domingo, 10 de mayo de 2015

10. #CLCPLR

10.

            Mercurio.
            Tenía ese jodido nombre grabado en la cabeza a fuego.
            No tenía ni puta idea de quién era. Nadie lo sabía, pero el muy capullo había conseguido que todo el mundo se aprendiera su nombre, su apodo, su esencia.

«Las cicatrices nos recuerdan que el pasado fue real.»
Mercurio.

            Aquella fue su primera frase, pintada con spray en la jodida pared de The Moonlight, porque sí coño, porque no había más paredes en el puto barrio de los cojones que tuvo que elegir esa.
            ― Pues a mí me parece un gilipollas. ― Anunció Dan encogiéndose de hombros. ― La gente no quiere que le recuerden a cada jodido momento que tiene un pasado de mierda o que vive en un barrio de mierda.
            ― O que es una mierda. ― Añadí, en cierto modo estaba de acuerdo con Dan.
            Los chicos se me quedaron mirando fijamente durante unos segundos, como si les extrañara que estuviera de acuerdo con el moreno. Joder, que tampoco es tan raro.
            ― Pues a mí me gusta, tiene ese aura de misterio y sensibilidad que les falta a muchos tíos de aquí. ― Comentó Audrey, una de las chicas que trabajaban en el stipper.
            Estaba bien eso de pasarse por el local sin tener que estar poniendo copas a cada gilipollas que se me acercaba, pero vamos, que las vacaciones solo duraban unos días.
            Todavía no le había dado una respuesta a Leroy sobre la apuesta. Todavía tenía que pensar muchas cosas, dejar The Moonlight en estos momentos no era una buena decisión. El barrio estaba muy alterado con las desapariciones y los asesinatos. Y para que mentir, yo estaba acojonada.
            Le sonreí a Audrey. Todavía era una cría, una de las chicas que acababa de entrar a trabajar como bailarina en el stripper. Todas tenían ese brillo de esperanza en los ojos que les apremiaba a encontrar al chico sensible del barrio pobre que les robara el corazón.
            ― Tampoco es para tanto, la gente le da mucha importancia a un pringado que no tiene más cosas que hacer que pintarrajear las paredes. ― Siguió Dan, quien parecía que le molestara todo el asunto del tal Mercurio.
            ― Eso lo dices porque están todas las tías pilladísimas por él. ― Contraatacó Vicky ― ¿Un chico del barrio con aires de poeta romántico? Cuidado Audrey, que se te caen las bragas.
            Sonrió e hizo un gesto dramático de enamorada. Dejándose caer desmayada sobre la barra.
            ― ¿Y tú qué opinas de él, Max? ¿A ti también se te caen las bragas con los tíos cursis? ― Me preguntó Ian, dándome un codazo en la costilla mientras me pasaba el cigarro. ― Porque enserio, tengo que preguntártelo. ¿Eres lesbiana?
            Abrí los ojos como platos y comencé a reírme en desmesura. Pero qué coño.
            ― ¿Qué cojones te hace pensar que soy lesbiana, subnormal? ― Reí.
            ― Pues tía, que no te hemos visto con ninguno. Vamos a ser claros, ¿a ti te van los penes o no?
            Reí a carcajada limpia.
            ― Pues yo que sé… ― Me encogí de hombros. ― Sí, supongo que sí. Pero vamos, que eso de follar no es algo que me entusiasme.
            Ian se levantó de la mesa dando un fuerte golpe en la madera, como si acabara de escuchar la mayor gilipollez del mundo.
            ― ¡¿La habéis oído?! ¡¿La habéis oído, joder?! ― Tiró la silla al suelo y se puso a dar vueltas sobre la mesa, agarrándose del pelo como si no le entrara la idea en la cabeza. ― ¡Que no le entusiasma follar, dice! ¿Pero tú estás loca?
            Ian me cogió de los hombros y me zarandeó de un lado a otro.
            ― ¡Max, vuelve! ¡Vuelve al mundo real! ― Le di un pequeño puñetazo en el hombro y lo alejé de mí para que dejara de agobiarme. ― La hemos perdido, chicos… Ya está, nuestra Max se fue…
            Me agarró cual koala y se limpió unas lágrimas imaginarias.
            ― ¿Quieres soltarme, idiota?
            ― Depende, ¿tienes ganas de follar?
            Audrey agarró a Ian de la cintura y lo arrastró lejos de mí. Menos mal, menuda lapa, joder.
            ― Y dime otra cosa, Max… ― Comenzó Vicky. ― ¿Cuándo y con quién fue tu primera vez?
            Tosí incómoda. ¿Es que hoy era el día de las preguntas incómodas para Max o qué cojones?
            ― Oh, esa me la sé. ― Dijo Dan, levantándose como si fuera a recitar un poema en medio de la clase. ― Max era la típica chica mala de instituto que se saltaba varias clases para tirarse a los chicos mayores en el baño, ¿verdad, macarroni?
            Me encogí de hombros.
            ― Ya veo que sabes mucho del tema… ¿Es más complicado cuando eres un tío, verdad? Lo de tirarte a otros tíos en el baño, digo.
            Dan sonrió con sorna y levantó la botella de cerveza a mi salud, como si le hubiera hecho gracia y me hubiera concedido aquella pequeña victoria.
            ― Joder, Walker. ¿Hasta las tías te dejan por los suelos? ― Preguntó el bulldog pelirrojo.
            Dan se volteó a mirarle con la misma indiferencia que como si estuviera hablando con un ladrillo y se encogió de hombros.
            ― Si no recuerdo mal fue esa misma tía la que te dio tal botellazo que casi te echas a llorar, ¿no, Hell? ― Recordó Dan.
            ¿Hell? ¿Enserio? Menuda panda de peliculeros me cago en la hostia. Qué patéticos todos. ¿Es que no había más nombres en el mundo que tuvieron que ponerle al gilipollas de turno ese? Aunque con lo feo que es no me extrañaba que sus padres le pusieran ese nombre…
            Hell apretó los puños con tanta fuerza que se le notaba la vena del cuello. Que puto asco.
            ― No hemos venido a pelearnos, ¿verdad, Hell? ― Intervino Lennon, acallando todas las conversaciones que había en The Moonlight.
            El moreno le tendió la mano a Dan como saludo, como si con aquel gesto estuvieran firmando una tregua de bandas. Solo por aquella noche.
            ― Max… ― Me saludó Lennon, justo antes de retirar la mano que firmaba el pacto. ― Estás preciosa.
            ― Gracias, supongo.
            El moreno sonrió de lado y abandonó nuestra mesa junto a toda la manada de hienas que le seguían.
           

            ¿Os he dicho alguna vez lo jodidamente buenos que están los cubatas de The Moonlight? Joder, no me extrañaba que tuviera tanta clientela.
            Max, llevas tres años trabajando en el jodido puticlub, ¿y no habías probado ni un solo cubata de Vicky? Tres años echados a perder…
            ― ¡Vicky ponme otro! ― Grité por encima del bullicio que había en el local.
            ¿Cuándo se había llenado tanto?
            ― Max, llevas como unos tres encima… ― Mustió la rubia frunciendo los labios. ― ¿No te apetece mejor un cigarrillo?
            Hice un puchero. ¡Claro que me apetecía un cigarro! ¡Pero me apetecía más otra copa! Además, que algún gilipollas me había robado el paquete de tabaco. Putos chiflados de mierda.
            ― No me quedan… ― Mustié, repentinamente mareada.
            ― Ten, macarroni. ― Me tendió Dan uno.
            Lo cogí con demasiada alegría, como si el mareo se me hubiera pasado de golpe al ver el cigarro, y le di un beso en la mejilla.
            ― ¡Max! ¡Max! ― Oí que me llamaban a gritos, pero entre tanta gente y tanto ruido no tenía ni puta idea de quién me llamaba. ― ¡Max! ― Era Ian. ― ¡Max necesitamos un árbitro imparcial!
            ― Vale, búscalo por ahí. Seguro que hay alguno.
            ― No, tonta. Queremos que seas tú.
            Ian sonrió de aquella manera tan infantil que tenía de sonreír cuando estaba borracho, enseñando muchos los dientes y dejando que se formara un hoyuelo en su mejilla izquierda. Joder, qué guapo era el condenado.
            ― ¿Por qué yo?
            ― Porque sí, coño. ― Dijo antes de arrastrarme a las mesas del fondo.
            No solía entrar mucho en aquella zona del bar, estaba muy oscuro y solo había una salida, además de que cuando trabaja no solía salir de la barra.
            ― ¿Vais a jugar al póker? ― Dije en una carcajada. Habría que verlos, seguro que no tienen ni puta idea de cómo se juega.
            ― ¿Qué dices? ― Dijo Ian frunciendo el ceño, como si fuera obvio que para él eso era una auténtica mierda.
            Me encogí de hombros y me dejé arrastrar a la parte más interna de la sala de póker de The Moonlight, donde me encontré a las hienas de Lennon y a Reed concentrados en el pulso que estaban  haciendo el bulldog pelirrojo y mi amigo.
            ― ¿Un puto pulso?
            ― ¡Siiiii! ― Gritó Ian con toda la emoción del mundo, a mi sin embargo, estaban entrándome ganas de partirle la cara a alguien.
            ― ¿Necesitáis un árbitro para hacer un pulso de mierda? ¿Sois gilipollas o qué?
            ― Relaja un poco, morena. ― Gruñó Hell, mirándome de reojo sin perder de vista a Reed.
            ― ¿Y qué os habéis apostado si puede saberse? ― Pregunté, aquello no tenía sentido si no se jugaban algo.
            ― Quien pierda no puede pisar el local en dos semanas. ― Gruñó Hell.
            ― Y el coche. ― Añadió Reed.
            ― ¡Que no te voy a dar el puto coche, joder!
            ― Claro que no, lo vas a perder.
            Mmmm… ¿Se puede ahogar alguien por exceso de testosterona? Joder, un poco más y hasta huelo sus hormonas. Hombres…
            ― ¿Bueno, qué? ¿Trato? ― Preguntó Ian tendiéndome la mano.
            ― ¿Y qué gano yo? ― Pregunté cruzándome de brazos.
            ― Una noche conmigo. ― Ofreció Hell, sonriendo con cinismo. Puto pervertido de los cojones.
            ― ¿No se supone que debe de ser un premio?
            Se escucharon carcajadas de fondo y un “Oooooh” por parte de algunos espectadores. Sonreí, lo que hacía el alcohol…
            ― Va, va, Max. Porfiiii. ― Mustió Ian, abrazándome por la espalda y dándome pequeños besos por el cuello. ― Luego te compro un paquete de tabaco.
            ― Tres.
            ― Vale. ― Dijo, y me dio un beso sonoro en la mejilla.
            Si es que de verdad, lo que no hiciera yo por estos pillados de mierda…


            Sobra decir que ganó Reed por goleada. El castaño era una mole de músculo, y aunque Hell también parecía un armario con patas, Reed se trabajaba más el cuerpo. Iba a un gimnasio que había por el barrio o algo así, un club de boxeo o algo. No sé, a los tíos les va eso de zurrarse a hostias con otros tíos.
            Sobre las cinco de la mañana decidí irme a mi casa a dormir la mona. Hacía rato que había perdido de vista a los chicos y no me extrañaba en absoluto que se hubieran subido arriba a follar.
            Además, que la borrachera empezaba a bajarme y tenía el estómago revuelto, para “hacer ejercicio” estaba yo ahora, sí señor. Se me acerca cualquier gilipollas y le poto encima.
             El frío me heló el cuerpo en cuanto abandoné The Moonlight. Faltaba poco para que el invierno cubriera de un frío permanente el barrio, o quizás ya lo hubiera hecho y yo no tenía ni puta idea. Quién sabe.
            Una moto pasó corriendo a mi lado, con esa velocidad tan típica de estar huyendo de algo, de alguien quizá. Qué estúpido, no se puede huir de nadie, solo puedes esconderte durante un tiempo.
            ― ¿Tienes coca? ― Me preguntó un yonki en cuanto giré una esquina, abalanzándose sobre mí.
            Lo empujé hacia atrás con suma facilidad. La cocaína había hecho de su cuerpo una auténtica mierda, y estaba esquelético y sin fuerzas.
            ― No, tío, no tengo coca… ― Mustié.
            Vivir aquí me había enseñado como tratar con la gente con problemas. Solo eran pobres desgraciados que habían vendido su vida por una bolsa de polvo blanco y un momento de adrenalina y subidón en las venas.
            ― ¿Tienes coca? ― Volvió a insistir, poniendo una mano en mi hombro, como para que me percatara de su presencia.
            Le aparté la mano con delicadeza y volví a negar. Tenía los dedos y los labios quemados de mantener la pipa mientras se calienta. Y parecía que su piel se negaba a regenerarse otra vez.
            ― ¿No hay coca? ― Mustió con la voz quebrada y los ojos rojos vidriosos.
            ― No, tío… No hay.
            ― Pero yo quiero…
            ― Lo sé, lo sé…
            El yonki se apoyó en la pared y dejó caer su peso hasta quedarse sentado sobre la acera, con las rodillas en el pecho y ejecutando movimientos violentos, como sacudidas involuntarias.
            Justo enfrente, una de las frases de Mercurio decoraba la puerta de un edificio de ladrillo rojo.

«La vida de una flecha es fugaz, y su único sentido
es seguir una dirección y alcanzar su objetivo. »
Mercurio.

            ― Menudo gilipollas.
            Aquella voz… No pude evitar que la piel se me erizase.
            ― Pues sí. ― Respondí sin siquiera darme la vuelta.
            Desvié la vista al yonki tirando en el suelo, el cual hacía rato que no se movía. Tal vez estaba muerto… Había oído que cuando dejabas el crack te daba un chungo al corazón y la palmabas.
            ― ¿Es irónico, no crees? ― Pregunté en un susurro, no me atrevía a levantar de más la voz, no tenía fuerza.
            ― ¿El qué?
            ― Todo. No sé… La situación en general. ― Me abracé a mí mima, de repente, el frío había entrado en mis venas. ― De cerca parece simple y hasta macabro. Solo un yonki más que acaba palmándola. A nadie le importa, nadie sabe quién es, nadie le conoce realmente. Eso es triste.
            ― Lo es.
            ― También es irónico. ― Desvié mi mirada de aquel hombre al mensaje de Mercurio. ― Él solo buscaba sentirse importante… Tal vez no encontró el camino adecuado. Pero es eso lo que buscaba, lo que busca todo el mundo en realidad. Sentir que se es parte de algo, como los famosos. Buscaba ser reconocido, y acabó siendo un desconocido hasta para él mismo.
            El yonki jadeó en sueños y se revolvió en el sitio. No estaba muerto. Y en aquel momento no supe que hubiera sido mejor, que lo estuviera o que no.
            ― Lo sé. Pero no puedes hacer nada para cambiarlo.
            En aquel momento me giré a mirarlo. Nunca lo había visto así, tan solo, sin aquella manada de fieras que siempre lo acompañaban. Nunca lo había visto siendo tan… él.
            «Pero no puedes hacer nada para cambiarlo…» Yo no quería cambiar las cosas. Yo no quería ser el héroe de la historia y salvar una vida perdida. La única vida que me interesaba salvar era la mía, y ni siquiera estaba consiguiéndolo.
            No dije nada. En cambio, me encogí de hombros y seguí mi camino a casa.
            Lennon no tardó en alcanzarme. Aquella noche deba realmente miedo y estaba jodidamente guapo con la cazadora de cuero negra y el cigarro entre los labios.
            ― ¿Qué es lo que quieres, Lennon? ― Pregunté sin rodeos.
            ― He oído que Walker te ha conseguido un puesto en el taller de Leroy. ― Dijo encogiéndose de hombros como quien no quiere la cosa.
            ― Algo así. ― Asentí.
            Lennon me devolvió el asentimiento con un golpe firme de cabeza y se metió las manos en los bolsillos delanteros de los vaqueros.
            ― Va a ser una lástima no verte más a menudo por el local. ― Confesó.
            ― No creo que vaya a aceptarlo.
            ― ¿Por qué no?
            Volví a encogerme de hombros.
            ― Simplemente no creo que sea un buen momento.
            Lennon volvió a asentir y miró fijamente la acera mientras andaba.
            ― Pues deberías. Justamente por eso deberías. ― Me miró de reojo y le dio una patada a una piedra del camino. ― No te comas siempre los marrones de todos, Max.
            ― ¿Me estás pidiendo que no sea gilipollas?
            Lennon soltó una carcajada lobuna que me recordó mucho a Dan.
            ― Tú no eres gilipollas, Max.
            Me encogí de hombros, aunque no pude evitar esconder una sonrisa.
            ― Esa no es la opinión general de la… Hostia puta… 
            A lo lejos, un cuerpo inerte yacía en el suelo. Cualquiera hubiera pensado que se trataba de otra adicta al crack, otra don nadie en un mundo dominado por gente importante. Cualquiera hubiera pasado de largo si no hubiera visto la escena al completo. Si no hubiera visto la sangre del suelo formando un charco rojo en el asfalto, o la mitad del cuerpo a cinco metro de distancia del resto.
            Lennon miró hacia donde miraba yo con la misma cara de espanto.
            ― Me cago en todo…
            Esto no podía estar pasando. No podía estar pasando, joder. No quería mirar, y sin embargo, no podía apartar la mirada ni un solo segundo, incluso creía que había dejado de pestañear.
            ― ¿Está…? ― Pregunté con miedo.
            Joder, Max. ¿Es que eres gilipollas o qué coño te pasa? Está tirada en el suelo y le faltan las dos piernas. ¿Cómo cojones no va a estar muerta?
            Sin embargo, Lennon asintió despacio y con cautela, como si todo él fuera a cámara lenta. Aunque estaba casi segura de que su mente iba a cien por hora.
            Oh, dios…
            ― Hostia puta… ― Joder, Max, ¿es que no sabes decir más que gilipolleces?
            ― Llama a los maderos, Max. Llama a alguien.
            Asentí con la cabeza, aunque no pude moverme. Tenía las piernas totalmente paralizadas, como pegadas al suelo. Sin embargo, pude despegar mis pies del asfalto para acercarme todavía más.
            Joder, no debería de tener más de dieciséis años…
            ― ¿La conocías? ― Me preguntó Lennon, aunque no llegué a escuchar su voz con claridad. ― Max, ¿la conocías?
            Negué lentamente.
            ― ¿Tú sí? ― Asintió. ― ¿Cómo se llamaba?
            Lennon me miró fijamente y tragó pesado, tenía las pupilas dilatadas y brillante. Pero sabía que no iba a llorar.
            ― No lo sé… ― Miró el cadáver con suma tristeza. ― Y eso es lo peor de todo. Que no lo sé. No le pregunté por su nombre cuando vino a verme…
            Asentí. Él no tenía la culpa, él no la había matado.
            ― No es tu culpa.
            ― Lo sé…
            Miré los ojos abiertos de la chica, blanquecinos y sin vida, con la mirada perdida y llena de espanto. Era como si mirara al asesino directamente a los ojos antes de que la matara. Era como mirar a la muerte y no poder evitar caer dentro de ella. Y en aquel momento, parecía que me había atrapado en su interior.


 © 2015 Yanira Pérez.
Esta historia tiene todos los derechos reservados. 

sábado, 9 de mayo de 2015

9. #CLCPLR

9.

            Lo último que necesitaba en aquellos momentos era soportar a la manada de lobos hambrientos que habían entrado en The Moonlight hacía rato. Entre las miradas de advertencia de Tex y las gilipolleces del resto del mundo, estaban hinchándome los cojones.
            ― Necesito un respiro. ― Anuncié, saliendo de la barra con un calor sofocante y unas enormes ganas de partirle la cara a alguien.
            Si es que de verdad, no sé cómo cojones has aguantado tres años, Max. Mereces que te pongan una estatua o algo. Bueno, mejor que te den un cigarro.
            En realidad no debería de estar allí, cubría el turno de noche, pero la piba que entraba por la tarde se había pirado hacía un par de semanas así sin avisar ni mierdas de esas. Y claro, la mierda se la comía siempre la misma: Yo. Enserio, si no tenía un don para ser gilipollas no tenían ninguno. Porque mira que lo único que se me da bien es ser retrasada y cargar siempre con los marrones de la gente. Eso, se me da de lujo.
            Pero vamos, que lo tenía muy claro, a la próxima que Tex se me acercara con esos aires de superioridad y me obligara a cubrir el turno de la piba ésta le metía la botella de cerveza por el culo. Así quizás hasta le hacía un favor al mundo.
            El caso, que yo debería de estar durmiendo la mona y estoy aquí trabajando de más. Manda huevos la cosa. Con lo que me jode a mí no dormir lo que tengo que dormir.
            Al rato se me acercó un coche gris hecho una auténtica mierda, pero ya estaba acostumbrada a ver a aquella preciosidad de cuatro ruedas con todo el capó lleno de barro y hasta sangre. Me dolía, pero sabía que su dueño era un desastre con esas cosas.
            ― ¡Max, querida! ― Saludó Owen, saliendo del coche viejo como si saliera de una limusina. ― ¿Qué tal te va la vida?
            Hice una mueca con los labios, mirando de reojo al coche.
            ― Sabes que me jode muchísimo que trates así a esa preciosidad, Owen. ¿Lo sabes, verdad? ― Mustié como saludo, a lo que me gané una sonrisa lobuna por parte del peliverde.
            ― Lo sé… ― Mustió antes de ponerse serio. ― Vamos tía, monta. Tengo que enseñarte una cosa.
            Aquello sí que no me lo esperaba, pero asentí y me subí al coche. Muy pocas veces había visto a Owen así de serio, cuando hablaba con la pasma para que lo dejaran en paz a él y a sus carreras, y si en aquel momento no mostraba su habitual sonrisa, el asunto debía de requerirlo.
            ¿Por qué todo el jodido barrio conducía como un puto psicópata? ¿Por qué? ¿Es que se habían sacado el carné en la escuela de alta velocidad o qué coño? Ah, claro. Es eso. Que no tienen un jodido carné y un día de estoy voy a morir por subirme en un coche con alguno de estos locos.
            Si es que joder, que van un poco más rápido y en vez de tener coches tienen cohetes.
            De pronto, el coche se paró en seco con un fuerte bandazo, a lo que aproveché y salí corriendo.
            ― ¿Pero cómo coño conduces tú, pirado de mierda? ― Pregunté nada más pisar el suelo firme de la carretera.  ― ¿¡Quieres matarme o qué cojones!?
            ― Tranquila, Max. ― Dijo levantando la manos con aire de parsimonia. ― Enserio, ni siquiera yo soy tan dramático.
            Fruncí los labios. Yo no era dramática, era él, que conducía como un puto lunático.
            ― Cierra la boca. ― Gruñí. ― ¿Por qué me has traído aquí?
            Solo había venido al taller de Leroy un par de veces, y sin embargo, el olor a aceite de coche y grasa del motor eran inconfundibles. Me recordaban a Italia, al taller de Sam y al propio Sam. Me era tan familiar…
            ― Quiero que veas una cosa.
            Y me arrastró de lleno al interior del taller sin darme más explicaciones.


            ¿Sabéis a quién me encontré en el taller para variar? Sí, justo. Al jodido Dan Walker, a la única persona que está metido siempre en todo. Manda huevos.
            ― ¿Qué cojones hace Dan aquí? ― Le pregunté a Owen, frunciendo el ceño.
            ― Ha convencido a mi padre de que te dé el puesto como mecánico en el taller. ― Anunció encogiéndose de hombros. ― Por eso quería que vinieras.
            Me había quedado sin habla, tal vez por la sorpresa, tal vez por la rabia que comenzaba a hervirme la sangre a una velocidad de vértigo.
            ― ¿Cómo? ― Fue lo único que conseguí pronunciar.
            ― No tengo ni puta idea, Max. ― Hizo una pausa, examinando mi ceño fruncido y mis puños apretados. ― Pero oye, antes de que vayas a cantarle las cuarenta como buena italiana que eres… No seas gilipollas, Max.
            Aquello me sorprendió, incluso me irritó un poco.
            ― Sé que eres súper orgullosa, que sabes sacarte las castañas del fuego solita y que no necesitas depender de nadie. Y oye, que eso lo respeto. Pero una cosa es ser autosuficiente y otra ser gilipollas y rechazar algo como esto. ― Miró a Dan hablar con Leroy a lo lejos. ― ¡Joder, Max! ¡Que ni yo he conseguido convencer a mi padre en estos tres años! No seas idiota, ¿sí? Necesitas este curro después de lo que ha pasado en The moonlight con Rose, y lo tuyo…
            La escena en el despacho de Tex me vino a la mente como un fogonazo, sólo duró un instante, pero acabó abrasándolo todo.
            ― No tiene derecho a meterse en mi vida. ― Gruñí.
            ― Lo sé… Haz lo que quieras, Max. Pero no seas gilipollas.
            Estaba harta de esa frase: «No seas gilipollas.» ¡Como si pudiera evitarlo! Soy así, y a quien no le guste, puerta.
            ― Vete a la mierda. ― Y salí a paso firme a encarar a Dan.
            A cada paso que daba sentía la adrenalina drenarse con más intensidad en mi sangre y el pulso me iba más rápido, incluso tenía miedo de que se parara de golpe y acabar en el otro barrio.
            Dan debió verme venir de lejos, porque se le plantó esa sonrisa de gilipollas en la cara. Ya vería esa sonrisa cuando le soltara tal hostia por meterse donde no le llamaban.
            Me acerqué lo suficiente a él para no tropezarme con su arrogancia y le di un empujón. Por desgracia solo lo hizo retroceder un par de pasos.  Estúpida desproporción.
            ― ¿Quién cojones te crees que eres para meterte en mi vida, gilipollas? ― Gruñí, e intenté hacerle retroceder aún más con otro empujón. ― No tienes ningún derecho a meterte donde no te llaman, Walker.
            Dan no borró ni por un segundo la sonrisa petulante, y cada vez que la veía me entraban más ganas de partirle la cara a hostias. ¿Dónde había una botella cuando se necesitaba?
            ― Que te quede claro que yo no soy la típica gilipollas a la que tienes que ayudar. ¡No necesito tu puta ayuda y no la quiero! ― Gruñí, poniéndome de puntillas para estar a su altura. ― Puedes meterte tu solidaridad por el culo y disfrutarlo.
            ― ¿Has terminado ya? ― Preguntó cruzándose de brazos.
            ¿Pero este quién coño se cree que es?
            ― ¡Terminaré cuando me salga a mí del coño! ¿Estamos? ― Grité, lanzándole lo primero que encontré a la cabeza. Una lástima que solo fuera un trapo sucio de grasa. ― ¡No eres quién para exigirme cuando se me acaba a mí el cabreo o cuando no! ¡Y tienes suerte de que no te parta la cara aquí mismo de una hostia!
            Agarré una lleve inglesa y se la lancé contra el pecho.
            ¿Cómo mierda podía tener tantos reflejos? ¡Dan, estate quieto para que pueda darte una paliza!
            ― ¿Estás pirada o qué te pasa? ¡Estás ida de la puta cabeza, tía! ― Gritó esquivando un destornillador y un par de tuercas que le acababa de lanzar. ― ¡Deja de tirarme cosas, lunática!
            ― ¡Lunática tu madre, subnormal! ― Gruñí, y al no encontrar nada más para tirárselo a la cara intenté darle un puñetazo.
            Mala idea. Porque me agarró de la muñeca y me inmovilizó contra su moto.
            Mierda. ¿Por qué siempre que me encaraba con Dan acababa así?
            Nota mental, Max: no encarar a Dan Walker cuando pueda inmovilizarte contra su moto.
            ― Suéltame, Walker. ― Gruñí, pero en cuanto pronuncié su apellido hizo más presión contra la moto.
            ― ¿Vas a dejarme explicártelo, macarroni?
            Me revolví en el sitio intentando encontrar un punto flojo para poder liberarme de su agarre, pero el muy gilipollas ejercía tal fuerza sobre mí que estaba segura acabaría con las muñecas irritadas.
            ― No me sale del coño. ― Hice una pausa y levanté la barbilla con dignidad. Arrogante hasta en situaciones desfavorecidas, toda una italiana de pura cepa. ― ¿Crees que no sé por qué cojones lo estás haciendo? Sé que intentas convencerme para que amañe las carreras. Pero no pienso aceptar tu soborno, ¡no quiero tu puta ayuda! ¡No la necesito! ¡Sé sacarme las castañas del fuego sola!
            Dan hizo una mueca de desconcierto, como si le molestara no habérsele ocurrido antes.
            ― No, no es por eso…
            Oh, no. Eso sí que no. No podía ser…
            ― ¡Serás gilipollas! ¡Yo te mato! ¡Te juro que te mato! ¡Suéltame, cabrón! ― La rabia comenzaba a subir y de un momento a otro iba a dejar estéril a alguien como no se apartase de mi camino.
            Si había algo que odiase más que la caridad cristiana era la caridad por pena. Odiaba que la gente sintiera lástima por mí, por lo que me había pasado o por la situación en la que me encontraba. Sinceramente era algo que me hinchaba los cojones.
            Odiaba eso, y en aquel momento me odiaba a mí misma por habérselo contado todo, por tener un momento de vulnerabilidad y joder las cosas. Por llorar cuando hacía tiempo que ya no me quedaban más lágrimas. Por todo.
            Lástima dan los perros abandonados, no yo, gilipollas.
            ― Como te atrevas a sentir la más mínima lástima por mí, te juro que te corto los huevos y se los echo de comer a los perros, Walker. ― Gruñí contra su cara, muy cerca, muy muy cerca. ― Te juro que…
            Y me besó.
            Abrí los ojos en desmesura, intentando asimilar qué cojones estaba pasando allí. Pero lo único coherente que se me ocurría era que el mundo se había vuelto loco en cuestión de segundos.
            Correspondí al beso algo más torpe de lo que me hubiera gustado, aunque al final conseguí coger el ritmo del pelinegro segundos antes de que finalizara.
            Se separó de mí y me miró durante unos segundos, totalmente serio, analizándolo todo. A mí, sin embargo, solo se me pasaba una pregunta por la cabeza: ¿en qué momento exacto y cómo cojones he acabado sentada a horcajadas sobre la moto?
            Abrí la boca para decir algo, pero lo único que se me pasaba por la cabeza en aquel momento era un estúpido balbuceo incoherente; y sinceramente, no era plan para joder más las cosas a mi favor.
            Dan sonrió de lado con diversión. Tal vez le hiciera gracia la forma en la que abría y cerraba los labios sin llegar a decir absolutamente nada.
            Por fin, la voz salió de mi garganta con tanta interrogación y desconcierto que rogaba a gritos una respuesta lógica.
            ― ¿Por qué has hecho eso?
            Dan amplió su sonrisa y se encogió de hombros.
            ― Me estabas poniendo nervioso con tanta amenaza e insulto. Solo quería que cerrases la boca, macarroni. No te lo creas tanto…
            Fruncí el ceño y me crucé de brazos. Ya me encargaría de bajarle el ego más tarde.
            ― ¿Vas a explicármelo? ― Pregunté de golpe. ― ¿Cómo lo has hecho?
            ― Oh, Max… ¿No te dieron tus padres la charla sobre los chicos? En realidad no tiene mucha teoría… Solo tienes que acercarte y…
            ― ¡Eso no, idiota! ― Dije, dándole un puñetazo en el hombro. ― ¿Cómo has conseguido convencer a Leroy?
            Sonrió de lado y se encogió de hombros, quitándole importancia.
            ― En realidad no he convencido a nadie…
            Fruncí el ceño, como ya iba siendo normal, no me enteraba de nada. Al ver mi cara de confusión, Dan decidió explicarse mejor.
            ― En realidad no te he conseguido el puesto de trabajo. Sé que eres superorgullosa y toda esa mierda, así que he hecho una especie de apuesta con Leroy. ― Hizo una pausa, mirando cómo todavía estaba sentada sobre su moto. Me revolví incómoda en el asiento. ― ¿Ves ese trasto de allí? El puesto es tuyo si consigues hacer que funcione. Está muy estropeado y no tienes permiso para utilizar piezas del taller, tendrás que arreglártelas tú sola. Pero en cuanto lo consigas, serás bienvenida al taller de Leroy.
            Empezaba a sentirme mal por haberle cantado las cuarenta cuando en realidad no se había inmiscuido tanto en mi vida como había pensado, pero no iba a echarme atrás, iba en contra de mi orgullo italiano.
            ― ¿Cómo sabías que aceptaría?
            ― Sólo hay que saber conocer a tu enemigo. ― Se encogió de hombros. ― En cuanto encuentras una grieta, te lanzas de cabeza al ataque.
            Sonreí ante la metáfora. Pero en cierto modo tenía sentido lo que estaba diciendo. No sobre lo de lanzarse de cabeza contra las grietas de un muro (aunque confieso que sería divertido ver a alguien intentarlo) sino lo de conocer a tu enemigo. Supongo que por eso Dan siempre acababa ganando nuestras discusiones, porque empezaba a conocerme; pero eso se iba a acabar a partir de ese momento. Iba a aprender a conocer a mi enemigo, iba a aprender a conocer a Dan Walker.


© 2015 Yanira Pérez.

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