lunes, 26 de enero de 2015

5. #CLCPLR

5.

Después de soltarle el discurso a Dan desaparecí entre la multitud. De repente mucho más nerviosa e histérica, como cuando alguien comete un asesinato. «Mucho mejor que te tiemble la mano después de matar que mientras sostienes el arma.» O algo así leí una vez. Algo de razón tendría el autor.
Respiré profundamente. Todo había salido bien. No tenía por qué preocuparme.
Me había costado lo mío estropear la moto de Dan y así poder asegurar mi recompensa en las apuestas. Aunque había que reconocer que él tampoco me había puesto las cosas fáciles, ya que pese a haberle averiado la moto había estado a punto de ganar. Tal vez tuviera razón en eso de que lo que cuenta es el corredor.
Quién sabe.
Cuando terminó todo el follón y la gente se fue dispersando encontré a los chicos con unas cervezas en la mano.
— ¡Ey, Max! ¿Te vienes al local? — Me preguntó Reed, aunque la verdad es que no sabía cómo tenían ganas de fiesta después de haber perdido la pasta con las apuestas.
Negué con la cabeza.
— Paso. Necesito descansar. — Anuncié con una sonrisa tímida.
— ¿Quieres que te llevemos? — Preguntó Brandon, quién al parecer si había notado mi nerviosismo.
Le sonreí para tranquilizarle antes de volver a negar.
— Voy andando, así me da el aire un poco.
Brandon me miró fijamente y luego soltó un suspiro, cómo si se hubiera dado cuenta de que no iba a poder hacerme cambiar de opinión. Había veces en las que estaba segura de que Brandon me conocía mejor que yo misma, o eso, o que lee mentes, aunque me decanto más por la primera.
— Ten cuidado. — Se despidió, dándome un beso en la mejilla antes de sonrojarse levemente.
Enseguida me arrepentí de haber rechazado la oferta de Brandon, si es que quién me manda a mí a abrir la boca, no puedo estar calladita y dedicarme a asentir, no, yo hablo y la cago.
Si es que joder, menudo frío hacía.
Me abracé a la cazadora con fuerza y continué andando. Tal vez si no pensaba en el frío no lo notaría, ¿no? A lo mejor era algo así como una invención del cerebro, algo que en realidad no es real.
La calle estaba en completo silencio y las luces de las farolas le daban un aire tétrico al lugar. ¿Y luego se extrañaban que se cometiesen homicidios en los barrios bajos? ¡Pero si solo faltaba que alguien gritara: Homicidios aquí, hoy con un 45% menos de probabilidades de que te pillen!
Paré en cuanto divisé aquel edificio frente a mí. Yo no es que fuera mucho a la iglesia ni nada de eso, pero me daba algo así como mucho respeto.
Cuando era pequeña vivíamos cerca de una vieja ermita. Era un edificio pequeño, pero la gente iba mucho a rezar allí. Me estremecí al recordar mi casa.
No, Max, esa ya no es tu casa. Te fuiste de allí, ¿recuerdas?
Me paré frente a la iglesia cuando la tuve delante, mirando la gran puerta de madera que nos separaba, y me encendí un cigarro.
Nunca he sido una chica religiosa, ni siquiera estoy segura de si creo en Dios o no. A veces creo que no son más que chorradas, una excusa para culpar a lo imaginario de tus malas decisiones o un consuelo para los desamparados, pero otras veces siento que sí, que hay algo más allá de la racional, que siempre habrá alguien que nos proteja y nos cuide, y que la vida no se consume como un cigarrillo.
Algo así como un ángel de la guarda, supongo. O pude que un ser querido que ya no esté y te vigile desde arriba. No sé, paranoias mías.
Cerré los ojos con fuerza al recodar aquel día, evitando que las lágrimas cayeran y apagaran el cigarrillo. No había vuelto a llorar por eso desde hacía mucho tiempo, y no les daría el lujo de que volviera a ocurrir.
Era la primera vez que entraba en aquella ermita, siempre me la había imaginado como en las películas, grandes paredes y ventanales llenos de vidrieras de colores formando un arcoíris en el suelo. Y sin embargo, la primera impresión que me dio su interior, fue la de la casa de las pesadillas.
El cielo fuera estaba completamente taponado de nubes grises, y parecía que en cualquier momento iba a ponerse a llover. La tenue y blanquecina luz que se filtraba por las vidrieras formaba sobras deformes e inexistentes, como fantasmas.
El pasillo central parecía un sendero abandonado en medio del bosque, como esos que salen en las películas de terror. El final tanto en la vida real como en las películas era el mismo: nada bueno.
Y luego estaban las rosas y las velas, rosas rojas y blancas que no hacían sino que corroborar aquel escenario terrorífico. Aunque claro, los funerales son lo que tienen, que por más bonito que intentes decorar la estancia va a seguir pareciendo eso, un funeral.
Supongo que por eso no me gustan las iglesias, o la religión en general. Dios no debería permitir ese tipo de situaciones, no debería permitir que la gente a la que quieres se vaya de tu vida para siempre.
Me sequé los ojos con fuerza y forcé una mueca ante el edificio. Ya hacía mucho tiempo, se suponía que estas cosas dejaban de doler con el paso del tiempo, ¿no?
Suspiré y continué caminando. ¿Os había dicho que hacía un frío de cojones? Pues eso, para que lo recordéis.
Al cabo de un buen rato caminando la moto de Dan se paró frente a mí, impidiéndome avanzar.
— Sube. — Anunció, tendiéndome un casco.
Lo miré con una ceja alzada, pero no rechacé la oferta, esta vez no iba a rechazarla. Me olvidé de la discusión, ¿se le podía llamar así?, de antes y de lo nerviosa que me ponía su mirada y me subí a la moto.
Prácticamente, para que os hagáis una idea, subirte a la moto de Dan Walker es como cavar tu propia tumba.
Iba tan condenadamente rápido que estaba segura de que había perdido la cabeza en algún puto del trayecto. Tal vez nos habíamos estrellado nada más empezar, ¿o había sido a la mitad del trayecto?
Cerré los ojos con fuerza y me agarré a la moto en cuanto empecé a escuchar aquel traqueteo. Mierda, es tú corazón gilipollas, ¡tranquilízate, Max!
Y entonces, cuando íbamos a doscientos diez por hora, abrí los ojos y lo vi. Lo vi ahí, encorvado sobre la moto, con la vista fija en la carretera y el pelo hacia atrás por la fuerza del viento. En ese momento no existía nadie más allí, solo Dan y su moto, juntos contra la velocidad, contra el tiempo.
Podía apreciar desde la parte de atrás de la moto cómo disfrutaba del viento contra su cuerpo, de la adrenalina y el peligro de ir a más de lo permitido, de saltarse las normas e ir a contracorriente, haciéndole frente a todo lo físico y racional.
Yo sin embargo, hacía todo lo contrario, me dejaba arrastrar con la marea océano adentro, y solo cuando estaba ahogada hasta el cuello me daba cuenta de que debía haber hecho algo para evitarlo. Sin embargo, no pude evitar contagiarme de esa sensación de querer ir en mi propia dirección.
Podía notar como todo aquello formaba parte de su vida. No solo el ir a toda pastilla por las calles, sino correr para alcanzar la vida. Intentar correr más que ella para poder adelantarla, para ser quién controla el trayecto y no dejar que las circunstancias decidan por ti. Como si su vida fuera una carrera contigua, sin final.
Sonreí.
Parecía que iba a conseguirlo, de verdad que sí. Casi podía estirar la mano y poder rozar ese objetivo con la punta de los dedos, pero de pronto, todo se rompió. La moto paró y reconocí mi casa a un lado de la calle.
Ni siquiera me pregunté cómo sabía dónde vivía si no se lo había dicho, estaba como demasiado ida. Demasiadas emociones en un mismo día.
— Gracias. — Mustié, todavía obsoleta en esa triste realidad. — Hasta mañana, supongo.
Dan bajó de la moto y me detuvo justo cuando estaba a punto de entrar en mi casa.
— No te he traído por hacer una obra de caridad. — Dijo, parándose frente a mí. Era más alto que yo, aunque no tanto como Reed, quién me superaba por un par de cabezas.
Levanté una ceja y lo miré escéptica.
— ¿Y qué quieres? ¿Un polvo de agradecimiento?
Dan abrió los ojos ante mi respuesta. Bufé divertida, ni que yo tuviera ganas de acostarme con alguien como Dan, no lo tocaría ni con un palo.
— Era coña, ¿qué cojones quieres?
— Negociar. — Anunció encogiéndose de hombros. — Algo así como una especie de tregua.
— ¿Una tregua?
— Sí. — Asintió. — Mira, Max. Tú no te fías de mí, yo no me fío de ti. ¡Y, oye, que de puta madre! Pero las carreras es algo a lo que no te tienes que acercar.
Fruncí el ceño y me crucé de brazos. ¿De verdad me estaba hablando enserio? Porque como siga pienso partirle la cara a sopapos.
— ¿Me estás amenazando, Dan? — Pregunté apretando los dientes. — Porque si esa es tu idea de una “tregua” voy a tener que partirte la cara con un diccionario.
— No sé a qué te refieres… A mí la tregua me parece de puta madre. — Anunció con soberbia, encogiéndose de hombros.
No le pegues, Max, no le pegues… ¡Joder! ¡Si es que con esa sonrisa arrogante lo está pidiendo a gritos!
Dan sonrió divertido y soltó una carcajada, ¿qué mierda le hacía tanta gracia?
— No te estoy amenazando, Max, simplemente te estoy advirtiendo…
Vale, Max, te doy permiso para matarlo y enterrar su cadáver en el río. Adelante, es todo tuyo.
— Mira, gilipollas. — Di un paso al frente. — Tú no eres quién para prohibirme que no me acerque a las carreras. Si tu media neurona puede procesarlo, dile que asuma que yo hago y haré lo que me salga del coño, ¿estamos? — Gruñí contra su cara, muy muy cerca de su boca.
¡Hasta aquí, Max! ¡Espacio personal!
Dan se encogió de hombros y asintió. Como si de verdad le importara una mierda mi opinión.
— Lo suponía. — Confesó, sonriendo de lado. — Entonces trabajemos juntos.
Fruncí el ceño. ¿Se le había ido la puta cabeza o qué? ¿Después de amenazarme le daba por suponer que querría trabajar con él? Menudo gilipollas.
— ¿De verdad crees que voy a aceptar después de esto?
— Sólo piénsalo, ¿vale?
— Que te follen.
Dan me cogió del brazo y me obligó a mirarlo fijamente.
— No, tía. Venga, ¡sabes que es un plan de puta madre! — Me sonrió de lado. — Tú le haces eso que has hecho esta noche y yo gano las carreras. ¡Es una apuesta segura!
— Olvídame, anda.
— ¿Por qué no?
— Me la he jugado esta noche, ¿vale? Si Owen o Leroy me hubieran pillado ya podría haberme olvidado para siempre de las motos. Y no te quiero ni contar lo que me costó que Leroy me dejara trabajar en las carreras.
— No te pillarán. — Se encogió de hombros como si fuera obvio. — Piénsalo.
— Vete a la mierda, Dan.
Me separé de él y me dispuse a entrar en mi casa.
— ¡Max! — Me llamó. ¿Y ahora qué mierda quería? ¿Se había propuesto quedarse estéril? Porque como siguiera tocándome los cojones iba a conseguirlo.
— ¿¡Qué!?
— ¡Buenas noches! — Gritó desde la moto. Hizo que el motor rugiera y se perdió al doblar la esquina.
Fruncí el ceño y me metí en la casa dando un fuerte portazo. ¡A la mierda los vecinos! ¡A la mierda Dan Walker! ¡A la mierda todo!

© 2015 Yanira Pérez.
Esta historia tiene todos los derechos reservados.

viernes, 23 de enero de 2015

4. #CLCPLR

4.

Durante las dos siguientes semanas me propuse no montar ningún follón más. Para conservar el curro y eso. Hasta que el asunto se enfriase.
Iba todos los días al local, trabajaba hasta las tantas y me largaba a mi casa tranquilamente, dispuesta a echarme la mona durante horas.
Los chicos se pasaban a veces por el local, se tomaban unas cervezas y a lo mejor follaban un poco, quién sabe. El caso es que hacían el trabajo un poco menos pesado.
Lennon y su ONG de gilipollas no había vuelto a aparecer por allí, puede que por no llamar de más la atención, o puede que hubieran encontrado otra cosa mejor que hacer que beber hasta no poder mantener el equilibrio. Bien por ellos.
Yo lo prefería así, vamos. Por eso de si se le cruzaban los cables a uno y la cosa se ponía fea. Aunque para zurrarte a hostias con alguno de los chicos los tienes que tener cuadrados.
El que sí que los tenía cuadrados era el gilipollas de Tex, quién se aceraba de vez en cuando para vigilarme, como si estuviera esperando a que metiera la pata para echarme a patadas. Menudo subnormal.
— Max, este finde lárgate a tu casa y piérdete. No quiero verte la geta por el local, ¿estamos? — Me dijo.
Miré a Tex fijamente. Esa era la forma que tenia de decirme que tenía el finde libre, y la verdad es que no sabía si invitarle a una cerveza por el descanso o darle una hostia por gilipollas. No hice ninguna de las dos.
Supuse que el descanso me lo dio por cortesía de Vicky, a la que le pedí el día libre para trabajar aquel sábado en la pista.
La pista era el circuito de carreras de motos que había en la ciudad. Estaba a las afueras, en la zona media de Nueva York, a un paso del barrio. Las carreras las montaba Owen. Un tipo muy desgarbado y llamativo. Tenía el pelo de un verde césped muy llamativo y siempre llamaba la atención desde su «trono de las apuestas».
Yo iba allí una vez cada dos semanas, trabajaba y me ganaba una pasta, y luego como si nada. Me iba bien y Owen siempre se encargaba de no meterme en líos con la pasma cuando había algún jaleo. No sé cómo se las apañaba, pero nunca lo pillaban. Todo muy guay.
Aquel sábado por la tarde los chicos vinieron a hacerme una visita a casa. No solían hacerlo muy a menudo, pero cuando lo hacían arrasaban con la nevera.
— Ey, tía, te hemos ido a buscar al garito pero no estabas. — Dijo Ian como saludo nada más abrir la puerta. Después lo siguieron Reed y Brandon.
Los miré fijamente. Los tres tenían esa sonrisa estúpida en la cara como cuando un niño pequeño está a punto de hacer alguna de las suyas.
— Vicky me dio el finde libre. — Contesté, aunque supuse que ya lo sabían.
— ¡Para trabajar en la pista! — Dijo Brandon entusiasmado. Siempre se ponían eufóricos cada vez que iba a trabajar allí, por eso de que ganaban mucha pasta con las apuestas.
En la pista me dedicaba a trabajar con las motos. Antes de dejar el instituto llegué a completar un curso de ingeniera mecánica, y cada tarde trabajaba en el mecánico de Sam. Por lo que al comparar las motos siempre sabía quién sería el ganador. Era algo así como una especie de don.
— ¡Esta noche me hago millonario, Max! ¡Millonario! — Gritó Ian.
Miré a Reed frunciendo el ceño, pidiéndole una explicación para tanta felicidad. No es que no me alegrara de que estuviera bien, pero no estaba de más preguntar.
— Cree que entre tus consejos y Dan como corredor va a ganar mucha pasta. — Explicó. — Bueno, ¿qué? ¿Nos vamos?
Asentí con la cabeza casi instintivamente, mientras intentaba sintetizar lo que acababa de decir.
Dan Walker como corredor. Genial...


El circuito era espectacular. Se trataba de dar una vuelta completa a toda la ciudad, pasando por la ladera del río y el túnel. Básicamente era sencillo, el problema era el terreno.
El río era un medio tubo de cemento por el cual cruzaba una pequeña corriente de agua sucia y estancada, no debía de suponer ningún problema si sabías como cruzarlo.
Lo jodido era el túnel.
El túnel era un pequeño callejón entre dos edificios de una pequeña fábrica que quebró hacía mucho tiempo. Las dos paredes de ladrillo rojo que formaban el callejón se iban estrechando conforme avanzabas hasta que solo una moto podía pasar por ahí.
Aquel sábado la pista estaba a tope. La gente se aglomeraba sobre Owen dispuestos a hacer sus apuestas ganadoras. Reed decía que la gente estaba allí para celebrar la vuelta de Dan, por eso de que era la primera carrera que se celebraba desde que había salido del trullo. No me sorprendió que volviera a ser el centro de atención.
— ¡Max, querida! — Gritó Owen, acercándose a nosotros con dificultad. — Dime una cosa, ¿quién es tu preferido?
Sonreí abiertamente. Owen era como una especie de diva divina. Si no fuera porque sabía de primera mano su gusto por las chicas de The Moonlight hubiera jurado que era gay.
— ¡Tú, obviamente!
Owen me sonrió, enseñando una dentadura en la que podía verse un colmillo de oro.
— ¡Lo sé, lo sé! — Asintió, dándome dos besos en las mejillas. — ¡Pero me refería a los corredores! ¡Hoy hay nueva competencia! No sabes la preciosidad que tenemos en las caballerizas.
Las caballerizas era la forma que tenía de llamar al taller bajo la fábrica donde se le daban los últimos detalles a las motos. En otras palabras: el mecánico en el que trabajaba.
— Mi padre os está esperando bajo. — Anunció, cogiendo un fajo de billetes de un hombre bajito y barrigudo que apostaba por Dan.
El padre de Owen era un hombre con entradas y muy grande. Tenía un taller mecánico en la ciudad, a unos quince minutos del barrio. Sin embargo, era un hombre muy chapado a la antigua.
A la segunda semana de trabajar en el stripper, intenté buscar otro curro, algo que se me diese mejor que soportar a borrachos durante toda la noche. Pero por desgracia el taller del padre de Owen era el único que había en la ciudad.
Una tarde me acerqué allí y le pedí un puesto, aunque solo fuera quitar la grasa de las herramientas, pero el hombre se empeñó en que «Las mujeres no deben trabajar en la mecánica.» y « Que es un trabajo de hombres. »
Chorradas.
No me dio el puesto, pero gracias a la recomendación de Owen conseguí el puesto en la pista. Al menos trabajaba una vez cada dos semanas.
— ¡Te veo luego para hacer tus apuestas, preciosa!
Y se perdió entre el gentío.
Cuánta gente había, coño. No lo soporto. De verdad, qué agobio. Ay.
— Ten cuidado, morena. — Dijo una voz rasposa cuando me estampé contra su espalda.
Aquel hombre se me quedó mirando con una sonrisa bobalicona en la cara y estaba segura de que me habría desnudado allí mismo si hubiera podido. Me tragué una arcada.
Tenía el pelo muy corto y de un marrón oscuro a juego con sus pobladas cejas. Parecía que tenía los ojos desiguales, uno más grande que el otro, ambos irritados de la marihuana, y llevaba un tatuaje de una cruz en la frente, como si aquel hubiera sido el único sitio en el que podía tatuárselo. Pero lo que más asco me dio fue su boca cuando me sonrió. Tenía los dientes separados unos de otros, de un marrón oscuro de mascar tabaco, y estaba segura de que si hacía un recuento faltarían la mitad de las muelas.
Me puso una mano en la cintura, aprovechando que no podía retroceder entre tanta multitud. Agarré la navaja del bolsillo con fuerza.
— Suéltame.
— ¿Por qué? Podemos divertirnos… — Susurró contra mi oído, provocándome escalofríos.
Su mano bajó hasta mi culo.
— Max, estás aquí. — Anunció Brandon de golpe, haciendo a un lado a aquel asqueroso hombre y poniéndome un brazo sobre los hombros. — Te estaba buscando, ¿nos vamos, cariño?
Sabía que le estaba dando la oportunidad a aquel hombre de largarse de allí con los pocos dientes que aún conservaba. Aunque se le notaba la rabia en la tensión del brazo que me rodeaba.
El hombre se quedó mirando fijamente a Brandon, pero desistió y se perdió entre la gente.
Brandon se giró para mirarme.
— ¿Estás bien? ¿Te ha hecho algo ese gilipollas?
Asentí a su primera pregunta y le di un beso en la mejilla. No me solté de él hasta que llegamos a las caballerizas.
Una vez dentro, encontré a los chicos alrededor de Dan. ¡Pero es que dios! ¿¡Nadie se daba cuenta de que siempre era el centro de atención?! Pff… Aun así, me acerqué.
— ¡Max, te estaba esperando! — Gritó el padre de Owen antes de que llegara junto a los chicos.
Dan se giró al escuchar mi nombre, por lo que levanté la mano para saludar antes de girarme hacia el hombre con entradas.
— Lo sé, Leroy… — Mustié en un tono de niña obediente. —…pero iba a saludar primero a los chi…
— ¡Ya los saludarás después, mujer! ¡Hay mucho trabajo!
Asentí, aunque me hubiera gustado saludar a los chicos antes de que comenzara aquello, había mucho trabajo en las caballerizas y mejor empezar cuanto antes.
Levanté las manos como quién es inocente y puse mi mejor sonrisa.
— Está bien, lo que tú digas.
Me puse la chaqueta azul oscuro y llena de manchas de grasa sobre la ropa y unos guantes, lista para trabajar.
Esta vez la cosa iba a estar reñida, pero tenía una favorita que estaba segura de que iba a ganar aquella noche. La moto pertenecía a un chico rubio platino con mechas azul oscuro que creo que se llamaba Jed o Jeff… O algo así.
Había revisado cada una de las motos de los corredores que participarían aquella noche, incluida la de Dan, una preciosidad con dos ruedas que llamaba la atención casi tanto como su dueño, y aunque la del moreno era buena, no era la mejor.
Por esa razón, principalmente, había conseguido que el rubio de las mechas me pagara un pastón por ayudarle con la moto. Poco trabajo y mucha pasta es algo que la gente no rechaza. Aunque he de reconocer que me costó un par de sonrisas pícaras e insinuaciones que no llevaban a ningún lado.
— No sabía que se te daban bien las máquinas. — Dijo Dan a mi espalda, mientras le daba los últimos retoques a la moto del tal Jeff.
— Eso es porque no te lo he dicho.
Dan sonrió de lado y se encogió de hombros.
— Cierto. — Asintió. — No hace falta que te esfuerces en que la moto de ese sea buena, aquí lo que cuenta es el conductor.
— ¿Eso es un consejo? Porque estoy segura de que no…
— No es un consejo. — Me cortó. — Era mi forma sutil de decirte que más te vale apostar por mí si quieres ganar pasta.
Lo miré fijamente. ¿De verdad estaba hablando enserio? Aunque por la sonrisa arrogante que puso supe que lo decía de verdad.
Sonreí como si estuviera de acuerdo y lo vi marcharse hacia Reed y Brandon con esos andares felinos que ya estaba tan acostumbrada a ver.
— ¡Mon ami! — Saludó Owen nada más entrar, agitando los brazos en alto y sonriendo con carisma. — Dime, preciosa, ¿cuál es tu favorito esta noche?
Miré a Dan hablar desde los lejos con los chicos, recordando lo que hacía menos de medio minuto me había dicho. Pude notar como Dan me miraba por el rabillo del ojo, atento a mi respuesta. Desvié la vista a la moto del moreno, incómoda por su mirada, antes de que la idea me asaltara de golpe como quién enciende una bombilla.


Miré el túnel desde la entrada de la meta, donde la gente esperaba ansiosa para comprobar si habían ganado dinero o se habían arruinado con las apuestas. Ya se escuchaban el rugir de los motores desde lo lejos, pero todavía era incapaz de diferenciar ninguna moto desde allí.
Me apoyé sobre el brazo de Reed en cuanto una mujer me empujó para coger el mejor sitio con vistas a la meta. Gruñí para llamar su atención y coloqué el codo en sus costillas, impidiéndole avanzar.
— ¡Ya vienen! — Gritó una voz nasal por algún lado que no pude identificar.
Fijé la vista instintivamente en el túnel, aunque era incapaz de distinguir ninguna sombra desde lo lejos. Tal vez fuese por la oscuridad, pero no veía una mierda.
El sonido de los motores se notaba cada vez más presente, lo que aumentaba la tensión del ambiente.
Joder, cuánta gente. Joder, qué agobio. Joder.
La primera moto que se vio a lo lejos fue la moto de Jeff, aunque solo pude distinguirla por el color llamativo del pelo de éste.
Una sonrisa me asomó por los labios, pero enseguida fue sustituida al escuchar la voz de Brandon, gritar:
— ¡Es Dan!
Tenía razón. Justo pisándole los talones a Jeff estaba Dan. Y pronto ambos entrarían al túnel.
Mierda. Mierda. Mierda.
Por favor…
No sabía si quería mirar o no. La tensión me carcomía por dentro, y en aquel momento me hubiera fumado el paquete de tabaco entero. Ay, qué estrés. Ay, qué mal.
Al final decidí que no iba a mirar, esperaría en las caballerizas para saber qué había pasado.
— Creo que voy a esperar bajo. — Le susurré a Brandon en el oído.
Brandon desvió la mirada del circuito para mirarme, aunque realmente le apetecía saber qué estaba pasando. Le sonreí para que no se preocupase y le revolví el pelo como a un niño pequeño antes de bajar.
Abajo el habiente estaba mucho más relajado, no había gente gritando ni pegando empujones para poder ver qué estaba pasando y parecía que las ganas de soltarle un guantazo al primero que pasara iban disminuyendo. Mejor, así me ahorraría problemas.
Los aplausos y las felicitaciones se escucharon desde el interior del edificio. La carrera ya había acabado, y solo esperaba que hubiera sabido jugar bien mis cartas. Mi padre me decía de pequeña que las competiciones no se ganaban siendo mejor que la otra persona, por ejemplo, siendo más rápido, sino que se ganaban siendo más inteligente que tu adversario. Supongo que por eso siempre me he tomado las derrotas como algo personal.
«Solo tienes que ser más astuta.» Oí la voz de mi padre, pero desvié su recuerdo antes de que las lágrimas amenazaran con hundirme.
— Tía, no sé cómo lo haces… — Fue lo primero que murmuró Owen anda más bajar, después me lanzó el fajo de billetes. —…pero siempre aciertas.
Y cómo si aquella hubiera sido la señal de salida, toda la gente se reunió en las caballerizas, volviéndome a ahogar entre sus idas y venidas.
— ¡Sí! — Gritó triunfal Jeff, bajando por las escaleras junto a una manada de gente eufórica por su victoria.
Había ganado. Jeff había ganado. Y yo tenía mi dinero.
No encontré a los chicos por ningún lado, lo que sí que encontré fue la mirada fría y salvaje de Dan escudriñándome desde su moto. Me acerqué a él.
— ¿Dónde están los chicos?
No me contestó, se quedó mirándome fijamente, amenazante desde su posición, como si intentara herirme con la mirada. Y, sinceramente, casi podía sentir como me retorcía las tripas.
Lo siguiente que vino fue el empujón y el peso de Dan acorralándome contra la moto.
Oh, mierda.
— Si crees que no sé lo que has hecho estás muy equivocada. — Gruñó contra mi oído.
El vello de todo el cuerpo se me erizó y un escalofrío me recorrió la espina dorsal. Respiré hondo y empujé a Dan lo suficiente como para poder mirarle a los ojos, aunque estaba segura de que su mirada era incluso más intensa que su tono.
— A veces hay que saber perder para poder ganar. — Murmuré intentando que sonara igual de frío y firme que como sonaba en mi mente. Al parecer funcionó, porque la mirada de Dan titubeó durante unos segundos.
Saqué el fajo de billetes y se lo puse en la mano.
— Ahí está el dinero que te costará arreglar de nuevo la moto y la mitad de lo que he ganado apostando. — Anuncié con firmeza.
Dan miró el fajo de billetes sobre su mano y luego me miró a mí, como si intentara adivinar qué pasaba por mi mente.
Sonreí satisfecha. A los chicos como Dan hay que saber domarlos, y yo acababa de coger al toro por los cuernos.

© 2015 Yanira Pérez.
Esta historia tiene todos los derechos reservados.

martes, 20 de enero de 2015

3. #CLCPLR

3.

Hacía ya tres años desde que todo había pasado, y ni siquiera era capaz de recordarlo sin que me diera un ataque de ansiedad.
Aquella noche había parado en un bar de muerte dónde me habían dicho que vendían carnés falsos a muy buen precio, ilegales pero baratos. Yo estaba desesperada y necesitaba salir de allí, de Nueva Jersey, cuanto antes.
Había encontrado al tío que me falsificaría toda la documentación, había sobrevivido dos días en las calles y salvo por el hambre todo iba de puta madre. Pero porque sí, porque las cosas tenían que joderse de alguna manera, la cosa se torció.
No me hizo falta mirarlo más de dos segundos para reconocerlo incluso de espaldas.
— ¿Y para qué quiere una chiquilla como tú un carné falso y tanta documentación?
Me volví hacia aquel tipo, quién me entregaba los papeles que había pagado con todo el dinero que llevaba encima. Los revisé. Podrían funcionar. Por un tiempo.
— No es de tu incumbencia.
Volví la vista hacia la cabellera marrón chocolate que me daba la espalda. ¿Por qué estaba él allí? ¿Había venido a buscarme?
Y como si hubiera notado mi mirada en su espalda, se volvió a mirarme. Yo sentí como si todas las paredes de aquel cochambroso bar se hubieran derrumbado sobre mí, dejándome completamente indefensa.
Le tendí el dinero a aquel hombre y salí del bar completamente pálida, huyendo entre los callejones del barrio.
Fue estúpido huir, si había conseguido encontrarme atravesando todo el océano, ¿cómo no iba a encontrarme allí, a tan solo un par de manzanas?
Sus pisadas se hicieron persistentes a mi espalda, persiguiéndome como un perro de caza persigue a un zorro indefenso.
— ¿Por qué huyes, Maxine? No tiene salida.
Me detuve en seco al comprobar que tenía razón, el callejón se cerraba a unos doscientos metros de mí, acorralándome.
Me volví hacia él. Parecía más viejo que hacía cuatro meses, más cansado y triste, pero su mirada seguía siendo igual de peligrosa.
— ¿Qué haces aquí? ¿Cómo me has encontrado? ¿Te ha enviado él?
Me miró como si estuviera evaluándome, frunciendo el ceño y doblando unos centímetros a la derecha la cabeza. Tal vez se preguntaba por qué no le había devuelto la respuesta en italiano, cómo él me había preguntado a mí.
— No voy a hacerte daño, Maxine. — Anunció, como si no tuviera ganas de tanto dramatismo. — ¡Ni siquiera voy armado, por el amor de Dios!
Tenía razón, no iba armado, pero yo sí.
Saqué el pequeño revólver que guardaba a la espalda y apunté directamente a su pecho. Las manos me sudaban y mi pulso era similar al de una persona anciana, pero a tan poca distancia no fallaría.
— Baja el arma, Maxine. ¡Vámonos de nuevo a casa! ¡Ambos estamos cansados! — Mustió, casi en un suplicio.
— No pienso volver. ¡Me fui por una razón y por esa misma razón no voy a volver!
— ¡Esto no lleva a ningún lado! ¡No vas a dispararme! — Avanzó a paso lento hacia mí, con las manos en alto como mostrando su inocencia. — Maxine…
— ¡No des ni un puto paso más o te disparo!
No sabría decir en qué punto de la conversación empecé a llorar, pero las lágrimas se acumulaban con tanta rapidez en mis ojos que al poco tiempo no lograba ver ni la pistola que sostenía.
— Maxine…
El revólver se había vuelto más pesado de golpe en mis manos, y cuando no pude sostenerlo tanto tiempo en alto, lo solté.
— No quiero volver… No voy a volver… — Sollozaba una y otra vez, retrocediendo un paso cada vez que aquel hombre avanzaba.
Y entonces, todo acabó. La silueta de aquel hombre cayó al suelo, iluminada por una pequeña farola medio fundida, sustituida por los ojos azul oscuro más feroces que jamás había visto.
Un brazo me rodeó la cintura en cuanto perdí el equilibrio, evitando que me cayera.
— ¿Estás bien? — Me preguntó en un ronroneo.
Fue en ese momento en el que comprendí que podía haberme librado de un mal para caer en otro más grande.
Me aparté de aquel tipo de un empujón, sintiendo cada uno de los elementos del callejón con más intensidad de la que me hubiera gustado.
Lo vi a él, mirándome fijamente; al hombre en el suelo, muerto o inconsciente, me daba igual; al chaval que estaba apoyado en la moto tras él, con un par de chicas en sus brazos y una sonrisa soberbia.
— ¡Suéltame!
Obedeció y dio un paso atrás. Seguramente fue por mi tono, pero agradecí que se separase de mí.
Hui sin más.


La mirada de Dan Walker me atravesaba con fuerza, intimidante y salvaje.
— No sé de qué me estás hablando. — Mentí.
Sonrió, como si le hiciera gracia todo aquello. Como si solo fuese un juego para él, con la misma sonrisa soberbia con la que miraba a aquellas dos chicas hacía tres años.
— Sí que lo sabes. — Afirmó. — ¿Sabes lo qué me dijo Zack cuando te largaste? Dijo: «Dan, ¿ves a esa tía? Esa es de las que valen más que toda la chusma de por aquí.»
Zack… Zack Walker. Así que se llamaba así…
Lo miré fijamente, intentando adivinar qué pretendía con todo aquello. Dan se parecía mucho a Zack cuando lo conocí aquel día, parecían dos gotas de agua. Salvo que la mirada de Dan era una copia de la de su hermano, y él y yo sabíamos que nunca alcanzaría ese nivel.
— Estaba muy pillado. — Comentó. — Aquel día nos pillamos una buena. ¿Quién era ese tío? Al que tumbó Zack, digo.
Sentí como se me retorcía el estómago.
— Te estás confundiendo de chica.
E intenté salir al pasillo, pero una mano me agarró del brazo con firmeza, apretándome con más fuerza de la necesaria. Me estaba haciendo daño. Y de pronto, dijo eso:
— No me fio de ti.


Dan Walker. Para describir a Dan Walker solo había una palabra: salvaje. Y hasta la más mínima letra de su nombre causaba temor en el barrio.
Aquel finde cumplí con mis expectativas, me metí en la cama y no salí de ella hasta el lunes siguiente, cuando tendría que hacer turno doble en el local.
Desde la conversación con Dan la cabeza me daba vueltas y hasta trabajar me parecía buena idea, al menos me despejaría un poco y dejaría de tener cara de amargada.
Aquel lunes el local montaba una de sus timbas ilegales. Tex decía que el póker y el sexo atraían mucho a los clientes, así que aquellas reuniones las organizábamos una vez a la semana. A mí me cabreaban mucho esas reuniones, ya que siempre acababa agotada y con ganas de cometer un asesinato.
Los chicos se pasaron a verme sobre las doce.
— Para alegrarte la vista, muñeca. — Decía Ian.
Y a mí, me parecía de puta madre.
La cosa se complicó cuando la banda de Lennon apareció en el local.
— ¿Sabéis algo más de la tal Dakota? — Preguntó Ian con curiosidad.
Miré hacia la mesa de Lennon.
Era guapo. Tenía raíces japonesas o algo así, creo que sus padres vivían en China Town, pero que él se hartó y se vino al barrio. Tenía la tez olivácea y los ojos rasgados de un negro azabache a juego con su pelo. Era cuatro o cinco años mayor que yo, aunque no era muy alto ni musculoso.
— Que no ha aparecido. — Dijo Brandon, mirando en la misma dirección que yo.
— Yo he oído que era la hermana del pelirrojo aquel. — Anunció Reed.
Miré al tío al que señalaba. Era un tío enorme, casi tanto como Reed, pero a diferencia de mi amigo éste era feo de cojones. Se parecía mucho a un bulldog con rabia. Con el pelo muy corto y de un color pelirrojo casi fuego.
— No parece muy afectado. — Comentó Dan, dándole un largo trago a la cerveza.
Miré de reojo a Dan. No había vuelto a mencionar nada sobre Zack y la verdad es que lo prefería así. Además de que eso de que no se fiaba de mí me había dejado muy rayada. No es que me importara, pero fue en la forma en que lo dijo… amenazante.
— Voy a ir a preguntar. — Se ofreció Reed, quién al parecer tenía una mínima confianza con el bulldog pelirrojo.
Lo vi marcharse hacia la mesa de Lennon, con los hombros rectos y a pasos lentos. No llegué a escuchar la conversación, pero la cosa no tuvo que ir muy bien.
— ¿¡Pero quién mierda te crees que eres tú, subnormal?! — Le gritó el Bulldog.
— Tío, que solo estaba preguntando. — Se defendió mi amigo, aunque la verdad es que no se le veía preocupado por la amenaza del pelirrojo.
Éste se levantó de golpe, dando un fuerte puñetazo sobre la mesa que tiró un par de botellas al suelo. El local se quedó en silencio.
— ¡¿De qué mierda vas?!
Y el primer puñetazo salió disparado hacia la cara de Reed.
En ese momento, justo en ese momento, fue cuando empecé a sentir la rabia corriendo por todo mi cuerpo.
— ¡A ver, gilipollas! — Grité, acercándome a paso decidido hacia la pelea. — ¡Al próximo que lance un puñetazo le estampo la botella en la cabeza! ¡Esto no es un puto rin de boxeo ni mierdas de esas! ¡A matarse a palos en la puta calle!
Me salió así de carrerilla, de la forma en la estaba acostumbrada a echar a los borrachos del local, como si me lo supiese de memoria.
— ¿Quién coño es esta? ¿Tu novia? — Preguntó el bulldog en un ladrido. — Mira, muñeca. Lo mejor que puedes hacer es largarte a casa y dejar a los hombres discutir.
Fue el adjetivo. Ese «muñeca» el que me irritó. Odiaba cuando los tíos te llamaban así, utilizando un adjetivo como «cariño», «preciosa»… «Muñeca». Me hinchaba los cojones hasta tal punto que podría darle de hostias hasta romperme la mano a golpes.
— ¿Pero tú quién….? — Comenzó a defenderme Reed, pero enseguida le corté.
Fue así como un subidón de adrenalina. Vino y se fue con el primer botellazo. Se oyó un gritito sordo, tal vez de alguna de las chicas que había por allí, en cuanto la sangre empezó a gotear por la frente del bulldog pelirrojo.
— Zorra… — Gruñó, y estaba preparada para el puñetazo, pero una mano paró el golpe a medio camino.
— Atrévete. — Le dijo Dan con una sonrisa enorme. De pronto la presencia de Ian, Reed, Brandon y Dan se hizo más presente a mi alrededor.
Supuse que los cuatro estaban esperando el momento justo para lanzarse, que les apetecía algo más divertido que un par de cervezas, sin embargo, la cosa acabó allí.
El bulldog pelirrojo miró de reojo a Lennon, quién no había dejado de mirarme con una amplia sonrisa, como si estuviera esperando su aprobación para comenzar. Pero no llegó nunca.
Soltó un gruñido de frustración y lanzó una botella contra la pared, rompiéndola en cientos de pedacitos que cayeron al suelo como una nieve cortante.
— ¡Max! ¿¡Qué coño está pasando aquí!? — Gritó Tex, quién entró en el bar hecho una furia.
El que faltaba. Sí, señor.
Lo miré de reojo, no me apetecía tener ninguna discusión más, y de pronto, el brazo me dolía muchísimo.
Tex escudriñó a la gente con esos ojos de rana y después el desastre que había en el suelo. Me miró fijamente y estaba segura de que si hubiera podido, me hubiera matado con la mirada.
— ¡Todo el mundo fuera! ¡Ya, joder! ¡A vuestras putas casas! — Ordenó, vaciando el local en menos de dos minutos.
Miré la mesa llena de cristales de vasos y botellas rotos, vi las pequeñas gotas de sangre en el suelo y me vi a mí misma limpiando todo aquel desastre hasta las tantas.
Tex se acercó a nosotros, aunque a la única a la que fulminaba con la mirada era a mí. Pensé que me despediría, de verdad que sí. Si no lo hizo fue porque no encontraría otra camarera que estuviera dispuesta a acabar a las seis de la mañana de trabajar.
Levantó un dedo torcido y me señaló al pecho, dándole más énfasis a su regañina.
— Es la primera advertencia… — Gruñó entre dientes. — A la próxima estás fuera. ¡Limpia todo este desastre!
No repliqué, asentí y le aguanté la mirada hasta que se marchó. Lo vi meterse en su despacho.
— Vosotros… subnormales con media neurona… vais a ayudarme a recoger… todo esto por tocapelotas. — Anuncié muy lentamente, respirando profundamente cada cierto tiempo.
— Pero…
— ¡Pero nada! Vosotros me habéis metido en esto vosotros limpiáis. ¡A ver quién mierda os manda meter las narices en los asuntos de los demás!
— Que sí, que sí. — Dijo Ian con soberbia, levantando las manos con inocencia. — Pero antes, cariño, vamos a curarte eso, ¿vale?
Bajé la vista para descubrir un pequeño tajo en mi mano del cual no paraba de salir sangre. Noté un fuerte pinchazo donde estaba la herida, y un cosquilleo empezó a subirme por todo el brazo, como cuando se te duerme un pie o te da un tirón. Estuve a punto de marearme y hasta me entraron ganas de vomitar, pero me contuve.
Me senté en una silla para que los «expertos» según se habían llamado, hiciesen su trabajo.
— Manda cojones la niña. — Comentó Dan, quién parecía de un humor estupendo. — ¡Los tienes bien puestos!
Sonreí, me hizo gracia el comentario.
— Estás ida de la puta cabeza, tú. Con menuda panda de dementes me he juntado. — Comentó Reed, aunque todos parecían haberse contagiado por la estúpida felicidad de haber sobrevivido a una pelea.
Y es que coño, ¿a quién no le gusta zurrarse a palos de vez en cuando?
— Es que coges y te vas tan tranquila a cantarle las cuarenta a ese. — Siguió contando Brandon, como si acabara de ver una peli de acción. — ¡Y vas y le sueltas un botellazo en toda la cabeza!
— Ten, que te lo mereces. — Dijo Ian, tendiéndome una cerveza.
Me estuve riendo a pierna suelta durante un buen rato, y de pronto, el marrón de limpiar aquel desastre se hizo más llevadero.
Y así como si nada, nos ganamos fama de dementes peligrosos en el barrio. Manda cojones. Para más movidas estaba yo en aquel momento.

© 2015 Yanira Pérez.
Esta historia tiene todos los derechos reservados.

sábado, 17 de enero de 2015

2. #CLCPLR

2.

Hacía ya varios días que el tal Dan Walker había llegado a la ciudad y yo no tenía ni puta idea de quién era. Los chicos estaban desaparecidos y no se les veía el pelo por el local, pero oye, que con el humor que me traía aquellas semanas mejor para ellos.
Desde que todo el mundo se enteró de la noticia, The moonlight estaba lleno de borregos con ganas de celebración, lo que significaba más trabajo para mí.
Además, que entre mis horarios de vampiro y las pocas horas que dormía por la mañana parecía un puto zombie. Vamos, que estaba fea de cojones.
Yo no es que sea muy guapa, pero de ahí a ser un orco pues tampoco. Tenía la piel así como bronceada todo el año, y una melena larga de un marrón muy bonito. Pero vamos, que poca cosa más. Tenía los ojos oscuros, casi negros y muy grandes. Y unos labios finos y pequeños que supongo que armonizaban mi rostro, o eso me decía mi abuela cuando era pequeña.
No sé vamos, que del montón. Tampoco es que pasara tiempo delante del espejo. No me gustaba mirarme mucho, me ponía nerviosa y acababa de un humor de perros que ni yo me soportaba. Por eso simplemente me echaba un vistazo rápido cada tarde y me iba a trabajar.
Por suerte aquel fin de semana no tendría que pasar ese mal trago frente al espejo.
La noche anterior me había presentado en el local echando humos, llevaba semanas trabajando sin descanso, dejándome el lomo a trabajar, y me merecía un fin de semana a mi rollo, sin gente que me molestara y mierdas de esas. Sola y descansada.
Para mi desgracia Vicky no estaba, por lo que tendría que pedirle el descanso a Tex, y no sabía si estaba en condiciones para aguantarlo.
Lo encontré en su despacho con un par de jeringuillas en la mano y varios pinchazos en el brazo. Iba colocado a más no poder, con los ojos rojos y aquellas pintas de vagabundo desaliñado. El despacho olía a cerrado y a humedad, como si no hubiera salido de allí desde hacía días.
— ¿Qué mierda quieres, Max? — Me espetó con asco.
De verdad que si no me hubiera dado tano asco le hubiera partido la cara allí mismo, con una hostia de las buenas y todo.
— Este finde no trabajo, búscate a otra en la barra y olvídame por unos días, ¿estamos? — Gruñí, cruzándome de brazos.
Tex me miró con los ojos entrecerrados, pero no dijo nada, asintió con la cabeza y siguió a lo suyo.
— El lunes te quiero aquí a las nueve, vas a hacer turno doble.
Yo tampoco repliqué. Imité su gesto con un asentimiento de cabeza y me largué de allí, con unas náuseas increíbles.
De verdad que Tex me daba mucho asco, se parecía mucho a una rana. Con los ojos saltones, poco pelo y la boca muy grande. Era bajito, pero imponía bastante con aquella cara de pocos amigos que llevaba siempre encima.
Me daba mucho asco por aquel gusto que tenía por las tías de veinte, sobre todo con Rose, una de las primeras chicas que entraron a trabajar en The moonlight. Iba tras ellas como un perro baboso, y no tenía descaro a la hora de mirarles el escote o el culo. Y mejor si lo toqueteaba un poco antes.
Conmigo fue igual al principio, hasta que le solté un botellazo al estilo de Vicky. Así fue como conseguí el respeto de los de allí. Desde ese momento la chusma que se juntaba en el local se guardaba un poco a la hora de mirarme las tetas o de hablar conmigo. Y que juntarme con un tío como Ian o Reed ayudaba baste, todo sea dicho.
De camino a casa decidí dar un rodeo, ya no me apetecía tanto ese fin de semana sola, o puede que fuera la cara de asco de Tex, que me amarga el día.
Hacía un frío de cojones, de esos de finales de octubre que no sabes si va a nevar o es que viene un huracán, pero vamos, que ninguna de las dos te apetece.
Un coche de policía pasó a mi lado, en dirección al centro de la ciudad, no le di importancia hasta que las sirenas de los cinco coches que le siguieron me asaltaron de golpe, como un guantazo bien fuerte.
De pronto me acojoné, de verdad que sí, e incluso la noche pareció hacerse más oscura. No sabía que había pasado, pero debía de ser algo gordo para que los maderos se acercaran por aquí, ya que normalmente solían pasar bastante del tema.
Una moto se paró a mi lado, como quién no quiere la cosa.
Mierda, Max, sigue andando y no te pares, no seas gilipollas y continúa.
De verdad que tengo que tener alguna especie de retraso o algo, porque tanta mala suerte no es normal ni para mí.
Me paré en seco en cuanto tuve la moto a mi lado. La miré de reojo y consideré la idea de cruzar la calle para disimular, pero ya era demasiado tarde, me había visto.
— ¿Tienes fuego? — Me preguntó una voz ronca.
— S-sí. — Tartamudeé.
¡Venga ya, Max! ¿Por qué no le dices ya de paso dónde vives? Joder, joder, joder…
Debí de parecer tan estúpida como me sentía y hasta más, porque el chico levantó una ceja y se me quedó mirando fijamente.
Debía de tener mi edad, puede que un par de años más, tal vez 20 o 21. Tenía las mismas pintas de pantera que todos los chicos de por aquí, con esos andares felinos con los que se paseaban por las calles, como si tuvieran cosas mejores que hacer que estar allí. Era moreno, con la piel muy blanca y unos ojos azul salvaje. Y me miraba fijamente, como si pudiera controlarme con la mirada, como si en realidad supiera.
— ¿Y bien? — Preguntó, sacando uno de los cigarrillos del paquete y poniéndoselo entre los labios.
Me mordí la parte interna de la boca y le lancé el mechero.
— ¿Me das uno?
El chaval se me quedó mirando como si hubiera confesado un asesinato, frunciendo el ceño y apretando los labios. En ese momento pensé que iba a sacar una navaja y ponérmela en el cuello, como aquel yonki cuando conocí a Vicky.
Para mi sorpresa me lanzó el paquete de tabaco.
Mustié un sórdido gracias y continué de camino a mi casa.
— No deberías andar sola por estos andurriales. — Comentó, arrancando la moto y siguiéndome a paso lento, paralelo a mí. — ¿No sabes que hay chicos malos por las calles?
— ¿Lo dices por ti?
Soltó una carcajada estruendosa, como la de un león a punto de saltar sobre su presa. Agarré con fuerza la navaja del bolsillo, estaba a dos calles de mi casa, podía correr si la cosa se torcía.
— Lo digo enserio. ¿Qué te trae por estas calles?
— Vivo a un par de calles de aquí.
Asintió con firmeza y aceleró el motor sin moverse del sitio, calentando antes de salir corriendo.
— Dan Walker. Acuérdate nena, te hará falta. — Anunció sin más y se perdió por las calles.
Cómo no… El famoso Dan Walker tenía que ser. Manda cojones la cosa.

Después de volver de mi paseo me encontré a Brandon en la puerta de mi casa, apoyado en el postigo como si estuviera ansioso por entrar.
— Hola cielo, ¿me buscabas? — Pregunté con cuidado.
Con Brandon era con el único que no quería estar de mal humor, e incluso a veces me costaba sonreírle, pero vamos, que yo lo intentaba.
— Joder, Max, qué susto. Pensaba que te había pasado algo, ¿has escuchado las sirenas? — Preguntó de golpe, abrazándome bien fuerte.
— No, vengo del local, ¿pasa algo? — Mentí, mejor que no supiera que había andado por ahí sola con la movida que había, empezaría a llamarme insensata y a preocuparse por nada.
— No… pero llevo esperándote media hora. — Confesó, encogiéndose de hombros. Mucho más tranquilo. — Son los chicos, que han montado una fiesta en casa y quería ver si te apetecía pasarte.
Sonreí y me encogí de hombros, no me vendría mal divertirme un rato.
Los chicos vivían en un edificio viejo. No solía pasarme mucho por allí porque estaba en la parte más oscura del barrio, y no era plan para ir sola. El edificio llevaba abandonado un par de años, y un montón de gente se instaló allí. La puerta de entrada siempre estaba abierta y casi no había muebles en la casa, por lo que mi casa parecía una mansión de lujo a su lado.
La música se escuchaba desde el patio, sonando a toda castaña desde el edificio.
Cuando subimos nos costó encontrar a los chicos entre tanta gente. Encontré a Reed bebiendo unas cervezas con un par de tíos que me sonaban de haberlos visto en The moonlight, pero que nunca había hablado con ellos. No lo molesté. Ian estaba hablando con Lissie, una de las chicas que actuaban en el local.
Pillé una cerveza, o dos, o puede que muchas, pero no recuerdo que pasó después de aquello hasta bien entrada la madrugada.

Pasarían las cuatro de la mañana y todavía quedaba gente en la casa. Nosotros estábamos sentados alrededor de una mesita de plástico vieja que parecía que no soportaba el peso de las botellas sobre ella.
Fumábamos marihuana y bebíamos cerveza, como pasando el rato tranquilamente, hablando de gilipolleces sin importancia.
Yo estaba como que no estaba, así como ida, pero aún me mantenía en pie. Estaba sentada en el suelo como un indio, con Ian a mi lado y Reed al otro, sentado en un sofá.
— ¡Ey, tíos! — Saludó una voz grave que se acercaba a nosotros.
Me giré lentamente para mirar, estaba en esa fase de la borrachera en la que todo me parecía interesante, era algo que me pasaba cuando iba borracha, era algo muy raro, primero todo me daba igual y luego todo era interesante.
No me sorprendí al verle allí. Era hasta algo obvio. Tenía esa personalidad que le inculcaba a ser el centro del universo, siempre metido en todo.
— Hola… — Saludó con una sonrisa soberbia, divertido.
Yo me dediqué a mirarlo fijamente, como si tuviera que concentrarme para verlo claro, sin borrones ni nada.
No me dijo nada, supuse que no había reconocido, y esa idea me ofendió más de lo que esperaba.
Se sentó en el sofá, a la izquierda de Reed, mientras se cogía una cerveza y se acomodaba en el sillón. No me di cuenta de la chica que vino con él hasta que se sentó en su regazo y comenzó a acariciarle el pecho.
La chica me resultaba familiar. La había visto mucho por el local con sus amigas, cada una de ellas más arpía que la otra pero chicas fáciles al fin y al cabo. Creo que se llamaba Shanna, sí eso. Había hablado un par de veces con ella, se podría decir incluso que éramos amigas, pero de esas a las que saludas y le dedicas un par de sonrisas sin más.
— ¿Habéis oído lo de la movida que se ha montado en el barrio? — Preguntó Brandon como saludo, cogió una cerveza y se sentó al lado de su hermano.
La verdad es que Brandon había desaparecido una vez llegamos a la casa, cada uno se fue a lo suyo y la verdad es que íbamos demasiado pedos como para preocuparnos de dónde estaba quién.
Lo miré fijamente, como si me acabara de percatar de lo que había dicho.
— ¿Qué ha pasado? — Preguntó Reed, inclinándose para escuchar mejor por encima de la música.
— Una de las chicas de la banda de Lennon ha desaparecido cerca de The moonlight.
Fruncí el ceño. Lennon era un tío importante, era la clase de persona a la que debías llamar si tenías problemas, conocía a todo el mundo y conseguía que todo el mundo le conociera. Yo lo había visto un par de veces en el local, siempre acompañado de tíos muy grandes y muy gilipollas, era algo así como una ONG de idiotas, los recogía y les hacía sentirse importantes, luego se aseguraba que le protegieran las espaldas.
Un negocio de cojones. Sí, señor.
— ¿Quién era la piba? — Preguntó la chica que estaba sentada sobre Dan, de repente muy interesada. Hablaba con una voz muy aguda y melosa, como si fuera un dibujo animado.
— Dakota Chase. No sé, no la conozco. Llevaba un par de días desaparecida pero no han dado parte a la policía hasta hace un rato, por si volvía así de improviso.
Recordé los cientos de coches que habían pasado en dirección a The moonlight hacía un par de horas. Si la chica desaparecida era de la banda de Lennon, entendía porque la pasma se había tomado tantas molestias en ir.
— Max, ¿en qué piensas? — Me susurró la voz dulce de Ian al oído.
Lo miré fijamente, parecía preocupado, como si el asunto de la tal Dakota le hubiera afectado.
— En nada… — Mentí. — Me suena el nombre, nada más.
— ¿La conocías?
Negué lentamente la cabeza, repasando cada uno de los nombres que recordaba, pero Dakota Chase no estaba en mi lista. Supongo que era mejor así.
— Lo más probable es que se haya pirado con algún tío. Las chicas de por aquí lo hacen mucho. Se van a vivir con el novio y no les ves el pelo hasta que tienen cuarenta años, cinco niños y poca pasta. — Anunció Reed.
Al principio me molestó la poca sensibilidad con que lo dijo, pero se me pasó al reconocer que tenía razón. Era triste pero cierto.
— No le deis más vueltas, coño, que me va a explotar la cabeza. — Mustió Ian, levantándose con lentitud. — Me voy a la cama, que no os follen por el camino… Bueno, mejor si lo hacen, que os hace falta, capullos.
Y se perdió entre el pasillo de habitaciones, salteando a un par de borrachos que estaban tirados en el suelo.
Yo me levanté también, no porque tuviera ganas o porque fuera la hora de irme, sino porque estaba segura de que si no iba al baño acabaría vomitando encima de Reed todo lo que llevaba encima.
Seguí los pasos de Ian por el pasillo. No sabría decir si era por mi estado de embriaguez o porque sinceramente nunca había estado tan desesperada por ir al baño, pero no tenía ni idea de dónde estaba el servicio.
Irrumpí en una habitación en la que me encontré a una pareja muy concentrados en lo suyo que ni siquiera me oyeron entrar. Cerré de golpe, mustiando un mísero lo siento y salí de allí. A la próxima llamaría a la puerta antes de entrar.
— El baño está al final del pasillo. — Anunció una voz a mi espalda, sobresaltándome.
Ese era otro de los efectos que provocaba el alcohol en mí, que cuando iba pedo era muy asustadiza.
Di un salto hacia atrás y estuve a punto de caerme sobre una chica que dormía la mona en el suelo, pero mantuve el equilibrio. No me molesté en girar la cabeza para ver a mi atacante, si no iba al aseo con urgencia el que peor lo pasaría sería él cubierto de pota.
Asentí con la cabeza y continué mi camino. Cuando lo hube echado todo, me enjuagué la cara y me miré al espejo durante unos segundos. Llevaba todo el maquillaje corrido y el pelo un poco desecho, pero tenía mejor pinta que otras veces, así que no me molesté en arreglarme un poco.
Cuando salí me estampé contra alguien, quien esperaba fuera.
— No te había reconocido, ¿sabes? — Anunció con una voz muy tranquila. — Antes de venir digo.
Levanté la mirada para mirarle a la cara, de pronto, muy tranquila. Los ojos azules de Dan Walker me atravesaron por completo.
— ¿Te conozco?
— No… A mí no. A mi hermano. — Hizo una pausa, como esperando una reacción por mi parte. — Él nunca se olvidó de ti.
De pronto, el azul claro de sus ojos me recordó a uno mucho más oscuro, más salvaje, uno que recordaba perfectamente.
Y cómo si nada, volvía a estar de nuevo en las oscuras calles de Nueva Jersey.


© 2015 Yanira Pérez.
Esta historia tiene todos los derechos reservados.

miércoles, 14 de enero de 2015

1. #CLCPLR

Como la cafeína para la resaca. #CLCPLR

1.

Empezar de cero.
Eso era lo que realmente necesitaba… Empezar desde cero.
¿El problema? Nadie puede volver a empezar desde cero. Es imposible olvidarte de todo lo que ha pasado, de todo lo que estas huyendo. Siempre habrá algo, un lugar, una canción, incluso toda tu ropa, cualquier cosa que volverá a recordarte lo que creías olvidado pero que en realidad sigue ahí.
Y es que es cierto, los recuerdos no se olvidan, se esconden muy en el fondo de tu mente o tu corazón, y cuando vuelves a escuchar esa canción en la radio… ¡Zas! Salen. Y todo vuelve a tu mente y piensas… Joder.
Porque sí, porque son muy capullos. Aunque claro… ¿De quién es la culpa? Nuestra. Porque en realidad no queremos deshacernos de los recuerdos. Nadie quiere olvidar ni los buenos ni los no tan buenos. Porque de los buenos se disfruta, y de los no tan buenos… Bueno, de ellos se aprende, o eso dicen.
En realidad no podía quejarme de nada. Ahora tenía una casa. Un piso en un edificio destartalado al que le hacía falta una buena capa de pintura y la mitad de la barandilla de la escalera. Pero bueno, que estaba bien. Tenía mi cama, mi cocina y mi baño. Incluso tenía un saloncito con un sofá y una mesita que no estaba mal. Suficiente. Además, que el alquiler era una ganga y allí vivía de puta madre, sin vecinos molestos ni nada de eso, todo de cine.
También tenía un trabajo. Una mierda de trabajo, pero me pagaban… y bueno, tirando. Trabajaba de camarera en un stripper. Que en fin, que yo tenía pocos prejuicios para esas cosas, las chicas eran la hostia, sí, pero mi jefe un capullo al que no soportaba. Lo que hace la gente por dinero…
El trabajo fue lo primero que conseguí cuando llegué a la ciudad. Era de noche y un puto yonki empezó a perseguirme pidiéndome dinero para coca. Me asusté mucho cuando empezó a amenazarme con una navaja y me acorraló en un callejón. Lloré con todas mis fuerzas y deseé volver a casa, como si golpeando un par de veces los talones pudiera regresar.
La cosa salió bien y eso, el tío no me hizo nada. Básicamente no podía moverse después del botellazo que le había dado aquella chica. Se ve que me escuchó gritar y se acercó a mirar. No sé por qué se arriesgó conmigo, a lo mejor le di pena, pero me salvó y bueno, que le debo mucho.
El yonki se quedó inconsciente en el suelo. Le quité la navaja y desde entonces no la saco del bolsillo de la cazadora. No se sabe cuándo puede volver a hacerme falta.
La chica se me quedo mirando, no sabía si daba más miedo el yonki o ella, con todo el maquillaje corrido y aquel recogido de vértigo que llevaba. Pero resultó ser buena tía pese a sus pintas.
Eso era algo que había aprendido aquí. El no juzgar a alguien por su aspecto. «Porque en estos lares de extrarradio el borracho puede salvarte la vida y el empresario matarte en un callejón sin salida. » O eso decía siempre Ian.
Qué poético, pero que razón tiene el condenado.
Después de quitarme de encima al yonki la piba se me acercó. Parecía que iba borracha, porque no mantenía bien el equilibrio sobre los tacones.
— ¿Te has perdido? — Me preguntó, con aquel acento tan americano que me costó pillar.
Hacía tiempo que no hablaba en inglés, desde que murió mi abuelo cuando tenía doce años.
Mi abuelo era un hombre elegante y atractivo, incluso cuando lucía aquellas camisas tan estrafalarias que solía llevar. Todo le quedaba bien, y siempre parecía que tenía algo mejor que hacer que estar contigo, aunque le gustase pasar tiempo con su familia.
De pequeña, cuando iba a visitar a mi abuelo, me sentaba junto a él en el porche de la casa, observando los campos verdes de Europa y esos mares tan tranquilos.
No solíamos hablar mucho entre nosotros. Cuando lo hacía, tenía la extraña sensación de que le molestaba, que mi abuelo tenía cosas mejores que hacer que pasar el tiempo conmigo y que al estar haciéndolo tenía que sentirme privilegiada por poder sentarme a su lado. Y me sentía privilegiada.
— N-no… — Tartamudeé.
La chica frunció el ceño y apretó los labios, como analizándome.
De verdad tenía que tener unas pintas horribles y dar mucha pena, algo así como un cachorrillo muy feo al que habían dejado abandonado en un contenedor, porque la piba me llevó a su casa y me ofreció trabajo como camarera en el pub de su hermano: The moonlight. Luego descubrí que era un puticlub y que su hermano era un gilipollas de cojones.

Alguien me pasó una mano por la cara, y volví a la realidad.
— Tía, ¿en qué coño piensas siempre que estas como drogada? — Gruñó Reed, con aquel aspecto de buldog rabioso que llevaba siempre.
Reed era así como muy grande, como un armario andante o un toro a punto de embestir. También era guapo, y fuerte, tanto, que estaba segura de que si intentase darle un puñetazo me rompería la muñeca. Pero cuando lo conocías, te dabas cuenta de que se preocupaba más por los demás que por él mismo, y pasaba a ser una especie de oso amoroso.
— ¡Ay, Reed! Pues en la vida y las vueltas que da. — Dije encogiéndome de hombros y desviando la vista al espectáculo que acababa de comenzar.
Aquella noche actuaba un grupo de Nueva Jersey, no era muy conocido, de esos que se forman en un garaje y vienen a Nueva York a buscar la oportunidad de su vida y acaban en los barrios bajos de la ciudad.
— Joder, tú. Siempre con tus movidas sobre la vida. — Rodó los ojos y se volvió al espectáculo. — No está mal el grupo este, ¿no?
Me encogí de hombros, tampoco es que me gustara mucho la música, solía apetecerme más cuando llevaba un par de copas encima, pero siempre grupos de rock and roll y esas cosas.
Vi a Vicky detrás de la barra, mirándome con esa sonrisa de haber conseguido un buen chute aquella noche.
— Hola, guapa. ¿Qué te pongo? — Le pregunté, apoyándome en la barra con coqueteo.
La rubia me sonrió, acicalándose aquel recogido tan estrafalario al que estaba tan acostumbrada a ver.
Vicky era muy así, siempre llamando la atención con sus moños y sus vestidos de animal print que enseñaban más carne que los vestidos de las chicas que trabajaban allí. Pero le encantaba ser así y a mí me encantaba verla siempre igual, siempre tan a la suya, sin importarle una mierda nada de lo que piense la gente.
— Nada cielo, venía a ver a mi hermano. ¿Por dónde anda ese desgraciado?
Me encantaba que Vicky hablara así de su hermano, daba igual que el local estuviera a su nombre, todos los que conocían el garito sabían que Vicky era la que dirigía el stripper.
— Tirándole los trastos a Rose, supongo. — Anuncié encogiéndome de hombros.
Vicky frunció los labios.
— Un respeto, chiquilla, que es mi hermano. Si hubiese sabido que te andarías con tal descaro hubiera dejado que aquel yonki te clavase la navaja. — Dijo sin siquiera mirarme, echándole el ojo a uno de los hombres que había en una de las mesas. Después me miró y me giñó un ojo. — Era broma.
Miré al hombre al que estaba mirando Vicky y sonreí.
— Ha venido desde Virginia del sur junto a ocho hombres más, tienen pinta de haber salido de la cárcel hace poco y tienen mucho dinero negro, tal y como te gustan a ti. — Anuncié, abriéndome un botellín de cerveza, de vez en cuando mi cuerpo necesitaba un descanso.
Vicky me miró con los ojos abiertos y una mano en el pecho, fingiendo asombro. Tan dramática como siempre.
— ¡Qué rápido aprendes, Max!
— He aprendido de la mejor. — Dije giñándole un ojo. — Supongo que el gilipollas de tu hermano tardará quince minutos más antes de que Rose le dé plantón, ya sabes cómo es ella. Creo que la suite dieciséis está libre y es toda tuya.
Vicky me sonrió y se acercó al hombre contoneando las caderas, siempre con aquellos andares que parecían uno de los bailes de las chicas.
Busqué a Reed con la mirada, pero parecía que había encontrado algo más interesante en los labios de una chica que parecía más concentrada en meterle la lengua hasta el esófago que en el masaje que le estaba haciendo el moreno en el culo.
Fruncí el ceño e hice una mueca de asco. Las chicas así me desesperaban, eran una falta de respeto para todas las mujeres que han luchado por la libertad femenina.
— ¡Os invito a una copaa! — Gritó Ian, entrando en el local agarrado a una pelirroja de vértigo con muchas tetas.
Sonreí al verlo entrar. Ian era el típico chico de barrio bajo, con la cazadora de cuero negra y aquellas pintas tan siniestras que desearías no haber visto nunca. Era rubio con los ojos verdes, lo que llamaba un montón la atención de las chicas, y tenía cara de niño, por lo que tuvo problemas de pequeño en el barrio. Tuvo que aprender a ganarse el respeto de la gente a base de hostias, y oye, que de punta madre eh.
Ian era una leyenda en estos lares, cuando cumplió los catorce comenzó a juntarse con gente realmente turbia del barrio, su padre era un puto drogadicto e inculcó a Ian en aquello. Se convirtió en todo un yonki, no había día en el que no lo vieras metiéndose de todo, siempre traía algo nuevo y novedoso que probar. Los chicos lo dejaron a lo suyo, aquí daba igual como fueses o que hicieses, cada uno tenía su propia mierda y la de los demás se la sudaba.
Todo iba bien hasta que Ian empeoró, estuvo a punto de palmarla y todo, un subidón de esos chungos que te dan, demasiada mierda en el cuerpo. Por suerte se recuperó, incluso dejó de meterse droga, fue a uno de esos centros de desintoxicación y salió limpio. Desde entonces no había vuelto a recaer.
Ian fue al primero al que conocí, cuando aún estaba incorporándome al trabajo y todo eso, cuando aún no había conseguido el respeto de toda la chusma.
— Hola, nena. ¿Nos subimos a una habitación a pasar un buen rato? — Me preguntó sin más, sonriéndome con sorna.
Se ve que tenía pinta de niña desvalida y perdida que no sabe dónde se ha metido, tal y como le gustan a Ian, chicas buenas a las que corromper.
Yo me dediqué a tirarle la copa encima y sonreírle con falsedad.
No sé por qué no me partió la cara ahí mismo por gilipollas, porque de verdad que me lo merecía. En vez de eso le hizo gracia y me invitó a que saliera con sus amigos por ahí, que le había caído de puta madre y eso. Todo rarísimo de cojones.
— ¿Qué le pasa a ese? — Preguntó Reed, acercándose a nosotros con el ceño fruncido.
Vislumbré a la tía con la que Reed se estaba enrollando tirándole los trastos a otro tío. Oh vaya, se le había acabado lo bueno al moreno.
— Ni puta idea tú, pero como vaya regalando copas así como así la vamos a tener, que la que las tiene que poner soy yo. — Dije, comenzando a poner un par de cervezas que ya me habían encargado a la cuenta del rubio.
— ¿No os habéis enterado?
Me sorprendió ver a Brandon allí, con lo poco que salía de fiesta éste.
Brandon era el hermano pequeño de Ian, tenía dieciséis y por suerte todavía seguía estudiando, no como nosotros, que menudos zopencos analfabetos estábamos hechos. Brandon era clavado a su hermano, los mismos rasgos suaves y esos genes tan británicos que nadie sabía de donde habían sacado. Qué movida lo de la genética, hostias.
— ¿Qué haces tú por aquí, cielo?
Me encantaba Brandon, era muy inocente todavía, y siempre se sonrojaba cuando le llamaba cielo o amor. Que tierno el chico.
— Me ha traído Ian para celebrar las buenas nuevas. — Anunció, sonrojándose un poco.
— ¿Y qué es lo que ha pasado? — Preguntó Reed, mirando desde lo lejos al rubio, quién estaba montándose una juerga con unos amigos suyos de a saber qué agujero habían salido.
Ian era muy así, tenía amigos y conocidos en todos lados. Seguía la estúpida norma de tener amigos hasta en el infierno, y siempre que necesitaba un favor, tenía a quién pedírselo.
— Han soltado a Dan Walker, vuelve mañana.
Y la bomba se desató solita, empezando por los gritos y las copas de celebración.

© 2015 Yanira Pérez.
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