de trato…
            — ¿Qué trato? — Insistió Dan.
            — Mi padre les debía algo… Algo de cuando trabajaba para tu padre — Me miró, y yo solo podía quedarme quieta, escuchando como todas las palabras se me clavaban en los oídos. — La deuda no quedó resuelta con la muerte de Ciara, pero tampoco con la suya…
            «Una deuda, la muerte de Ciara fue eso, una jodida deuda a pagar.»
            — Nos vinimos aquí intentando huir…
            Gran error.
            — No se puede huir, no sirve de nada salir corriendo… — Susurré, aquello lo había aprendido por las malas, ahora lo tenía grabado en la cabeza.
            — Lo sé, — Dante me dio la razón. — nos encontraron a los pocos meses, por aquel entonces ya trabajaba para Michael… Les ofreció un trato, un doble o nada: saldar de una vez por todas la deuda o acabar en nada…
            — Y las cosas no están saliendo como él esperaba… — Dedujo Zack, a lo que el rubio negó con la cabeza.
            — Los Malfatti han empezado a cobrarse la deuda con las chicas de Michael…  — Bajó el tono poco a poco. — Por eso… Por eso los cadáveres que se encuentran en Nueva York…
            «¿Cuántas chicas iban ya? ¿Cinco?»
            — ¿Son todas chicas del puerto? — Preguntó Calipso, se había puesto muy pálida, y parecía que iba a ponerse a vomitar en cualquier momento.
            — La mayoría… — Asintió Dante. — Por eso intenté contactar con ese tipo: Lennon. Quería solucionar las cosas, sé que tiene contactos con mucha gente y…
            Dan soltó una carcajada amarga.
            — ¿Organizando una puta redada? — Preguntó Dan sarcástico. — Menuda forma de ayudar…
            El rubio negó con la cabeza y bajó la vista al suelo.
            Recordé la noche de la redada: gritos, sirenas, golpes y todos pasando por encima de todos para intentar salir de aquella ratonera. Recordé el golpe en el costado e instintivamente me toqué la zona en la que había llevado una herida bastante fea, como si el dolor volviera por unos segundos. Dan fue el único que se fijó en aquel gesto.
            — Michael se enteró de que iba a abrir la boca y se ocupó de que no lo hiciera… — Dante cerró muy fuerte los ojos, como intentando borrar una imagen de su cabeza, sin llegar a tener mucho éxito.
            Micah nunca había sido un buen hombre, por eso mi padre y él habían congeniado tanto de pequeños: no eran hermanos de sangre, pero eso no les impidió ser como uña y carne.
            Recordaba que más de una vez había pegado a Dante lo suficientemente fuerte como para dejarle un hematoma muy feo en el estómago o la espalda. No me costaba mucho imaginarme a Micah contratando a alguien para que golpeasen a su hijo y así no abriera la boca, o incluso propinándole la paliza él mismo. Me estremecí.
            — Luego llamó a la policía y les informó de la reunión que habíamos acordado…
            — ¿Michael tiene contactos con la policía? — Pregunté, procurando que no se notara lo estrangulada que tenía la voz.
            — No solo Michael, mi padre se trajo a algunos hombres de Italia… — Dante bajó la mirada al suelo. — Por eso lo de la identidad falsa, el nombre…
            Porque intentaba ocultarse de su propio padre… Conocía esa sensación perfectamente.
            — Puedes quedarte aquí. — Anuncié, mirando muy seriamente a Dante. — Puedes dormir en el sofá…
            — No. — Me cortó Dan. — No es buena idea.
            El poco aprecio que le tenía Dan a Dante se había notado nada más el moreno entró en la casa y lo vio sentado en el sofá. La tensión que había entre ellos era tan grande que casi podrían haberse dado de hostias el uno con el otro hasta acabar ambos en el suelo.
            — Es casi como un hermano para mí, hemos pasado mucho tiempo juntos...
            — No es buena idea, Lennon podría tomarla contigo… — Apuntó Dan, mirando de reojo a Dante desde la encimera de la cocina. — Debería buscarse otro sitio.
            Me acerqué a Dan, plantándome delante suya con los brazos cruzados en el pecho; adoptando justamente la postura que Vicky adoptaba cuando se encaraba con Tex. Si ella siempre salía ganando tenía que ser por algo, tal vez la postura le daba la seguridad necesaria para no dejar que la intimidase.
            — Tú harías lo mismo por cualquiera de tus hermanos, Dan… No me digas lo que puedo o no puedo hacer. — Me defendí. — Además, puedo ocuparme de Lennon…
            Dan bajó de la encimera y se acercó lo suficiente a mí como para obligarme a levantar la cabeza para mirarle a los ojos.  
            — No sé qué trato tienes tú con Lennon, Max, pero ya tienes que currarte esa mamada si quieres que tu amiguito salga con vida de esta.
            «Oh, no… No ha dicho eso, ¿verdad?»
            Le di puñetazo en la cara.
            — Mira gilipollas, que sea la última vez que te diriges a mí de esa forma, ¿estamos? — Gruñí, muy cerca de sus labios, incluso estuve a punto de escupirle en la cara.
            Dan me sostuvo la mirada unos segundos y luego se dirigió con paso firme hasta la puerta, por la que salió cabreado y dando un portazo como única despedida.
             — ¡Que te den! — Será capullo…


            Conseguí que Lennon dejara en paz a Dante antes incluso de lo que pensaba. No me hizo falta rebajarme hasta suplicarle, darle nada a cambio o invitarle a una cerveza. Todo bastante guay, la verdad.
            — Oye, Lennon, ¿sabes el tipo que tenía información sobre Michael y la gente que está acabando con sus chicas? — Le pregunté cómo quien no quiere la cosa. — Pues es como mi hermano, en verdad se llama Dante. — Llegué a sentirme muy estúpida, sinceramente. — El caso es que estaría muy feo que le pasara algo, ya sabes.
            No sé qué cojones estaría pensando el japonés en ese momento de mí, algo como: esta tía está ida de la puta cabeza, a saber cuántos porros se ha fumado esta noche.
            Sí, algo así estaría pensando.
            No sé, puede que fuera él el que iba un poco ido, ya fuera por el alcohol o por los porros, porque soltó una carcajada y se encogió de hombros.        
            — Así que hay un nuevo Bianco en la ciudad... — Sonrió enseñando muchos los dientes. — ¿Todo bien, Max?
            — Sí. — Esta vez fui yo la que se encogió de hombros. — Eso creo, vamos.
            Sonrió.
            — Me alegro por ti.
            Sí… La conversación fue algo así, creo. Bastante guay hasta ese punto: yo tenía lo que quería y no me había costado nada. Pero claro, faltaba ese punto de realidad que lo jode todo.
            — Tienes suerte de que Walker haya pagado el precio de Brox por ti, a ti te hubiera costado mucho más caro… — Hell y su bocaza de mierda.
            — ¿Zack? — Pregunté, y juro que casi me pongo a rezar para que fuera el hermano mayor y no de Dan de quién estábamos hablando.
            Hell soltó una carcajada.
            — Solo uno de los dos hermanos Walker está lo suficientemente pillado por ti como para pagar el precio que conlleva que tu amiguito de la infancia no acabe en el río.
            Cerré los ojos con fuerza y me giré a mirar a Lennon, porque como siguiera mirando a Hell y su sonrisa de gilipollas iba a acabar con menos dientes de los que tenía.
            — ¿Qué precio? — Le pregunté, apretando los dientes.
            — Max…
            — Dime el puto precio. — Repetí, dándole un puñetazo a la mesa que dejó el local en silencio.
            Genial, Max, intenta llamar más la atención.
            — Las carreras.
            «¿Qué?»
            — ¿Qué? — Abrí los ojos en desmesura y me tapé la cara con las manos, intentando que no se notaran mis ganas de estrangular a alguien.
            Tal vez debería mirarme lo de los instintos asesinos… Últimamente no hacían sino aparecer cada dos por tres. No tenía que ser muy sano. Tal vez algún loquero…
            — ¿Por qué has permitido que lo haga? — Le reproché a Lennon.
            No me debía nada, sabía que cualquiera en esa situación y con el poder de Lennon en el barrio no podía desaprovechar aquella oportunidad. No solo era dinero, era reconocimiento; y en estos lares de inframundo el reconocimiento es la única oportunidad de ascender. Y, aun así, sentía que había sido una jugada demasiado sucia.
            — Max, no me quedaba otra…
            — ¡Claro que te quedaba otra! — Gruñí, no quería más deudas, no quería arruinarle la vida a nadie más. — ¡Sabías que iba a venir! ¡Sabías que hubiera pagado el precio, Lennon!
            — ¡Un precio demasiado alto!
            Silencio de nuevo, murmuraciones que acababan cosquilleándote la piel, como cucarachas subiéndote por el cuerpo.
            No me cabía en la cabeza la idea de no volver a ver a Dan en la Pista, apoyado en la moto con sus aires de grandeza y creyéndose el puto centro de atención del universo. No podía dejar de recordar la noche en la que me llevó a casa en su moto la primera vez que me enfrenté a él: contra viento, contra ley, contra natura.
            Me agarré fuerte a la cazadora.
            — Hubiera estado dispuesta a pagarlo. — Murmuré, aguantándole la mirada todo el tiempo que pude.
            — Lo sé, — Asintió, miró al público que se había formado y volvió a mirarme a mí. — y él también lo sabía; por esa razón no iba a permitirlo…
            Respiré profundamente.
            — ¿Dónde está?

            — Iba a hablar con Owen, pedirle que lo retirara de las apuestas…



© 2015-2016 Yanira Pérez. 
Esta historia tiene todos los derechos reservados. 

3 comentarios:

  1. Gracias por seguirme y por los ánimos!
    Ahora me paso, nos leemos!

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  2. Holaa! Te nomine para el Best Blog http://merodeadoradeletras.blogspot.com.ar/ . Saludos

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