sábado, 26 de diciembre de 2015

16. #CLCPLR



16.

 

            La movida, como todos predijeron, acabó el sábado, y pareció que aquel día todo el puto barrio decidió esconderse en sus casas hasta la hora de apostar. Porque sí, porque puede que pareciese que el mundo entero se hubiera desvanecido, pero la gente de estos lares es como las cucarachas, esperando a la noche para salir a las calles, y más si tienen un reclamo tan llamativo como lo era la carrera de esta noche.
            ― ¿Te encuentras bien? ― Me preguntó Calipso, frunciendo mucho el ceño. No le hacía ni puta gracia el tener que ir a La pista después de tirarse toda la semana trabajando.
            ― Sí… ― Miré a los chicos, que me miraban fijamente. ― Sólo estaba pensando.
            Habían venido a tomarse unas cervezas a casa antes de la acción, supongo que para bajar un poco los nervios. Los únicos que no bebíamos éramos Dan y yo, más que nada porque necesitábamos estar bien despiertos para esta noche.
            Reed me miró fijamente desde su posición, seguramente pensando en lo mismo que yo.
            «Brox.» No me quitaba el puto nombre de la cabeza desde hacía días, y siempre iba seguido de la imagen de Emma y el nombre de Ciara, de la mirada de Zack y el olor del cloroformo.
            ― ¿Hoy también vas a apostar, Max? ― Me preguntó Ian, que estaba sentado casi encima de Brandon, que no paraba de quejarse de que era un puto pesado.
            Asentí. Aunque no tenía ni puta idea de cómo iba a hacerlo. Nunca había visto a Lennon corriendo, y no estaba segura de acertar aquella noche.
            ― ¿Sabes por quién vas a apostar? ― Preguntó Reed, más tenso y gruñón que de costumbre; y no me extrañaba.
            Negué.
            ― Todavía no.― Pillé el mechero y me encendí un cigarro con torpeza. ― No conozco a Lennon en la pista, y si todo el jodido barrio anda de los nervios será por algo, ¿no?
            Ian se encogió de hombros.
            ― No es para tanto.
            ― No sé, yo no menospreciaría a Lennon. ― Confesé.
            Dan soltó un gruñido, llevaba un humor de perros encima que no se soportaba ni él. De hecho, llevábamos todos una mala leche dentro que de la tensión que había en la habitación se podría cortar el ambiente.
            ― ¿Qué te pasa a ti con Lennon? ― Me ladró Dan. ― Desde el otro día estás como agilipollada, joder.
            ¿Y a este que mosca le ha picado.
            ― ¿Qué coño te pasa a ti? ― Salté, a mí que no me tocara los cojones con gilipolleces ahora.
            ― ¡Que estoy hasta la polla de que andes perdida detrás de ese, eso es lo que me pasa! ― Se puso de pie y se puso la cazadora con rabia. ― ¡No me toquéis más los cojones con la jodida vuelta de Lennon si no queréis que os salte los dientes! ¿Estamos?
            Y salió del piso dando un portazo.
            Apreté los dientes y casi partí el filtro del cigarro.
            ― Ni puto caso, Max. ― Dijo Ian. ― Anda de los nervios últimamente.
            ― Eso es que está celoso. ― Convino Calipso.
            Asentí. Qué mal le sentaba a algunos no ser el centro de atención, joder.

           
 
            Si La pista se llenó a los topes cuando Dan volvió, ahora que tanto Lennon como Walker iban a competir, esto estaba a reventar. Por eso mismo decidí meterme en las Caballerizas nada más llegar y no salir de allí hasta que la gente se hubiera marchado a sus putas casas nada más acabar.
            ― No hay ni rastro de Dan, ¿crees que vendrá? ― Preguntó Brandon, que no dejaba de babear por todas las motos bonitas que veía.
            Menudo viajecito me habían dado todos éstos, su puta madre, qué pesados. Me estaban tocando ya las narices con tanto «Dan, Dan, Dan». ¡Pues si no venía era cosa suya, hostia ya!
            ― Vendrá. ― Dije sin más, no queriendo profundizar más en el tema.
            ― Parecía que estaba cabreado de verdad. ― Comentó Calipso, no muy segura.
            ― He dicho que vendrá y punto, cerrar la puta boca. ― Gruñí.
            Calipso me miró mal y rodó los ojos.
            ― Joder, hoy estáis insufribles todos. Me piro.
            La peliazul hizo ademán de marcharse de allí, pero en cuanto divisó a uno de los corredores de aquella noche dio media vuelta y se acercó a mí con una sonrisa de loba.
            ― ¡Maxine! ¡No me habías dicho lo buenos que están algunos de los corredores! ― Dijo medio enfadada medio divertida. ― ¡No me extraña que te haga tanta ilusión trabajar en un sitio como este!
            ― No es para tanto… ― Comentó Brandon, cruzándose de brazos y mirando hacia el tío rubio al que Calipso no le quitaba el ojo de encima.
            ― Voy a ver si de cerca está tan bueno como de lejos, ¡Nos vemos, Maxine! ― Gritó Calipso, aprovechando la mínima de cambio para irse sola por ahí.
            La peliazul era como un cachorrito, deseando que le quiten la correa para salir corriendo a descubrir el mundo, pero sin atreverse a irse demasiado lejos por si se pierde. No le hacía gracia reconocerlo, pero le habíamos hecho un favor enorme, y nos estaba muy agradecida por eso de que le salváramos el culo. Y bueno, a mí me sentaba bien eso de tener compañía en casa, aunque la mayoría de las veces quiera estar sola.
            ― Voy a seguirla...  ― Murmuró Brandon, comenzando a caminar detrás de la adolescente hormonada.
            Brandon le había pillado mucho cariño a Calipso, yo suponía que estaba detrás de ella, pero todavía no me había decidido a preguntarle por eso. Los tíos a su edad son muy cerrados con el tema de las chicas, y Calipso no se lo ponía nada fácil al pobre.
            ― Ten cuidado… ― Comenté, pero no me escuchó ni de lejos.
            Rodé los ojos al tiempo que Lennon hacía su aparición por las escaleras que daban al taller. Si normalmente iba rodeado de gente, hoy parecía un puto centro gravitacional.
            ― Buenas noches, Bianco. ― Me saludó, con aquella sonrisa de lado que le quedaba tan jodidamente bien. ― ¿Apostarás por mi esta noche?
            Sonreí de lado y me encogí de hombros, relajada. Aunque lo cierto es que me duró poco, porque en cuanto divisé a Hell un sudor frío me recorrió la espalda, obligándome a estar en continua alerta.
            ― ¿Es una apuesta segura? ― Pregunté divertida.
            ― No, pero siempre puedes arriesgarte conmigo. ― Hizo una pausa y me miró de arriba abajo. ― Ya sabes lo que dicen: “Quien no arriesga, no gana.”
            ― Y tampoco pierde nada. ― Contraataqué.
            Lennon se encogió de hombros y se metió las manos en los bolsillos, echando el cuerpo hacia delante, listo para saltar sobre su presa fácil.
            ― ¿Tienes algo importante que perder?
            Retrocedí un paso y me encogí de hombros.
            ― Oh, vamos. ¡El orgullo femenino es algo muy importante! ― Mentí, y con una sonrisa coqueta me acicalé el pelo.
            Lennon soltó una carcajada y de un paso rápido se posicionó a mi lado, agarrándome del brazo para que no retrocediera.
            ― Vamos, Bianco. Los dos sabemos que es lo que buscas en realidad. ― Hizo una pausa y me susurró muy cerca del oído: ― Espero que disfrutes mientras dura el juego.
            ― No sé de lo que hablas. ― Dije, soltándome de un tirón de su agarre. ― Pero incluso en ese caso, disfrutar el juego sería cosa mía, igual que apostar.
            Lennon sonrió de lado mientras miraba detrás de mí.
            ― Estoy seguro de eso, en ese caso espero que aciertes con tu apuesta.
            Fruncí el ceño y me crucé de brazos. ¿En serio me estaba dando su aprobación? ¿Qué cojones?
            Un coro de vítores se escuchó de fondo, tapando cualquier conversación que hubiese dentro del local. La presencia de Owen allí era tan notable como la tensión en los ojos de Lennon, que me miraba fijamente.
            ― Vamos, Lennon, Max no suele apostar por el caballo perdedor, tiene algo así como un don para esto. ― Comentó el peliverde, acercándose a nosotros.
            Que Owen estuviera bajo solo significaba que las apuestas empezarían en cualquier momento, y no quería estar cerca cuando comenzasen.
            ― Eso he oído. ― Asintió Lennon con diversión, mirándome de reojo.― Por eso espero que su don me acompañe esta noche.
            Miré a Lennon y me revolví incómoda.
            ― No funciona así… ― Mustié, todavía intentando asimilar todo lo ocurrido hacía apenas unos segundos.
            Hacía menos de dos semanas había sido el mismísimo Lennon el que casi me salta al cuello cuando intenté sonsacarle información, ahora parecía que me ofrecía el mechero y me tentaba a que jugase con fuego.
            ― No sé cómo funcionará tu don, Max. Pero sí sé cómo funcionan las carreras en este sitio: ― Owen hizo una pausa y me miró fijamente. ― Con todos los corredores preparados. ¿Dónde cojones está Walker?
            ― No tengo ni…
            ― Las carreras están a punto de empezar. ― Me cortó. ― Más le vale venir.
            ― No soy la niñera de Walker. Él sabrá que hace. ― Gruñí.
            ¿Por qué cojones iba a saber yo dónde estaba Walker? ¿Es que tenía un GPS de gilipollas en la cabeza como para saberlo o qué?
            ― Vendrá. ― Aseguró Lennon, encogiéndose de hombros. ― Es casi tan testarudo como la italiana.
            Owen nos echó una mirada rápida de arriba abajo, como si no tuviera tiempo suficiente para mirarnos realmente.
            ― Diez minutos. ― Asintió, y al grito de “hagan sus apuestas” se lo tragó una marea de gente.
            ― Sabes que sin Walker no hay apuesta, ¿verdad?
            Miré a Lennon de reojo, que supiera todo sobre el tarto con Hell no me daba ninguna confianza de que al final el pelirrojo cumpliera su parte.
            ― Si Walker no corre esta noche, la carrera será pan comido, y Hell no necesitará tu ayuda para sacarse un par de billetes con la apuesta. ― Siguió, encogiéndose de hombros, como si la cosa no fuera con él.
            ― Walker no es imbécil, vendrá. ― Convine, cruzándome de brazos y escuchando como la gente gritaba sus apuestas; aunque por primera vez desde que Dan se había marchado de mi apartamento, dudé.

 

            Dos minutos para que todo comenzara y no había ni rastro de Walker.
            Las apuestas habían comenzado hacía rato, y los marcadores estaban tan igualados entre Walker y Lennon que parecía que no había más jugadores en la pista que ellos dos.
            ― El tiempo se acaba, muñeca. ― «Hell.» ― ¿Sabes ya por quién vas a apostar?
            Me di la vuelta para mirarle a los ojos, demasiado tarde para arrepentirme. El bulldog tenía los ojos rojos y muy dilatados, como cuando llevas un subidón encima que no puedes ni con tu vida y, aun así, Hell se mantenía en pie. 
            ― Sí. ― Mentí, echándole un rápido vistazo a la puerta.
            «Joder, Dan, ven ya.»
            ― Quedan unos minutos, Max. Sin Walker no hay apuesta, creo que lo sabes. ― El pelirrojo se encogió de hombros y clavó la vista en Owen, que levantaba un fajo de billetes por las apuestas.
            ― Vendrá. ― Le corté. ― De hecho, él es tu apuesta.
            Hell giró tan rápido el cuello para mirarme fijamente que podría habérselo roto por el movimiento brusco.
            ― ¿Walker?
            Asentí.
            No sabría decir en qué momento estuve segura de lo que decía, pero ya había puesto las cartas sobre la mesa y parecía una tontería retirarse ahora.
            ― ¿Por qué?
            Sonreí de lado y me encogí de hombros.
            ― Aquí la del don soy yo. O lo tomas o lo dejas.
            El brillo en los ojos de Hell me dio tan mala espina como el rugir de Owen anunciando que pronto se cerrarían las apuestas.
            Si decía que no, perdería la única oportunidad que tenía de localizar a Brox.
            Soltó un gruñido y asintió, dejándome soltar todo aire que había acumulado en los pulmones.
            ― Si no viene, me aseguraré de borrarte esa sonrisa de gilipollas que tienes ahora mismo en la cara. ― Me amenazó.
            Sonreí falsamente y me encogí de hombros, sin dejar que me afectase.
            «Dan, más te vale venir y ganar. Mi culo depende de ello.»
            ― No esperaba menos de ti. ― Anuncié, y me largué de allí con una falsa postura de dignidad.

 

            Dan llegó justo a tiempo, con el ojo morado y viejas heridas abiertas por los brazos y la cara. Parecía que se había dado de hostias contra una pared de cemento, porque tenía los nudillos hechos una puta mierda.
            ― Dan… ― Mustié, medio aliviada medio preocupada por que estuviera allí y en esas condiciones. ― ¿Qué te ha pasado?
            O seguía cabreado conmigo o de tanta hostia había perdido la capacidad de hablar, porque pasó por mi lado sin siquiera dirigirme una palabra.
            ― ¡Dan!
            El moreno ignoró mi grito y siguió caminando hacia Owen, quien al verlo suspiró aliviado.
            ― Menos mal, chico. Ya pensaba que tenía que devolver el dinero de tus apuestas. ― Confesó Owen, mirando las apuestas que había a su favor y el dinero que hubiera perdido si Dan no hubiera venido.
            ― No quería decepcionar a mis fans. ― Dijo, y aunque pretendía ser una broma, por el tono de su voz parecía un último aliento.
            Estaba afónico y llevaba unos morados muy feos en la garganta.
            ― ¿Estás seguro de que puedes correr? Llevas unas pintas horribles. Parece que te han dado la paliza de tu vida. ― Comentó el peliverde, más preocupado ahora por la salud del moreno que por su dinero.
            ― Estoy bien. ― Le cortó, abrochándose la cazadora con un movimiento rápido en el que decía que estaba listo.
            Dan le echó una última sonrisa divertida a Owen y comenzó a subir las escaleras directamente hacia el circuito.
            Le seguí, haciéndome paso entre el gentío a codazos. A la mierda la promesa de no salir de las caballerizas hasta que se hubieran pirado todos.
            ― Si sigues siguiéndome voy a empezar a pensar que quieres o matarme o follar conmigo. ― Comentó Dan en cuanto llegó a su moto, sin siquiera girar la cabeza para hablarme a la cara.
            ― A lo mejor sí.
            Dan giró un poco la cabeza, lo suficiente para mirarme por el rabillo del ojo, y levantó una ceja.
            No sabía que La Pista estaba tan oscura, ni siquiera se veía nada a dos metros de distancia. ¿Por qué tenían que hacer estas cosas a las tantas de la noche? ¿Por qué no por la mañana cuando el sol brilla y los pajaritos cantan? Así da hasta mal rollo, hostia.
            ― ¿Qué quieres?
            ― ¿Qué te ha pasado? ¿Dónde estabas? Estaban todos preocupados por ti. ― Pregunté, intentando acercarme para verlo con más precisión entre la oscuridad. Menos mal que las motos llevan los faros delante, sino las carreras se convertirían en batallas de sangre.
            ― ¿Tú también?
            Fruncí el ceño y me crucé de brazos. ¿Este de qué iba?
            ― Pues claro que sí. ― Dije en un golpe firme de cabeza.
            Dan se volvió un momento a mirarme y luego se agachó junto al motor de su moto y comenzó a limpiarlo.
            Había estado las últimas semanas mejorándose la moto en el taller de Leroy, y aunque el mismísimo Leroy me había prohibido acercarme a la moto, no había podido contenerme las ganas de fisgonear, incluso cuando no miraban me había acercado a repasar el trabajo que los chicos del taller habían hecho. La verdad es que habían hecho un trabajo de puta madre con la moto de Dan.
            ― He estado por ahí. ― Dijo sin más, encogiéndose de hombros.
            ― ¿Por ahí peleándote contra la pared?
            ― Por ahí sin más.
            Vale. Si Dan no quería decirme qué había estado haciendo allá él, no iba a pedirle más explicaciones.
            ― Está bien… ― Hice una pausa, mirando todas y cada una de las heridas nuevas y viejas. ― He apostado por ti. ― Anuncié como despedida. ― Buena suerte, Dan.

 

 
            Algo iba mal.
            Lo supe desde que vislumbré las luces de los corredores desde el otro lado del túnel. No sabía que pasaba, solo sabía que pasaba algo. Lo supe en cuanto las motos se pararon en seco a la entrada del túnel y los murmullos de la gente empezaron a embotonarme los oídos.
            «Un accidente.» Era lo que todo el mundo pensaba y la palabra que venía a mis oídos una y otra vez.
            Una silueta se dejó ver entre el túnel, alguien andando que se acercaba.
            ― ¿Dan?
            No sabría decir cuál de los dos hermanos lo dijo, si Brandon o Ian. Era algo que me pasaba a menudo cuando iba borracha, y aunque aquella noche no tomé ni una sola gota de alcohol, me sentía igual de mareada.
            Comencé a andar casi inconscientemente hacia la boca del túnel, y en algún punto del trayecto comencé a correr.
            Tenía miedo, y una sensación extraña me oprimía el pecho como si me hubiera quedado sin aire en los pulmones. Por primera vez me sentía completamente encerrada estando al aire libre, como si se hubieran cerrado a mi alrededor todas las puertas y no tuviera más salida que seguir caminando hacia delante en dirección a un agujero negro.
            ― ¡Max! ― Me llamó Dan, levantando una mano para que no continuase avanzando. ― Max, no…
            Le escuché, de eso estaba segura, lo vi decirme con la mirada que no continuase andado, de verdad que sí, pero parecía que no era consciente de todas esas señales más que un segundo. Luego todo se borraba y yo continuaba andando, ajena a todo lo demás.
            Alguien me cogió del brazo a medio camino de cruzar el túnel. Veía a Lennon en su moto, con la mandíbula tensa y los brazos cruzados en el pecho. Miraba al suelo fijamente, incapaz de hacer otra cosa.
            ― Max, no… ― Era Dan, a mi lado, cogiéndome del brazo para que parara. Demasiado tarde.
            Solo la vi un segundo, no pude aguantar más que eso mirándola, pero todavía tengo la imagen en la cabeza.
            Parece una tontería, pero al verla solo pude pensar en cómo se llamaría. En si tendría un nombre igual de bonito que su pelo rubio o uno de esos nombres clásicos que se trasmiten de generación en generación.
            No me pregunté si habría sufrido porque parecía obvio, tampoco me pregunté si dejaría a alguien llorando su ausencia o si sintió miedo. Todo aquello parecía estar escrito sus ojos: en la forma en la que caían para abajo como si estuviera triste, en las comisuras de sus labios finos con la boca abierta. En la cuerda en el cuello y las múltiples heridas en el vientre y los brazos.
            ― Oh, dios…
            «Oh, dios» Fue lo único que dije antes de que Dan me encerrara en sus brazos y me dejara descansar la cabeza en el hueco que se formaba entre su cuello y el hombro.

            Descansar era lo único que quería en ese momento, y aquel lugar parecía ser el más seguro que encontraría.

            ― No mires, Max… ― Me susurró Dan, comenzando a acariciarme el pelo. ― No deberías haberlo visto…
            «Oh, dios...»
            Lennon pareció reaccionar en aquel momento, como si algo se hubiera encendido en él y todo hubiera vuelto a ponerse en marcha. Para mí, sin embargo, parecía que el mundo se había reducido a aquel espacio; a Lennon, Walker y el nuevo cadáver que me impediría dormir aquella noche.
            ― Es intencionado. ― Anunció Lennon. ― La han puesto aquí para que la veamos, para que se interrumpa la carrera. 
            ― ¿Por qué? ― Preguntó Dan, más serio de lo que nunca lo había visto. ― No puede ser para llamar la atención, quienes sean que están haciendo esto ya están en boca de todos.
            Lennon asintió y volvió a quedarse mirando al suelo, como si ese mecanismo que se había accionado hubiera vuelto a quedarse sin cuerda.
            ― ¿Quién es? ― Pregunté, y tanto Dan como Lennon se me quedaron mirando fijamente, sin saber qué decir.
            Fue Lennon quién habló primero.
            ― Es una de las chicas del Muelle de Manhattan. ― Confesó. ― Creo que trabajaba para Michael.
            «El Muelle de Manhattan» era el punto de encuentro del contrabando de drogas más famoso de Nueva York. Se llamaba el Muelle de Manhattan para despistar a la pasma, ya que no estaba en el puerto y mucho menos en Manhattan. No era más que un almacén viejo que no hacía más que traer problemas a la ciudad. Su dueño, uno de los mejores contrabandistas del estado.
            ― Así que se trata de eso. ― Murmuré. ― Drogas.
            Dan soltó un gemido por lo bajo, como si le preocupara que yo estuviera delante en aquel momento, absorbiendo toda la información de la que tanto se había molestado en alejarme.
            ― No. ― Me cortó Lennon. ― Michael no es uno de los camellos del Muelle. No trafica con droga…
            ― Lennon, basta. ― Gruñó Dan.
            ― ¿Armas? ― Pregunté yo.
            ― Chicas.
            Dan me apretó contra así, como si él también hubiera sentido la patada en la boca del estómago y el aire empezara a faltarle en los pulmones.
            ― Emma era una de esas chicas, ¿verdad? ― Pregunté mirando al suelo.
            No estaba segura de que lo hubieran escuchado, mi voz había sonado como un suspiro, casi inentendible, y tanto Lennon como Dan me esquivaban la mirada.
            ― ¿Verdad? ― Repetí, haciéndome escuchar. ― ¡Contestadme, joder!
            Dan levantó la cabeza del suelo y me miró, tenía los ojos de un azul muy oscuro, casi negros.
            ― Sí…
            Asentí, desviando un momento la mirada al cadáver.
            La habían ahorcado, pero lo más probable es que hubiera muerto antes de eso. Tenía los brazos desnudos para que se viera que estaban cubiertos de quemaduras y cortes, y la camiseta hecha jirones y llena de sangre, causado por múltiples apuñalamientos.
            Me tragué una arcada y volví a mirar al suelo, apretando los ojos muy fuerte para borrar la imagen de mi cabeza, lamentablemente, en vano.
            ― ¿Por eso vino a hablar contigo? ― Pregunté mirando a Lennon. ― ¿Porque quería dejar de ser la mercancía de Michael?
            Lennon asintió lentamente.
            ― Pero yo no podía hacer nada. ― Dijo al cabo de un rato. ― No tengo relación alguna con Michael y su negocio. No quiero tener nada que ver con el mercado de chicas.
            Asentí, y de pronto sentí el barullo de la gente que se acercaba y la sirena de la policía y la ambulancia de fondo. Demasiado tarde; no tienen nada que hacer aquí.
            ― ¿Y la hermana de Hell?
            ― La hermana de Hell no tenía nada que ver con El Muelle. ― Confesó. ― No sé por qué la mataron a ella. Se sale fuera del patrón de las chicas de Michael.
            ― ¿Y Michael…?
            ― Max, déjalo ya. ― Me interrumpió Dan, intimidante.
            Lo ignoré por completo y clavé la vista en el japonés, esperando una respuesta por su parte.
            ― ¿Michael está relacionado con la mafia? ― Pregunté, atragantándome al pronunciar la última palabra.
            ― No. Él no sabe nada, está igual de perdido que todo el mundo; no se sabe de dónde viene esta mano de venganza.
            ― No es una venganza. ― Comentó Dan. ― Es un cobro, una deuda pendiente. Tiene que serlo…
 
 
 
© 2015 Yanira Pérez.
Esta historia tiene todos los derechos reservados.


      

                   

viernes, 20 de noviembre de 2015

15. #CLCPLR

15.

            Después de la movida que se montó con la redada supuse que la cosa estaría tranquila durante un tiempo. Cómo me equivoqué.
            Parecía que la gente tenía prisa en compensar el fracaso de la fiesta pasada, y a cada momento, aprovechaban la mínima excusa para montar una buena, ya fuera en The Moonlight o simplemente en la calle.
            Por eso mismo estaba Calipso en The Moonlight sudando y con una cara de perro que le hacía parecer un chihuahua histérico, al parecer que Vicky la convenciera para que trabajase aquella semana en el local “para pagarme lo debido y ganar un poco de pasta” no había sido tan buena idea como pensaba la peliazul.
            ― ¿Por qué la gente no deja de beber y dedica su vida a hacer algo productivo? ¡Sois todos unos pichasflojas! ― Gritaba cada dos por tres, y la verdad es que nadie sabía decir qué significaba exactamente eso, ni siquiera Calipso.
            ― Ya te dije que para trabajar aquí se tiene que tener, y tú no lo tienes. ― Le recordé, encogiéndome de hombros.
            ― ¿Tener el qué? ― Preguntó Ian, con los ojos muy abiertos y brillantes, como un niño pequeño.
            Ian aquella semana se estaba excediendo, de hecho, llevaba tres días sin dormir en casa, pero nadie decía nada, todo el mundo suponía que este finde la movida acabaría e Ian volvería a su rutina de siempre.
            Me encogí de hombros.
            ― Un don, no sé… Algo.
            ― ¿Y tú lo tienes? ― Me preguntó Dan con sorna.
            ― Obviamente no, por eso se largó de aquí cuando tuvo la oportunidad. ― Dijo una Vicky fingiéndose dolida. ― Me abandonó.
            Le sonreí.
            ― Si no recuerdo mal, eras tú la que insistía en que lo dejase. ― Me encogí de hombros. A lo que la rubia respondió con un “touché” muy francés.
            Me gustaban las noches así, todos juntos pasando el rato, dejando que fluya y sin que nada influya. Teniendo la certeza de que la vida no se acababa y el pinchazo de que el cigarro, en cambio, sí; pero que con una cerveza y un poco de música como si éste era el último trago que daba. Que ya, en realidad, poco importaba.
            Y es que en verdad estaba de puta madre, como hacía tiempo que no estaba. Éramos como una familia, una familia rara de cojones, pero oye, qué se le va a hacer, ¿no? Si a mí me gusta así, como me gustan las uñas negras y el alcohol a palo.
            ― Va chicos, pillad lo que queráis que a esta invito yo. ― Dijo Dan, como si él también hubiera tenido esa sensación de que todo estaba en su sitio por primera vez desde hacía mucho tiempo.
            Tal vez ahora estábamos haciendo las cosas bien y el mundo nos lo estaba agradeciendo, o tal vez solo era el alcohol en el cuerpo y el olor amargo del tabaco, que combinaban de puta madre y me hacían pensar en que todo estaba bien, y de que tal vez lo vivido merecía la pena por pasar este rato de vez en cuando.
            ― ¡Chicos, matadme! ― Se volvió a quejar Calipso, en cuanto Lennon vino a celebrar que simplemente tenía ganas de celebrar algo, como todo el puñetero barrio. ― Yo no voy a ir a tomarles nota a esos, Vi.
            Vicky miró a Lennon y después a Calipso, que casi le suplicaba con la mirada que fuera ella a apuntarles unas cervezas.
            Observé la mesa del asiático y al encontrar a Hell en ella, pillé algo para apuntar la comanda y fui directa hacia allá sin siquiera molestarme en avisar a nadie.
            ― Max. ― Saludó Lennon sonriendo de lado desde su mesa. ― ¿No era que ya no trabajabas aquí?
            Me encogí de hombros.
            ― Digamos que esta semana le estoy haciendo un favor a Vicky. ― Mentí y miré de reojo a Hell, que ni siquiera se había percatado de que estaba por ahí.
            ― Guay. ― Acertó a decir el moreno, mirando también de reojo a Hell, tal vez preguntándose por qué lo miraba tanto. ― Por cierto, he oído que la redada te pilló de lleno.
            Volví a mirar a Lennon y me encogí de hombros, apretando los labios. Mierda Max, disimula más, Lennon no es gilipollas.
            ― Sí, bueno… Le pillo de lleno a todo el que estaba dentro. ― Bajé la mirada al suelo y me llevé inconscientemente la mano al costado. ― Una putada.
            Lennon asintió y echó el cuerpo hacia delante sobre la mesa, amenazante. Max, cambia de tema, rápido.
            ― Este sábado es tu primera carrera en el circuito de La pista, ¿no? ― Pregunté, jugueteando con la libreta que llevaba en la mano y olvidándome por completo de que había ido a “anotar” unas cervezas.
            ― Eso parece. ― Sonrió de medio lado. ― ¿Vas a estar por allí? ¿En las caballerizas y eso?
            ― Eso parece. ― Le imité, a lo que soltó una carcajada que llamó la atención del bulldog pelirrojo.
            Lo miré fijamente.
            «Venga Hell, suelta alguna gilipollez.» Pero al parecer la suerte no estaba conmigo aquella noche, porque me miró de reojo y continuó concentrado en una tía que tenía encima. Puta testosterona.
            Lennon se levantó de pronto, obligándome a mirarlo.
            ― ¿Pasa algo, Bianco? ― Preguntó.
            «Bianco…» ¿Por qué siempre sentía un escalofrío cada vez que lo escuchaba?  Me hacía pensar que era así como llamaban a mi padre, y que con aquella idea en mente, me parecía mucho a él. Odiaba parecerme a él, aunque solo fuera un presentimiento.
            ― No, nada. ― Dije rápidamente. ― Un par de cervezas, ¿no? ― Anoté el pedido y me largué de allí antes de que Lennon me pillara por banda.


            Decir que sentí durante toda la puta noche la mirada de Lennon sobre mí era poco. Parecía un puto halcón observando cada uno de mis movimientos, como un buitre que persigue a un animal moribundo para devorarlo de un bocado en cuanto caiga al suelo, finalmente, muerto.
            ― ¡Reed, amigo! ― Gritó un muy borracho Dan. ― ¿En qué agujero te habías metido?
            ― En el de las piernas de la rubia aquella.
            Gruñí. Qué asco. ¿Por qué tenía que ser tan así?
            ― Qué asco. ― Dijo Calipso por mí, y supongo que por todas las tías del bar que había escuchado a mi amigo.
            Reed sonrió y levantó las manos en son de paz.
            ― Va, tía, ponme una copa. ― Le dijo a Calipso que empezaba a no dar abasto en el bar.
            Es lo que tenían las “horas punta”, que la gente que entraba nueva venía pidiendo una copa como saludo y que los que llevaban un rato en el local parecía que no habían bebido nada desde hacía días y andaban sedientos gritando por un chupito más.
            ― Trae, que te la pongo yo. ― Le dije, guardándome de paso el billete en el escote. ― Tengo que hablar contigo, Reed.
            Creo que de fondo sonó Ian cantando un “Oooh, eso es que te va a dejar” o algo así. No lo entendí bien.
            ― Si vas a decirme que te quieres subir a una habitación conmigo, mejor te esperas a que me tome la copa esa que decías que me ibas a poner. ― Gruñó, y se encendió de paso un cigarro.
             ― No voy a follar contigo.
            E Ian:
            ― ¡Ves! ¡Te lo dije! Primero empiezan no queriendo follar y luego te dicen que se si no eres tú que si soy yo…
            ― ¡Ian, vete a tomar por culo! ― Gruñí, agarré a Reed del brazo y lo alejé de allí.
            ― ¡Polvo de reconciliación! ― Gritó feliz Ian.
            De verdad, puto alcohol de los cojones que vuelve más gilipollas a la gente. ¡Con lo jodidamente bueno que está el alcohol y lo poco que me gustan los gilipollas! ¿Por qué tiene que ser la vida tan contradictoria?
            ― No van a follar, Ian. ― Mustió Dan, al parecer, de morros.
            ― Eso lo dices porque te encantaría estar en el lugar de Reed.
            Y tal vez siguieron discutiendo sobre el tema, pero no alcancé a escuchar más en cuanto me metí en la sala de póker. El olor a puro me golpeó la nariz con fuerza, como un puñetazo, y casi me pongo a toser como una loca a mitad de mi discurso.
            ― Tia, follar aquí tiene que ser una mierda, mejor nos subimos arriba, anda.
            ― ¡Qué no voy a follar contigo, hostia! ― Grité, rodando los ojos por enésima vez.
            Reed sonrió y me miró el escote.
            ― Pues si no vamos a follar y tampoco vas a ponerme esa copa… Al menos podrías dejarme meter la mano ahí dentro para recuperar mi dinero.  ― Dijo divertido.
            ― ¿Vas fumado o qué? Mira que te meto una hostia para espabilarte. ― Amenacé.
            Rió.
            ― Vale, vale. ― Levantó las manos y sonrió de lado. ― ¿Qué quieres, guiri?
            ― Quiero que me acompañes a hablar con Hell. ― Solté de carrerilla.
            ― ¿Qué? ¿Con Hell? ― Asentí. ― ¿Y han sido mis últimos encontronazos con él los que te han dado a entender que somos amigos del alma, cierto? ― Preguntó con sarcasmo.
            ― No gilipollas, solo quiero que me acompañes para que Lennon no sospeche nada. Anda por ahí vigilándome como si fuera un puto psicópata.
            ― ¿Vigilándote por qué? ― Preguntó frunciendo el ceño. ― ¿Qué cojones quieres de Hell, Max?
            Miré a Reed y después al suelo. Como me soltase el mismo rollo que me habían soltado Dan y Lennon no respondería de mis actos.
            ― A Dan se le escapó el otro día que Lennon conoce a alguien que sabe algo sobre el tipo que anda por ahí con complejo de Hannibal Lecter.
            ― ¿Y?
            ― Quiero hablar con él.
            Reed me miró fijamente, como si entendiera por qué quería hablar con él, y, por un momento creí que estaría dispuesto a ayudarme.
            ― No. No es una buena idea.
            ― Ni siquiera es seguro que el tipo ese tenga información auténtica. ― Comenté. ― A lo mejor solo es un gilipollas que quiere dárselas de enterado.
            ― Mejor me lo pones, no hay razón para arriesgarse tontamente para que luego el mamón solo quiera darse a conocer.
            ― Vale, pues no me ayudes a buscarle. Sólo ayúdame a que Hell me desmienta que el gilipollas de turno no sabe nada. Entonces cerraré la boca y no volveré a meterme en el tema, ¿vale? ― Le supliqué. ― Sabes que necesito hacerlo, Reed…
            Reed me miró fijamente durante unos segundos eternos, y por su cara de póker estaba segura de que acabaría dándome una hostia para quitarme la tontería de encima.
            ― Por favor…
            Reed gruñó y soltó un suspiro.
            ― Joder… ― Resopló. ― Está bien. ― Sonreí, a lo que él se cruzó de brazos. ― ¿Y por qué no se lo preguntas a Lennon directamente?
            ― Ya lo he hecho, no quiere soltar prenda. ― Me encogí de hombros. ― Pero Hell es más gilipollas, siempre anda fardando de todo, no me costará nada sacarle lo que quiero.
            ― Manda huevos con la italiana… ― Dijo divertido. ― Bien, bien. ¿Y cómo lo hacemos?
            ― Ni puta idea.


            ― Así que la mafiosa quiere hablar conmigo. ― Se mofó Hell, llevándose el botellín de cerveza a la boca. ― ¿Y qué quieres, si puede saberse?
            Respiré hondo y me prometí no soltar ningún improperio y controlarme las ganas de partirle la cara al gilipollas pelirrojo que tenía delante.
            «Dios dame paciencia, porque con las ganas de darle una hostia te estás pasando.»
            ― He oído por ahí que sabes algo sobre el tipo que mató a tu hermana. ― Confesé, encogiéndome de hombros. ― Bueno, más bien que conoces a alguien que sabe más de la cuenta.
            ― Puede ser. ― Dijo Hell, a lo que Reed soltó un gruñido.
            ― Dicen también que la redada fue una trampa y que pretendíais reuniros con el tipo en la casa, pero que ninguno asistió.
            ― Sí asistimos, pero nos largamos antes de que se diera cuenta alguien… ― Confesó Hell, sonriendo de aquella manera que tenía de sonreír enseñando los colmillos.
            ― ¿Lograsteis ver al tipo?
            Se encogió de hombros.
            ― No pienso soltar prenda, muñeca. ― Dijo son sorna. ― Si quieres algo, paga el precio.
            Gruñí.
            Parecía que estábamos jugando al juego de: «―¿Qué quieres?
            ― ¿Qué sabes?
            ― ¿Qué tienes?»
            Un puñetero bucle sin salida.
            ― ¿Qué precio? ― Ladré, y de tanto que apretaba los puños me estaba haciendo daño.
            Hell sonrió de lado y dio un paso al frente. Si no retrocedí fue por orgullo, porque del asco que me dio hubiera salido corriendo.
            ― ¿Qué te parece si tú y yo nos subimos arriba a negociar? ― Ronroneó, y me entraron ganas de patearle la entrepierna.
            Reed a mi lado dio un paso al frente y gruñó, dando a entender que como se acercase un paso más a mí se llevaba la paliza de su vida.
            ― No. ― Corté. ― Pide otra cosa.
            El pelirrojo soltó una carcajada y, por primera vez, sin el coro de hienas a su alrededor, su carcajada sonó realmente fuerte y temible.
            ― Bien, bien. Tú te lo pierdes. ― Rodé los ojos. ― Este sábado es el regreso a las pistas de Lennon, y tengo pensado apostar mucho dinero.
            Ya sabía por dónde iban los tiros.
            ― ¿Y quieres que apueste por ti?
            ― Dicen que tienes un don para las apuestas en La pista. ― Se mofó Hell.
            Asentí, eso sí estaba dispuesta a hacerlo.
            ― ¿Y cómo sé que cumplirás tu palabra?
            Hell miró a Reed de reojo y se cruzó de brazos, por primera vez serio en toda la conversación.

            ― Todo el mundo lo llama “Brox”.


© 2015 Yanira Pérez. 
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