sábado, 21 de mayo de 2016

19. #CLCPLR

19.

            Zack Walker.
            Zack Walker y su jodida mirada. Eso era todo lo que se me pasaba por la cabeza mientras nos miraba a Dan y a mí. Eso y que el temblor de las rodillas me hubiera desequilibrado y tirado al suelo si no hubiera tenido la pared como punto de apoyo.
            ― Zack. ― Repitió Dan.
            Miraba a su hermano como si le costase comprender la situación. Como si le fuera imposible que él se encontrara allí en aquel preciso momento. Y no me extrañaba…
            ― La verdad es que me esperaba un recibimiento más efusivo. No sé. ― Bromeó el hermano mayor, al tiempo que se le escapaba esa sonrisa que llevaban todos los Walker grabada en la cara.
            Tal vez sobraba en aquella escena, cuando Dan se lanzó a darle un abrazo a su hermano como si hubieran vuelto a la infancia, uno de esos abrazos con sonrisas que enseñan los dientes y palmadas en la espalda que hasta duelen.
            ― ¿Qué haces aquí? ― Comenzó Dan, pero enseguida le interrumpieron.
            ― ¡Ey! ¡Espera un momento! Quiero que conozcas a alguien.
            No sé por qué me miró a mí en cuanto dijo eso, supongo que, aparte de anunciar que no había venido solo, le estaba dando pie a su hermano para que me presentara. Pero yo no necesitaba la ayuda de nadie para decir mi nombre y fingir una sonrisa de cortesía.
            ― Maxine Bianco. ― Me presenté, sonriendo como si no supiera nada de él más allá de que era el hermano de Dan.
            Iba a costarme mucho no pensar en el día en que lo conocí en Nueva Jersey hacía tres años. Pero no iba a cometer el mismo error que cometí con Dan y enseñar mis cartas antes de lo debido. O eso pensaba.
            ― Zack Walker… ― Mustió, como si con decirle mi nombre le hubiera contado toda mi historia y ya supiera todos mis secretos.
            ― Si te has traído una chica espero que hayas pensado en mí también. ― Comentó Dan, sonriendo como si esos tres años sin su hermano hubieran desaparecido. ― ¿Sabes que estuve en el trullo?
            ― Eso he oído. ¿Me voy unos meses y ya eres incapaz de burlar a los maderos? ¿Es que no te he enseñado nada en esta vida?
            No pude evitar imaginarme aquella escena. Dan mucho más joven, con su hermano mayor metiéndose en líos y aprendiendo aquella primera lección. «Si las cosas se ponen feas, corre todo lo que puedas.» Y a Zack dejando atrás a su hermano y empezando a correr, sin siquiera dignarse a comprobar que lo seguía, porque no necesitaba hacerlo, tenía la seguridad de que lo haría.
            ― ¿Unos meses? ¡Llevas tres años fuera! ¿Dónde cojones has estado? ― Le reprochó Dan, cruzándose de brazos.
            Zack soltó una carcajada y empujó a su hermano hacia la entrada, donde estaban todos alrededor de una caja de pizza vacía.
            «Buitres… ¡Aprendan a compartir!»
            ― Sí me he traído a una chica, pero como te acerques a ella con esa intención te corto las pelotas, hermano.
            Dan frunció el ceño y entró en el salón con la misma mueca de desconcierto con la que había mirado a Zack al principio.
            Joven, morena, con los ojos marrones y la piel muy blanca. Tal vez aquel era el tipo ideal de Dan, pero fallaba algo. Tal vez, que no superaba los dos años.
            ― Dime que no eres un pederasta, por favor… ― Mustió Dan, mirando a la niña con cara casi de espanto.
            La niña nos sonrió desde el sofá de la sala, enseñando mucho los dientecitos, casi como si fuera a comerse a alguien y agitando el brazo como si estuviera izando una bandera de bienvenida.
            Rodé los ojos y le di un golpe en el brazo por imbécil. ¿Es que acaso no era obvio?
            ― Es tu sobrina, idiota. Se llama Zoe.
            ― Casi prefiero que seas pederasta…
            Y es que aquella, sí era una sorpresa que nadie se esperaba.



            No me gustan los niños pequeños, no se me dan bien de hecho. Tal vez se deba a que soy un desastre como persona, y por lo tanto mi relación con otras personas, incluso si son personitas de dos años, es horrible.
            Por eso me mantuve apartada toda la noche, mirando a los chicos jugar con la niña y a Calipso intentando que fuera su muñeca-maniquí. Casi me daba pena la pobre niña, pero parecía que se lo estaba pasando bien, incluso.
            ― ¿Qué te traes con mi hermano?
            «¿Qué?»
            ― ¿Qué?
            ― ¿Que qué te traes con mi hermano? ― Repitió Zack, como si fuera eso lo que había preguntado y no me hubiera referido a su aparición de la nada por la espalda. ¡Joder! ¡Que casi me da un infarto! Exagerándolo un pelín.
            Bufé y solté una carcajada.
            ― No te importa.
            ― A él le gustas.
            Sonreí.
            Lo sabía.
            ¿Lo sabía? Sí, lo sabía. Sabía que le gustaba, que desde hacía un par de semanas, tal vez más, no me quitaba el ojo de encima cuando nadie miraba, o cuando simplemente quería mirarme porque sí, porque le apetecía. Sabía que me había cogido cariño, que se preocupaba por mí como por una más del grupo. Que el contacto físico entre nosotros había incrementado casi inconscientemente, que ya no me molestaba que de la nada, me cogiese de la cintura y me zarandeara medio borracho.
            Y casi podía afirmar con certeza que él a mí también me gustaba, que había comenzado a confiar en él, que me gustaba su sentido estúpido del humor, su manera de ponerse siempre a la cabeza de todo, incluso su manía inconsciente de ser el centro de atención.
            Pero eso era todo. Atracción.
            ― ¿A sí? ― Me hice la tonta, girándome divertida a mirarlo.
            ― No te hagas la tonta, no te pega.
            «Max, te ha pillado.»
            Sonreí de lado y rodé los ojos.
            ― Lo que tú digas…
            Me quedé mirando a Dan, a como, inconscientemente, competía con la recién llegada. Como si hubiera vuelto a la infancia y necesitara llamar la atención de su hermano mayor más que el juguete nuevo que se había comprado.  
            Zack soltó una carcajada y se encogió de hombros.
            ― El muy capullo se me ha adelantado.
            ― ¿A qué te refieres?
            ― A ti. ― Asintió. ― Si no hubiera visto la escena que he interrumpido y la manera en la que te mira, ten por seguro que ya te habría tirado los tejos por lo menos un par de veces. Y que ahora mismo estaríamos follando en una de las habitaciones.
            Rodé los ojos, pero me hizo gracia que comentara tan abiertamente que le atraía lo suficiente como para follar. Así son los tíos de por aquí, que cuando ven algo que quieren tirarse, no lo disimulan.
            ― Él volvió antes. ― Mustié, sin llegar a negar lo que había dicho.
            ― Él te merece más. ― Zanjó, como si aquella fuera la razón indiscutible que ganaba la discusión. ― Por cierto, ¿no vas a darme las gracias? ― Preguntó a mi espalda, sirviéndose una taza de café como si nada.
            «Mierda.»
            ― ¿Por traernos un juguete nuevo para que se entretengan? ― Pregunté sarcástica, desviando el tema de conversación. ― ¿Eres el nuevo Santa Claus?
            El moreno sonrió de lado y se acercó a mí, sentándose en una de las sillas de la barra y mirando a los chicos en el salón.
            ― Por lo de hace tres años, te salvé de un tipo, ¿recuerdas? ― Un escalofrío me recorrió la espina dorsal.
            Lo miré de reojo, pero no dije nada.
            ― ¿Qué quería?
            ― No sé de qué me estás hablando, Zack. ― Dije divertida, como si todo aquello me pareciera una broma. Pero la broma dejó de tener gracia en cuando lo miré a los ojos. Estaba mirándome exactamente igual que cuando caí en sus brazos aquella noche, rendida.
            ― Ya…
            ¿Por qué se acordaba? Es que todo el puto mundo en este barrio tenía memoria fotográfica o qué. Joder.
            No sabría decir por qué simplemente se lo dije todo. Tal vez era un don que tenía, tal vez sabía leer a la gente, o incluso hacer que se lean a sí mismos, tal vez por eso había conseguido llegar tan alto. ¿Quién sabe?
            Tal vez era su parecido con Dan el que me obligaba a confiar en él directamente, sin tiempo de prueba, sin prejuicios.
            ― Quería llevarme a casa, ― Confesé. ― pero no iba a dejar que me arrastrara de nuevo a allí…
            ― ¿Sabes qué le pasó luego?
            Fruncí el ceño, confundida.
            ― Volví a por el revólver a la mañana siguiente, supongo que para asegurarme de que todo había sido real, pero él ya no estaba… ― Bajé la mirada al suelo. ― No me engaño, sé que no está muerto, no soy estúpida… Supuse que volvió a casa, sin mí.
            Zack Walker asintió, encogiéndose de hombros, pero no dijo nada.
            ― Micah Bianco. ― Susurró, muy bajito, para que las palabras no desgarraran con fuerza. ― ¿Era tu padre?
            El efecto de susurrarlo no funcionó, las palabras resonaron tan fuerte que parecía que tiraban de mi estómago para que lo vomitara todo. Casi sentí como la sangre abandonaba mi cuerpo y el alma se me caía a los pies.
            ¿Cómo sabía su nombre?
            «¿C-cómo…?»
            ― Zack. ― Mustié, comprobando que todavía tenía voz. ― ¿Por… por qué has vuelto?
            ― Por Navidades. ― Dijo, y aquel sorbo lento y caliente me dio más respuestas que sus palabras.
            ― Mentira.
            El moreno sonrió y se encogió de hombros.
            ― He venido por todo el asunto que se está moviendo en el barrio. Las chicas, Michael, la Mafia… No me gusta ni un pelo. ― Confesó.
            ― ¿Por qué lo conoces? ¿De qué conoces a Micah? ― Insistí, necesitaba respuestas.
            ― ¿A tu padre?
            ― No es mi padre. ― Gruñí.
            ― ¿Tu tío? ― Preguntó.
            No. Micah llevaba el apellido Bianco, pero no era de mi familia, no tenía mi sangre. Estaba solo, y los Bianco lo acogimos, le hicimos un favor, está en deuda con nosotros. Está en deuda con mi padre, y por eso está aquí, por eso vino a buscarme él.
            ― Aquí la que ha preguntado primero soy yo, Walker. ― Susurré, apretando mucho los puños por debajo de la barra. ― Contesta.
            El moreno miró hacia el salón. A lo chicos, que habían comenzado una porra de cómo cojones Zack se había olvidado de la existencia de los condones; a Calipso, a la que no conocía más allá de lo que ella hubiera podido contarle aquella noche; a su hija, dormida en el sofá; y a Dan, que me miraba fijamente como preguntándome si estaba todo bien.
            No le respondí, no sabía que responderle.
            Y entonces Zack lo soltó todo, como una bomba.
            ― Micah Bianco no regresó a Italia, Max. ― Desvió la mirada hacia mí, y antes incluso de que pronunciara una palabra, el azul de sus ojos ya me lo había contado todo. ― Trabaja con Michael.
            Pum. Un disparo directo al pecho.  
            ― Dime una cosa, Max. ― Hizo una pausa, obligándome a mirarle a los ojos.
            ¿Cuántas veces había soñado con aquel azul? ¿Cuántas veces había comparado aquella mirada con la de todo el mundo? ¿Cuántas veces había temido que aquellos ojos borraran por completo los últimos tres años de mi vida, volviéndome a convertir en alguien débil?
            Pero una mirada no puede borrar nada, y mucho menos tres años. Y yo, yo ya no era débil, ya no huiría. Había aprendido la lección, estaba enseñada. Solo necesitaba una prueba para demostrar que era fuerte, para enseñarles que sabía ganar.
            ― ¿Hubieras disparado?
            ― Sí.

            ― Bien.


© 2015-2016 Yanira Pérez. 
Esta historia tiene todos los derechos reservados. 

domingo, 8 de mayo de 2016

18. #CLCPLR

18.

             La ciudad en invierno, cubierta de nieve y llena de ese espíritu navideño que lo envuelve todo… Es un puto coñazo. Sin más. Su madre, qué frío.
            ― No sé cómo mierda aguantáis en esos trajecitos con este frío, Audrey. ― Comenté, mirando el nuevo modelito que Tex había comprado para las chicas de The Moonlight por las fiestas.
            La morena se encogió de hombros y agitó el pelo rizado como si fuera un anuncio de champú. La verdad es que el conjunto rojo le quedaba de puta madre con su piel oscura, pero eso no quería decir que no se estuviese congelando.
            ― Eso es porque tú me pones caliente, Max. ― Bromeó, y me dio un sonoro beso en la mejilla. ― Venga, tía. ¡Alegra esa cara!
            ― Max tiene cara de amargada todo el año, no creo que pueda cambiarla. ― Comentó Ian, cogiéndome de la cintura por detrás y zarandeándome como si estuviera bailando una lenta.
            ― Iros a tomar por culo, anda… ― Gruñí, a lo que ambos soltaron una carcajada y chocaron el puño a mi costa.
            ― ¿Qué vais a hacer estas fiestas? ― Preguntó Vicky, echando un vistazo rápido al número del escenario.
            La rubia no había parado en todo el día con los preparativos del espectáculo de aquella noche, y estaba más alterada de lo normal, aunque ella se molestase en continuar negándolo. Creo que estaba preocupada por Rose, esta era la primera actuación de la chica desde que se había recuperado del “accidente” y Vi andaba de los nervios.
            ― Nada, cómo siempre. ― Comenté, pillándome un cigarro y encogiéndome de hombros.
            Había dejado de celebrar la navidad desde que me marché de Italia, y la verdad es que tampoco me apetecía nada celebrarlo.
            Gente, fiesta, alcohol y celebración. Prácticamente las Navidades eran mi día a día en el barrio, solo que con música cutre. Tampoco es que me perdiera gran cosa, ¿sabes?
            ― Joder, qué sosa.
            ― Ni que tú fueras a hacer algo mejor. ― Le saqué la lengua a Ian.
            El rubio rodó los ojos y apagando el último cigarro de la noche, se levantó del taburete.
            ― Lo que tú digas, guiri, ¿vamos?
            Los chicos y Calipso nos estaban esperando en su casa, e Ian había venido a recogerme al bar para que no fuera por ahí sola, así, cómo si necesitase un guardaespaldas o algo.
            Lo miré con el ceño fruncido y me crucé de brazos, allí se estaba bien, decente al menos, fuera seguro que hacía un frío de tres pares de cojones, y no me apetecía nada salir.
            ― Pero quiero quedarme aquí un rato más. ― Mustié.
            ― Y yo quiero comerme la cena que me está esperando en casa, así que andando. Ya es tarde. ― Ordenó y al no obtener ninguna reacción por mi parte, me cargó en brazos como un saco de patatas. ― Tú te lo has buscado. ¡Adiós chicas!
            ― ¡Ian, bájame!
            ― ¡Adiós, guapos! ― Se despidió Audrey, saludando enérgicamente con la mano.
            ― ¡No te despidas tanto y ayúdame! ― Le reproché, a lo que la morena se dedicó a encogerse de hombros y comenzar una conversación con Vicky. ― Traidoras… ¡Ian, bájame!
            El rubio soltó una carcajada y me dejó en el suelo, no sin antes darme una palmadita en el culo.
            ― Mira que todavía te suelto, Ian…
            ― Venga ya, si te ha gustado. ― Dijo divertido, aunque había comenzado a alejarse un poco por miedo a mi reacción. Puto cobarde…
           

            Llegamos antes de lo previsto, al parecer Ian sí que tenía hambre de verdad y había metido el turbo nada más arrancar.
            ― ¡Buenos días! ¿Qué hay para desayunar? ― Saludó el rubio a los chicos, entrado en la casa como si acabara de salir al escenario.
            ― Para empezar, es de noche y vamos a cenar, ― Comenzó Calipso. ― y segundo, para ti no hay nada.
            Esa era una de las principales razones por las que me había marchado del apartamento a The Moonlight: por Calipso. La adolescente se había levantado de mal humor y no paraba de gritar y estresarse por todo, parecía que estaba en uno de esos días de adolescentes hormonales.
            Ian frunció el ceño y miró mal a la peliazul por fastidiarle la broma.
            ― ¿Qué le pasa a esa?
            ― Está en uno de esos días del mes… ― Comenté, rodando los ojos y sentándome en el sofá sobre Brandon, ya que no quedaba sitio libre.
            ― ¿Qué? ― Gritó Ian, alargando mucho la “e” final y con cara real de espanto. ― La monstruación… ¡Aléjate de mí, demonio!
            El rubio se levantó rápidamente y se alejó lo máximo que pudo, escondiéndose malamente detrás del sofá, mientras hacía una cruz con los dedos para alejar “al mal” (alias Calipso) de él.
            ― Pero ¿qué dice este? ¡Qué cojones haces! ― Gritó histérica la peliazul, comenzando un pilla-pilla por toda la sala, en el que Ian huía de Calipso alegando que llevaba el mal encima y que no le haría caso porque no era ella quién hablaba sino el mismísimo demonio que se le había metido dentro. ― ¡A ti sí que se te ha metido dentro la subnormalidad! ― Gritó indignada. ― ¡A que te la saco de una hostia!
              ― ¡Eh! ― Les llamé la atención. ― ¿Paráis u os paro yo?
            No estaba yo como para que me dieran la tabarra últimamente.
            ― Yo encantado de que me pares, Max… ― Comentó Ian en un ronroneo, con una sonrisa de medio lado.
            ― Ya vale. ― Gruñó Dan, al parecer, bastante harto también.
            Ian rodó los ojos como si fuéramos unos aguafiestas y, por fin, se sentó en el suelo, cerca de la mesa.
            ― ¿Y la comida?
            ― Tiene que traerla Reed. ― Comentó Brandon, abrazándome por detrás. ― Joder, Max… Como pesas.
            Me giré a mirarle levantando una ceja. No tendría que sentarme encima suyo si dejara algo más de espacio en el sofá y no estuviera tan cómodo.
            ― ¡Se la va a comer toda! ― Se quejó su hermano.
            ― ¿Qué me voy a comer qué? ― Preguntó Reed, entrando justo en ese momento con la caja de la pizza en la mano.
            Ian se levantó de un brinco y le arrebató la comida de las manos.
            ― Puedes comerte a Calipso, hoy está insoportable, así de mientras me como yo esta preciosidad… ― Comentó mirando nuestra cena con cara de depredador.
            ― ¿Es que no te dan de comer a ti o qué? ― Pregunté.
            ― Es que está a dieta… ― Se burló Brandon, sacándole la lengua a su hermano.
            Dan rodó los ojos y se levantó para pillar una cerveza.
            ― ¡Píllame una! ― Le pedí.
            ― Están calientes. ― Comentó Reed, pillándose un trozo de pizza antes de que Ian se la zampara toda. ― Se nos ha jodido la nevera.
            ― Llevamos una semana a base de comida rápida y esas cosas.
            Fruncí los labios con fastidio.
            ― Pff… Paso, odio la cerveza caliente. ― Mustié, levantándome para ir al baño y alejarme un poco de tanto ruido, tenía la cabeza que me explotaba, y hacía días que casi no pegaba ojo por las noches.
            Últimamente era así. Tenía suerte si quizá dormía algo de noche entre el insomnio y las pesadillas. Y por la mañana, andaba durmiéndome en cada rincón que encontraba.
            ― ¿Pretendes acompañarme al baño?
            ― ¿No sois las tías las que siempre queréis compañía? ― Comentó Dan, que, al parecer, después de pillarse una cerveza había decidido seguirme.
            Rodé los ojos haciendo caso omiso y entré en el baño.
            Hacía un par de días que andaba evitando a Dan, desde la noche que dormimos juntos, y no me había quitado de la cabeza lo que me había dicho: «Se llamaba Ágata Capaldi, era una de las nuevas adquisiciones de Michael.»
            «Ágata Capaldi.»
            Había que estar muy desesperada para acabar en un negocio como el de Michael, pero, sobre todo, había que ser muy valiente.
            Yo no lo había sido. Cuando me vi sin nada en la calle preferí acabar con todo antes que seguir luchando, incluso me planteé el suicidio, pero ni eso fui capaz de hacer. Fui una cobarde y me dejé llevar. Solo la suerte del principiante me hizo seguir a flote.
            Cuando salí del baño, Dan estaba esperándome fuera, y aquel encontronazo me recordó mucho a la primera vez que había hablado con él, justo allí, cuando ya sabía quién era Dan Walker.
            ― Andas evitándome. ― Fue directo al grano.
            ― Mentira.
            Soltó una carcajada irónica y me impidió regresar al salón, cerrándome el paso con todo su cuerpo.
            ― ¡Venga, ya, Max! ¿Qué cojones te pasa?
            ― No me pasa nada.
            ― Sí, sí te pasa. ― Insistió Dan. ― Andas por ahí con cara de “si te acercas te suelto una hostia”.
            ¿Así es como se llamaban ahora las ojeras por no dormir?
            ― A ti no te la he soltado. ― Me defendí, encogiéndome de hombros.
            ― ¿Es por lo del otro día?
            “Lo del otro día”, “el accidente de la pista”, “el nuevo cadáver”, “eso”. Todo se refería a lo mismo, y ningún nombre se ajustaba a la situación.
            ― No. ― Mentí.
            ― Imaginaba… ― Asintió. ― Me enteré del trato que tenías con Hell, estás de la cabeza.
            No lo dijo en plan coña, lo dijo serio, mirándome fijamente.
            En aquel momento me entró miedo, un miedo de cojones. Esa era una de las principales razones por las que andaba evitándolo, y que lo supiera y no me hubiera dicho nada al respecto hasta ahora me ponía de los nervios.
            ― ¿Cómo te enteraste? ― Pregunté, abrazándome a la cazadora.
            ― Reed me lo contó.
            ― ¿Por qué?
            Se encogió de hombros.
            ― No deberías haberlo hecho, ni siquiera deberías haberte acercado a Hell, no es de fiar.
            ― Nadie en este puto barrio es de fiar. Ni siquiera tú o yo. ― Gruñí y la imagen de Dan susurrándome al oído que no se fiaba de mí nada más conocernos me vino a la cabeza.  
            ― ¿Por qué apostaste por mí, entonces?
            ― ¿A qué te refieres?
            ― El otro día. En la pista. Dijiste que yo era tu apuesta. ¿Por qué?
            Aquel día… Aquel día fue una puta mierda. Fue la noche de la Gran Carrera que todo el jodido barrio llevaba esperando durante semanas, fue la noche en la que todos tenían los nervios de punta y la tensión podía quemarte la piel, fue la noche en la que Dan regresó hecho una mierda dispuesto a acabar con todo para seguir volando bajo su reputación, la noche en la que todo el mundo estalló con el nombre de Michael en los labios; y el puñetero Dan Walker quería saber por qué había apostado por él.
            ― Porque te he visto correr. ― Aquella respuesta pareció decepcionarle. ― Eres un buen corredor.
            Dan retrocedió unos pasos y cerró los ojos con fuerza, como intentando quitarse una imagen de la cabeza. Parecía que gritaba en su interior por otra respuesta.
            ― Tenías razón cuando dijiste que lo que cuenta es el conduct…
            ― ¿Confías en mí? ― Me interrumpió, desesperado.
            «¿Qué?»
            ― ¿Qué?
            ― ¿Que si confías en mí? ― Repitió, acercándose lentamente hacia mí.
            Me mordí el labio con fuerza. ¿Confiar en Dan Walker? Dios… Parecía algo imposible; y, sin embargo, no me sorprendí cuando le dije que sí.
            ― Más de lo que me gustaría. ― Asentí, sin quitarle los ojos de encima.
            Sonrió.
            Fue muy rápido, una sonrisa leve que solo duró unos segundos. Y yo, como una estúpida, no pude evitar cerrar los ojos y decir aquello…
            ― ¿Sabes? Siempre me ha gustado tu sonrisa…
            Abrí un ojo mientras me encogía sobre mí misma, como si estuviera giñándole, solo para ver su reacción. Tenía esa sonrisa de lado que parecía decir que tenía a todo el puto mundo bajo su control.
            Solté una pequeña carcajada y volví a cerrar los ojos, mientras me dejaba apoyar sobre la pared.
            A partir de ahí todo se volvió muy lento e intenso.
            Sabía que Dan estaba mirándome, notaba su mirada taladrándome fijamente, cada vez más cerca. Y de pronto, una descarga eléctrica me recorrió la piel cuando me acarició le mejilla. Tenía las manos frías, siempre tenía las manos frías.
            Tragué saliva y abrí los ojos en cuanto Dan comenzó a respirar casi sobre mí. Sus ojos azules me miraban fijamente, y se veía tan jodidamente bien que juro por dios que en ese jodido momento quise besarlo. Y lo hubiera hecho, estoy segura, de no ser por él.
            ― Vaya, vaya… Y yo que pretendía darte una sorpresa por Navidad, y la sorpresa me la das tú a mí… ― Dijo divertido.
            ― ¿Zack?

            ― ¿Qué hay, hermanito?  

© 2015 Yanira Pérez. 
Esta historia tiene todos los derechos reservados.