jueves, 28 de julio de 2016

24. #CLCPLR


24.

            Yo no rezaba, ni siquiera creía en Dios; no desde lo de Ciara, no después del accidente.
            «Accidente». Un hecho sin voluntad de hacerlo.
            No había sido un accidente… Lo supe desde que vi el coche acercarse a lo lejos, acelerando cada vez más hasta que el golpe fue lo suficientemente duro para que ni siquiera él se salvara.
            Un ruido atroz, gritos y lágrimas. Sangre.
            — ¿Por qué permites que esto suceda…? — Murmuré, había dejado de llorar hacía unas horas, en cuanto Dan y yo llegamos al hospital y nos dijeron que lo único que podíamos hacer por nuestros amigos era esperar.
            Yo no quería esperar. No podía esperar y ver cómo, poco a poco, el corazón se me rompía.
            — ¿Por qué permites que esto suceda? — Repetí, esta vez más alto, casi gritando y con los puños apretados; para ver si así, quien estuviera ahí arriba me escuchaba. — ¿¡Por qué!?
            No sabía cómo había acabado ahí, solo que había echado a andar por el barrio y que en cuanto vi el edificio a lo lejos, una rabia muy fuerte me había azotado por dentro y había acabado propinándole puñetazos y patadas a la verja oxidada de la iglesia.
            — Estas cosas no deberían pasar… — Murmuré de nuevo, mirándome los nudillos destrozados. — Ellos no tenían la culpa de nada…
            Devolví la vista al suelo y volví a darle una patada más a la verja, si seguía dándole tan fuerte puede que pudiera romper el candado que la cerraba.
            — Pienso matar a quién lo hizo… — Era una promesa, en voz alta, para que hasta el mismísimo diablo pudiera escucharla. —Pienso matarlo.
            Y es que puede que al final de todo haya aprendido una lección de todo lo sucedido. Y es que he aprendido que soñar no es gratis, que al final, la vida viene a cobrarte un par de hostias.

            Volví al hospital justo cuando una enfermera hablaba con Dan; el cual no se percató de que había vuelto hasta que Annalise no gritó mi nombre y salió corriendo a abrazarme.
            Annalise no era la única que había venido a esperar las noticias: Zack, Vicky y Owen tenían la mirada fija en Dan y la enfermera, como si desde la distancia pudieran leerle los labios y enterarse de la conversación que mantenían.
            Le devolví el abrazo a la morena, quién tenía los ojos rojos, brillantes e hinchados: había estado llorando.
            — ¿Qué te ha pasado en las manos? — Me preguntó, cogiéndome las muñecas y examinándome los nudillos.
            — He hecho una promesa… — Mustié.
            — Más bien parece que te hayas peleado con alguien. — Razonó Zack, después se levantó, dejándome su sitio para sentarme y ofreciéndome un vaso de agua.
            — Gracias.
            Dan se acercó entonces, con aquella mueca en la cara, como si sintiera cada uno de los segundos en aquella sala como una gota de ácido en la espalda.
            — Todavía no se sabe mucho… — Anunció. — Brandon y Reed son los que mejor están, solo unas cuantas contusiones y heridas sin importancia.
            Todos asintieron, yo me dediqué a mirar el agua de mi vaso. No sabía si quería escuchar el resto de lo que tuviera que decir.
            — Reed consiguió girar el coche lo suficiente como para que el choque no diera de frente, pero no evitó que arrasara con todo el lado derecho. — Continuó. — Dante tiene el peroné roto por la mitad y la mayor parte de la sangre que había en el coche era suya, lo están operando de urgencias ahora mismo, pero se pondrá bien; todos se pondrán bien…
            «Otra promesa al vacío.» Pensé. «No podemos controlarlo, solo hacer promesas al aire.»
            — Calipso se ha llevado un golpe en la cabeza, están intentando averiguar si es mortal, pero es complicado. — Mustió, cada vez más bajito. — Ian tiene una hemorragia interna, estaba consciente cuando lo trajimos al hospital, pero en cuanto entró en la sala de urgencias perdió el conocimiento, están intentando estabilizarlo.
            Y así como si nada, tenía cinco navajas clavadas en el estómago y la sensación de querer vomitar hasta la última célula de mi cuerpo.
            Entré al baño antes de derrumbarme y me apoyé en el lavabo, mirándome en el espejo como si estuviera mirando a una extraña. Justo igual que la primera vez que me miré a un espejo tras la muerte de Ciara, sabiendo que era mi propio reflejo el que me devolvía el espejo, pero siendo incapaz de reconocerme; había perdido una parte de mí, y ahora estaba perdiendo otras que creía poder conservar.
            Estaba fea. ¡Joder, estaba jodidamente fea! Tenía los ojos rojos y por primera vez en mucho tiempo no era por haber fumado; tenía grandes ojeras bajo los ojos y los labios hinchados y amoratados de habérmelos mordido con tanta fuerza. Sinceramente, daba pena.
            — Max, ¿estás bien? — Dan.
            Me puse de espaldas a él.
            — ¿Qué haces aquí, Walker? — Mustié, tenía la voz demasiado rota como para poder hablar más alto. — Es el baño de chicas.
            Dan hizo amago de reír, en situación así todos los gestos parecen ir desapareciendo con la intención de mostrarlos.
            — Me da igual, Max. — Confesó. — Quería saber cómo estabas.
            — Mal, vete.
            — No.
            — No quiero que me veas así. — Mustié.
            — ¿Así cómo?
            — Llorando, fea, rota…
            Dan se quedó unos segundos en silencio, después se acercó más a mí, tanto, que su aliento me rozó la nuca cuando susurró:
            — No voy a irme a ningún lado, Maxine… 
            Tal vez fui demasiado previsible, pero en cuanto me giré a golpearle para que me dejara en paz, él ya me había cogido de la muñeca y me había encerrado en su abrazo.
            — No necesito tu compasión… — Mustié, a un mínimo paso de romperme y echarme a llorar.
            — No es compasión… Es ayuda mutua. Solo una pequeña tregua el uno con el otro, solo por esta vez… — Dijo, y pude notar en su voz como él también estaba andando en ese precipicio de pura tristeza.
            Me quedé callada, oculta en el hueco de su pecho, con la barbilla de Dan apoyada en mi cabeza y notando como todo se volvía borroso en cuanto las lágrimas llegaron.
            — Odio que me vean llorar… — Mustié entre sollozos.
            Era verdad, me había odiado cada vez que había llorado por Ciara frente a alguien. Me había odiado cuando me permití llorar el día que les conté lo sucedido a Ian y a Dan. Me había odiado en cada uno de mis ataques de pánico, cuando la claustrofobia me desarmaba por completo y me dejaba llevar. Me estaba odiando en aquel momento.
            — Llorar no significa debilidad, Max… — Confesó. — Solo significa que eres humana.
            Y entonces fue él quien empezó a llorar en silencio.
            Segundos. Minutos. Horas.
            Daba igual.
            — No ha sido un accidente… Lo sabes, ¿verdad? — Mustié, encogiéndome más en él. — Yo debería haber estado en el coche.
            — Max…
            — Era uno de los hombres de Micah, tal vez de Michael… — Le aseguré, le había visto la cara cuando la ambulancia se lo había llevado; había visto la matrícula del coche y había deseado que aquel hombre estuviera muerto con todas mis ganas. — Intentaban matarme… Yo debería haber estado en el coche.
            — ¡Lo sé! — Gruñó Dan, con tanta rabia que me dio miedo. — ¿Crees que no lo sé? ¡Joder! ¡También son mis amigos!
            Dan no me miraba, solo gritaba con rabia por no poder hacer nada, estrechándome cada vez más, como si pensase que iba a desaparecer en aquel momento, como si supiera que quería hacerlo.
            — También son mis amigos, y sin embargo… Estoy aliviado. — Le temblaban las manos mientras me acariciaba el pelo, con cuidado. — Me odio a mí mismo por alegrarme tanto de que no estuvieras en el coche. Estoy tan jodidamente aliviado que debes de pensar que soy la peor persona del mundo…
            Dan enterró la cabeza en mi hombro, envolviéndome todo lo que pudo.
            — Si te hubiera pasado algo, yo… Hubiera perdido la cabeza, Max.
            Asentí, intentando respirar con normalidad.
            Aquello era todo lo que necesitaba saber, estaba lista.
            — De-deberíamos salir… Tal vez haya noticias de los chicos… — Murmuré, y le sentí asentir contra mi cuello.  
            Esa vez la enfermera no vino sola a dar las noticias, y aquella vez, ninguno de nosotros tendría que escucharlas solo.
            Dan y yo fuimos los únicos que no nos levantamos para escuchar las noticias, tal vez porque sabíamos que, si el golpe era lo suficientemente duro como para tirarnos al suelo, la caída no sería tan grave desde el asiento.
            — Brandon y Reed saldrán ahora, ambos están perfectamente. — Anunció la enfermera, y como si hubiera caído en que si solo nombraba a dos de nuestros amigos podíamos malinterpretar las noticias, agregó: — Todos están perfectamente, dentro de lo que cabe.
            Dan me cogió de la mano.
            «Todavía no.»
            — Dante acaba de salir de la operación, tendrá unas cicatrices en la pierna, pero con ayuda, un poco de rehabilitación y fisioterapia podrá caminar de nuevo. — Anunció el acompañante, un enfermero cansado y sudoroso. — La joven…
            — Calipso. — Mustié, necesitaba decir su nombre en voz alta.
            — Calipso está bien, tiene una herida fea en la cabeza y deberá quedarse aquí unos días hasta ver cómo evoluciona la cosa.
            — Está despierta, — Añadió la enfermera. — eso es una buena señal. Pero hasta que no hayan pasado veinticuatro horas sigue en peligro.
            Asentí.
             — Ian está bien. Hemos conseguido controlar la hemorragia a tiempo, pero también deberá permanecer en observación unos días. Las hemorragias internas son complicadas.
            Una sonrisa se me escapó de los labios. 
            Estaban vivos… Estaban vivos, joder.
            — Gracias… — Mustió Zack, mostrando una sonrisa débil. — Muchas gracias por todo.


            No fue hasta que el peligro de muerte desapareció que me decidí a acabar con todo de una vez por todas. No iba a haber más inocentes, no iban a haber más heridos, no iba a sufrir nadie más por culpa de un Bianco.
            No dije adónde iba, no dije adiós, no dije nada; solo salí del hospital con la cabeza más fría que el metal del revólver en mi bolsillo.
            Llegar al Muelle de Manhattan fue fácil, entrar en el Muelle fue fácil, encontrar a Micah fue fácil, disparar contra él… también.
            En la puerta estaba el mismo tipo que nos había recibido a Dan y a mí la última vez, iba trajeado, vestido de negro de arriba abajo. Y cuando me vio pareció reconocerme, porque sonrió de lado y se encogió de hombros.
            — Has vuelto… — Mustió, dejando entrever una sonrisa. — Y sin guardaespaldas, por lo que veo…
            — ¿Puedo entrar?
            — ¿Vas armada?
            — Sí. — Confesé, y casi pude ver como su sonrisa se ensanchaba por momentos.
            — La última vez no disparaste. — Recordó.
            — La última vez era una advertencia, ahora no. — Susurré, dejando claro que no quería perder el tiempo.
            — ¿Michael o Micah?
            — No es mi deber acabar con Michael…
            Asintió, moviendo mucho los rizos de su cabeza en aquel gesto.
            — Hazlo rápido y sal corriendo. — Dijo, aconsejándome.
            Simplemente asentí y entré.
            No me hizo falta espantar a ninguna de las chicas, en cuanto entré, se hizo el silencio. Era como la calma en el centro del huracán, como las nubes antes de la tormenta, como un banquete antes de pasar días sin comer.
            Micah estaba en su despacho, justo junto al de Michael. Había visto el segundo despacho del pasillo en cuanto salí de hablar con Michael y había leído el nombre del propietario en la puerta. Me pareció apropiado dispararle ahí, tal vez la puerta de la habitación hiciera de lápida, tal vez debería haber escrito la fecha de aquel día antes de entrar.
            Micah estaba tal y como lo recordaba, tal y cómo lo había visto hacía tres años. Con la cabellera marrón revuelta, las ojeras oscuras bajo los ojos y aquella mirada que podía mandarte al hoyo solo con mantenérsela más tiempo del necesario.
            No dije nada, solo me dio tiempo a reconocer su mirada de sorpresa al verme antes de que sacara la pistola y disparase.
            Por Ciara, quién había muerto por culpa de mi padre y sus deudas, unas deudas que ahora llevaba Micah; por Dante, por vivir bajo la sombra de un padre como él, alguien capaz de mandar que lo maten si eso acababa de una vez por todas con la deuda; por las chicas muertas por su culpa; por los chicos, por ser simples daños colaterales de su plan; por mí.
            Disparar contra alguien es como grabar su nombre en una bala, a fuego lento y con la mejor caligrafía que puedes escribir, es como probar la carne de cañón después de un día de caza. Pero lo peor de todo, es que es fácil. No te supone ninguna dificultad apretar el gatillo y sentir el impulso de la pólvora en el revólver, no te entra miedo al ver la sangre o escuchar el disparo en tus oídos, el pitido pertinente que se te queda en los tímpanos hasta te gusta. Es… terrorífico. Realmente terrorífico.
            — Max…
            Y entonces la realidad te sobrepasa y el olor a quemado de la pistola te asusta y la sueltas o la agarras todavía con más fuerza. Entonces escuchas todo lo que pasa a tu alrededor con más precisión que nunca y sientes que quieres vomitar, pero no lo haces, no puedes; porque no puedes moverte.
            — ¿Dan?
            — Max… ¿estás bien? — Preguntó, con cuidado.
            — No… No lo sé.
            — ¿Por qué lo has hecho? ¿Qué es lo que te ha movido a arriesgar tu vida tan tontamente? — Gritó, sabía que estaba gritando, estaba enfadado, apretaba mucho los puños y tenía la mandíbula tensa, pero su voz sobaba distante para mí.
            Aquella debía ser una pregunta trampa. Estaba segura de ello. Lo sabía por la mirada que Dan me devolvía, tan profunda y fría, tan desolada y a la vez tan incriminatoria que parecía que intentaba asfixiarme mentalmente, y parecía que lo estaba consiguiendo, porque el nudo en mi garganta empezaba a dificultarme el respirar.
            Dijese lo que dijese iba a ser usado en mi contra, iba a acabar conmigo de un solo golpe, y no habría mayor responsable que yo misma… Joder…
            — Tú…
            No quería que todo aquello acabara, pero si debía hacerlo, si aquel era el final, quería que fuera él quien apretase el gatillo.
            — ¿Qué? — Mustió con la duda brillando en sus ojos.
            — Tú… — Repetí.
            Dan me miró como si acabara de sentenciarlo a muerte, como si de todas las palabras que podría haber dicho, hubiera elegido la peor. Como si le doliese que hubiera dicho su nombre para usarlo en mi contra.
            Y de todas las cosas que pudo hacer, de todas las palabras que pudo gritarme… Dan me besó.
            No me di cuenta de cuánto necesitaba ese beso hasta que el aire no entró a mis pulmones después de separarme de él.
            No le había mentido, él había sido la pieza fundamental, lo último que necesitaba para apretar el gatillo aún con las manos temblorosas y las pocas fuerzas que me quedaban. Saber que había encontrado algo, alguien, que, si perdía, acabaría por destruirme por completo.
            — ¿Está…? — Preguntó, y no supe que se refería Micah hasta que me obligué a mirar el cuerpo en el suelo.
            Había sangre, pero no había apuntado, solo había apretado el gatillo una vez, lo suficiente como para no volver a querer sujetar un arma por el resto de mi vida, y luego me había perdido en mí misma.
            — No lo sé.
            El disparo le había dado, pero podía no ser mortal; tal vez siguiese vivo, tal vez había fallado.
            Entonces Dan hizo lo que nunca hubiera imaginado que pudiera hacer. Cogió el revólver del suelo, se acercó a Micah y le disparó en la cabeza, rápido y mortal.
            Tener el peso de una muerte sobre tus hombros es más fácil de llevar si lo compartes con alguien.
            — Uno de los dos lo ha matado. — Anunció, mirándome fijamente. — Nunca sabremos quién.
            Michael entró en ese momento, me miró fijamente y asintió. Tal vez dándome las gracias, tal vez con miedo de que le disparara a él también.
            — Ya no hay más deudas. — Mustió Dan, después me sacó de allí antes de que pudiera decir nada.
            La deuda de mi padre se saldaba con la muerte de sus hijas. Yo sobreviví y eso lo arruinó todo. Micah creyó que matándolo se solucionaría, pero la deuda no hizo más que pasar a pertenecerle a él. El circulo se cerraba conmigo dando el último disparo, el inicio del problema cerrando la solución. Como una ecuación perfecta y macabra.
            Pero me daba igual, y es que todo había acabado. Por fin.
Copyright: Yanira Pérez - 2015-2016

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