jueves, 28 de julio de 2016

25. #CLCPLR


25. 

            Empezar de cero.
            ¿Eso era lo que realmente necesitaba? ¿Empezar de cero?
            Empezar a construir una vida desde la nada es difícil, es prácticamente imposible. Yo no llegué a empezar una vida de cero, no. Simplemente cogí los pedacitos que me quedaban y la reconstruí poco a poco. Como esa pila de vasos de plástico que amontonas una noche de borrachera con tus amigos. Frágil y fina, pero jodida y misteriosamente resistente.
            Y es que al fin y al cabo éramos eso, vasos de plástico apilados en una mesa que se tambalea, haciendo malabares en una cuerda floja que parece que se va a romper en cualquier momento; y preocupándonos más por esa persona que parece que pasa de nosotros que por no tropezar y caer de rodillas en el asfalto.
            Y es que es así, viene como un flechazo en el culo y acabas cayendo de bruces en esa burbuja rosa que parece flotar a tu alrededor. No lo ves venir, solo te das cuenta de que estás atado a esa persona cuando ya es demasiado tarde para ir marcha atrás. Incluso hay un término italiano para eso, se llama «Il dolce far niente»; traducido como «Lo dulce de no hacer nada».
            Funciona así: te vas enamorando de esa persona poco a poco, hasta que necesitas ir amándola a media velocidad e ir acelerando cada vez más y más; hasta acabar derrapando en el asfalto mojado de la carretera. Prácticamente, sin haber hecho nada para poder evitarlo.
            — ¡Oye, Max! — Me llamó la atención Ian. — ¿Estás nerviosa?
            Hacía medio año desde que todo acabó, desde que Micah desapareció del mapa en un agujero más hondo que cualquier fosa común en la que pudiera esconder la cabeza; medio año desde que el barrio descubrió que Michael estaba más involucrado en el tema de lo que decía, medio año sin muertes de chicas inocentes apareciendo en barrio, medio años sin efectos colaterales como Ciara, Dakota o Rose, medio año de absoluta tranquilidad...
            — ¿Por qué iba a estar nerviosa? — Pregunté, frunciendo mucho el ceño.
            — Porque tu novio está a punto de jugárselo todo. — Confesó.
            Hoy era el gran día de Dan; había convencido a Lennon de jugárselo todo a un estúpido juego de motos, algo así como una carrera de relevos por equipos, solo que, en vez de ir corriendo, iban en moto. No sé, una rayada que flipas.
            — No es mi novio. — Fue lo único que dije.
            — Ya, — Asintió Reed, rodando los ojos.seguro…
            Era verdad, Dan y yo no teníamos nada serio, éramos algo así como follamigos. Y con eso nos bastaba, estábamos bien así.
            Habíamos aprendido a recorrernos el uno al otro, a conocernos tanto que nos habíamos hecho al dominio de nuestros cuerpos; sabiendo en que curva doblar y en qué recta acelerar. Nos habíamos devorado el uno al otro, comiéndonos crudos y con patatas, sin lubricante y con preservativos; nos habíamos visto desnudarnos y cubrirnos con vergüenza; sobrios recién levantados y borrachos llenos de ojeras. Nos habíamos tocado, besado y hecho el amor; pero nunca habíamos hablado de promesas de fe en los imposibles.
            — No sé si sois hipócritas o estáis ciegos. — Murmuró Calipso, subida a horcajadas sobre la espalda de Brandon, como si fuera un mono muy pesado y extravagante. Tal vez esperaba ver mejor la carrera desde ahí arriba.
            — Lo que vosotros digáis…
            Había venido todo el barrio a ver el espectáculo, todos sudorosos y pegajosos con ganas de dejarse la garganta gritando a otros tíos todavía más sudorosos y pegajosos que ellos. Qué irónico.
            — ¿No vas a desearme suerte? — Me preguntó Dan, apareciendo de la nada detrás de mí y abrazándome casi como si me meciera.
            — Vas a necesitar mucho más que suerte esta noche… — Murmuré, pero no lo decía enserio. Prácticamente el resultado estaba decidido antes incluso de que empezara la carrera, el equipo de Lennon era tan lento que dudé de si el japonés no iba a dejar ganar al moreno a propósito.
            — ¡Venga, ya! — Se quejó, dándome la vuelta para que pudiera ver su ceño fruncido. — ¿No te dije una vez que lo que cuenta es el corredor?
            Sonreí y asentí.
            — Y si no recuerdo mal esa apuesta la gané yo… — Mustié, llevándome una mano a la barbilla, como si el recuerdo estuviera borroso.
            Dan se llevó una mano al pecho y ahogó un grito con todo el sarcasmo que pudo poner en aquel gesto.
            — ¡Me saboteaste, tramposa! — Me acusó, pero no pudo evitar soltar una carcajada en cuanto vio mi cara de espanto.
            — ¡No lo digas tan alto! — Lo mandé callar.
            Tranqui, macarroni; no hay nadie escuchando…
            — Eso no lo puedes saber…
            — Sé lo que quiero… — Murmuró Dan, acercándose hasta juntar nuestras frentes. — Lo que siempre he querido…
            Le besé lentamente, regocijándonos en el contacto frío hasta que los ojos se nos cerraron.
            — No sabía que lo hubieras querido desde hacía tanto tiempo. — Murmuré, dejando de besarle unos segundos.
            — Eso es porque no te lo había dicho… — Soltó una risilla. — Desde el primer cigarrillo que me pediste… Tal vez antes.
            — Eso es imposible. — Dije divertida.
            — Ya, solo quería ver tu cara…
            Sonreí, volviendo a darle un beso en los labios.
            — Tira, tienes que volver a ganarte tu puesto en las carreras. — Empujé a Dan hacia las caballerizas y, cuando lo vi desaparecer escaleras abajo, le deseé buena suerte.
               Y es que puede que sea porque estoy loca, pero ahora entiendo a los locos. Ahora entiendo el porqué de sus locuras. Ahora entiendo a todos esos adolescentes haciendo pellas o viviendo la vida sobre una cuerda floja. Ahora tengo respuesta para todos aquellos profesores y maestros que me preguntaban por qué hacía lo que hacía, por qué tiraba a la basura mi futuro.
            Simplemente es un mecanismo de defensa, un acto reflejo de la vida para asegurar su supervivencia. Porque es esa locura lo único que nos aleja de la demencia.

FIN.

Copyright: Yanira Pérez - 2015-2016


24. #CLCPLR


24.

            Yo no rezaba, ni siquiera creía en Dios; no desde lo de Ciara, no después del accidente.
            «Accidente». Un hecho sin voluntad de hacerlo.
            No había sido un accidente… Lo supe desde que vi el coche acercarse a lo lejos, acelerando cada vez más hasta que el golpe fue lo suficientemente duro para que ni siquiera él se salvara.
            Un ruido atroz, gritos y lágrimas. Sangre.
            — ¿Por qué permites que esto suceda…? — Murmuré, había dejado de llorar hacía unas horas, en cuanto Dan y yo llegamos al hospital y nos dijeron que lo único que podíamos hacer por nuestros amigos era esperar.
            Yo no quería esperar. No podía esperar y ver cómo, poco a poco, el corazón se me rompía.
            — ¿Por qué permites que esto suceda? — Repetí, esta vez más alto, casi gritando y con los puños apretados; para ver si así, quien estuviera ahí arriba me escuchaba. — ¿¡Por qué!?
            No sabía cómo había acabado ahí, solo que había echado a andar por el barrio y que en cuanto vi el edificio a lo lejos, una rabia muy fuerte me había azotado por dentro y había acabado propinándole puñetazos y patadas a la verja oxidada de la iglesia.
            — Estas cosas no deberían pasar… — Murmuré de nuevo, mirándome los nudillos destrozados. — Ellos no tenían la culpa de nada…
            Devolví la vista al suelo y volví a darle una patada más a la verja, si seguía dándole tan fuerte puede que pudiera romper el candado que la cerraba.
            — Pienso matar a quién lo hizo… — Era una promesa, en voz alta, para que hasta el mismísimo diablo pudiera escucharla. —Pienso matarlo.
            Y es que puede que al final de todo haya aprendido una lección de todo lo sucedido. Y es que he aprendido que soñar no es gratis, que al final, la vida viene a cobrarte un par de hostias.

            Volví al hospital justo cuando una enfermera hablaba con Dan; el cual no se percató de que había vuelto hasta que Annalise no gritó mi nombre y salió corriendo a abrazarme.
            Annalise no era la única que había venido a esperar las noticias: Zack, Vicky y Owen tenían la mirada fija en Dan y la enfermera, como si desde la distancia pudieran leerle los labios y enterarse de la conversación que mantenían.
            Le devolví el abrazo a la morena, quién tenía los ojos rojos, brillantes e hinchados: había estado llorando.
            — ¿Qué te ha pasado en las manos? — Me preguntó, cogiéndome las muñecas y examinándome los nudillos.
            — He hecho una promesa… — Mustié.
            — Más bien parece que te hayas peleado con alguien. — Razonó Zack, después se levantó, dejándome su sitio para sentarme y ofreciéndome un vaso de agua.
            — Gracias.
            Dan se acercó entonces, con aquella mueca en la cara, como si sintiera cada uno de los segundos en aquella sala como una gota de ácido en la espalda.
            — Todavía no se sabe mucho… — Anunció. — Brandon y Reed son los que mejor están, solo unas cuantas contusiones y heridas sin importancia.
            Todos asintieron, yo me dediqué a mirar el agua de mi vaso. No sabía si quería escuchar el resto de lo que tuviera que decir.
            — Reed consiguió girar el coche lo suficiente como para que el choque no diera de frente, pero no evitó que arrasara con todo el lado derecho. — Continuó. — Dante tiene el peroné roto por la mitad y la mayor parte de la sangre que había en el coche era suya, lo están operando de urgencias ahora mismo, pero se pondrá bien; todos se pondrán bien…
            «Otra promesa al vacío.» Pensé. «No podemos controlarlo, solo hacer promesas al aire.»
            — Calipso se ha llevado un golpe en la cabeza, están intentando averiguar si es mortal, pero es complicado. — Mustió, cada vez más bajito. — Ian tiene una hemorragia interna, estaba consciente cuando lo trajimos al hospital, pero en cuanto entró en la sala de urgencias perdió el conocimiento, están intentando estabilizarlo.
            Y así como si nada, tenía cinco navajas clavadas en el estómago y la sensación de querer vomitar hasta la última célula de mi cuerpo.
            Entré al baño antes de derrumbarme y me apoyé en el lavabo, mirándome en el espejo como si estuviera mirando a una extraña. Justo igual que la primera vez que me miré a un espejo tras la muerte de Ciara, sabiendo que era mi propio reflejo el que me devolvía el espejo, pero siendo incapaz de reconocerme; había perdido una parte de mí, y ahora estaba perdiendo otras que creía poder conservar.
            Estaba fea. ¡Joder, estaba jodidamente fea! Tenía los ojos rojos y por primera vez en mucho tiempo no era por haber fumado; tenía grandes ojeras bajo los ojos y los labios hinchados y amoratados de habérmelos mordido con tanta fuerza. Sinceramente, daba pena.
            — Max, ¿estás bien? — Dan.
            Me puse de espaldas a él.
            — ¿Qué haces aquí, Walker? — Mustié, tenía la voz demasiado rota como para poder hablar más alto. — Es el baño de chicas.
            Dan hizo amago de reír, en situación así todos los gestos parecen ir desapareciendo con la intención de mostrarlos.
            — Me da igual, Max. — Confesó. — Quería saber cómo estabas.
            — Mal, vete.
            — No.
            — No quiero que me veas así. — Mustié.
            — ¿Así cómo?
            — Llorando, fea, rota…
            Dan se quedó unos segundos en silencio, después se acercó más a mí, tanto, que su aliento me rozó la nuca cuando susurró:
            — No voy a irme a ningún lado, Maxine… 
            Tal vez fui demasiado previsible, pero en cuanto me giré a golpearle para que me dejara en paz, él ya me había cogido de la muñeca y me había encerrado en su abrazo.
            — No necesito tu compasión… — Mustié, a un mínimo paso de romperme y echarme a llorar.
            — No es compasión… Es ayuda mutua. Solo una pequeña tregua el uno con el otro, solo por esta vez… — Dijo, y pude notar en su voz como él también estaba andando en ese precipicio de pura tristeza.
            Me quedé callada, oculta en el hueco de su pecho, con la barbilla de Dan apoyada en mi cabeza y notando como todo se volvía borroso en cuanto las lágrimas llegaron.
            — Odio que me vean llorar… — Mustié entre sollozos.
            Era verdad, me había odiado cada vez que había llorado por Ciara frente a alguien. Me había odiado cuando me permití llorar el día que les conté lo sucedido a Ian y a Dan. Me había odiado en cada uno de mis ataques de pánico, cuando la claustrofobia me desarmaba por completo y me dejaba llevar. Me estaba odiando en aquel momento.
            — Llorar no significa debilidad, Max… — Confesó. — Solo significa que eres humana.
            Y entonces fue él quien empezó a llorar en silencio.
            Segundos. Minutos. Horas.
            Daba igual.
            — No ha sido un accidente… Lo sabes, ¿verdad? — Mustié, encogiéndome más en él. — Yo debería haber estado en el coche.
            — Max…
            — Era uno de los hombres de Micah, tal vez de Michael… — Le aseguré, le había visto la cara cuando la ambulancia se lo había llevado; había visto la matrícula del coche y había deseado que aquel hombre estuviera muerto con todas mis ganas. — Intentaban matarme… Yo debería haber estado en el coche.
            — ¡Lo sé! — Gruñó Dan, con tanta rabia que me dio miedo. — ¿Crees que no lo sé? ¡Joder! ¡También son mis amigos!
            Dan no me miraba, solo gritaba con rabia por no poder hacer nada, estrechándome cada vez más, como si pensase que iba a desaparecer en aquel momento, como si supiera que quería hacerlo.
            — También son mis amigos, y sin embargo… Estoy aliviado. — Le temblaban las manos mientras me acariciaba el pelo, con cuidado. — Me odio a mí mismo por alegrarme tanto de que no estuvieras en el coche. Estoy tan jodidamente aliviado que debes de pensar que soy la peor persona del mundo…
            Dan enterró la cabeza en mi hombro, envolviéndome todo lo que pudo.
            — Si te hubiera pasado algo, yo… Hubiera perdido la cabeza, Max.
            Asentí, intentando respirar con normalidad.
            Aquello era todo lo que necesitaba saber, estaba lista.
            — De-deberíamos salir… Tal vez haya noticias de los chicos… — Murmuré, y le sentí asentir contra mi cuello.  
            Esa vez la enfermera no vino sola a dar las noticias, y aquella vez, ninguno de nosotros tendría que escucharlas solo.
            Dan y yo fuimos los únicos que no nos levantamos para escuchar las noticias, tal vez porque sabíamos que, si el golpe era lo suficientemente duro como para tirarnos al suelo, la caída no sería tan grave desde el asiento.
            — Brandon y Reed saldrán ahora, ambos están perfectamente. — Anunció la enfermera, y como si hubiera caído en que si solo nombraba a dos de nuestros amigos podíamos malinterpretar las noticias, agregó: — Todos están perfectamente, dentro de lo que cabe.
            Dan me cogió de la mano.
            «Todavía no.»
            — Dante acaba de salir de la operación, tendrá unas cicatrices en la pierna, pero con ayuda, un poco de rehabilitación y fisioterapia podrá caminar de nuevo. — Anunció el acompañante, un enfermero cansado y sudoroso. — La joven…
            — Calipso. — Mustié, necesitaba decir su nombre en voz alta.
            — Calipso está bien, tiene una herida fea en la cabeza y deberá quedarse aquí unos días hasta ver cómo evoluciona la cosa.
            — Está despierta, — Añadió la enfermera. — eso es una buena señal. Pero hasta que no hayan pasado veinticuatro horas sigue en peligro.
            Asentí.
             — Ian está bien. Hemos conseguido controlar la hemorragia a tiempo, pero también deberá permanecer en observación unos días. Las hemorragias internas son complicadas.
            Una sonrisa se me escapó de los labios. 
            Estaban vivos… Estaban vivos, joder.
            — Gracias… — Mustió Zack, mostrando una sonrisa débil. — Muchas gracias por todo.


            No fue hasta que el peligro de muerte desapareció que me decidí a acabar con todo de una vez por todas. No iba a haber más inocentes, no iban a haber más heridos, no iba a sufrir nadie más por culpa de un Bianco.
            No dije adónde iba, no dije adiós, no dije nada; solo salí del hospital con la cabeza más fría que el metal del revólver en mi bolsillo.
            Llegar al Muelle de Manhattan fue fácil, entrar en el Muelle fue fácil, encontrar a Micah fue fácil, disparar contra él… también.
            En la puerta estaba el mismo tipo que nos había recibido a Dan y a mí la última vez, iba trajeado, vestido de negro de arriba abajo. Y cuando me vio pareció reconocerme, porque sonrió de lado y se encogió de hombros.
            — Has vuelto… — Mustió, dejando entrever una sonrisa. — Y sin guardaespaldas, por lo que veo…
            — ¿Puedo entrar?
            — ¿Vas armada?
            — Sí. — Confesé, y casi pude ver como su sonrisa se ensanchaba por momentos.
            — La última vez no disparaste. — Recordó.
            — La última vez era una advertencia, ahora no. — Susurré, dejando claro que no quería perder el tiempo.
            — ¿Michael o Micah?
            — No es mi deber acabar con Michael…
            Asintió, moviendo mucho los rizos de su cabeza en aquel gesto.
            — Hazlo rápido y sal corriendo. — Dijo, aconsejándome.
            Simplemente asentí y entré.
            No me hizo falta espantar a ninguna de las chicas, en cuanto entré, se hizo el silencio. Era como la calma en el centro del huracán, como las nubes antes de la tormenta, como un banquete antes de pasar días sin comer.
            Micah estaba en su despacho, justo junto al de Michael. Había visto el segundo despacho del pasillo en cuanto salí de hablar con Michael y había leído el nombre del propietario en la puerta. Me pareció apropiado dispararle ahí, tal vez la puerta de la habitación hiciera de lápida, tal vez debería haber escrito la fecha de aquel día antes de entrar.
            Micah estaba tal y como lo recordaba, tal y cómo lo había visto hacía tres años. Con la cabellera marrón revuelta, las ojeras oscuras bajo los ojos y aquella mirada que podía mandarte al hoyo solo con mantenérsela más tiempo del necesario.
            No dije nada, solo me dio tiempo a reconocer su mirada de sorpresa al verme antes de que sacara la pistola y disparase.
            Por Ciara, quién había muerto por culpa de mi padre y sus deudas, unas deudas que ahora llevaba Micah; por Dante, por vivir bajo la sombra de un padre como él, alguien capaz de mandar que lo maten si eso acababa de una vez por todas con la deuda; por las chicas muertas por su culpa; por los chicos, por ser simples daños colaterales de su plan; por mí.
            Disparar contra alguien es como grabar su nombre en una bala, a fuego lento y con la mejor caligrafía que puedes escribir, es como probar la carne de cañón después de un día de caza. Pero lo peor de todo, es que es fácil. No te supone ninguna dificultad apretar el gatillo y sentir el impulso de la pólvora en el revólver, no te entra miedo al ver la sangre o escuchar el disparo en tus oídos, el pitido pertinente que se te queda en los tímpanos hasta te gusta. Es… terrorífico. Realmente terrorífico.
            — Max…
            Y entonces la realidad te sobrepasa y el olor a quemado de la pistola te asusta y la sueltas o la agarras todavía con más fuerza. Entonces escuchas todo lo que pasa a tu alrededor con más precisión que nunca y sientes que quieres vomitar, pero no lo haces, no puedes; porque no puedes moverte.
            — ¿Dan?
            — Max… ¿estás bien? — Preguntó, con cuidado.
            — No… No lo sé.
            — ¿Por qué lo has hecho? ¿Qué es lo que te ha movido a arriesgar tu vida tan tontamente? — Gritó, sabía que estaba gritando, estaba enfadado, apretaba mucho los puños y tenía la mandíbula tensa, pero su voz sobaba distante para mí.
            Aquella debía ser una pregunta trampa. Estaba segura de ello. Lo sabía por la mirada que Dan me devolvía, tan profunda y fría, tan desolada y a la vez tan incriminatoria que parecía que intentaba asfixiarme mentalmente, y parecía que lo estaba consiguiendo, porque el nudo en mi garganta empezaba a dificultarme el respirar.
            Dijese lo que dijese iba a ser usado en mi contra, iba a acabar conmigo de un solo golpe, y no habría mayor responsable que yo misma… Joder…
            — Tú…
            No quería que todo aquello acabara, pero si debía hacerlo, si aquel era el final, quería que fuera él quien apretase el gatillo.
            — ¿Qué? — Mustió con la duda brillando en sus ojos.
            — Tú… — Repetí.
            Dan me miró como si acabara de sentenciarlo a muerte, como si de todas las palabras que podría haber dicho, hubiera elegido la peor. Como si le doliese que hubiera dicho su nombre para usarlo en mi contra.
            Y de todas las cosas que pudo hacer, de todas las palabras que pudo gritarme… Dan me besó.
            No me di cuenta de cuánto necesitaba ese beso hasta que el aire no entró a mis pulmones después de separarme de él.
            No le había mentido, él había sido la pieza fundamental, lo último que necesitaba para apretar el gatillo aún con las manos temblorosas y las pocas fuerzas que me quedaban. Saber que había encontrado algo, alguien, que, si perdía, acabaría por destruirme por completo.
            — ¿Está…? — Preguntó, y no supe que se refería Micah hasta que me obligué a mirar el cuerpo en el suelo.
            Había sangre, pero no había apuntado, solo había apretado el gatillo una vez, lo suficiente como para no volver a querer sujetar un arma por el resto de mi vida, y luego me había perdido en mí misma.
            — No lo sé.
            El disparo le había dado, pero podía no ser mortal; tal vez siguiese vivo, tal vez había fallado.
            Entonces Dan hizo lo que nunca hubiera imaginado que pudiera hacer. Cogió el revólver del suelo, se acercó a Micah y le disparó en la cabeza, rápido y mortal.
            Tener el peso de una muerte sobre tus hombros es más fácil de llevar si lo compartes con alguien.
            — Uno de los dos lo ha matado. — Anunció, mirándome fijamente. — Nunca sabremos quién.
            Michael entró en ese momento, me miró fijamente y asintió. Tal vez dándome las gracias, tal vez con miedo de que le disparara a él también.
            — Ya no hay más deudas. — Mustió Dan, después me sacó de allí antes de que pudiera decir nada.
            La deuda de mi padre se saldaba con la muerte de sus hijas. Yo sobreviví y eso lo arruinó todo. Micah creyó que matándolo se solucionaría, pero la deuda no hizo más que pasar a pertenecerle a él. El circulo se cerraba conmigo dando el último disparo, el inicio del problema cerrando la solución. Como una ecuación perfecta y macabra.
            Pero me daba igual, y es que todo había acabado. Por fin.
Copyright: Yanira Pérez - 2015-2016

23. #CLCPLR


23.

            El ambiente de tensión del barrio pareció disiparse después de la conversación que tuve con Michael en el Puerto. Ya no había tantos maderos rondando por el barrio, como si por arte de magia fueran a coger a esos Malfatti de los cojones ellos solos, supongo que se dieron cuenta de lo inútil que era rondar por ahí en grupitos. Tampoco hubo más desapariciones de chicas y ningún cadáver en varias semanas.
            — A lo mejor están tomándose un descanso por las fiestas, ¿no? — Comentó Ian, en aquel humor negro que tenía él.
            Rodé los ojos. Ya no podía tomarme aquel asunto en broma. No después de todo lo que me estaba jugando, no después de casi perderlo todo, no después de reconocer que estaba más involucrada en aquel asunto de lo que me hubiera imaginado al principio.
            Porque era así, joder. Me había visto envuelta en un torbellino de problemas cuando al principio solo era, o pensaba que era, un impulso de corregir los errores que había cometido con Ciara y que no pudieron salvarla. Y ahora… Ahora mi vida volvía a colgar de una cuerda floja por culpa de mi padre y sus deudas.
            — ¡Va! ¡Olvidémonos de todo durante estos días! — Saltó Calipso, sonriendo de aquella forma tan infantil que adoptaba cuando quería algo y sabía que iba a conseguirlo. — ¿Sabéis que Maxine, por fin, — Anunció — ha conseguido el curro en el taller de Leroy?
            Los chicos saltaron y aplaudieron con demasiado ímpetu, como si aquello fuera un logro que jamás hubieran pensado que se cumpliría.
            — Idiotas… — Mustié divertida.
            — ¿Eso significa que por fin has arreglado a Valery? — Comentó Reed, revolviéndome el pelo.
            — Se llama Valeria… — Rodé los ojos. — Pero sí, está perfecta. Y Leroy ha dejado que me la quede y todo.
            Dan sonrió y me ofreció un cigarro, como diciendo: «Anda, toma, que te lo mereces.» Y no me sorprendía que estuviera tan contento, el cabrón había ganado la apuesta y se había llevado dinero por mi trabajo, manda huevos la cosa…
            — Podríamos ir a la playa, a Florida, para estrenar a Valeria y esas cosas… — Comentó Calipso, sentándose sobre Brandon en el sofá.
            — ¡Estamos en invierno, lumbrera! — Bromeó Brandon, después le dio un bocado en el brazo, como quién no quiere la cosa.
            — ¡Ay! — Se quejó ella.
            — Pesas más de lo que pensaba, tú…
            Sonreí, el acercamiento entre Brandon y Calipso había aumentado a un ritmo considerable en las últimas semanas. No sabía que había pasado entre ellos, ya que la peliazul no quería soltar prenda, pero me alegraba que flipas que por fin se empezaran a dar cuenta de que se gustaban.
            — La ocupa tiene razón, estaría bien ir a la playa y pasar el año nuevo juntos, lejos del barrio y esas cosas… — Asentí.
            — ¿Cuándo vas a dejar de llamarme ocupa? — Gruñó Calipso, cruzándose de brazos.
            — ¡Cuando empieces a pagarme lo que me debes!
            En verdad a estas alturas ya me había acostumbrado a la convivencia con Calipso en mi pequeño apartamento, incluso me costaba imaginarme como era mi vida antes de que la adolescente se instalara indefinidamente en mi casa.
            — Yo paso, debería ir a ver a Zoe y a su madre por las fiestas, pasar los días festivos con ellas. — Comentó Zack, quién llevaba varios días perdido. Tal vez intentando arreglar las cosas con su madre y su hermana.
            Annalise y Zack tenían una relación complicada, a la menor de los Walker le costaba entender por qué Zack los había dejado cuando las cosas con su padre no andaban bien, y le costaba perdonarle incluso ahora que se había enterado de la existencia de Zoe. Pero lo estaban intentando arreglar, y era bueno que ambos pusieran de su parte para que todo fuera bien.
            — Yo me apunto. — Dijo Dante, dándome un beso en la mejilla y robándome ese cigarro que me había ganado.
            — A mí me parece de puta madre, yo también me apunto. — Comentó Reed, asintiendo con fuerza.
            — Pues decidido, ¡allá vamos! — Gritó Calipso, y casi deja sordo al pobre Brandon.


            Florida como que nos pillaba muy lejos, pero eso no quitó que Calipso se saliera con la suya y acabáramos en la playa en pleno invierno. Manda cojones con la niña.
            Pero bueno, que no nos podíamos quejar. No teníamos sueño, pero teníamos una hoguera, porros y cerveza. Y esa seguridad de saber que, aquella noche, nada importaba; de que solo cambiaba la fecha del calendario y de que todo seguía igual. De que el pintalabios rojo seguía sin saltar de las camisas blancas y de que las medias seguían rompiéndose fácilmente, de que los tacones a altas horas de la madrugada desaparecían de los pies y que los borrachos seguían cantando a coro por la calle.
            Y así, así se estaba de puta madre.
            — Tía, ¿por qué te tintas el pelo de azul? — Le preguntó Ian a Calipso, todos en esa etapa de la borrachera en la que la boca se te abre sola y sueltas lo primero que se te pasa por la cabeza.
            — Por… Por mi madre, es su color favorito.
            Miré a Calipso fijamente. Con la luz del fuego iluminándole la cara, le resaltaban las pecas que tenía adornándole los ojos, esos ojos tan jodidamente peculiares que tenía ella, uno azul y otro marrón.
            — Nunca nos has hablado de ella. — La animé a que continuara.
            — Es… Es una mujer rara y extravagante. — Se ríe, como si se acordara de algo divertido que solo sabía ella. — Vivíamos en una comuna hippie.
            — ¿De esas en las que van en bolas, follan en el barro y se tiran todo el día fumando? — Preguntó Dante, y Calipso negó fuertemente con la cabeza, sonrojándose. Casi parecía que se hubiera imaginado su vida allí de esa forma.
            — No, más bien era de esas que cultivan su propia comida y están en paz con la naturaleza y la fauna. — Se encogió de hombros. — Aunque sí que se pasaban todo el día fumando y cantando.
            Calipso se encogió un poco más en su toalla y acercó las manos al fuego.
            — No sé, parece raro, pero era genial… — Sonríe con añoranza.
            — ¿Por qué te fuiste, entonces? — Preguntó Reed, quien se apoyaba en mis rodillas mientras dejaba que le acariciara el pelo como si fuera un gatito, un gatito muy grande.
            — Mi madre estaba convencida de que acabaría haciendo grandes cosas en la vida. Decía que desde el día en que nací la naturaleza me había marcado con algo especial.
            — ¿A qué se refería?
            — Lo dijo por mis ojos… Decía que lo primero que miré cuando nací fue a la luna, y que su luz me había bendecido para siempre dejándome un ojo de color azul… — La adolescente sonrió, encogiéndose de hombros. — No sé, era un cuento de niños para explicar por qué tenía un ojo diferente del otro.
            Todos nos quedamos en silencio, tal vez para que Calipso siguiera hablando, tal vez pensando en lo bonita que era la historia, o simplemente alguno de nosotros se había quedado sin palabras.
            — El caso es que me lo creí, realmente creía que haría algo especial en la vida; por eso me vine a Nueva York y dejé la comuna. — Rodó los ojos. — Luego conocí a Tiago, me enamoré de él y resultó ser un completo capullo…
            Recordé la noche en la que encontramos a Calipso, perdida y llorando en un callejón, rogando por ayuda por culpa de un gilipollas que intentaba sobrepasarse con ella.
            — ¿Era el tipo que…?
            — Sí. — Asintió, y todo volvió a quedarse en silencio.
            Dante era el único que no sabía por qué de repente esa tensión entre todos.
            En ese momento me di cuenta de que el mundo tal vez, no era tan desordenado de lo que pensaba; y de que el tiempo, sí ponía las cosas en su sitio.
            Como nosotros.
            Quién sabe cómo cojones acabamos juntos nosotros. Niños perdidos en el submundo con más mierda en nuestras vidas que en las calles en las que vivíamos… Dos italianos perdidos, una hippie con aires de grandeza, dos hermanos sobreviviendo a base de palos, un tipo que parecía un toro a punto de embestir y un puñetero centro gravitacional con ojos azules.
            Todos teníamos nuestros problemas: Reed, obligado a demostrar que su aspecto no decía nada de su personalidad; Ian y Brandon, con un padre drogadicto del que prefieren alejarse; Calipso, con esa promesa en los ojos y pocas oportunidades; Dante, con la decisión de defender a su padre o a mí frente a la muerte; Dan, con un padre maltratador y una madre alcohólica; y yo, condenada a matar o morir. Y aun así…
            Aun así, allí estábamos, celebrando a la luz de una hoguera con la cara ardiendo por el fuego y un frío intenso a nuestras espaldas. Todos nosotros, con aquella sonrisa en la cara que enseñaba más los colmillos como defensa propia que como muestra de felicidad.
            Una pena que, aun con aquellas pintas, no lográramos asustar a la vida en aquel combate y fuéramos nosotros los que recibiéramos el peor de los golpes…

            Volvíamos a casa ya, todos apretujados en la parte trasera de Valeria, todos demasiado despiertos incluso a aquellas horas de la madrugada, dentro de un par de minutos amanecería, y el sol traería la peor de las sensaciones con él.
            — Max, espera, necesito hablar contigo… — Susurró Dan, justo cuando iba a subirme al coche con los demás; después se dio la vuelta en silencio y comenzó a andar. — ¿Vienes o qué?
            Lo seguí con pies de plomo, estaba más serio que de costumbre, con las manos en los bolsillos de la cazadora negra y el pelo lleno de arena de playa.
            — Si es una distracción para quitarme el asiento del copiloto… — Mustié, soltando una risilla.
            — No.
            Asentí, dejando de reír.
            — ¿Qué…?
            — Estás guapísima. — Soltó, girándose a mirarme. — Quería decírtelo… — Me miró fijamente. — Estás guapísima. — Repitió.
            Él también estaba jodidamente guapo: como un polvo en el baño de un bar de mala muerte; como el rock and roll cuando se acompaña con un poco de maría; como la cafeína para la resaca…
            Bajé la vista al suelo, a mis zapatos llenos de arena.
            — Gr-gracias… — Mustié.
            — Me encanta eso de ti… — Dijo, devolviéndole la vista al mar.
            Aquella noche el mar estaba jodidamente brillante, como si supiera que hoy era año nuevo y siguiera esa tradición de estrenar algo nuevo el primer día del año.
            — Que eres guapa de cojones; — Continuó. — de las de verdad. Que eres… eres lista de remate. — Soltó una carcajada, y yo no puede evitar sonreír. — Siempre sabes qué decir…
            «Mentira.» Pensé. «Ahora mismo ni siquiera soy capaz de decir nada…»
            En aquel momento se escuchó el claxon de Valeria, y vi a Ian asomado por la ventanilla del copiloto haciendo gestos con la mano.
            — ¡Si no venís ya, nos vamos sin vosotros! — Gritó el rubio desde la ventana.
            Dan asintió, pero mantuvo la vista fija un rato más en Ian, mirando a Valeria desde donde estaba, como si su mente estuviera muy lejos de allí.
            — Deberíamos volver… — Mustió.
            Yo también asentí, pero tampoco me moví.
            — Dan… — Mustié. Ya se escuchaba el rugido del motor a lo lejos, listo para volver sin nosotros, todavía podía ver a Ian sacando la cabeza y mirando hacia nosotros.
            — ¿Si?
            Y en ese momento lo vi: negro, grande y rápido; como la sombra de algo horrible acercándose a toda velocidad hacia Valeria, hacia mis amigos.
            — Un coche.
            — ¿Qué?
            — Un coche. — Repetí, pero ya había echado a correr hacia ellos, hacia Valeria, hacia el coche que se dirigía directamente hacia un accidente seguro.
            Y entonces, alguien tiraba de mí en dirección contraria, mientras seguía repitiendo una y otra vez las mismas dos palabras, demasiado tarde para evitar el golpe, demasiado tarde para que todo mi mundo se desmoronara pieza por pieza. Justo cuando el sol salía iluminándolo todo y yo caía en la oscuridad más profunda.

Copyright: Yanira Pérez - 2015-2016