sábado, 25 de junio de 2016

21. #CLCPLR

21.

            Ver a personas a las que hacía tiempo que no veías es como una puta máquina del pasado. Puede que sea su colonia, la forma en la que se viste o su acento extraño al hablar lo que pulse el botón que te mande directamente a cuando todo era diferente de lo que es ahora.
            Ver a Dante me hizo recordar todo aquello que había dejado atrás, toda mi vida en Italia, todos los veranos que pasamos juntos de críos.
            «¿Recuerdas? Castigos si la lías, las idas y venidas, historias varias…»      
            Claro que me acordaba, joder. Me acordaba de todo…
            Sin embargo, no podía permitirme el lujo de ahogarme en el pasado, no ahora, después de tres años aprendiendo a agarrarme al olvido como mi único salvavidas en mitad de la tormenta en la que se había convertido mi vida.
           

            Después del reencuentro emotivo en el apartamento de Dante, decidimos que era buena idea llevárnoslo a casa, ya que, si Zack había no había tardado mucho en encontrar a Dante, la gente de Lennon no tardaría en dar con él.
            — Entonces… ¿Tú eres el tal Brox? — Preguntó Zack.
            Dante asintió lentamente, sentado en el sofá junto a Calipso. Con las miradas fijas de Zack y Dan en él, parecía un animal acorralado por un depredador; incluso cuando Dante no tenía ninguna desventaja física a la hora de que se produjera un cara a cara entre ellos.
            Había crecido mucho en aquellos tres años, se había dejado crecer la melena rubia hasta casi por los hombros y el brillo de sus ojos marrones parecía haber adquirido un aire más maduro; la última vez que lo vi era un crío de dieciocho recién cumplidos, con aires de grandeza y ganas de comerse el mundo, ahora estaba más alto, más fuerte incluso, más hombre.
            Zack se cruzó de brazos, se giró a mirarme y se encogió de hombros como preguntándome: «Genial, ¿y ahora qué?»
            — ¿Qué haces en Estados Unidos, Dante? — Pregunté, manteniendo las distancias.
            Todos en la sala parecíamos incómodos menos Calipso, la cual parecía emocionada con toda la situación. Casi le faltaba coger un bol de palomitas y sentarse a comer mientras observaba el espectáculo.
            — Por mi padre…
            — Micah. — Afirmó Zack. — Uno de los mayores hijos de puta que jamás he conocido.
            Dante volvió a asentir lentamente.
            — No te lo voy a negar, es un completo capullo.
            — Y aun así viniste con él. — Le acusó Dan, quien solo abría la boca para encontrar algún motivo en contra de Dante.
            — Micah vino a por mí hace tres años… — Le informé. — Quería que volviera a Italia con él…
            Dante me devolvió la mirada fijamente, tal vez encontrando todas las diferencias de mi yo de hacía tres años y el actual que a primera vista no había notado.
            — Lo sé, — sonrió débilmente, la típica sonrisa de añoranza que le dedicas a la fotografía de tu primera mascota. — tú padre lo mandó a por ti antes de que los Malfatti se lo cargaran…
            «¿Qué?»
            — ¿Qué? — Preguntó Calipso. — Maxine, no nos habías dicho que tu padre…
            «Mi padre, ¿qué?»
            En aquel momento todo se volvió una señal de alarma, la mirada de Dante, la preocupación de Calipso, la incomodidad de Zack y el contacto lejano con Dan. Aquello no podía ser verdad…
            — ¿No lo sabías? — Casi podía escuchar las disculpas de Dante a través de su mirada.
            Negué lentamente, intentando enfocar la mirada en la punta de mis pies.
            «Mi padre está muerto…»
            — Max… — Escuché que me llamaba Dan, pero estaba demasiado perdida como para poder encontrarle con la mirada. 
            Levanté la vista hacia Dante.
            Dante, que había sido casi como un hermano para mí, que había jugado conmigo todas las tardes de verano; Dante, que me había enseñado a montar en bicicleta y me había curado todos y cada uno de los rasguños que me había hecho; Dante, la misma persona que con catorce años me había confesado que estaba pillado por Ciara…
            — ¿Cuándo…? — Casi me atraganté con mis palabras.
            — Un poco más de medio año después de que tú te marcharas… — Confesó. — Max, yo…
            Cerré los ojos con fuerza, recordando la primera lección de vida que me dio mi padre, cuando entré en el instituto y mi paso a la madurez ya empezaba a notarse: «La vida es así, Max, un continuo yo me lo guiso, yo me lo como. Porque sí, coño. Porque no puedes provocar una puta tormenta y quedarte plantado bajo la lluvia gritando: ¡joder, está lloviendo!»
            Una lección de puta madre, sí. Seguro que no pensó que algún día la utilizaría en su contra.
            — Estoy… bien. — Dije no muy segura. — Se lo merecía… ¿No? — Todos asintieron, y en aquel momento respiré más tranquila. — ¿Quién… quienes dices que fueron?
            — La familia Malfatti, ni siquiera sé si realmente son italianos.
            — ¿Los Malfatti? — Preguntó Zack, apretando muy fuerte los puños. — ¿La gente que está ahora con tu padre?
            — No, — Negó Dante. — no trabajan juntos, tienen una especie de trato…
            — ¿Qué trato? — Insistió Dan.
            — Mi padre les debía algo… Algo de cuando trabajaba para tu padre — Me miró, y yo solo podía quedarme quieta, escuchando como todas las palabras se me clavaban en los oídos. — La deuda no quedó resuelta con la muerte de Ciara, pero tampoco con la suya…
            «Una deuda, la muerte de Ciara fue eso, una jodida deuda a pagar.»
            — Nos vinimos aquí intentando huir…
            Gran error.
            — No se puede huir, no sirve de nada salir corriendo… — Susurré, aquello lo había aprendido por las malas, ahora lo tenía grabado en la cabeza.
            — Lo sé, — Dante me dio la razón. — nos encontraron a los pocos meses, por aquel entonces ya trabajaba para Michael… Les ofreció un trato, un doble o nada: saldar de una vez por todas la deuda o acabar en nada…
            — Y las cosas no están saliendo como él esperaba… — Dedujo Zack, a lo que el rubio negó con la cabeza.
            — Los Malfatti han empezado a cobrarse la deuda con las chicas de Michael…  — Bajó el tono poco a poco. — Por eso… Por eso los cadáveres que se encuentran en Nueva York…
            «¿Cuántas chicas iban ya? ¿Cinco?»
            — ¿Son todas chicas del puerto? — Preguntó Calipso, se había puesto muy pálida, y parecía que iba a ponerse a vomitar en cualquier momento.
            — La mayoría… — Asintió Dante. — Por eso intenté contactar con ese tipo: Lennon. Quería solucionar las cosas, sé que tiene contactos con mucha gente y…
            Dan soltó una carcajada amarga.
            — ¿Organizando una puta redada? — Preguntó Dan sarcástico. — Menuda forma de ayudar…
            El rubio negó con la cabeza y bajó la vista al suelo.
            Recordé la noche de la redada: gritos, sirenas, golpes y todos pasando por encima de todos para intentar salir de aquella ratonera. Recordé el golpe en el costado e instintivamente me toqué la zona en la que había llevado una herida bastante fea, como si el dolor volviera por unos segundos. Dan fue el único que se fijó en aquel gesto.
            — Michael se enteró de que iba a abrir la boca y se ocupó de que no lo hiciera… — Dante cerró muy fuerte los ojos, como intentando borrar una imagen de su cabeza, sin llegar a tener mucho éxito.
            Micah nunca había sido un buen hombre, por eso mi padre y él habían congeniado tanto de pequeños: no eran hermanos de sangre, pero eso no les impidió ser como uña y carne.
            Recordaba que más de una vez había pegado a Dante lo suficientemente fuerte como para dejarle un hematoma muy feo en el estómago o la espalda. No me costaba mucho imaginarme a Micah contratando a alguien para que golpeasen a su hijo y así no abriera la boca, o incluso propinándole la paliza él mismo. Me estremecí.
            — Luego llamó a la policía y les informó de la reunión que habíamos acordado…
            — ¿Michael tiene contactos con la policía? — Pregunté, procurando que no se notara lo estrangulada que tenía la voz.
            — No solo Michael, mi padre se trajo a algunos hombres de Italia… — Dante bajó la mirada al suelo. — Por eso lo de la identidad falsa, el nombre…
            Porque intentaba ocultarse de su propio padre… Conocía esa sensación perfectamente.
            — Puedes quedarte aquí. — Anuncié, mirando muy seriamente a Dante. — Puedes dormir en el sofá…
            — No. — Me cortó Dan. — No es buena idea.
            El poco aprecio que le tenía Dan a Dante se había notado nada más el moreno entró en la casa y lo vio sentado en el sofá. La tensión que había entre ellos era tan grande que casi podrían haberse dado de hostias el uno con el otro hasta acabar ambos en el suelo.
            — Es casi como un hermano para mí, hemos pasado mucho tiempo juntos...
            — No es buena idea, Lennon podría tomarla contigo… — Apuntó Dan, mirando de reojo a Dante desde la encimera de la cocina. — Debería buscarse otro sitio.
            Me acerqué a Dan, plantándome delante suya con los brazos cruzados en el pecho; adoptando justamente la postura que Vicky adoptaba cuando se encaraba con Tex. Si ella siempre salía ganando tenía que ser por algo, tal vez la postura le daba la seguridad necesaria para no dejar que la intimidase.
            — Tú harías lo mismo por cualquiera de tus hermanos, Dan… No me digas lo que puedo o no puedo hacer. — Me defendí. — Además, puedo ocuparme de Lennon…
            Dan bajó de la encimera y se acercó lo suficiente a mí como para obligarme a levantar la cabeza para mirarle a los ojos.  
            — No sé qué trato tienes tú con Lennon, Max, pero ya tienes que currarte esa mamada si quieres que tu amiguito salga con vida de esta.
            «Oh, no… No ha dicho eso, ¿verdad?»
            Le di puñetazo en la cara.
            — Mira gilipollas, que sea la última vez que te diriges a mí de esa forma, ¿estamos? — Gruñí, muy cerca de sus labios, incluso estuve a punto de escupirle en la cara.
            Dan me sostuvo la mirada unos segundos y luego se dirigió con paso firme hasta la puerta, por la que salió cabreado y dando un portazo como única despedida.
             — ¡Que te den! — Será capullo…


            Conseguí que Lennon dejara en paz a Dante antes incluso de lo que pensaba. No me hizo falta rebajarme hasta suplicarle, darle nada a cambio o invitarle a una cerveza. Todo bastante guay, la verdad.
            — Oye, Lennon, ¿sabes el tipo que tenía información sobre Michael y la gente que está acabando con sus chicas? — Le pregunté cómo quien no quiere la cosa. — Pues es como mi hermano, en verdad se llama Dante. — Llegué a sentirme muy estúpida, sinceramente. — El caso es que estaría muy feo que le pasara algo, ya sabes.
            No sé qué cojones estaría pensando el japonés en ese momento de mí, algo como: esta tía está ida de la puta cabeza, a saber cuántos porros se ha fumado esta noche.
            Sí, algo así estaría pensando.
            No sé, puede que fuera él el que iba un poco ido, ya fuera por el alcohol o por los porros, porque soltó una carcajada y se encogió de hombros.        
            — Así que hay un nuevo Bianco en la ciudad... — Sonrió enseñando muchos los dientes. — ¿Todo bien, Max?
            — Sí. — Esta vez fui yo la que se encogió de hombros. — Eso creo, vamos.
            Sonrió.
            — Me alegro por ti.
            Sí… La conversación fue algo así, creo. Bastante guay hasta ese punto: yo tenía lo que quería y no me había costado nada. Pero claro, faltaba ese punto de realidad que lo jode todo.
            — Tienes suerte de que Walker haya pagado el precio de Brox por ti, a ti te hubiera costado mucho más caro… — Hell y su bocaza de mierda.
            — ¿Zack? — Pregunté, y juro que casi me pongo a rezar para que fuera el hermano mayor y no de Dan de quién estábamos hablando.
            Hell soltó una carcajada.
            — Solo uno de los dos hermanos Walker está lo suficientemente pillado por ti como para pagar el precio que conlleva que tu amiguito de la infancia no acabe en el río.
            Cerré los ojos con fuerza y me giré a mirar a Lennon, porque como siguiera mirando a Hell y su sonrisa de gilipollas iba a acabar con menos dientes de los que tenía.
            — ¿Qué precio? — Le pregunté, apretando los dientes.
            — Max…
            — Dime el puto precio. — Repetí, dándole un puñetazo a la mesa que dejó el local en silencio.
            Genial, Max, intenta llamar más la atención.
            — Las carreras.
            «¿Qué?»
            — ¿Qué? — Abrí los ojos en desmesura y me tapé la cara con las manos, intentando que no se notaran mis ganas de estrangular a alguien.
            Tal vez debería mirarme lo de los instintos asesinos… Últimamente no hacían sino aparecer cada dos por tres. No tenía que ser muy sano. Tal vez algún loquero…
            — ¿Por qué has permitido que lo haga? — Le reproché a Lennon.
            No me debía nada, sabía que cualquiera en esa situación y con el poder de Lennon en el barrio no podía desaprovechar aquella oportunidad. No solo era dinero, era reconocimiento; y en estos lares de inframundo el reconocimiento es la única oportunidad de ascender. Y, aun así, sentía que había sido una jugada demasiado sucia.
            — Max, no me quedaba otra…
            — ¡Claro que te quedaba otra! — Gruñí, no quería más deudas, no quería arruinarle la vida a nadie más. — ¡Sabías que iba a venir! ¡Sabías que hubiera pagado el precio, Lennon!
            — ¡Un precio demasiado alto!
            Silencio de nuevo, murmuraciones que acababan cosquilleándote la piel, como cucarachas subiéndote por el cuerpo.
            No me cabía en la cabeza la idea de no volver a ver a Dan en la Pista, apoyado en la moto con sus aires de grandeza y creyéndose el puto centro de atención del universo. No podía dejar de recordar la noche en la que me llevó a casa en su moto la primera vez que me enfrenté a él: contra viento, contra ley, contra natura.
            Me agarré fuerte a la cazadora.
            — Hubiera estado dispuesta a pagarlo. — Murmuré, aguantándole la mirada todo el tiempo que pude.
            — Lo sé, — Asintió, miró al público que se había formado y volvió a mirarme a mí. — y él también lo sabía; por esa razón no iba a permitirlo…
            Respiré profundamente.
            — ¿Dónde está?

            — Iba a hablar con Owen, pedirle que lo retirara de las apuestas…



© 2015-2016 Yanira Pérez. 
Esta historia tiene todos los derechos reservados. 

martes, 14 de junio de 2016

20. #CLCPLR

20.

            Ser valiente no significa no tener miedo a nada. Eso, es una completa gilipollez.
            Vivir en los suburbios acaba enseñándote esta lección grabándotela a fuego en la piel, tanto, que el olor a piel quemada y sangre se convierte en tu perfume y el escozor en una puta enfermedad crónica.
            Ser valiente es plantarles cara a tus fantasmas, despertarte con las ojeras por no haber dormido una mierda como tu nuevo maquillaje y decidir que nunca antes te habías visto tan jodidamente sexy. Ser valiente es que te tiemblen las rodillas sin poder evitarlo y montar una nueva coreografía con ese, como paso estrella. Ser valiente es avanzar, cuando solo tienes ganas de salir huyendo.
           

            Estaba decidida a terminar con todo de una vez: iba a ir a ver a Brox. Solo había un pequeño problemita de nada: no sabía dónde cojones estaba, y ya no tenía al perro sarnoso de Hell para sonsacarle información.
            Por eso fui a pedirle ayuda a Zack, supongo. Porque no me quedaba otra.
            — No deberías haberte traído a Zoe al local… — Comentó Brandon, mirando como la niña estaba sentada sobre una de las mesas, rodeada de todas las bailarinas de The Moonlight.
            — Pues es un reclamo de puta madre para las chicas… — Observó Ian, acercándose a Zack — Podrías dejarme a la niña un par de días para…
            Le di un puñetazo en el hombro.
            — Cuidado con lo que dices, que todavía te dejo estéril después de tres años.
            «Por el amor de Dios, es una niña, no el reclamo sexual de alguien.»
            Ian levantó las dos manos en son de paz, pero aun así fue a tirarle los tejos a una de las nuevas chicas de Vicky.
            — Su madre viene mañana a llevársela, dice que quiere presentársela a sus padres o algo así. — Comentó Zack, encogiéndose de hombros.
            Me quedé mirándolo fijamente, supongo que todos hicimos lo mismo. Era la primera vez desde que había llegado que Zack mencionaba a la madre de Zoe, y todos teníamos curiosidad por saber cómo había pasado.
            Por eso me alegré tanto de que fuera Calipso la que preguntara.  
            — ¿Cómo es?
            Zack sonrió de lado y se encogió de hombros.
            — Es una tía de puta madre, bastante legal para acabar en Detroit…
            Resultó que Zack la conoció en un festival de música en Texas, y que ambos iban tan jodidamente mal, que se les pasó todo por alto. Luego, a la mañana siguiente, la tía casi le salta al cuello como una loca, pero que “gracias a los encantos del aquí presente” pudo tranquilizarla sin que acabara con los huevos en rodajitas.
            Acabaron decidiendo que, si ella acababa preñada, tendrían al bebé. Se llevaban bien, ella tenía la mayor parte de la custodia de Zoe, y Zack les pasaba dinero e iba a verlas muy a menudo. Todo bastante guay, la verdad.
            — ¿La quieres?
            Zack sonrió y se encogió de hombros.
            — Es la madre de mi hija, claro que la quiero. — Respondió.
            — Sí, vale, — Continuó Calipso, insistente. — pero… ¿estás enamorado de ella?
            Este era uno de esos momentos en los que más que pararme a pensar en lo que significaba aquella pregunta, me dedicaba a mirar las reacciones de la gente. A como Zack agachaba la mirada pensativo y cómo Calipso lo miraba fijamente, casi esforzándose en no mirar a otro lado; en Brandon, que la miraba a ella como si gritase que sí con la mirada; a Ian, Reed y Vicky, que estaban más ocupados de la pequeña Zoe que de la conversación; y a Dan, que miraba el espectáculo de aquella noche como si fuera lo más interesante del mundo.
            Un grupo nuevo estaba tocando una de las canciones de The Beatles.
            — Recuerda dejarla dentro de tu corazón… — Cantaban.
            Ciara me dijo una vez que el problema de enamorarse era que empezabas a creer que las canciones hablan de amor, cuando en realidad hablan de drogas; y que The Beatles eran unos cracks en hacer ese tipo de canciones, camuflar las drogas en una canción de amor. Unos flipados los Beatles estos, la hostia.
            — Desde el minuto en que la dejaste debajo de tu piel empiezas a mejorarla…
            Zack sonrió y negó con la cabeza como respuesta a Calipso.
            — No, supongo que no.
            — Estás esperando a alguien con quien actuar…
            Tal vez tenía razón, tal vez la vida se basaba en eso: en el amor y las drogas. Tal vez la mayor droga fuera el amor, o el amor fruto de las drogas. ¿Quién sabe?
            — Y no sabes que eres sólo tú, hey Jude, tú lo harás…
            O puede que la gente se rayara mucho la cabeza y las canciones de los Beatles iban de lo que iban, sin dobles significados ni nada de eso.
            Dan se levantó del taburete de golpe, resoplando.
            — Joder, una canción de amor más y me pondré enfermo. — Gruñó, se colocó la cazadora negra y se encendió un cigarro.
            — El movimiento que necesitas está sobre tu hombro…
            «Vale, Max: ahora o nunca.»
            — Zack, — Lo llamé. — ¿podemos hablar?
            No sé cuál de todas las miradas que me lanzaron en aquel momento fue la más interrogante de todas, incluidas las de los hermanos Walker.
            Levanté las cejas, apremiándole y me largué de allí a un lugar más apartado esperando que me siguiera.
            — Me han contado que tus conversaciones en lugares apartados no traen nada bueno, Maxine Bianco.
            Rodé los ojos.
            — Eso deberías juzgarlo tú. — Me dio la razón con un asentimiento de cabeza. — Necesito ir a ver a Brox.
            El moreno se quedó callado, con una cara de póker típica de un profesional de las cartas. Debería de invitarle a alguna de las noches de juegos de Tex. Seguro que entre los dos nos sacábamos un pastón apostando.
            — ¿Por qué me lo pides a mí?
            «Al menos no es un no…»
            — No te lo creas tanto, Walker. — Bufé divertida. — Si te lo he pedido a ti es porque no me queda otra.
            — Me alegra ser tu primera opción…
            Sonreí sarcástica.
            — Bueno, ¿qué? — Me crucé de brazos. — ¿Me vas a ayudar?
            Zack se encogió de hombros y asintió.
            — Te voy a ayudar, Max. Pero tal vez deberías saber que no soy tu única opción… — Se giró y señaló a Dan con la cabeza.
            — ¿Dan? — Reí. — Fue el primero en dejarme bien claro que me alejara de todo esto.
            — ¿Le pediste ayuda a él?
            Fruncí los labios, ¿a qué cojones venía todo esto?
            — Sí, claro que sí. — Asentí, empezando a mosquearme por tanta pregunta estúpida.
            — Y supongo que también fue como último recurso, ¿no? — Se mofó.
            Miré a Dan fijamente y asentí.
            — No me fiaba de él.
            — ¿Y no te has parado a pensar que puede que te negara su ayuda porque recurriste a él como última opción y eso le dolió?
            «¿Qué?»
            Dan me devolvió la mirada desde la mesa, tal vez había notado mi mirada sobre su espalda, tal vez supo leer mi mente desde la distancia.
            — Yo…
            — Ser el último plato nunca ha sido algo que nos haya gustado mucho a los Walker. — Sonrió, devolviéndole la mirada a su hermano. — Sabes que tenemos una extraña obsesión con ser el centro de atención.
            Reí.
            — Tal vez para la próxima, puedas recurrir a él como tu primera carta y no como último recurso para tu jodido plan suicida.
            — No es un plan suicida. — Susurré, pero tenía la cabeza demasiado embotonada como para pensar en mi plan ahora mismo.
            — Eso espero, Bianco; eso espero…


            Después de la treta que el tal Brox y los suyos le habían montado a Lennon el día de la redada, contactar con él fue más difícil de lo que pensaba. Supuse que debía de estar muy bien escondido debajo de su mierda, porque estaba segura de que, si alguno de los de Lennon lo encontraba, el muy capullo amanecería en un agujero más profundo que en el que había decidido esconderse.
            Pero, seamos sinceros, estábamos hablando del puñetero Zack Walker, él fue quién le enseñó a Dan todo lo que sabe, aquello no sería más difícil que encontrar un poco de coca por estos lares.
            El tal Brox vivía ahora en Nueva Jersey, cerca del barrio en el que estuve vagabundeando unos días antes de venirme a Nueva York. Supongo que tanto él como yo pensamos que era un buen lugar en el que escondernos de aquello que nos perseguía; y supongo que ambos estábamos equivocados.
            Me acerqué al armario de mi habitación, abrí la maleta de la guitarra y saqué el revolver con el que una vez llegué a apuntar a Micah.
            Zack entró en el dormitorio y me miró fijamente.
            — No tienes por qué venir, Max.
            Me giré a mirarle, todavía con los pensamientos de aquella noche en el callejón en la mente.
            — Lo sé. — Asentí. — Pero quiero hacerlo.
            No preguntó más, no me apremió para salir antes de que llegara el resto, no dijo nada, solo se quedó esperando a que todos aquellos recuerdos se fueran uno a uno de mi mente.
            — Zack… — Susurré. — Gracias.
            — No hay de qué.
            Sonreí y me guardé el arma en la cintura de los vaqueros.
            — Entonces vamos.
            No sé siquiera como me esperaba que fuera la situación, tal vez con el tal Brox huyendo para que no le interrogáramos o amenazándonos con cualquier arma que hubiera pillado creyéndose que veníamos a matarle de parte del asiático. No sé, tal vez me hubiera esperado cualquier cosa menos aquello: que entráramos sin permiso y el tío estuviera follando en el salón.
            — ¡Joder!
            La chica se levantó enseguida, se tapó como pudo y se metió en el pasillo antes de que el color rojo de su cara se camuflara con el color del sofá del apartamento.
            — ¿Quiénes sois vosotros? — Preguntó el tal Brox.
            Miré al hombre que tenía delante casi con incredulidad. De unos casi treinta años, delgado y alto, con el pelo moreno revuelto y con menos ropa de la que me hubiera gustado verle.
            Mal momento, definitivamente mal momento.
            — Estamos buscando al tipo al que llaman Brox.
            El hombre se puso la camiseta y se abrochó los pantalones antes de comenzar a caminar hacia una de las habitaciones, desde la cual salió al rato con una cerveza fría en la mano y aquellos aires de parsimonia.
            ¿Qué cojones…?
            «Este tío es gilipollas.»
            — ¿Y se puede saber qué queréis?
            «Definitivamente, este tipo es gilipollas.»
            Miré a Zack con el ceño fruncido, preguntándole con la mirada si no se había equivocado y habíamos entrado en la casa de cualquier gilipollas con media neurona como único sistema nervioso.
            — Hemos oído que sabes demasiado sobre la gente que está relacionada con el tema de las chicas de Nueva York. — Afirmó Zack, cruzándose de brazos.
            — Las chicas muertas, supongo. — Asintió con la cabeza y volvió a sentarse en el sofá rojo, desperezándose como si nada. — Hace calor, ¿no hace calor para ser invierno?
            — ¿Qué? — Pregunté, este tío no se enteraba de una mierda.
            — Que hace un calor de tres pares de cojones para ser invierno, ¿verdad? — Repitió, y yo solo pude fruncir el ceño y negar con la cabeza.
            — Queríamos información sobre el asunto. — Continuó Zack, haciendo caso omiso.
            El tal Brox miró al moreno fijamente y le pegó un trago largo a la cerveza.
            — ¿Queréis? — Ofreció.
            — No. — Negó Zack. — ¿Vas a decirnos lo que hemos venido buscando o qué cojones te pasa?
            — No puedo deciros nada. — Se encogió de hombros.
            En aquel momento salió la chica de antes del pasillo, totalmente vestida y con la cabeza alta, manteniendo la poca dignidad que podía mostrar en un momento como aquel.
            — ¡Ey, guapa! ¿Nos vemos luego, entonces? — Le preguntó Brox, viendo que se dirigía hacia la puerta.
            — ¡Que te den, gilipollas! — Le espetó la morena y luego escupió en el suelo.
            — Genial… — Masculló molesto, rodando los ojos con cansancio. — Estaréis contestos, ¿no? No solo me habéis jodido el polvo de ahora, sino también el de esta noche…
            Me di la vuelta y me acerqué a Zack.
            — Estamos perdiendo el tiempo, no creo que este tipo tenga verdadera información… — Le susurré. — Tal vez deberíamos irnos…
            Zack miró de nuevo a aquel tipo y se cruzó de brazos.
            — Sabes que hay gente buscándote, ¿verdad? — Comentó. — Conocidos nuestros, a los que les prometiste información y a los que mandaste directos a una puta redada, que te quieren muerto.
            El tipo se incorporó del sofá, sentándose más firmemente.
            — Yo no… — Balbuceó.
            — Podríamos decirles donde vives y estarían aquí antes de que te diera tiempo siquiera a terminarte lo que te queda de esa puta cerveza.
            — Yo…
            — Así que si no abres la puta boca y nos dices todo lo que sabes ya puedes despedirte del polvo de antes, el de esta noche y cualquiera por el resto de tu vida.
            «Auch.»
            — ¿Lo has entendido? — Continuó.
            El tipo asintió frenéticamente casi con miedo, y no me extrañaba teniendo en cuenta que el tono de Zack me había asustado hasta a mí.
            Alguien abrió la puerta principal justo en aquel momento. El tipo del sofá se puso de pie, casi temblando.
            — Brox, estos chicos te buscan. — Mustió.
            «Así que el muy capullo no era el verdadero Brox, sino su gilipollas compañero de piso.»
            Y casi hubiera preferido que aquel tipo fuera el verdadero Brox, aunque aquello hubiera significado que la información era falsa y que volvía a quedarme sin más pistas que seguir. Cualquier cosa hubiera sido mejor que encontrármelo a él justo delante de la puerta.
            — Dante…
            — ¿Maxine?   
            — ¿Os conocéis? — Preguntó el tipo del sofá.
            — ¿Tú eres Brox? — Pregunté con los ojos abiertos como platos.
            El rubio asintió lentamente.
            — ¿De qué lo conoces, Max? — Preguntó Zack, acercándose a mí.

            — Es el hijo de Micah…




 © 2015-2016 Yanira Pérez. 
Esta historia tiene todos los derechos reservados. 

jueves, 9 de junio de 2016

2. #Silver

CAPITULO 2

            Ibb no podía diferenciar qué era más persistente, si el agarre de Gadea en su muñeca o su empeño por arrastrarla mercado adentro. Ni siquiera se habían molestado en coger su caballo. Y lo peor de todo era que no podía pedir ayuda a la guardia real sin arriesgarse a que la adivina la delatase.
            ― Gadea… ― Mustió mientras intentaba hacerse paso entre el bullicio de la gente, ya era media mañana y el mercado estaba a rebosar de gente. ― ¡Gadea!
            La adivina paró en seco y dio media vuelta, amenazándola con la mirada.
            ― No menciones mi nombre… ― Gruñó por lo bajo, e Ibb juró que todo su cuerpo había temblado del miedo.
            «Los nombres tienen poder… Son capaces de despertar lo más oscuro de las personas.» Eso era algo que le habían inculcado a Ibb desde que era pequeña, que el poder de las palabras era muchísimo más fuerte que cualquier otra magia, eso, y que los nombres pueden despertar el mayor miedo de todos.
            No podía fiarse de Gadea, no podía fiarse de nadie.
―  Mira, no pienso delatarte, ¿de acuerdo? — Continuó Gadea, como si le hubiera leído el pensamiento. — Es más, voy a ayudarte. Simplemente acompáñame.
            Hubiera salido corriendo en dirección a su caballo, si es que seguía en la tienda de telas, y luego en dirección a cualquier otra parte. Cualquier lugar lejos de Gadea y su magia era buena elección. Pero no podía iniciar otra carrera por el mercado, y mucho menos ahora, cuando hacía poco se habían cruzado con una patrulla de la guardia real.  
            Sin embargo, lo que de verdad le preocupaba en aquel momento era el intenso picor que le recorría por los antebrazos y en el labio inferior, como si estuviera sufriendo los efectos de hipotermia.
            Utilizar la magia le dolía, incluso si solo llegaba a invocarla; era una sensación de desgarre dentro de ella que la dejaba agotada y con los músculos entumecidos. Era como si su pecho se dividiera en dos poco a poco, tirando y deshaciendo los nudos que la mantenían completa de una pieza.
            ― ¿A dónde vamos?
            Ibb reconoció los barrios pobres de Celania, la parte más ilegal del mercado y el olor a barro y suciedad en las calles.
Recordó los primeros días que había pasado en la calle justo después de escaparse de casa: sucia, helada y hambrienta, sin un techo en el que pasar la noche y obligada a convertirse en uno de los muchos niños que morían de frío cuando llegaba el invierno.
Ni siquiera recordaba cómo había sido capaz de sobrevivir aquellos meses de frío, era una parte de su vida que estaba borrosa, como si todos los días hubieran sido iguales y solo tuviera una imagen en la cabeza de todas aquellas semanas de sufrimiento.
            ― A buscar problemas.
            «¿Qué?» La sangre se le heló por completo.
Gadea no podía estar hablando enserio, ¿verdad? Lo que menos necesitaba Ibb en aquel momento eran problemas.
            ― ¿Qué? ― Mustió, y juró que la voz le había salido más aguda de lo normal. ― Necesito alejarme de la guardia real, no atraerla hacia mí.
            El recuerdo de los gritos de todas aquellas ejecuciones que había presenciado en las plazas de las capitales le destrozaron los oídos. Gente inocente cuyo único delito había sido nacer diferente. Siempre la misma sentencia, siempre el fuego o la horca.
            Ibb perdió el equilibrio en cuanto Gadea se detuvo, parecía que ni siquiera la escuchara, no se percataba de que había palidecido dos tonos o de que estaba a punto de derrumbarse en el suelo.
            ― No… No es eso. — Negó. — Estamos buscando a alguien…
            Un golpe de madera partiéndose en dos llamó la atención de los cientos de ciudadanos que estaban allí en aquel momento.
            Cuando Ibb había oído “a buscar problemas” había rogado a los dioses que la palabra problemas no implicara a la guardia real en ellos, pero al parecer los dioses no estaban de su lado una vez más.
            Un cuerpo salió disparado contra un puesto de fruta, donde destrozó no solo un par de cajas, sino que arrojó todas las frutas al suelo.
            La gente no tardó en abalanzarse hacia la fruta del suelo, movidos por el hambre y la desesperación.
            Un niño pasó corriendo junto a Ibb, a la que golpeó para poder avanzar y poder coger alguna pieza que llevarse a la boca.
            ― ¡Ven aquí, rata callejera! ― Gruñó uno de los guardas, haciéndose paso a empujones hacia él.
            Tanto Ibb como Gadea reconocieron el emblema del traje de la guardia. Un uniforme negro y rojo decorado con el escudo del palacio de Tarlia, uno de los primeros países del reino que aceptó la ley contra la magia del Rey Gaius. Un emblema con un dragón negro atravesado por una espada, símbolo de la batalla que acabó con la mayoría de los hijos de la magia.
            Ibb tragó saliva.
            ― No entiendo por qué el rey se toma tantas molestias por un par de joyas, ¿no tiene él una sala de tesoros? ― Dijo divertido el delincuente, mostrándole con regocijo las joyas robadas al guarda. ― ¡Debería de ocuparse de los problemas de verdad! ― El joven se acercó a Ibb y se apoyó en su hombro con holgazanería. ― Como la incompetencia de su guardia real, ¿no crees?
            Ibb miró a Gadea con los ojos desorbitados y escondió los brazos en la espalda por pura inercia, mientras intentaba volver a hacerse invisible entre el gentío.
            ― ¡Serás miserable! ― Gruñó el guarda, desenvainando la espada en un movimiento de muñeca. ― ¡Deja que te mate de una vez por todas!
            ― ¡Adelante! ― Soltó una carcajada y al percatarse de la adivina entre el público le hizo una reverencia, guiñándole un ojo con coqueteo.
            ¿Se conocían? ¿Qué tenía que ver Gadea con ese chico?
            En cuanto el guarda lanzó la primera estocada, el ladrón saltó sobre el toldo de un puesto con suma agilidad. Ibb solo había visto movimientos así en los guardas del palacio de Eglan, mucho más al norte de Celania. Guardas de la corte entrenados por elfos, elfos obligados a permanecer bajo el nombre de Eglan por el simple hecho de ser quienes son.
     La guarda de Eglan…
Aquel segundo movimiento debió de haberlo visto venir, en cuanto saltó sobre el guarda derribándolo al suelo con un golpe muy feo en la cabeza.
            ― ¿La empuñadura es de oro? — Preguntó el ladrón, aprovechando que el guardia estaba en el suelo para robarle la espada. — Podría sacarme un pastón vendiéndola. ― Mustió, mirandolo a través del reflejo de esta.
            ― ¡Devuélveme eso, sucio ladrón! ― Gritó el guardia, poniéndose de pie con un liguero desequilibrio.
            El chico hizo una mueca con los labios y se encogió de hombros, mirando a Gadea de reojo.
            ― Me quedaría discutiendo contigo quién de los dos está más sucio… ― Hizo una mueca de asco y se tapó la nariz al acercarse al guarda ― Pero tengo asuntos pendientes… Ya sabes, más objetos que robar, más gente a la que saquear… Esas cosas.
            ― Serás… ―Gruñó el guarda, pero enseguida le cortó.
            ― No, no, no, no… ― Le puso la punta del sable en el cuello y sonrió de lado. ― No estás en disposición de amenazar a nadie…
            El joven miró a su público, hizo una última reverencia y desapareció en una nube de polvo.
            Ibb miró la escena con los ojos abiertos como platos, contemplando como la nube de polvo iba desvaneciéndose poco a poco, dejando un sable clavado en el suelo y cientos de bocas abiertas entre el populacho.
            Magia al alcance de la vista de todos, una clara muestra de traición al Rey y a la ley. Una absurda demostración de que la magia no había desaparecido del todo, que todavía habían hijos de Northahan por las calles no solo de Celania, sino de todo el reino.  
            ― ¿Quién era ese? ― Le preguntó Ibb a Gadea, siguiéndola con pies de plomo para no llamar la atención de ningún guardia.
            ― Se llama Aiden, y para tu desgracia, es la ayuda que estamos buscando…



            Hablar sobre magia en voz alta solo se podía hacer en lugares apartados o en escenarios de humo como aquel al que la habían arrastrado.
            Una taberna de mala muerte que parecía disiparse en el espacio concentrado de sombras y ceniza, donde la única luz que te alumbraba era el brillo de las armas de los comensales. Ladrones y mercenarios, partícipes de Clanes.
            «El Clan de Simone.» Recordó Ibb, Gadea lo había mencionado nada más verla y advertir de que era más inofensiva que un niño con un palo de madera como arma.
            Conocía a Simone; no en persona, pero sí había oído hablar de él. Un mercenario de Celania, un antiguo miembro de la guarda del palacio de Tarlia que atentó contra la vida del rey antes de formar uno de los clanes más influyentes y temidos del reino. 
     Ibb, — La llamó la adivina. — no te alejes de mí.
Fijó la mirada en uno de los hombres que había sentados cerca de ella. Un tipo lo suficientemente grande como para tener sangre de gigante en las venas, con una cicatriz que le cruzaba toda la oreja y un muñón como mano derecha.
     Tampoco tenía pensado hacerlo… — Mustió.
Ibb se puso la capucha de la capa sobre el pelo e intentó camuflarse, ser una más de las sombras de aquel lugar, antes de seguir a Gadea al piso superior de habitaciones por unas escaleras de madrea chirriante que estaba segura de que no resistirían el peso de aquel tipo de la cicatriz.
El piso de arriba, aunque más iluminado que el de abajo, olía muchísimo peor que el anterior. Ibb advirtió aquel olor a sangre reseca y agria que tanto la estremecía antes de oír aquella voz.
— Debe de ser importante si me has seguido hasta aquí, Gadea.
Aidan.
La adivina sonrió de lado, y si la sonrisa de gato que le había dedicado a ella la hizo estremecerse de arriba abajo, aquel gesto que tenía en la boca no hacía más que helarle hasta el último hueso de su cuerpo.
— Lo es.
Ibb miró a Aidan detenidamente. Era joven, unos años mayor que ella, alto y fuerte, tenía que serlo para realizar movimientos como aquellos. Era moreno, con el pelo lo suficientemente largo como para que acabara molestándole en la cara. No era guapo, tenía demasiadas cicatrices como para poder admirar su belleza sin fijarte en los imperfectos, pero era innegable que llamaba la atención.
Aidan debió de percibir que lo miraba fijamente, porque volvió la vista hacia Ibb con cara de fastidio.
— Aidan… — Saludó la adivina.
El tipo resopló divertido y se apoyó en la barandilla de la escalera. Las había seguido desde abajo, esperando entre las sombras para pillarlas por sorpresa desde atrás.
— ¿Qué es lo que quieres?
Mirándolo fijamente Ibb se preguntó qué necesitaban exactamente Gadea y ella de un tipo como él, pero al parecer, la adivina lo tenía muy claro.
— Necesitamos llegar a Angon. — Anunció Gadea.
— ¿Qué?
— No.
Aidan giró sobre sí mismo y avanzó por el estrecho pasillo de las habitaciones donde se hospedaba la mitad de la población de Celania que Ibb andaba evitando. La otra mitad vivía en la corte.
Angron, el último país del reino que cedió ante la ley contra la magia. Obligado a aceptar después de la invasión de las fuerzas del Rey Gaius, que acabaron por destruir hasta el último edificio de sus ciudades. Lugar donde se desarrolló la gran batalla en la Torre de Valyr. Aquello ahora no era más que un cementerio.
— Aidan, espera. ¡Es importante! — Gruñó la adivina, siguiendo al ladrón por el pasillo mientras tiraba de mí para que avanzara detrás de ella.
— Nada es tan importante como para tener que llevaros a Angon, es un suicidio.
— Se trata de Ibb.
«Mierda.»
Aidan se detuvo delante de una puerta, en la que alguien había tallado en la madera una “A” lo suficientemente grande como para no dejar dudas de quién era el propietario de la habitación.
— Me da igual que le pase a tu aprendiz de pacotilla, Gadea. — Mustió, antes de entrar y cerrar de un portazo la puerta de la alcoba.
Gadea soltó un gruñido y se acercó a la puerta a dar golpes hasta que le abriese.
Ibb mantuvo las distancias, todo aquello no tenía sentido. Siempre había estado sola, nunca había tenido ayuda, y tampoco la necesitaba. La gente no da nada sin recibir nada a cambio, y Gadea parecía tomarse muchas molestias con ella sin siquiera pedir un agradecimiento.
— ¿Qué es lo quieres de mí? — Preguntó de golpe, alejándose lentamente de Gadea y de aquel sitio que le ponía la piel de gallina.
Gadea paró en seco de golpear la puerta e insistir, y se quedó mirando a Ibb fijamente.
— ¿Qué?
— ¿Por qué me estás ayudando?
La adivina se quedó en silencio.
— No es un tema del cual podamos hablar abiertamente aquí, Ibb. — Hizo una pausa y bajó la mirada. — Vayamos a…
— No voy a ir a ningún lado si no me das una explicación.
Tal vez Ibb sonó demasiado dura de lo que había pretendido, porque Gadea levantó la mirada del suelo con desafío y aquella mueca de frialdad con la que la había atacado hacía unas horas.
— Porque se avecina otra guerra, y quiero asegurarme de esta vez, venzamos nosotros.



 © 2015-2016 Yanira Pérez. 
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