lunes, 31 de octubre de 2016

5. #UCPED

5.

Todos tenemos una debilidad por la que daríamos nuestra vida. Los ángeles se precipitarían contra la tierra por salvarla; los humanos venderían su alma al Diablo por conseguirla; los demonios incendiarían el Mundo por conservarla.
Nhama lo había apostado todo al participar en el grupo de rebeldes; había jugado sus cartas a un precio demasiado alto y ahora solo le quedaba esperar a que el resto mostrara su jugada y se decidiera el ganador de la partida. Todo, por una debilidad.
«No voy a desaparecer, Kara.» Le había dicho su madre. «Nunca.»
Nhama temía desaparecer, esa era su debilidad. Por eso consideraba a Kara una amenaza, por todas las historias de hijos predilectos que derrocan a sus padres, por vivir en un mundo de guerras de fuerza que se disputan bajo un mismo techo.
Ahora, había encontrado una solución a medias a sus problemas. Ahora se aferraba a las promesas de esos rebeldes de una vida eterna, pero, ¿a cambio de qué?
— Kara, prométemelo. — Susurró Xareni, agarrándola con fuerza del brazo.
Kara la miró fijamente. Xareni y ella eran amigas desde hacía años, casi desde que la demonio tenía uso de razón. No se habían criado juntas ni mucho menos. Xareni era una demonio azteca inmortal, una diosa de las profundidades que hacía años había sido temida por media américa latina. Sin embargo, cuando su religión murió, se vio degradada y despreciada por el resto de demonios que ahora ocupaban la élite del submundo. Para cuando Kara nació, ella ya tenía cientos de años.
— ¿Kara?
— ¿Qué? — No se había enterado de nada de lo que le estaba hablando su amiga.
Xareni rodó los ojos y sacudió la cabeza, haciendo chocar entre sí todas las cuentas y plumas que llevaba siempre en su pelo trenzado. Esa era una de las cosas que más le gustaba a Kara de ella, que siempre había estado orgullosa de sus raíces. Que seguía manteniendo con vida toda esa cultura en sí misma: en su ropa, su pelo, incluso en el color canela de su piel y sus ojos.
— Que me prometas que no vas a acercarte más de la cuenta. — Repitió.
Xareni había sido quién la había salvado de las garras de su madre. Se había presentado en la habitación de golpe y sin avisar, había mirado a Nhama de reojo y había pronunciado el nombre de Kara con firmeza. A la demonio no le hicieron falta más palabras para seguir a su amiga y salir de aquella ratonera en la que se había convertido la habitación de Nhama.
— Solo hemos venido a observar, Kara. No a matarlo. — Xareni la observaba con detenimiento. — Así no vas a recuperar tu marca.
Kara gruñó, cruzándose de brazos, pero acabó por asentir.
— Dime como se llama de una vez.
Xareni sonrió de lado. Había estado torturando a Kara al no decirle el nombre de la persona a la que habían venido a vigilar desde que la morena le había dicho que sabía quién tenía su marca.
— ¿No quieres saber antes como he conseguido la información? — Le preguntó su amiga, divertida.
— No.
— Me lo ha dicho Sira. — Soltó de todos modos.
Kara gruñó por lo bajo todos los insultos que se le ocurrieron en aquel momento.
— Capullo, hijo de puta… — Cerró los ojos e intentó respirar con normalidad, pero el corazón le iba a cien por hora de la rabia.
— No sé por qué lo odias tanto, Kara. Te ha ayudado, ¿no?
Aquello la sacó de sus casillas.
— ¡No! ¡Claro que no! — Gritó, histérica y con la voz muy aguda. Había elegido el cuerpo de una chica rubia muy mona que había visto nada más llegar porque llamaría mucho la atención si entraba en el pub llena de hematomas y sangre seca; pero no había contado con el pitido agudo de su voz cuando la vio esperando al autobús. — Fue él quien me arrastró a Lucifer… 
Xareni la miró fijamente y asintió; entendiendo todo por lo que estaba pasando su amiga en aquel momento, pero sin atreverse a mirarla con lástima. Kara y ella se habían hecho amigas por eso, porque Kara nunca trató con pena o burla a Xareni por su condición. Ahora sería ella quién le devolviera el favor a Kara.
— Como sea… Se llama Edgar Arlond.
Kara se decepcionó. No sabía que esperaba que sucediera cuando escuchara el nombre del humano que tenía ahora su Llave; tal vez un escalofrío que le subiera por la espalda o algo. Sin embargo, aquel nombre no le dijo absolutamente nada. No lo conocía en absoluto. Pero si era él quien tenía ahora su marca, iba a hacer que se acordara de ella hasta el fin de sus días.
— No sabemos seguro si es él quien la tiene. — Le advirtió Xareni, como si le hubiese leído el pensamiento. — Por eso hemos venido a vigilar de lejos.
Kara rodó los ojos por enésima vez y asintió.
— Podría ser que el capullo de Sira me haya mentido; Continuó. no quiero tener que arrancarle los ojos a nadie porque tú no has sabido guardar las distancias.
— Parece como si no te fiaras de mí. — La acusó Kara, divertida.
Xareni le devolvió la sonrisa, pero estaba claro que no se fiaba de los impulsos de Kara y que estaría vigilándola toda la noche.
No le extrañaba, Kara era demasiado pasional e impulsiva cuando sus propios sentimientos la saturaban, y ahora, llena de ira, la demonio era una bomba en cuenta atrás a punto de estallar.
            Xareni ya había presenciado varios de los arrebatos de Kara; no dejaría que su amiga volviera a meter la pata. Ya la había metido hasta el fondo al apostar su marca en los juegos de los humanos y perderla.
            Aunque aquello era, en parte, culpa suya. Xareni sabía de las apuestas de Kara en el mundo humano. Incluso sabía que llevaba años apostando su marca en esos estúpidos juegos que tanto la divertían. Debió de haber previsto que un día se acabaría la suerte de su amiga, o simplemente que acabaría por toparse con alguna de las mascotas de esos rebeldes.
— ¿Cómo es que lo dejaste marchar? — Preguntó.
            Kara frunció el ceño, mirando a Xareni como si no entendiera de qué le estaba hablando.
            — El tipo que tenía tu marca… — Aclaró la morena. — ¿Cómo es que no le obligaste a devolvértela?
            Kara se encogió de hombros. Sabía lo que le estaba preguntando en realidad: «¿cómo es que no le arrancaste los dientes uno a uno hasta que te la devolviera?». Pero la demonio no sabía qué contestar; simplemente no le apeteció. Pensaba que lo tenía todo bajo control y que podría volver a por ella cuando quisiera, sin prisa. No se le ocurrió imaginar que acabaría muerto al día siguiente y que Lucifer la castigaría de aquella forma. Todavía le dolía todo.
            — No lo sé. — Le confesó a su amiga. — Supongo que pensaba que lo tenía controlado.
            Xareni la miró fijamente y asintió. Sabía perfectamente cómo se sentía Kara en aquel momento, Xareni se sintió de la misma forma cuando el último creyente de su religión murió y ella, simplemente, lo perdió todo.
            — Está bien. — La animó. — Lo solucionaremos, ¿sí?
            Kara le devolvió la sonrisa.
            Xareni era la única amiga de Kara. Habían pasado por mucho y siempre habían salido adelante. Kara no se imaginaba su vida sin el sonido al chocar de las cuentas del pelo de la morena como banda sonora; y se preguntaba, qué habría sido de ella sin Xareni para sacarla de todos los líos en los que se metía.
— ¿Vamos? — Le preguntó, sonriendo.
— Vamos.

***

Lo primero que te sacude el cuerpo cuando entras en uno de esos pubs nocturnos que iluminan las calles con sus carteles de neón por la madrugada no es el parpadeo continuo de luces de colores que podrían provocarte una epilepsia; sino el retumbar de la música que hace que te tiemblen hasta las pestañas.
A Kara le encantaba. Le hacía recordar que no vivía en un mundo de suelo firme y que la mínima vibración podría tirarla al suelo en apenas unos segundos; y eso le gustaba porque se obligaba a mantenerse estable y fuerte, a no dejarse llevar. En aquel momento lo necesitaba más que nunca.
            «Edgar Arlond.» Pensó. No se quitaba el puñetero nombre de la cabeza desde que Xareni lo había nombrado, y el no poder asociarlo a ningún rostro la estaba volviendo paranoica.
            — ¿Por qué no me dices de una vez quién es? — Le gruñó a su amiga, cruzándose de brazos. Tal vez era el tipo con el que había estado bailando hacía un rato.
            «No.» Pensó. «Lo habría notado.»
            Xareni le había contestado eso mismo la primera vez que le había insinuado que le dijera cuál de todos aquellos humanos tenía su marca, que cuando lo viera lo notaría.
            Para ella era fácil decirlo, ella sabía perfectamente quién era Edgar Arlond. Y se preguntó si su amiga no le habría mentido y simplemente la había sacado de fiesta para distraerla de su pérdida. ¡Como si se le hubiera muerto una mascota!
            — Estoy harta de mirar a todos lados buscando a alguien que no conozco. — Le reprochó Kara.
            Xareni se volvió a mirarla con una sonrisa ladina que la sacó de quicio antes de echar a andar hacia uno de los reservados del fondo con una copa en la mano, que, estaba segura, no había pagado.
Kara la siguió con cuidado; normalmente su amiga no era tan directa, sino que se dedicaba a darle largas hasta que la demonio se hartaba y lo mandaba todo a la mierda.
            No le hizo falta observar cada detalle de las cuatro personas que había en el reservado para identificar a Edgar Arlond. Kara no sabría decir con exactitud qué es lo que sintió realmente en aquel momento, era como si se hubiera cruzado por la calle con una parte de sí misma; pero la sensación duró tan poco y fue tan rápida, que empezaba a dudar de si en realidad había sentido algo o eran las palabras de su amiga y su imaginación que empezaban a jugarle una mala pasada a su mente.
            Kara lo observó con detenimiento. Solo era un chico, más o menos de la edad de Kara, tal vez un par de años menos. La verdad es que nunca se le había dado bien ponerles una edad a los humanos, con los demonios era más sencillo, la piel curtida de las alas de los de su especie era un reflejo de los años vividos.
En aquel momento se preguntó si, ahora que había perdido las alas, los demás demonios la verían como un ser atemporal…
«Da igual.» Pensó. «Voy a recuperarlas. Cada vez estoy más cerca.»
            — Espera… — Mustió Xareni, deteniendo a su amiga a unos pasos del reservado.
            — No. Mi marca…
            — Kara, espera. — Volvió a repetir.
            Entonces fue cuando Kara lo entendió. Primero lo olió, aquel olor tan jodidamente empalagoso y ardiente que parecía que te derretía las papilas gustativas. A los demonios nunca les había gustado ese olor, de hecho, les resultaba tan asquerosamente repulsivo como lo podría ser un trozo de carne en descomposición, y, sin embargo, les gustaba mucho menos a quién iba asociado aquel olor.
            «Caídos.»
            — Deberíamos irnos… — Susurró Xareni, arrugando la nariz ante el olor.
            Pero Kara no iba a marcharse ahora. No iba a cometer el mismo error que hacía un par de noches. Aquella vez iba a recuperar su marca, aunque tuviera que despellejar vivo a Edgar Arlond.
            — No. — Mustió, fijando la mirada en aquella espalda enorme que se había parado frente al reservado. — Espera.
            — Sabes que no pueden vernos por aquí, Kara. — Gruñó Xareni. — Es uno de los guerreros de Amaymón.
            — ¿Y?
            — Que si él está aquí, Sira no estará muy lejos.
            «Sira…»
            A Kara le hubiera gustado encontrarse con Sira aquella noche. Lo habría arrastrado del cuello hasta el rincón más oscuro de aquel antro y le habría hecho gritar hasta que se quedara sin cuerdas vocales para susurrarle que parara.
            — Entonces vete tú, no pienso marcharme sin mi marca.
            Xareni le sostuvo la mirada el tiempo necesario para saber que las palabras de Kara iban en serio. Y lo entendía. Ella misma se había aferrado a su cultura como punto de apoyo cuando lo perdió todo, he incluso ahora, cientos de años más tarde, no se había recuperado del golpe. Kara no lo superaría nunca.
Xareni suspiró.
            — Esperaremos fuera. — Le ofreció. — Pero vámonos de aquí.
            Kara la observó en silencio. Casi podría ver los pensamientos de la demonio reflejados en el oro derretido de sus ojos. Asintió, pero no se movió del sitio.
            — ¿Crees…? ¿Crees que han venido a recuperarla? — Preguntó Kara, mirando de reojo hacia la figura de espaldas de aquel ángel caído. El olor no hacía más que aumentar.
            — ¿Tu marca?
            Asintió.
            — Tal vez han venido a arreglar mi estropicio… Lucifer me dijo que no podía permitir que los humanos se hicieran con el poder de las Llaves. — Confesó.
            Xareni siguió la mirada de Kara.
            — Puede… — Mustió. — O tal vez simplemente lo estén utilizando.
            A Kara no le hizo falta preguntar para qué. El Mundo de las Sombras había empezado a agitarse por culpa de ese grupo de demonios que intentaban alzarse contra Lucifer. Habían conseguido que la gente los temiera. Nhama había hablado de una segunda rebelión contra las fuerzas de Dios.
            «Hay demonios en la Tierra que quieren que los humanos tengan Llaves…» Le había dicho la súcubo. Si se habían enterado de que uno de sus humanos había perdido una llave, estaba segura de que removerían cielo y tierra para volver a conseguirla.
            Kara gruñó. No iba a permitir que ninguno se le adelantara. La llave le pertenecía a ella, y pasaría por encima del grupo de demonios, del ejército de Amaymón o de Edgar Arlond para conseguirla.


 © 2016 Yanira Pérez. 
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