domingo, 11 de octubre de 2015

13. #CLCPLR

13.

            Los chicos no trabajaban, eso era algo que tenía muy asumido desde que los conocí. ¿Cómo sacaban el dinero? Mejor no preguntar.
            ― ¡Buenos días! ― Gritó Ian entrando por la puerta de la casa como si fuera el rey del mundo, sonreía de esa forma con la que solo sonreía cuando sabía que iba a follar fijo o a conseguir dinero.
            ― Resulta raro que lo digas a las diez de la noche. ―Saludó Reed, entrando justo después de Dan.
            ― ¡Chicos! ― Saludó Calipso, acercándose a todos y dándoles un sonoro beso en la mejilla. ― ¡Por favor! ¡Decidme que vais a sacarme de aquí esta noche!
            Calipso juntó las manos como si estuviera rezando y empezó a susurrar una y otra vez un muy desesperado “por favor”.
            ― ¡Por favor, chicos! ¡Maxine no me lleva de fiesta!
            ― ¡Te he sacado esta mañana! ― Mustié cruzándome de brazos.
            ― ¡Sí! ¡Pero al taller de Leroy! ¡Eso no cuenta! ― Replicó la peliazul.
            Me encogí de hombros y me senté en el sofá dispuesta a fumarme el último cigarro de la noche.
            ― Tengo que ir a trabajar… ― Dije con simpleza.
            Calipso rodó los ojos y se agarró al brazo de Ian.
            ― Bueno… ¿Qué habéis pensado esta noche, chicos? ― Dijo emocionada. ― ¿Vais a llevarme a pillar una buena?
            ― Vamos a llevaros ― Dijo Dan, enfatizando en aquel “vamos” que me incluía. ― a pillar una buena, sí. Pero no es lo que pensáis.
            Fruncí el ceño y me tumbé en el sofá indicando que a mí nadie me sacaba de casa aquella noche.
            ― ¿Y qué es lo que tenéis pensado?
            ― Oh, digamos… Que hay una fiesta de lujo cerca de aquí a la que acabamos de autoinvitarnos. ― Comentó Ian, metiéndose las manos en los bolsillos de la cazadora con falsa inocencia.
            ― Eso no suela muy legal… ― Dije con sorna, echando la cabeza atrás para ver a los chicos desde mi posición.
            ― ¡Por dios, macarroni! ¿Algo de lo que hacemos nosotros es mínimamente legal? ― Dijo Dan dándome un capón en la frente.
            ― ¡Ay!
            ― Yo me apunto. ― Asintió Calipso. ― Lo que sea con tal de salir de aquí.
            ― Tienes la puerta ahí para cuando quieras largarte y no vivir de ocupa. ― Mustié incorporándome del sofá para lanzarle una mirada significativa a la peliazul. Calipso me sacó la lengua y se cruzó de brazos. ― Sea lo que sea, yo paso.
            ― ¡Max! ¡No puedes pasar! ― Se quejó Ian haciendo pucheros.
            ― Venga guiri, mueve el culo. ― Prácticamente ordenó Reed. ― No tenemos toda la noche.
            ― ¡Que he dicho que yo no voy, hostia!
            Aquel día todos se pusieron de acuerdo para joderme la noche, estoy segura; porque justo después de pronunciar esa frase Reed me levantó del sofá y me subió sobre su hombro cual saco de patatas y me subió al coche, asegurándose de que no salía corriendo.
            ― Ya está. ― Dijo con una sonrisa vacilona. ― ¿Nos vamos de una puta vez?
            ― Que te den. ― Gruñí y me crucé de brazos fingiendo fastidio.
            ― ¡Allá vamos! 
            Y sí, aquel grito eufórico que se escuchó en el coche vino de Calipso.


            Un chalé a las afueras del barrio, una fiesta que empezaba a desmadrarse.
            No teníamos invitación, Ian se había enterado de la movida por un amigo suyo de a saber qué agujero había salido. Pero vamos, que prácticamente se había enterado medio barrio.
            Total, que tampoco es que hubiera dado por ahí la clave del banco de Manhattan; ya sabes, el tipo solo había soltado que la familia tenía pasta y que estaban fuera de la ciudad.
            Al final resultó que en realidad la casa no estaba vacía y que el hijo menor había montado la fiesta del siglo aprovechando la ausencia de sus padres. Supongo que el chaval no se esperó que entrara toda la chusma que entró a su casa, pero o iba muy pedo o realmente se la peló, porque cuando entramos nosotros, el chaval nos saludó como si nos conociese y nos dio la bienvenida. Creo que luego potó sobre el vestido de una pelirroja que se enfadó muchísimo. Guay.
            Creo que fue sobre las cuatro de la mañana cuando me quedé sola, tiradísima en un sofá que había encontrado libre. No tenía ni puta idea de dónde estaban los chicos y Calipso, y estaba como demasiado muerta como para ponerme a buscarlos.
            Por eso me alegré de ver a Dan subiendo las escaleras del segundo piso, hacia las habitaciones. Así que lo seguí en silencio, tampoco sabía qué pretendía, y si se iba arriba a follar yo no era quién para cortarle el rollo. Por eso, por una vez en mi vida, sería sigilosa como un ninja.
            Pero claro, ¿a que no había ninjas borrachos? No. Por eso de que el alcohol y los ninjas no cuadran juntos y esas cosas. No me extrañó que casi me cayera encima de un tío que estaba durmiendo la mona en la moqueta del suelo nada más subir. Putos ninjas que no quieren enseñarme a ser una borracha sigilosa.
            Por suerte la música del piso de abajo amortiguó el ruido que hice al tropezarme. Mantuve el equilibrio como pude y entré en la habitación en la que había visto entrar a Walker.
            ― Oye, Dan, ¿has venido a follar? Porque si es así, me voy. ― Dije nada más entrar en el cuarto y ver que estaba solo.
            Dan me miró de reojo y sonrió de lado, parecía que no le extrañaba que le hubiera seguido.
            ― ¿No quieres unirte, macarroni? ― Preguntó divertido.
            Miré a mi alrededor en busca de alguien, aunque sabía perfectamente que solo estábamos nosotros dos en la habitación.
            ― ¿A quién? ¿A ti y tu mano derecha?
            Dan soltó una carcajada y se acercó a mí con pasos lentos, como un felino acechando a su presa.
            ― ¿Qué haces aquí? ― Pregunté frunciendo el ceño.
            Dan se encogió de hombros y dejó de avanzar.
            ― Había mucho ruido bajo.
            Asentí. Mentiroso…
            ― Sí, ya. ― Me crucé de brazos y me apoyé sobre el marco de la puerta, observando sus movimientos con suma atención. Esperaba que Dan notara el sarcasmo de mi voz.
            Sonrió y se dio la vuelta en dirección al armario de la habitación.
            ― Necesito pasta.
            Asentí. Así era como los chicos jugaban con el dinero: robando, apostando, ganando y perdiendo. Siempre lo había supuesto, pero ahora era real.
            No dije nada, no me moví. Solo me quedé observándolo desde la puerta. Mirándole la espalda, con los músculos tensos y, a la vez, totalmente relajado. Sólo él podía hacer algo así. Sólo el puñetero Dan Walker era capaz.
            No pretendía acercarme, de verdad que no, pero cuando me quise dar cuenta estaba justo a su lado y Dan me miraba fijamente. Me revolví incómoda.
            ― Esto… No sacarás mucho con esas joyas. ― Vaya comentario más estúpido.
            Dan frunció el ceño y les echó un rápido vistazo a los colgantes brillantes que llevaba en la mano.
            ― ¿Ah, no?
            Negué.
            ― ¿Y cómo lo sabes? ― Preguntó.
            Sonreí, más relajada.
            ― Porque están a la vista. ― Me encogí de hombros. ― La gente no suele dejar joyas valiosas a la vista, ni siquiera le gente rica.
            Dan murmuró algo por lo bajo y dejó aquellas baratijas en la caja de donde las había sacado.
            ― Estarás contenta macarroni, me has jodido el plan de la noche. ― Gruñó el moreno, tirándose de espaldas sobre la cama de matrimonio, aparentemente abatido.
            ― La culpa es tuya por no organizar bien el golpe. Pero oye, tal vez si te llevas un par de esas consigas cien pavos.
            ― Tendría que llevarme el joyero entero para sacar cien pavos de esa mierda.
            Tenía razón.
            Una pareja abrió de golpe la puerta, semidesnudos buscando una habitación donde poder… tener tema, para ser finos.
            Dan carraspeó para llamar la atención y el tío levantó la vista de entre las tetas de la otra. Menudo par. El moreno hizo un gesto con la cabeza y señaló la puerta con una mueca de asco en la cara, la pareja murmuró un casi inentendible “perdón” y se largaron todavía concentrados en lo suyo.
            Miré a Dan. Si no hubiera sido él quien estuviera en la habitación no estaba segura de que esa pareja hubiera abandonado el cuarto. A veces no entendía como un simple chaval podía tener tanto control en sus manos.
            ― Parecían a gusto, tal vez deberíamos haberles dejado la habitación. ― Bromeé.
            Dan sonrió y se encogió de hombros.
            ― Nosotros llegamos primero.
            Daba igual. Aquella noche no se trataba de quién hubiera llegado primero, sino de quién saliera antes.  
            Escuché las sirenas antes incluso de ver las luces de los coches mezclarse con los focos de la fiesta. La escuché por encima de la música electrónica y el rock lento del piso de abajo.
            ― La policía.
            ― ¿Qué?
            ― ¡La pasma, Dan!
            Aquello pareció despertarlo de golpe, y en un abrir y cerrar de ojos Dan me arrastraba escaleras abajo, de cabeza al ojo del huracán.
            Por un momento dudé de si el sonido de las sirenas era auténtico o no era más que el remix de una de las canciones que sonaban en el salón. Nada parecía haber cambiado desde que me subí al piso de arriba, la gente seguía bailando, bebiendo y puede que metiéndose un poco de LSD en el cuerpo, todos siguiendo el mismo ritmo lento de la balada que acababan de pichar. Todo estaba impregnado de ese aire pegajoso y meloso, incluso las luces azules parecían bailar sobre el exceso de heroína.
            Y luego, como si nada, el alboroto de gritos, golpes y gente me golpeó la boca del estómago.
            Una redada. Una puta redada.
            Salí corriendo, no sabía hacia donde, solo corrí con todas mis fuerzas. Haciéndome paso entre el gentío a empujones y pisotones.
            La pasma había comenzado a tirar gas lacrimógeno y los golpes de las porras resonaban en mi cabeza como si las hubieran enchufado a los altavoces.
            La puerta, ¿dónde estaba la puta puerta? Por más que avanzaba parecía que me adentraba más en la casa, cuando lo que quería era salir de allí por patas.
            Uno de los maderos me agarró de la camiseta y tiró de mí hacia atrás. Puede que me golpease contra la pared, porque después de eso me dolía un huevo el costado.
            Me retorcí como pude y logré aflojar el agarre para avanzar. No sirvió de mucho, porque utilizó la mano que le había quedado libre para tirarme del pelo. Grité de dolor y solté un puñetazo al aire.
            El gas empezaba a nublarme la vista y parecía que se me habían dormido las manos. Un vértigo tremendo se apoderó de mí, y solo pude dejar arrastrarme de nuevo con un golpe en la pared.
            A mi lado, otro de los agentes había cogido a una chica que luchaba con uñas y dientes para salir del agarre de éste; pero la pobre no pudo hacer nada contra el golpe en la cabeza que recibió. Cayó redonda al suelo.
            No quería acabar como ella. No, no, no.
            Comencé a revolverme entre el agarre del agente y le di un cabezazo en la mandíbula. No pude reconocer a quién le dolió más, pero funcionó. Salí a trompicones del pasillo y seguí corriendo.
            Me escocían tanto los ojos que ni siquiera noté el sabor a hierro de la sangre en la boca o la quemazón en el costado. Ni siquiera escuché el grito a mi espalda y el cristal rompiéndose. No podía hacer nada que no fuera correr.
            Choqué contra alguien, que me empujó desesperado para seguir su camino y caí al suelo. No sé si me hubiera levantado si no hubiera visto a Dan desde lejos.
            ― ¡Dan! ― Grité, y por un momento no reconocí mi propia voz. ― ¡Dan!
            Walker me ayudó a levantarme y tiró de mí hacia una de las ventanas del edificio. Salimos al exterior.
            ― ¿Dónde están los chicos? ¿Dónde está Calipso? ― Pregunté de golpe, con un nudo tan fuerte en la garganta que empezaba a balbucear. ― ¿Sabes dónde están? ¿Qué ha pasado? Alguien ha debido de llamar a los maderos, era una redada, no han venido por casualidad.
            ― Lo sé, lo sé. Max, tranquilízate. ― Dijo, tirando de mí hacia el jardín. ― Los chicos y Calipso se han ido en el coche de Reed. No podían esperar a que te encontrara. ― Miró a su alrededor y se quedó en silencio, después tiró de mí hacia unos arbustos. ― No te muevas.
            Me agarró fuerte de la mano y esperó de cuclillas que el agente que pasaba por allí en ese momento se fuera.
            ― Podemos quedarnos aquí hasta que se vayan. No creo que tarden, ya tienen lo que quieren.
            ― ¿Qué quieren?
            Dan me miró de reojo y continuó vigilando entre las ramas del arbusto.
            ― Dan, ¿qué coño quieren? ― Gruñí. ― No era una fiesta cualquiera, ¿verdad? Ese tipo, el que le dio la información a Ian… No habría ido soltando por todo el barrio que la familia tenía pasta si hubiese querido quedarse el golpe para él solo, quería que apareciera toda esa gente… ¿Por qué?
            ― Hay un tipo… Dice que sabe algo sobre la muerte de Emma y la hermana de Hell. Dice que sabe quién está detrás de la muerte de todas esas chicas. ― Mustió, casi susurrando. ― Lennon iba a reunirse con él esta noche.
            Fruncí el ceño y busqué entre los coches de policía.
            ― No está aquí. ― Se encogió de hombros. ― Ninguno de los dos. Era una trampa.
            ― ¿Y nos has traído aquí para comprobarlo? ― Gruñí furiosa.
            ― ¿Qué? ¡Claro que no! ¡Yo no sabía nada!
            ― Estás hablando demasiado para no saber nada.
            ― No sabía dónde sería la reunión. Debía haberlo supuesto. ― Se llevó las manos a la cara y bufó con fastidio. ― Seré gilipollas…
            Me crucé de brazos y me mordí la lengua. Sí, había sido un completo gilipollas y a la próxima iba a soltarle un guantazo bien grande, pero al menos nos había sacado a todos de ésta. Y, sinceramente, necesitaba que alguien me llevara a casa. No podía dejarlo tirado por más ganas que tuviera.
            ― Sí, has sido un completo gilipollas. ― Me puse en pie y me sacudí los vaqueros. ― Vamos, alejémonos de aquí.


            No había coches, ni motos, ni siquiera una puta bicicleta en dos kilómetros a la redonda. Y después de la movida de hacía un par de horas andar era lo último que me apetecía.
            ― No puedo más. ― Dije reventada, dejándome caer sobre la pared que pillé más cerca.
            ― Ya estamos llegando… ― Mustió Dan, agarrándome de la muñeca con fuerza y tirando de mi para que continuase avanzando.
            ― Eso dijiste hace una hora. ― Gruñí.
            Dan sonrió de lado y se encogió de hombros. Embustero…
            ― Va, macarroni. Esta vez lo digo enserio.
            Fruncí el ceño y me crucé de brazos. Definitivamente este se creía que era tonta o algo, eso no se lo creía ni un crío pequeño.
            ― Recuérdame que la próxima vez que me digas de ir a una fiesta a las afueras te parta la cara antes de salir, ¿vale? ― Le sonreí con toda la ironía del mundo y continué arrastrándome calle abajo.
            ― Mira el lado bueno.
            ― ¿Qué lado bueno?
            ― El que quieras, macarroni. Mis dos perfiles son estupendos, no tengo un lado malo. ― Soltó de pronto, como quien no quiere la cosa.
            ¿Qué cojones?
            Solté una carcajada lobuna y a punto estuve de tropezarme sola en el asfalto del frenazo que di en seco.
            ― Ves, así suenas mucho mejor que quejándote cada dos por tres. Tu risa es mucho más bonita cuando te ríes de verdad. ― Dan se encogió de hombros, se metió las manos en los bolsillos y continuó su camino más relajado que antes.
            Lo observé caminar de espaldas mientras pensaba en lo que acababa de decir. Lo había soltado como si fuese un comentario normal, sin pensar lo que decía.
            Solía hacerlo muy de vez en cuando, cuando realmente disfrutaba de algo y tenía que decirlo en voz alta, para que todos lo supiesen. Pero lo decía de una forma sencilla, como si no quisiera darle más importancia de la que él piensa que se merece el momento. Siempre procurando no dejar entrever lo que siente. Calipso los había comenzado a llamar “cumplidos clave”.
            Dan se volvió a mirarme.
            ― ¿Vienes o qué? Ya estamos cerca. ― Me apremió.
            Asentí y continué caminando con la cabeza gacha.
            Al cabo de un par de manzanas, Dan se paró en frente de un portal.
            ― Es aquí.
            Miré la puerta de hierro forjado que nos bloqueaba el paso y miré a Dan de reojo. Por la forma en la que miraba aquel trozo de metal, como si acabara de ver a un fantasma, supe que esta era la casa en la había pasado toda su niñez. La casa donde vivían sus padres, la casa en la que Dan había sufrido más de un infierno.
            Me acerqué a él, recordando la promesa que le hice.
            ― ¿Vamos? ― Sonreí con ternura. ― Tu hermana estará encantada de verte.
            Dan me miró fijamente durante unos segundos. Como si mi imagen se hubiera colado entre sus recuerdos y no consiguiera distinguir la realidad.
            ― Vamos. ― Dijo al fin.
            El gran monstruo de metal que custodiaba el edificio resultó ser pura apariencia. Dan empujó la verja con un poco de fuerza y enseguida cedió bajo su peso, dando lugar a una escalera de cemento gris. Al menos la barandilla estaba completa.
            A medida que subíamos pude ver ciertos juguetes esparcidos en el rellano del segundo piso: muñecas de plástico malo y balones deshinchados y olvidados en un rincón de aquel pequeño espacio. A aquellas horas de la noche, todo tan desierto y mudo, aquel parecía un escenario de terror, y sin embargo, lo único coherente que me vino a la cabeza fue decir:
            ― Tienes vecinos pequeños.
            ― ¿Eh? ― Mustió, cómo si hubiera caído de golpe en la realidad. ― Ah, sí.
            «En mi edificio no hay niños.» Pensé, y de pronto me di cuenta del tiempo que pasaba que no hablaba con algún niño y de lo rápido que había pasado mi niñez, como en un abrir y cerrar de ojos.
            Tal vez pudiera ir a algún parque o colegio y pasar el rato allí, mirando a los niños… No, sería muy siniestro.  Mejor dejar las cosas como están.
            Dan comenzó a advertirme mientras subíamos al tercer piso.
            ― Dudo que Henry esté en casa, no tienes que preocuparte por él. Pero mi madre…
            ― Dan, ― Lo llamé. ― no tienes que darme explicaciones. No podemos elegir a nuestros padres.
            Aquello último me lo había repetido tantas veces a mí misma en aquellos últimos tres años, que parecía que tenía las palabras grabadas a fuego en mi mente.
            Asintió y abrió la puerta del apartamento. Al parecer, la costumbre de no cerrar nunca la puerta con llave era heredada.
            Un salón pequeño, con dos butacas grandes y una mesilla con una tele vieja enchufada y sin volumen fue lo primero que nos saludó. Estaban dando una entrevista a una de las familias más ricas del país, que mostraban su casa con orgullo.
            Me recordó mucho a mi apartamento, más grande, eso sí, pero igual de cómodo y simple que el mío.
            Alguien encendió la luz del salón y se quedó mirándonos fijamente durante unos segundos. Pude reconocer los rasgos en los que Dan se parecía a su madre nada más mirarla.
            ― Has salido de la cárcel. ― Fue lo primero que dijo la mujer, mirando a su hijo como si fuese un conocido más. Dan, por el contrario, la miraba a ella sin articular palabra. ― Y veo que te has traído a una de tus putas para celebrarlo.
            Alcé de más la cabeza para encararme a aquella mujer, pero no pude hacerlo, ya que dan comenzó a hablar.
            ― He venido a ver a Annalise, no vengo a quedarme.
            La madre de Dan volvió la vista a su hijo y sonrió de lado. Como si le hiciera gracia todo el asunto. Se llevó una mano al bolsillo de la bata de dormir y sacó un paquete de tabaco. Se llevó un cigarro a los labios.
            ― ¿Quieres? ― Le ofreció a su hijo, extendiendo el paquete frente a él. Dan negó con la cabeza. ― ¿Y la puta fuma?
            Gruñí y me crucé de brazos.
            ― Me llamo Max, señora. Y puede hablar directamente conmigo sin necesidad de preguntarle a su hijo.
            La mujer mantuvo la vista en su hijo unos segundos más antes de volver la cabeza hacia mí, el tiempo suficiente para esbozar una sonrisa de suficiencia.
            ― Italiana, por lo que veo. ― Se mofó. ― Putos fascistas de los cojones.
            Oh, no ha dicho eso. Dime que no ha dicho eso.
            Hice ademán de lanzarme sobre ella. De verdad que me hubiera gustado darle una sarta de hostias. Pero Dan se interpuso de por medio.
            ― Sólo dinos dónde está Annalise.
           

 © 2015 Yanira Pérez. 
Esta historia tiene todos los derechos reservados.