viernes, 20 de noviembre de 2015

15. #CLCPLR

15.

            Después de la movida que se montó con la redada supuse que la cosa estaría tranquila durante un tiempo. Cómo me equivoqué.
            Parecía que la gente tenía prisa en compensar el fracaso de la fiesta pasada, y a cada momento, aprovechaban la mínima excusa para montar una buena, ya fuera en The Moonlight o simplemente en la calle.
            Por eso mismo estaba Calipso en The Moonlight sudando y con una cara de perro que le hacía parecer un chihuahua histérico, al parecer que Vicky la convenciera para que trabajase aquella semana en el local “para pagarme lo debido y ganar un poco de pasta” no había sido tan buena idea como pensaba la peliazul.
            ― ¿Por qué la gente no deja de beber y dedica su vida a hacer algo productivo? ¡Sois todos unos pichasflojas! ― Gritaba cada dos por tres, y la verdad es que nadie sabía decir qué significaba exactamente eso, ni siquiera Calipso.
            ― Ya te dije que para trabajar aquí se tiene que tener, y tú no lo tienes. ― Le recordé, encogiéndome de hombros.
            ― ¿Tener el qué? ― Preguntó Ian, con los ojos muy abiertos y brillantes, como un niño pequeño.
            Ian aquella semana se estaba excediendo, de hecho, llevaba tres días sin dormir en casa, pero nadie decía nada, todo el mundo suponía que este finde la movida acabaría e Ian volvería a su rutina de siempre.
            Me encogí de hombros.
            ― Un don, no sé… Algo.
            ― ¿Y tú lo tienes? ― Me preguntó Dan con sorna.
            ― Obviamente no, por eso se largó de aquí cuando tuvo la oportunidad. ― Dijo una Vicky fingiéndose dolida. ― Me abandonó.
            Le sonreí.
            ― Si no recuerdo mal, eras tú la que insistía en que lo dejase. ― Me encogí de hombros. A lo que la rubia respondió con un “touché” muy francés.
            Me gustaban las noches así, todos juntos pasando el rato, dejando que fluya y sin que nada influya. Teniendo la certeza de que la vida no se acababa y el pinchazo de que el cigarro, en cambio, sí; pero que con una cerveza y un poco de música como si éste era el último trago que daba. Que ya, en realidad, poco importaba.
            Y es que en verdad estaba de puta madre, como hacía tiempo que no estaba. Éramos como una familia, una familia rara de cojones, pero oye, qué se le va a hacer, ¿no? Si a mí me gusta así, como me gustan las uñas negras y el alcohol a palo.
            ― Va chicos, pillad lo que queráis que a esta invito yo. ― Dijo Dan, como si él también hubiera tenido esa sensación de que todo estaba en su sitio por primera vez desde hacía mucho tiempo.
            Tal vez ahora estábamos haciendo las cosas bien y el mundo nos lo estaba agradeciendo, o tal vez solo era el alcohol en el cuerpo y el olor amargo del tabaco, que combinaban de puta madre y me hacían pensar en que todo estaba bien, y de que tal vez lo vivido merecía la pena por pasar este rato de vez en cuando.
            ― ¡Chicos, matadme! ― Se volvió a quejar Calipso, en cuanto Lennon vino a celebrar que simplemente tenía ganas de celebrar algo, como todo el puñetero barrio. ― Yo no voy a ir a tomarles nota a esos, Vi.
            Vicky miró a Lennon y después a Calipso, que casi le suplicaba con la mirada que fuera ella a apuntarles unas cervezas.
            Observé la mesa del asiático y al encontrar a Hell en ella, pillé algo para apuntar la comanda y fui directa hacia allá sin siquiera molestarme en avisar a nadie.
            ― Max. ― Saludó Lennon sonriendo de lado desde su mesa. ― ¿No era que ya no trabajabas aquí?
            Me encogí de hombros.
            ― Digamos que esta semana le estoy haciendo un favor a Vicky. ― Mentí y miré de reojo a Hell, que ni siquiera se había percatado de que estaba por ahí.
            ― Guay. ― Acertó a decir el moreno, mirando también de reojo a Hell, tal vez preguntándose por qué lo miraba tanto. ― Por cierto, he oído que la redada te pilló de lleno.
            Volví a mirar a Lennon y me encogí de hombros, apretando los labios. Mierda Max, disimula más, Lennon no es gilipollas.
            ― Sí, bueno… Le pillo de lleno a todo el que estaba dentro. ― Bajé la mirada al suelo y me llevé inconscientemente la mano al costado. ― Una putada.
            Lennon asintió y echó el cuerpo hacia delante sobre la mesa, amenazante. Max, cambia de tema, rápido.
            ― Este sábado es tu primera carrera en el circuito de La pista, ¿no? ― Pregunté, jugueteando con la libreta que llevaba en la mano y olvidándome por completo de que había ido a “anotar” unas cervezas.
            ― Eso parece. ― Sonrió de medio lado. ― ¿Vas a estar por allí? ¿En las caballerizas y eso?
            ― Eso parece. ― Le imité, a lo que soltó una carcajada que llamó la atención del bulldog pelirrojo.
            Lo miré fijamente.
            «Venga Hell, suelta alguna gilipollez.» Pero al parecer la suerte no estaba conmigo aquella noche, porque me miró de reojo y continuó concentrado en una tía que tenía encima. Puta testosterona.
            Lennon se levantó de pronto, obligándome a mirarlo.
            ― ¿Pasa algo, Bianco? ― Preguntó.
            «Bianco…» ¿Por qué siempre sentía un escalofrío cada vez que lo escuchaba?  Me hacía pensar que era así como llamaban a mi padre, y que con aquella idea en mente, me parecía mucho a él. Odiaba parecerme a él, aunque solo fuera un presentimiento.
            ― No, nada. ― Dije rápidamente. ― Un par de cervezas, ¿no? ― Anoté el pedido y me largué de allí antes de que Lennon me pillara por banda.


            Decir que sentí durante toda la puta noche la mirada de Lennon sobre mí era poco. Parecía un puto halcón observando cada uno de mis movimientos, como un buitre que persigue a un animal moribundo para devorarlo de un bocado en cuanto caiga al suelo, finalmente, muerto.
            ― ¡Reed, amigo! ― Gritó un muy borracho Dan. ― ¿En qué agujero te habías metido?
            ― En el de las piernas de la rubia aquella.
            Gruñí. Qué asco. ¿Por qué tenía que ser tan así?
            ― Qué asco. ― Dijo Calipso por mí, y supongo que por todas las tías del bar que había escuchado a mi amigo.
            Reed sonrió y levantó las manos en son de paz.
            ― Va, tía, ponme una copa. ― Le dijo a Calipso que empezaba a no dar abasto en el bar.
            Es lo que tenían las “horas punta”, que la gente que entraba nueva venía pidiendo una copa como saludo y que los que llevaban un rato en el local parecía que no habían bebido nada desde hacía días y andaban sedientos gritando por un chupito más.
            ― Trae, que te la pongo yo. ― Le dije, guardándome de paso el billete en el escote. ― Tengo que hablar contigo, Reed.
            Creo que de fondo sonó Ian cantando un “Oooh, eso es que te va a dejar” o algo así. No lo entendí bien.
            ― Si vas a decirme que te quieres subir a una habitación conmigo, mejor te esperas a que me tome la copa esa que decías que me ibas a poner. ― Gruñó, y se encendió de paso un cigarro.
             ― No voy a follar contigo.
            E Ian:
            ― ¡Ves! ¡Te lo dije! Primero empiezan no queriendo follar y luego te dicen que se si no eres tú que si soy yo…
            ― ¡Ian, vete a tomar por culo! ― Gruñí, agarré a Reed del brazo y lo alejé de allí.
            ― ¡Polvo de reconciliación! ― Gritó feliz Ian.
            De verdad, puto alcohol de los cojones que vuelve más gilipollas a la gente. ¡Con lo jodidamente bueno que está el alcohol y lo poco que me gustan los gilipollas! ¿Por qué tiene que ser la vida tan contradictoria?
            ― No van a follar, Ian. ― Mustió Dan, al parecer, de morros.
            ― Eso lo dices porque te encantaría estar en el lugar de Reed.
            Y tal vez siguieron discutiendo sobre el tema, pero no alcancé a escuchar más en cuanto me metí en la sala de póker. El olor a puro me golpeó la nariz con fuerza, como un puñetazo, y casi me pongo a toser como una loca a mitad de mi discurso.
            ― Tia, follar aquí tiene que ser una mierda, mejor nos subimos arriba, anda.
            ― ¡Qué no voy a follar contigo, hostia! ― Grité, rodando los ojos por enésima vez.
            Reed sonrió y me miró el escote.
            ― Pues si no vamos a follar y tampoco vas a ponerme esa copa… Al menos podrías dejarme meter la mano ahí dentro para recuperar mi dinero.  ― Dijo divertido.
            ― ¿Vas fumado o qué? Mira que te meto una hostia para espabilarte. ― Amenacé.
            Rió.
            ― Vale, vale. ― Levantó las manos y sonrió de lado. ― ¿Qué quieres, guiri?
            ― Quiero que me acompañes a hablar con Hell. ― Solté de carrerilla.
            ― ¿Qué? ¿Con Hell? ― Asentí. ― ¿Y han sido mis últimos encontronazos con él los que te han dado a entender que somos amigos del alma, cierto? ― Preguntó con sarcasmo.
            ― No gilipollas, solo quiero que me acompañes para que Lennon no sospeche nada. Anda por ahí vigilándome como si fuera un puto psicópata.
            ― ¿Vigilándote por qué? ― Preguntó frunciendo el ceño. ― ¿Qué cojones quieres de Hell, Max?
            Miré a Reed y después al suelo. Como me soltase el mismo rollo que me habían soltado Dan y Lennon no respondería de mis actos.
            ― A Dan se le escapó el otro día que Lennon conoce a alguien que sabe algo sobre el tipo que anda por ahí con complejo de Hannibal Lecter.
            ― ¿Y?
            ― Quiero hablar con él.
            Reed me miró fijamente, como si entendiera por qué quería hablar con él, y, por un momento creí que estaría dispuesto a ayudarme.
            ― No. No es una buena idea.
            ― Ni siquiera es seguro que el tipo ese tenga información auténtica. ― Comenté. ― A lo mejor solo es un gilipollas que quiere dárselas de enterado.
            ― Mejor me lo pones, no hay razón para arriesgarse tontamente para que luego el mamón solo quiera darse a conocer.
            ― Vale, pues no me ayudes a buscarle. Sólo ayúdame a que Hell me desmienta que el gilipollas de turno no sabe nada. Entonces cerraré la boca y no volveré a meterme en el tema, ¿vale? ― Le supliqué. ― Sabes que necesito hacerlo, Reed…
            Reed me miró fijamente durante unos segundos eternos, y por su cara de póker estaba segura de que acabaría dándome una hostia para quitarme la tontería de encima.
            ― Por favor…
            Reed gruñó y soltó un suspiro.
            ― Joder… ― Resopló. ― Está bien. ― Sonreí, a lo que él se cruzó de brazos. ― ¿Y por qué no se lo preguntas a Lennon directamente?
            ― Ya lo he hecho, no quiere soltar prenda. ― Me encogí de hombros. ― Pero Hell es más gilipollas, siempre anda fardando de todo, no me costará nada sacarle lo que quiero.
            ― Manda huevos con la italiana… ― Dijo divertido. ― Bien, bien. ¿Y cómo lo hacemos?
            ― Ni puta idea.


            ― Así que la mafiosa quiere hablar conmigo. ― Se mofó Hell, llevándose el botellín de cerveza a la boca. ― ¿Y qué quieres, si puede saberse?
            Respiré hondo y me prometí no soltar ningún improperio y controlarme las ganas de partirle la cara al gilipollas pelirrojo que tenía delante.
            «Dios dame paciencia, porque con las ganas de darle una hostia te estás pasando.»
            ― He oído por ahí que sabes algo sobre el tipo que mató a tu hermana. ― Confesé, encogiéndome de hombros. ― Bueno, más bien que conoces a alguien que sabe más de la cuenta.
            ― Puede ser. ― Dijo Hell, a lo que Reed soltó un gruñido.
            ― Dicen también que la redada fue una trampa y que pretendíais reuniros con el tipo en la casa, pero que ninguno asistió.
            ― Sí asistimos, pero nos largamos antes de que se diera cuenta alguien… ― Confesó Hell, sonriendo de aquella manera que tenía de sonreír enseñando los colmillos.
            ― ¿Lograsteis ver al tipo?
            Se encogió de hombros.
            ― No pienso soltar prenda, muñeca. ― Dijo son sorna. ― Si quieres algo, paga el precio.
            Gruñí.
            Parecía que estábamos jugando al juego de: «―¿Qué quieres?
            ― ¿Qué sabes?
            ― ¿Qué tienes?»
            Un puñetero bucle sin salida.
            ― ¿Qué precio? ― Ladré, y de tanto que apretaba los puños me estaba haciendo daño.
            Hell sonrió de lado y dio un paso al frente. Si no retrocedí fue por orgullo, porque del asco que me dio hubiera salido corriendo.
            ― ¿Qué te parece si tú y yo nos subimos arriba a negociar? ― Ronroneó, y me entraron ganas de patearle la entrepierna.
            Reed a mi lado dio un paso al frente y gruñó, dando a entender que como se acercase un paso más a mí se llevaba la paliza de su vida.
            ― No. ― Corté. ― Pide otra cosa.
            El pelirrojo soltó una carcajada y, por primera vez, sin el coro de hienas a su alrededor, su carcajada sonó realmente fuerte y temible.
            ― Bien, bien. Tú te lo pierdes. ― Rodé los ojos. ― Este sábado es el regreso a las pistas de Lennon, y tengo pensado apostar mucho dinero.
            Ya sabía por dónde iban los tiros.
            ― ¿Y quieres que apueste por ti?
            ― Dicen que tienes un don para las apuestas en La pista. ― Se mofó Hell.
            Asentí, eso sí estaba dispuesta a hacerlo.
            ― ¿Y cómo sé que cumplirás tu palabra?
            Hell miró a Reed de reojo y se cruzó de brazos, por primera vez serio en toda la conversación.

            ― Todo el mundo lo llama “Brox”.


© 2015 Yanira Pérez. 
Esta historia tiene todos los derechos reservados.  

viernes, 6 de noviembre de 2015

14. #CLCPLR

14.

            ― ¿Y por qué iba a hacer eso? ― Se mofó la mujer, las arrugas de los ojos se le marcaron más de lo normal.
            No habría sabido decir que edad tenía, parecía un espíritu viejo, y sin embargo, no superaría los cuarenta años. El color azabache del pelo que había heredado Dan se dejaba entrever en las raíces, cubiertas por un tinte rubio barato; y los ojos azules habían perdido todo su brillo hacía ya tiempo.
            Era como si hubiera abandonado su vida a un póker y dos botellas. Y seguramente lo habría hecho, pero al fin y al cabo todos acabamos haciéndolo tarde o temprano, ¿no? De diferentes maneras, pero todos acabamos muriendo antes de palmarla. Y ese es el verdadero infierno, ese momento de muerte en vida es el tormento del que todos hablan y al que todos temen.
            Y sin embargo, en los barrios más bajos se ve todos los putos días. Se ve en la mirada de los borrachos y los adictos cuando aprendes a mirarles a los ojos sin apartar la vista, en las adolescentes embarazadas que han echado su vida a perder por un gilipollas cualquiera y en el culo de las botellas vacías cuando te preguntas cuántas llevas ya encima.
            Yo también sentía ese dolor de vez en cuando, cuando me permitía recordar el pasado y abría la funda de la guitarra para encontrarme con el cañón frío del revólver abrasándome la piel de la barbilla. Y entonces me encendía un cigarro y veía como la sangre de los labios manchaba el filtro por habérmelos mordido con demasiada fuerza.
            Supongo que todo el mundo encuentra ese tormento en pequeñas acciones, que todos tienen ene rito de mierda para destruirse de vez en cuando, porque llorar por llorar está mal visto, y si contienes mucho las lágrimas acabas ahogándote con ellas.
            Siempre la misma jodida historia.    
            Tal vez la cosa se hubiera complicado más si ella no hubiera aparecido en aquel momento, y la verdad, es que había sido mejor así.
            ― ¿Mamá? ¿Qué ocurre?
            Annalise.
            ― Annalise. ― Mustió Dan, como si le hubieran dado una patada en el estómago. Debía ser duro ver a tu hermana después de tres años y darte cuenta de lo mucho que ha cambiado, que ya no es una niña.
            La adolescente se quedó mirando a su hermano con el ceño fruncido y los labios entreabiertos antes de abrir los ojos de par en par, emocionada.
            ― ¡Dan! ― Gritó, y salió corriendo a abrazar a su hermano.
            Sonreí inconscientemente y miré la escena desde fuera. Sintiendo un pinchazo de dolor en la boca del estómago al pensar en Ciara y en que no podría volver a abrazarla así.
            ― ¿Qué tierno, no crees? ― Me preguntó la madre de Dan, lo suficientemente alto como para interrumpir aquel momento. ― ¡Un feliz reencuentro! ― Ironizó.
            Dan se volvió para mirarla fríamente, pero Annalise se le adelantó.
            ― Déjalo ya, mamá. ― Soltó, mirando a su madre tan fijamente que me recordó a Zack. ― Vete a dormir.
            La mujer miró a su hija como si fuera a protestar.
            ― Pero…
            ― Buenas noches, mamá. ― Cortó ella.
            La mujer miró a sus hijos uno a uno y luego me miró a mí, levantó la barbilla, se anudó la bata y se perdió por el pasillo, dejándonos solos.
            Dan se volvió hacia su hermana y volvió a abrazarla.
            ― ¿Estos tres años en la cárcel te han vuelto marica o qué? ― Soltó su hermana, que se reía de la cara de su hermano. ― ¡Deja ya de abrazarme!
            Dan soltó una carcajada y le dio un empujón amistoso.
            ― Dios, eres insufrible. ― Mustió Dan, pero tenía esa sonrisa en la cara que solo le había visto poner con los chicos. ― Ya veo que has aprendido a apañártelas bien con mamá.
            Annalise asintió orgullosa y se cruzó de brazos.
            ― No me quedó otra. ― Mustió, y al ver la cara de su hermano, añadió: ― Aunque ahora que Henry no está es mucho más fácil.
            ― ¿Cuándo volverá?
            Annalise negó.
            ― No creo que vuelva. Desde que Zack y tú os marchasteis la pasma lo tenía fichado, solo tenía que pegar un grito para que aparecieran por lo puerta y se lo llevaran. Huyó.
            Dan asintió y murmuró un casi inentendible “hijo de puta”.
            Annalise me miró de reojo y miró a su hermano.
            ― ¿No vas a presentármela? ¿Quién es? ― Preguntó mirando a su hermano con una sonrisa, como si en cualquier momento fuera a canturrear una canción infantil sobre los ligues de su hermano y besos en los árboles.
            ― Oh, sí, claro… ― Dan me miró extraño y le sonreí. ― Es…
            ― Soy Max. ― Me adelanté. ― Una amiga.
            ― Entiendo… ― Asintió Annalise, mirando divertida a su hermano. ― ¿Francesa?
            Sonreí.
            ― Italiana. ― Me encogí de hombros.
            Dan soltó una carcajada.
            ― Eso está por ver. ― Negó. ― Todavía no la he visto preparar una pizza ni emborracharse bebiendo vino.
            Annalise sonrió al vernos y se acomodó en el sillón, mirándonos con una ceja alzada.
            ― No le hace falta vino para pasárselo bien, ― Mustió divertida. ― a ninguno de los dos, de hecho. ¿De dónde venís? ¿Os habéis cruzado con un gorila y os ha dado la paliza de vuestra vida, o qué?
            Fruncí el ceño. Pero en seguida recordé la fiesta, la redada y lo mucho que me dolía el costado y el hombro.
            Dan también se percató de eso, porque me miró como si le doliera a él. ¿Tan mal aspecto tenía?
            ― Te traeré hielo. ― Mustió Dan, y salió corriendo a la cocina, supuse.
            Me quedé a solas con Annalise, que se abrochó la bata de dormir mejor.
            Me quedé observándola fijamente. Se parecía mucho a su hermano, con los rasgos más suaves y la melena negra ondulada cayéndole por la espalda. Era muy guapa, como Dan.
            Se percató de que estaba mirándola fijamente y se cruzó de brazos, cohibida.
            ― ¿Qué ocurre?
            Sonreí.
            ― Parece que tú también has estado pasándotelo bien. ― Comenté. ― Si tienes resaca puedo dejarte una pastilla, aunque ahora lo que mejor te vendría sería una taza de café.
            ― ¿Por qué…?
            ― Se ve la ropa de calle por debajo de la bata. ― Anuncié encogiéndome de hombros, y al ver la mueca que hizo, pregunté: ― ¿No quieres que se entere, Dan?
            ― Hace tres años que no lo veo… Seguramente piensa que sigo siendo una cría.
            Asentí. Al parecer no había sido la única que había notado la culpabilidad que se había echado Dan sobre sus hombros al perderse casi toda la adolescencia de su hermana.
            Pensé en Calipso, en que tenía la misma edad que Annalise, y en que ella habría sabido congeniar mejor con ella. A mí, por el contrario, se me daban de puta pena las personas. Soy un desastre.
            ― Es difícil para él. ― Confesé. ― De hecho ha tardado bastante en reunir el valor necesario para venir aquí, creo que le daba miedo.
            ― ¿El qué?
            ― Esto. Que todo hubiese cambiado desde que se marchó, y peor aún, que hubiese cambiado a peor por su culpa.
            Annalise enderezó la espalda en el sofá.
            ― Pero no es así. ― Dijo rápidamente. ― Él no tiene la culpa, y ahora las cosas no van tan mal…
            ― Sí… ― Sonreí. ― Está puta madre eso de que te las apañes tú sola.
            Annalise sonrió y se encogió de hombros para restarle importancia al asunto.
            ― Gracias, supongo…
            Le devolví el encogimiento de hombros.
            ― Tal vez debería ir a cambiarme antes de que vuelva, Dan… ― Comentó la morena, mirándome dubitativa.
            Asentí. Mejor que Dan aceptase los cambios poco a poco y con calma.
            ― Corre, yo te cubro.
            Annalise me sonrió y salió corriendo hacia el pasillo, con lo que se chocó contra su hermano. Le susurró algo al oído y continuó caminando.
            ― ¿A qué venía eso? ― Preguntó confuso Dan. Me encogí de hombros.
            ― Adolescentes.
            Dan miró el pasillo y me lanzó la bolsa de hielo.
            Me levanté la camiseta, descubriendo un muy horroroso hematoma. Oh, dios… “Houston, hemos descubierto una nueva galaxia.”
            ― ¿Te duele mucho? ― Preguntó Dan, sin atreverse a acercarse.
            Negué lentamente, poniéndome el hielo torpemente en el costado.
            ― Trae, yo te ayudo.
            Hice una mueca en cuanto él me presionó el costado y gruñí.
            ― ¿Es esto una venganza, Walker? ― Dije, recordando como lo había intentado curar el día que conocimos a Calipso.
            Dan sonrió y negó lentamente.
            ― No, es solo que eres muy quejica.
            Rodé los ojos. Yo no era quejica, estaba segura de que esto era una venganza. Rencoroso…
            ― Gracias. ― Dijo de golpe, muy rápido y mirando al suelo.
            ― ¿Por qué? ―Pregunté confusa.
            ― Por esto.
            ― Yo no he hecho nada…
            Dan me miró fijamente, frunciendo el ceño y con los labios apretados.
            ― Has hecho más de lo que crees, Max. ― Mustió y miró la herida de mi costado y el vientre descubierto. ― Necesitaba que estuvieras aquí. ¿Me tranquilizas, sabes?
            ― Creía que te ponía de los nervios.
            Sonrió.
            ― También. Eso ni lo dudes.
            El silencio se hizo de pronto, y aún con el hielo sobre la piel, el calor me subió por el cuerpo en cuanto Dan comenzó a acariciarme con la yema de los dedos.
            ― Esta noche ha sido todo un puto desastre por mi culpa. ― Dijo, sin mirarme siquiera a los ojos.
            ― Todo no. ― Hice una pausa mirándole, no servía de nada mentir. ― La mayor parte sí ha sido por tu culpa, ― Dan rió por lo bajo ― pero vamos, que no todo, ¿sabes?
            Dan alzó una ceja y torció una sonrisa. Joder, es que no sabía ni explicarme. Max, eres un puto desastre con patas.
            ― No, a ver, ― Me apresuré a decir. ― que vale que lo de la redada haya sido una jodida de las buenas, que hayamos tenido que andar durante horas para volver a la ciudad y que tu madre sea una hija de puta, pero…
            ― Tú sí que sabes dar ánimos, Max. ― Me interrumpió.  
            ― Pero, ― Continué. ― lo que intento decir, es que no todo ha sido malo. Me alegra haber conocido a tu hermana y que tú te hayas reunido con ella después de años. Eso ha estado guay. Tienes suerte.
            Dan sonrió, esta vez un poco más convencido.
            ― Sí, supongo que sí.
            La bolsa de hielo comenzó a derretirse y, para mi desgracia, Dan la retiró, junto con sus caricias. Sentí un pinchazo en el estómago.
            ― Tu hermana parece una tía de puta madre. ― Dije, para evitar pensar en por qué me jodía tanto que se alejara.
            ― Ha cambiado.
            ― La gente cambia. ― Y es así. Crece, madura y se va muriendo cada día un poco más. ― Y ha pasado mucho tiempo, pero sigue siendo tu hermana pequeña.
            Asintió.
            ― Solo que ahora tiene más tetas. ― Añadí.
            ― ¿Qué? ― Dijo Dan con cara de susto.
            Solté una carcajada.
            ― Es broma, idiota. ― Y le di un puñetazo en el hombro. ― ¿Qué vamos a hacer ahora?
            ― Podéis quedaros a dormir si queréis. ― Dijo Annalise, apoyada en el marco de la puerta, al parecer, escuchando. ― Ya es tarde, de hecho, es hasta pronto.

           
© 2015 Yanira Pérez. 
Esta historia tiene todos los derechos reservados.