lunes, 23 de febrero de 2015

Gustos peculiares.

Pasión por un mismo objetivo,
miradas que fijan una dirección.
Bailes con fin persuasivo,
movimientos que atraen tu atención.

Delirios que traen la grandeza,
planes que arruinan ideas.
Contratos que firma la empresa,
personas que salen ilesas.

Distancias que guardan respeto,
fiestas descontroladas.
Paredes que esconden secretos,
roces que acaban en llamas.

Corbata y porte elegante,
mente y alma liberadas.
Pasado con sombras frustrantes,
heridas que acaba tapiadas.

Gustos peculiares,
cuerdas, bridas y cinta aislante.
Noches censurables,
pasión, dolor y amor excitante.

Miedo, oscuridad,
sensaciones extrañas.
Dolor, crueldad,
ventanas empañadas.

Desobediencias osadas
que son castigadas.
Relaciones que acaban
con 50 sombras liberadas.





Basado en la novela best seller "50 sombras de grey" de E. L. James

sábado, 21 de febrero de 2015

8. #CLCPLR

8.

La resaca es algo así como despertar y no recordar el sueño. El miedo sigue presente, no sabes a qué, pero está ahí. Y todas las emociones que sentiste la noche pasada te golpean con fuerza, y todo te da vueltas.
― Necesito una aspirina… ― Mustié, enderezándome en la cama.
Eso de la resaca era una puta mierda. Así como definición. A parte de las náuseas y el malestar no te acordabas de nada, y estabas como que no estabas. Así como perdida y desorientada.
Tú sí que estás perdida Max, que no sabes ni dónde coño estás.
Miré a mi alrededor, las sábanas deshechas de la cama, el suelo de madera desconchado y el armario incrustado que ocupaba una pared entera. Era un armario grande, sí. Sería una pasada de armario si tuviera ropa con la que llenarlo.
― ¿Cómo mierda he llegado a mi casa? ― Mustié, rascándome la cabeza mientras me desperezaba.
― Joder, Max. Cierra la puta boca, anda. Que me duele la cabeza.
Oh, dios. Oh, dios. Oh dios. ¡Que alguien me explique qué coño hace Ian en mi cama en calzoncillos! ¡Ya! ¡Rápido! ¡Y que la respuesta sea algo razonable!
― Me cago en la hostia, Ian. ¿Qué cojones haces en mi cama? ― Grité, demasiado espantada como para hacer otra cosa.
― Joder, tía. Pues intentar dormir, no te jode.
― ¿Así? ― Señalé su ropa interior y me crucé de brazos. Levantándome de golpe.
― ¿Así… cómo?
El muy gilipollas estaba medio dormido y no se enteraba de una puta mierda. Si es que de verdad, como si se hubiera follado a un puto perro, que lo que le interesaba era dormir la mona. Sus huevos. Este se levanta como que yo me llamo Maxine Bianco.
― ¡Levanta ahora mismo gilipollas, y dime por qué cojones estás medio desnudo en mi cama! ― Cogí uno de los cojines y comencé a darle en la cabeza con él.
Levantó la cabeza de entre la almohada y me sonrió de lado. Como si acabara de captar la información que llevaba minutos intentando sonsacarle.
― No te acuerdas… ¿verdad? ― Oh, no. Su sonrisa. Me cago en la hostia… ― Max… tranquila, fue muy especial para mí…
Vale, perfecto. Ahora es la parte de la historia en la que me suicido.
― ¿Quieres decirle de una puta vez que no os acostasteis? ― Gruñó Dan apoyado en la puerta.
Éste también estaba en calzoncillos y con el pelo revuelto, como si hubiera decidido acampar aquella noche en el campo.
― ¡Me cago en tu puta madre Ian! ¡Pesaba que nos habíamos acostado, gilipollas! ― Grité, de pronto más histérica que al principio, pero esta vez de rabia.
― ¡Socorro! ¡Una psicópata intenta matarme! ― Gritó Ian, poniéndose en pie de un salto mientras daba vueltas saltando por la cama para que no le diese con el cojín. ― ¿Pero se te ha ido la puta cabeza o qué?
― Tú sí que vas a perder la cabeza, pero a hostias que te voy a dar, subnormal. ― Gruñí, y comencé a perseguirle por toda la habitación.
― ¡Daaaan! ¡Socorrooooo! ― Gritaba el rubio, saltando de un lado para el otro.
De pronto, sentí como alguien me cogía de la cintura y me cargaba en su hombro para lanzarme de nuevo contra la cama, esta vez, aplastándome con su peso.
― ¡Suéltame, Dan!
― Y una mierda, no pienso dejar que mates a mi amigo a almohadazos.
Lo miré fijamente, y pude notar como todo el alcohol de aquella noche se revolvía en mi interior, aunque no llegó a salir. Falsa alarma.
― Oye, Max, ¿tocas la guitarra? ― Reed. El que faltaba.
― ¿Qué?
Empujé a Dan con fuerza, tirándolo al suelo con un golpe seco. Ups. Eso ha tenido que doler… Y me incorporé para encontrarme a Reed escarbando en mi armario. Me cago en la puta.
― ¿Qué cojones crees que haces, gilipollas unineuronal? ― Grité, cerrando con un fuerte portazo el armario.
“Mi amigo” retrocedió con las manos en alto y esa sonrisa petulante en la cara. Como si fuera inocente de cualquier delito. La que sí que iba a cometer uno iba a ser yo como alguien no me explicara que cojones hacían estos aquí.
― Oye, guiri de mierda, ¿dónde tienes el café? ― Preguntó Ian desde la cocina.
Joder, son demasiados, se me mueven muy rápido, ¡ayuda Superman!
Salí a paso firme hasta la cocina, se iban a enterar estos de quién cojones mandaba en esta casa. Y se iban a enterar a hostias.
Cuando entré a la cocina, el olor del café recién hecho me inundó las fosas nasales. Olía tan bien…
No Max, estás cabreada. ¡No dejes que te sobornen con café! ¡Vales más que eso! ¡Aguanta!
― ¿Quieres un café, Max? ― Me preguntó Ian al oído en un ronroneo, después me dio un beso en la mejilla y me sirvió una taza de café caliente.
Bueno Max, si eso ya les echamos la bronca después del desayuno… Creo que será lo mejor…
― ¿Sigues queriendo esa aspirina?
― ¿Qué aspirina ni que mierdas? ¡No hay nada mejor que la cafeína para la resaca! ― Gritó Dan con una sonrisa de oreja a oreja, mientras se sentaba de un salto sobre la encimera.
Lo miré fijamente y no pude evitar que su sonrisa me recordara aquella noche. Volví rápidamente la vista a la taza de café. No te conviene revivir esos momentos, Max.
― Bueno, ¿va a explicarme alguien qué cojones hacéis aquí? ― Pregunté, intentando no revivir esos recuerdos.
― Pues que no querías dormir sola, macarroni. ― Dijo Dan, bebiéndose el café a sorbos largos.
― Además, que yo no sé para qué te quejas. ¡Has pasado la noche con cuatro tíos en tu casa! ― Gritó Ian con una sonrisa contagiosa.
Solté una carcajada sonora.
― Ni que a mí me hiciera falta aunque sólo fuera uno. ― Dije divertida, mientras iba derechita al sofá.
Lo que no me esperaba era encontrarme a Brandon durmiendo la mona en él. Totalmente despatarrado y con la boca abierta. Hasta juraría que babeaba.
― ¿Brandon? ― Mustié, aunque ahora entendía por qué Ian había dicho “cuatro” tíos. ― ¿Qué cojones haces durmiendo en el sofá?
― Tenía que quedarme despierto para no llegar tarde al instituto… ― Dijo en entre bostezos mientras se estiraba medio dormido.
De pronto abrió los ojos y se tropezó cayendo al suelo con un golpe seco en la cara. Si es que de verdad, Ian y él son clavados, joder.
― ¡Mierda, Max! ¡El instituto! ¡Llego tarde! ― Gritó histérico mientras salía corriendo en dirección al baño, supuse. ― ¡Mierda!
Miré a Ian y después al pasillo por el que había desaparecido su hermano. El muy capullo estaba tan tranquilo, desayunando como si nada. ¿Es que no iba a llevar a su hermano al instituto o qué cojones le pasaba?
― ¿No vas a llevar a Brandon o qué? ― Pregunté cruzándome de brazos. Vaya mierda de hermano “responsable”.
Ian sonrió de lado y levantó la mano, indicándome que esperara y escuchara. Al rato, se escuchó un portazo proveniente del pasillo y un claro: “me cago en tus muertos, Ian” de Brandon.
Dan no pudo aguantar la risa y comenzó a reírse como si no hubiera un mañana, incluso estaba llorando de la risa. Sobra decir que yo no me enteraba de una puta mierda.
― ¡Esta te la devuelvo, gilipollas! ― Gritó Brandon nada más entrar, totalmente rojo y con los puños apretados. ― ¡Y tú no te rías, Dan! ¡No tiene gracia, pensaba que llegaba tarde a los finales!
― ¡Deberías de haber visto la hostia que te has metido! ― Reía Dan como un descosido mientras Brandon lo fulminaba con la mirada y se acariciaba la cabeza donde se había dado el golpe.
En ese momento caí en la cuenta de que todavía era domingo. Me vino así como una inspiración divina, porque de verdad que estaba convencida de que era lunes.
Manda cojones con el rubio. Ahora recordaba a Ian insistiéndole a un Brandon totalmente borracho de que no podía quedarse durmiendo, que mañana tenía los finales en el instituto y que suspendería si se dormía. Aquella semana Brandon había estado muy estresado estudiando, y que su hermano aprovechara que estaba borracho para tomarle el pelo era un punto bajo.
― Mira que eres gilipollas, Ian. ― Volvió a gruñir Brandon.
― Sois increíbles… ― Mustié negando con la cabeza mientras buscaba algo de hielo en el congelador para la cabeza de Brandon. Por desgracia, no tenía.
― Eh, eh, a mí no me metas, que ha sido idea de esos dos dementes. ― Gruñó Reed, poniéndose la cazadora en dirección a la calle.
― ¿A dónde vas?
― A casa.
― Tus huevos. ― Gruñí. Yo no era una ONG y mi casa no era un hostal de borrachos. ― Ves a comprar hielo y vuelves, que vais a ayudarme a recoger la casa.
― Pero…
― ¡Pero nada! ― Hasta aquí había llegado mi paciencia. ― Brandon, ves con él y ponte el hielo en la cabeza, cielo. Vosotros dos ― señalé a Dan e Ian ― Pillad un trapo y a limpiar, que me habéis dejado el piso hecho una mierda.
― Ni que antes estuviera mejor… ― Mustió Dan.
Le eché una mirada de advertencia y desapareció en por el pasillo con la sonrisa arrogante y las manos en alto, agitando el trapo como si fuera una bandera blanca en busca de son de paz.
Esta es la parte chunga que no sale en las pelis cada vez que se monta una fiesta de las buenas. Eso de limpiar. Como si la casa se fuera a limpiar sola o por arte de magia. Ojalá.
Le lancé la escoba a Ian y seguí a Dan hasta las habitaciones, tal vez con ellos el marrón de limpiar se haría un poco más ameno. Cómo me equivocaba…

― Lo siento, macarroni, me retiro. ― Dijo Dan, lanzándose boca abajo sobre la cama. ― Esto es agotador.
Lo miré escéptica y le lancé el trapo a la cara.
― Haberlo pensado mejor antes de pasar la noche en mi casa “de gratis”.
― Pero si fuiste tú la que nos rogó que nos quedáramos contigo esta noche. ― Gruñó, pasándose un brazo sobre la cara para ponerse más cómodo.
Solté una carcajada. Eso habría que verlo. Y sinceramente, lo dudaba muchísimo.
― Ni que yo quisiera pasar más tiempo del necesario con alguno de vosotros. ― Solté, retando a Dan a que saltase y comenzara a gritarme como de costumbre.
Sin embargo, me miró fijamente y no dijo nada. Qué raro…
Suspiré y continué limpiando. De fondo se podía escuchar a Ian cantando Rock and Roll desde el salón, dejándose la garganta en aquel solo de guitarra. Casi podía imaginármelo utilizando la escoba de micrófono.
Dan soltó una carcajada a la que enseguida me uní. Manda cojones, Ian.
El moreno comenzó a tararear la canción junto con Ian, y no pude evitar que enseguida estuviéramos cantando los tras a pleno pulmón por toda la casa.
Si es que joder, cómo la lían estos en unos segundos.
― Deberías de acompañar la canción con la guitarra, Max. ― Dijo Dan de pronto, sacando la funda de la guitarra que tenía escondida en el armario.
Oh, joder. ¿Cuándo había abierto el armario?
Sin embargo, antes de que pudiera gritarle que dejara eso en su sitio, el pequeño revólver que guardaba en la funda de la guitarra que le robé a aquel músico callejero, cayó al suelo repiqueteando sobre la madera.
Dan levantó la mirada y me miró fijamente. De pronto, mucho más serio.
El concierto había terminado, y la única voz que todavía seguía sonando en la casa era la de Ian, ajeno totalmente a todas las emociones que empezaban a revolverme el estómago.
― No sabía que hubieras vuelto a recoger el revólver… ― Comentó Dan por lo bajo.
Las manos comenzaron a temblarme y todos los recuerdos me asaltaron uno a uno, como fuertes latigazos en la espalda.
― Chicos, ¿por qué habéis dejado de…? ― Dijo Ian nada más entrar, mirando la escena desde el marco de la puerta.
Yo negué con la cabeza, tal vez para darle una respuesta a Dan, o para contestar a Ian, o simplemente puede que lo hiciera para disipar todos esos puñales de recuerdos que acababan de abrir demasiadas heridas.
Puede que fuera por el miedo, por la angustia o por las ganas enormes que me habían entrado de dejarlo todo y huir, como había hecho siempre, pero las paredes de la habitación comenzaron a agobiarme y la claustrofobia no tardaría en aparecer. Debía salir de allí.
Empujé a Ian y salí corriendo, tan rápido como las lágrimas bajaban por mis mejillas. Escuché gritar mi nombre, alguno de los chicos intentando detenerme, aunque puede que me lo hubiera imaginado todo.
No sé cómo acabé allí, puede que simplemente necesitara combatir la claustrofobia con otra cosa, con el vértigo supongo, porque cuando me quise dar cuenta, estaba en la terraza del edificio.
Suspiré y me subí al borde de la barandilla, dejando que las lágrimas cayeran mucho más abajo que a mi barbilla. Y en ese momento, todo parecía más… real. Era más real, y a la vez, más ajeno. Como si todos los recuerdos que tenía y que me destrozaban por dentro no fuesen míos, como si lo reviviera todo desde fuera.
De pie desde la barandilla se veía el barrio, el único lugar que después de tres años, había estado a punto de considerar mi hogar. Que estupidez. Yo no tenía hogar, nunca lo había tenido, y nunca lo tendría. Siempre sería una vagabunda en la tierra de nadie. Siempre andaría descalza por el asfalto de madrugada, esperando a que algún yonki apareciera y me clavara una navaja de una vez por todas. O eso es lo que siempre había pensado... Ahora, no quería encontrarme con ese yonki, quería que siempre apareciera Vicky y su botella, y que todo acabase entre plumas y estampados de animal print.
― Oye, macarroni, si vas a saltar… ¿puedo quedarme tu piso?
Sonreí.
― Y una mierda, Dan. ― Me giré para encararlo. ― El piso se lo pienso dar a Brandon.
― Eso es favoritismo, guiri de mierda. ― Mustió Ian, con una sonrisa enorme en la cara. Tal vez se alegrara de que no fuera a saltar.
Me encogí de hombros y bajé de la barandilla, pero no dejé de mirar al barrio, no podría contárselo todo mientras los miraba a los ojos, simplemente era algo que no podía.
― Max…
Negué con la cabeza, no quería que me soltaran el típico “no hace falta que nos cuentes nada”. Iba a hacerlo, y cuanto antes lo hiciera mejor.
― No recuerdo cuando empezó… ― Suspiré, no sabía cómo empezar. ― Supongo que mucho antes de que naciera, quién sabe…
Me gustaba la sensación que tenía el viento sobre mí, como si todas las palabras se las llevara el viento, viajando muy lejos, muy lejos de mí.
― El caso es que mi padre estaba metido donde no debía. Las cosas nunca salen bien cuando te metes en el mundo de la droga. ― Le sonreí a Ian. ― No salió nada bien…

― No sé por qué lo hizo… Se suponía que… ― Suspiré ― El caso es que los trapicheos no le salieron bien. Las deudas y las drogas no son algo que suene bien en la misma frase. Supongo que todo sucedió por casualidad, simplemente estábamos en el momento y lugar equivocados. Pero ya sabéis como va eso, «ojo por ojo, diente por diente» y al final acaba pagando quién no debe.
Una angustia comenzó a recorrerme el cuerpo, como un momento de electricidad, desde mi estómago hasta mi garganta. No soportaba hablar de él, no quería hablar de mi padre, pero lo necesitaba. Sentía que si no hablaba acabaría suicidándome. Demasiada presión, demasiados problemas.
― Se llamaba Ciara, era dos años mayor que yo. Tampoco nos parecíamos mucho, ella era mucho más alegre, más ingenua. No quería admitir los problemas que tenía mi padre, se negaba a ver la realidad, supongo. Nadie quiere ver a su padre como un monstruo. Pero acabó siendo incluso peor.
El sonido de las ruedas derrapar contra el asfalto en plena noche volvió a mis oídos junto al chasquido que hacía el seguro de una pistola al desactivarlo. Rodeadas, desarmadas, indefensas… Todo parecía haberse puesto en lo peor, pero si algo aprendí aquella noche, es que nunca debía confiar en que las cosas no podían ponerse más feas, siempre hay alguna manera de hacer más daño a alguien.
― Nos drogaron con cloroformo. No pudimos defendernos, no pudimos hacer nada… ― Las palabras comenzaron a atragantárseme en la garganta. ― Me separaron de Ciara, me dieron una paliza y me encerraron durante dos días en un armario.
El viento me golpeó en la cara con fuerza, y en ese momento me alegré de haber decidido subir a la terraza, de no estar rodeada de nuevo por cuatro paredes, de tener una salida a la recurrir, aunque esa salida fuera una caída de varios pisos de altura.
Ian se acercó a mí, contemplando las vistas que nos daba la ciudad, no llegó a tocarme, ni siquiera me miró a los ojos. Pero podía notar como apretaba la mandíbula y los puños, como si estuviera viviendo la historia con la misma intensidad que yo.
Escuché como Dan se encendía un cigarrillo con torpeza, casi más cabreado y tenso que Ian.
― Cuando me sacaron estaba inconsciente y casi no tenía pulso. Desperté atada a una silla, junto a Ciara. No sabía que le habían hecho, pero estaba… Parecía…
Muerta. Parecía muerta. Dilo, Max.
― Aún respiraba. ― Eres una cobarde, Max. ― Todavía no estaba muerta.
Casi hubiera sido mejor que lo estuviera, que su último suspiro en el hospital no hubiera sido su nombre. Que no me hubiera pedido antes de morir que lo perdonase, que él no tenía la culpa, que lo había hecho por nosotras y que soportar todo esto era lo mínimo que le debíamos.
― Él la mató. Puede que no hubiera sido él quien empuñara el arma, pero el único culpable de que ella ya no esté aquí fue él…
Las lágrimas comenzaron a derramarse de nuevo, formando ardientes surcos por mis mejillas. Quemaban. Quemaban tanto como el recuerdo de Ciara. Como la mención de mi padre en mis labios. Como arder en el infierno eternamente.
― Dos semanas después de que muriera huí, no soportaba estar cerca de él, dormir en la misma casa que él, respirar el mismo aire que él. Me vine a Estados Unidos con la intención de no volver a verlo nunca más, pero…
― ¿Era el tipo al que tumbó Zack? ― La voz de Dan me pilló por sorpresa. ― ¿Por eso volviste a recoger el revólver? ¿Para comprobar si estaba muerto?
Hablaba con normalidad, con el mismo tono de voz que usaba siempre, y sin embargo, apretaba tanto el filtro del cigarrillo con los labios que estaba seguro que acabaría rompiéndolo.
Negué con la cabeza.
― No, no era él, si lo hubiera sido no habría dudado en disparar.
Y eso era algo que tenía muy claro.

© 2015 Yanira Pérez.
Esta historia tiene todos los derechos reservados.

sábado, 14 de febrero de 2015

7. #CLCPLR

7.

Cuando me dieron el alta los chicos ya se habían ido por ahí, aunque prometieron que al día siguiente vendrían a casa a comprobar como estaba y eso. Lo que significa que traerían alcohol, maría y un poco de música. Si es que de verdad, se aprovechaban de la primera excusa para armarme un follón. Pero bueno, que después del mal trago no iba a rechazar una noche en condiciones.
Antes de salir del hospital me dio por visitar a Rose. Para pedirle disculpas y todo. Porque de verdad que me sentía muy mal. No debería haberme dejado arrastrar así. Hacía años que no me pasaba, que había aprendido a controlar la claustrofobia. Y ahora, todo se había ido a la mierda.
Toqué cuidadosamente la puerta de madera y entré en la habitación. Rose todavía estaba inconsciente, la enfermera dijo que se despertaría probablemente mañana, pero que lo mejor que podía hacer era seguir durmiendo, así tal vez no le doliese tanto.
Estaba acostada en la cama, completamente inmóvil en una posición nada cómoda, con grandes ojeras violeta bajo los ojos y el pelo revuelto y manchado de sangre.
Me dio miedo acercarme. Me recordó mucho a él. A la vez en la que yo había estado en la misma situación que Rose.
Un escalofrío me recorrió la espalda y no pude evitar retroceder poco a poco. Hasta que la pared me impidió continuar.
Mierda. Había sido mala idea venir. ¡Si es que joder!
Los ojos se me empañaron y tuve que obligarme a no parpadear para que las lágrimas no cayeran. Siempre que lo recordaba me sentía muy pequeña. Inútil e indefensa. Impotente.
Un movimiento de la chica me hizo caer de nuevo en la realidad.
Él no está aquí. No sabe dónde estás. Estás a salvo, Max.
Me acerqué a la camilla aun con las manos temblorosas. Rose no se merecía lo que le había pasado. Nadie se merecía nada como aquello. Y sin embargo, cosas así le seguían sucediendo a personas inocentes. Asco de sociedad.
― Rose, yo… ― Intenté pronunciar, pero las palabras se me enredaban en la lengua. ― No debería haber pasado esto… Lo siento. ― Clavé la vista en el suelo. Tal vez si no la veía, si no veía los moratones de su piel no pensaría tanto en eso. ― No debería haberme dejado arrastrar por el miedo, debería haberte ayudado cuando me pedías ayuda.
Moví incómodamente los pies. Mirándome en todo momento la punta de los zapatos o los agujeros de los vaqueros.
― Sé lo que es… ― No me atreví a pronunciarlo. ― No es agradable. Pero… lo superarás, ¿vale? No de la noche a la mañana, ni en un par de meses, ni en un par de años… Pero algún día lo harás. Todo se supera, joder. ― Hice una pausa. ― Yo todavía no lo he superado, pero espero hacerlo algún día. Quien sabe, tal vez lo supere la próxima vez que me tome una cerveza, estaría bien eso de solucionarlo todo con una buena copa.
Sonreí. Ni siquiera estaba segura de sí Rose podía o no oírme. Mejor dejar las cosas como están. Seguir viviendo la vida como los poetas y los filósofos. Viviendo el presente y dejando los problemas para las cartas de amor y las clases de ética. Que la gente ya tiene suficiente mierda en su vida como para estar recordándola a cada minuto. Mejor vivir a medias, o del todo. Despacio, deprisa o sin aliento. Vivir en falso o a pecho descubierto. Vivir del revés estaría bien. O de lado o bocabajo. Vivir a lo tuyo, sin prisas ni agobios. ¡Sería la hostia, sí! Una pena que no podamos ir por ahí con la cabeza en las nubes y con el corazón en la mano. Una lástima eso de que la gravedad nos obligue a poner los pies en la tierra. O ese estúpido lema que nos dice que el cielo es el límite cuando la primera lección de vida que aprendes en las calles es que eres libre.
― Joder… ― Mustié cuando las lágrimas empezaron a llevarse todo el maquillaje con ellas. ― Creo que debería irme… No se permiten visitas y sólo venía a… Lo siento. ― Repetí. Pero por más veces que lo dijera no parecía ser suficiente.
Me limpié las lágrimas como pude y salí de la habitación a hurtadillas.
Tú sólo deja de pensar en él. Deja de pensar en él y olvídalo todo, Max.
Y eso hice, y es que a partir de ahora iba a tomarme la vida como mi whisky, con calma y mucho hielo.

Los chicos vinieron a casa como prometieron, solo que traían un plan distinto al que había pensado.
― Tía, levanta el culo que nos vamos. ― Comentó Reed nada más entrar, sentándose en el sofá como Pedro por su casa.
― No me jodas, yo no estoy para movidas. ― Gruñí, mientras veía como Dan se iba derechito hacia la nevera. ― ¡Eh, tú! Quieto parao que solo me queda una cerveza.
― Venga tía, va a ser divertido. ― Dijo el moreno mientras ignoraba mi comentario y se abría la botella.
― Ir a una fiesta de críos…
― Si joder, vamos, armamos una buena, bebemos de todo, fumamos lo que pillemos y follamos con alguna. ¡Perfecto! ― Dijo entusiasmado Ian, robándole un momento la cerveza a Dan.
― A ver, pervertido de mierda, que son crías de instituto.
― No me jodas, Max. Que la mitad de esas ya tienen hasta más experiencia que yo. ― Comentó, acercándose a paso lento hasta mí. ― Además… ― No me gustó el tono de su voz. ― Seguro que tú a su edad también perdiste la virginidad con alguno de veinte.
Mierda, Max. Ahí te ha pillado.
Abrí la boca para reprochar, pero el muy capullo tenía razón. Estúpido Ian.
El rubio soltó una carcajada y me pasó la botella para que bebiera, le di un sorbo largo.
― Bueno vale, vamos. Pero porque no quiero oíros más, joder. ― Acepté, aunque sí que me estaban entrando ganas de ir. ― ¿Y se puede saber cómo cojones sabíais vosotros lo de la fiesta esta?
― Un pavo rico de por allí, un niño pijo de esos que va fardando. No sé, tiene un ático de puta madre y con buenas vistas. Además, que no me mires a mí, que la idea ha sido de Brandon.
― ¿Brandon?
― Si, dice que el pavo éste es amigo suyo y que nos ha invitado. ― Comentó Reed. ― Nos está esperando allí.

Manda cojones con el ático. No me extraña que hubiera invitado a tanta gente, si parecía un puto estadio de fútbol de lo grande que era. Si es que joder, lo que hace el dinero…
El tío vivía en pleno Nueva York, pero que las fiestas las montaba en el ático, a las afueras de la ciudad para no armar tanto follón, o eso había oído. Y oye, que mirando los cuadros y la cantidad de drogas que circulaban por la fiesta como que hasta me creía que tenía un piso en mitad de su isla privada.
La verdad es que el tío se lo había montado bien. Música de la buena, gente de sobra y suficiente alcohol como para provocarle a la mitad de los invitados un coma etílico. Ni siquiera me extrañó ver por ahí a Lennon con alguno de sus lobos.
Nada más llegar me puse a buscar a Brandon, para que me dijera más que nada dónde coño estaba el baño, porque ya había entrado en varias habitaciones y no me apetecía volver a interrumpir a nadie por quinta vez. Que follen tranquilos, coño, pero que dejen una corbata o lo que sea en el pomo para que no hayan confusiones.
Reed se perdió con una rubia nada más entrar y Dan se puso a hablar con unos tipos muy grandes que por las pintas que me llevaban acababan de salir del trullo, fijo.
Y para mi desgracia, Ian se había ido a traerme una copa hacía quince minutos y todavía no había vuelto. No me importó, me puse a bailar por ahí y pasar el rato. Todo de puta madre.
Al cabo de varias horas y un par de cervezas encima, estaba bailando casi encima de un tío.
― Hola… ― Saludó, después me dio un beso en la mejilla como si me conociera de toda la vida. El aliento a alcohol y cocaína me llegó nada más acercarse. Abrí los ojos por la sorpresa y retrocedí un poco. ― Soy Aris.
― Yo soy Max.
― ¿Te apetece una copa?
Sabía a dónde quería llegar con todo eso, en mi caso, a ningún sitio. Pero dejaría que lo entendiera cuando me hubiera traído esa copa.
Asentí coquetamente.
Aris desapareció de mi vista entre la gente y volví a ponerme a bailar. No sabía que me pasaba esa noche, a mí no solía gustarme la música, pero esta vez la sentía correr por mis venas como si fuera parte de mí, moviéndome a su ritmo, como si supiera que estaba a su merced.
Al rato, Dan se me acercó por la espalda.
― No sabía que bailabas… ― Comentó, mirándome fijamente.
― Eso es porque no te lo he dicho.
Sonrió de lado y se encogió de hombros.
― Cierto… Oye, ¿sabes quién es ese con el que estabas hablando?
Claro que lo sabía, era un camello del barrio, muy conocido por allí. Ian me habló de él cuando me contó lo suyo con la droga. También me dijo que no me acercara, que las cosas nunca salen bien cuando te juntas con un camello, ya sea para comprarle o para vender. Todo muy chungo.
Supuse que Dan venía a contarme el mismo royo.
Paré de bailar y me giré a mirarle. Debía de haberme afectado mucho el alcohol aquella noche, porque ni siquiera pude darme la vuelta sin tambalearme.
Dan sonrió y me cogió de la cintura para mantener mi equilibrio.
― Max, Max, Max… ¿Cuántas copas llevas? ― Tenía esa sonrisa ladina en la cara y me miraba únicamente a mí.
Que irónico, en aquel momento era el centro de atención de la única persona que conocía que necesitaba ser el centro de atención de todos.
― No sé… ¿Dos? ¿Tres? ¿Muchas?
Asintió y me dio la razón. Ay, qué mal me sentaba a mí el alcohol.
― ¿Qué hacías en The Moonlight anoche, pensaba que te habías ido? ― Pregunté, y de pronto me sentí como una niña pequeña.
Me miró como si no estuviera seguro de si la pregunta iba en serio, y después desvió la mirada a mi espalda, donde supuse estaría Aris, porque su olor me inundó las fosas nasales nada más acercarse. Qué asco.
No hizo falta que Dan dijera nada para que aquel tipo se marchase. ¡Joder, era Dan Walker! ¿Quién no conocía a Dan Walker?
― Deberíamos buscar a los chicos, no quiero hacer de niñero toda la noche. ― Comentó, de pronto más serio.
― No has contestado a mi pregunta.
Dejó de mirar a mi espalda y me miró a los ojos. El nombre de Zack Walker me vino a la cabeza, y con él el olor de Dan.
No pude evitar comparar a Aris con Dan. A diferencia del otro. Estaba segura de que Dan había bebido hasta el doble que yo, incluso estaba sudando más que yo, y sin embargo, seguía oliendo a su colonia, a su sello.
― Max… ¿Sabes…? ― Pero no le dejé terminar, ya que un corrillo en el suelo cerca de dónde estábamos llamó mi atención. Estaban jugando a la botella.
― ¡Están jugando a la botella, tenemos que jugar, Dan!
Aquello pareció pillarle por sorpresa, pero ni siquiera pudo reaccionar cuando empecé a tirar de él hacia el corro de gente, de pronto, con un equilibrio perfecto.
Me sorprendió ver a Brandon allí, sentado al lado de una chica muy mona con el pelo rubio recogido en una coleta. Repasé a los tíos que formaban el corro y me senté con ellos arrastrando a Dan conmigo. Le haría un favor si después de jugar al dichoso jueguecito se iba con alguna de las pibas a una habitación, que con la cara de perro rabioso que había puesto segundos antes no le venía mal.
Yo no sé cómo me las apañaba, pero en las ocho rondas que llevábamos ya me había liado con dos tíos y una tía. Dan sin embargo, no había salido ni una sola vez.
Dan cogió la botella de cristal y después de que la pareja que se estaba morreando terminase de meterse la lengua hasta la garganta, la hizo rodar en el suelo.
Me gustaba ver rodar la botella, daba vueltas y vueltas y más vueltas… Bueno, creo que mi entusiasmo por la botella era debido al alcohol. En mala hora acepté venir.
Por fin, la botella paró en frente de Brandon y éste volvió a hacerla rodar para que encontrara una pareja. Y como si el destino lo hubiera querido, volví a salir yo. ¡Esto tenía que estar trucado, a mí que no me jodan!
Aun así, miré a Brandon, como esperando que se inclinase hacia mí. Las reglas del juego.
Brandon era muy guapo, seguro que en su instituto tenía una docena de chicas tras él, y sin embargo, yo no había conocido a ninguna “novia” o ligue del rubio. Aunque no me extraña, teniendo en cuenta los trapicheos que tenía su padre con los camellos mejor no presentarle a nadie.
De hecho, eso fue lo que me dijo Ian cuando le pregunté por su padre. Que el muy capullo estaba perdido por el mundo de la droga, y que mejor si no le veían el pelo ni él ni Brandon, que ya bastante tenían con cuidar de la alcohólica de su madre.
Después me miró fijamente y me amenazó con partirme la cara si alguna vez sentía pena por él o por Brandon. Creo que esa fue la única vez que he visto a Ian hablar de un tema en serio, sin soltar ningún comentario sarcástico ni nada.
Escuché mi nombre de fondo, y cuando me quise dar cuenta tenía la cara de Brandon a centímetros de la mía y estaba besándome.
Max, joder, que te pierdes pensando y no te enteras de una mierda. ¡Despierta que te están besando!
El beso fue tierno y muy tímido, como Brandon, y acabó pronto, cuando el color de las orejas de Brandon empezó a recordarme a un tomate.
― Joder, Brandon, ― Gruñó Dan a mi espalda. ― que no se hace así, coño. Mira y aprende.
Dan me dio la vuelta con un golpe de muñeca y comenzó a besarme, como si intentara demostrar algo con ello.
Al principio fue raro, mecánico y fuerte. Y aunque después la cosa fluyó con más entusiasmo, la intensidad no bajó ni un segundo. Al rato, el beso se intensificó más, y la seguridad que había en los movimientos de Dan me atrajo tanto como los giros de la botella de cristal, que me dejé llevar.
Si es que de verdad, ¿por qué no había nadie que me detuviera en momentos estúpidos como estos? ¿Es que yo era la única que no tenía una vocecita interior que me dijera que no era buena idea jugar a la botella borracha a más no poder? ¿O que liarse con Dan Walker era territorio prohibido? Manda cojones.
Cuando me separé de él, me empezaba a faltar el aire y los labios me sabían a vodka. Pero lo que más me gustó, fue abrir los ojos y encontrarme los iris azules de Dan atravesándome por completo.
¿Pero qué mierda estás diciendo, Max? ¿Estás hablando de la misma persona que lo primero que te dijo cuando te reconoció fue que no se fiaba de ti? ¿Del puñetero Dan Walker? No te ha gustado y punto.
― Nada mal, macarroni. Nada mal. ― Susurró todavía demasiado cerca de mí.
― Lo mismo digo, Walker. ― Mustié y me llevé una botella a los labios.
Con suerte, mañana no recordaría ni mi apellido. Aunque la sensación en mi estómago parecía no decir lo mismo.

© 2015 Yanira Pérez.
Esta historia tiene todos los derechos reservados.

martes, 3 de febrero de 2015

6. #CLCPLR

6.

Vicky volvió a la ciudad aquella noche, por The moonlight supongo. El barrio estaba muy turbio últimamente con eso de las desapariciones. Al principio solo eran un par y la gente pasaba mucho del tema. Cosas de la vida. Pero la cosa se puso chunga cuando apareció el primer cadáver.
Lo encontró un tipo de por ahí, un tal Ethan no sé qué. Cerca de casa, a un par de manzanas y eso. Era la piba de la banda de Lennon.
No sé cómo murió, pero fue cómo muy tétrico. Mucha sangre y como sacado de un libro de terror. Por eso la gente empezó a darle más importancia al tema. Menudos gilipollas, que hasta que no les explotaba la bomba en la cara no movían ni un puto dedo.
― ¿Y la policía no está haciendo nada? ― Les pregunté a los chicos mientras les servía unas cervezas.
Estos sí que estaban acojonados, no se separaban de mí ni para cagar. Decían que el tío ese era un puto perturbado y que podría ir a por mí, y algo sobre que los colegas se guardan las espaldas o algo así. No los mandé a la mierda porque me gustó el gesto, me hizo sentir que podía formar parte de algo y dejar de ir sola por la vida. No sé, supongo que estaba en esos días del mes.
― Tía, no metas a la pasma en esto, ¿vale? Son nuestros asuntos y los solucionamos nosotros. ― Gruñó Dan, con ese tono de lobo herido en su orgullo.
Rodé los ojos. Hombres…
― Están investigando a ver quién es el loco con complejo de Hannibal Lecter. ― Comentó Ian.
Sonreí, hacía tiempo que no escuchaba uno de los chistes de humor negro de Ian, y la verdad es que en situaciones así se agradecían. Le salían solos, así sin más, cómo si necesitase quitarle hierro al asunto.
― ¿Y cómo va eso? ¿Sólo secuestra a tías? ― Preguntó Vicky sorbiendo lento de su margarita, mientras vigilaba el local como un puto halcón.
Vicky no solía pasar mucho tiempo en la ciudad, se iba por ahí con alguno de sus ligues y volvía a las dos semanas con el bolsillo lleno y un montón de ideas para los espectáculos. Pero últimamente la veías siempre por ahí, cuidando de las chicas cómo si fuesen sus crías.
Me encogí de hombros. No tenía ni idea de royo le iba al puto psicópata, y mejor si no lo averiguaba nunca.
Y cómo si la cosa no estuviera lo suficientemente tensa, Lennon entró por la puerta seguido de su banda de perros rabiosos, dejando en silencio todas las conversaciones que había en el local.
― ¿¡Es que no tenéis nada mejor que hacer, gilipollas?! ― Gruñó el bulldog pelirrojo, dejando en claro que no estaba para que le tocaran los cojones.
En aquel momento, con el pelo revuelto y los ojos rojos hasta me daba pena. No era agradable encontrarte a tu hermana muerta.
― Debería ir a tomarles nota… ― Murmuré por lo bajo, aunque lo que realmente me apetecía era esconderme debajo de la barra y salir cuando la mirada de Lennon dejara de atravesarme.
― Podemos invitarles a una copa. ― Asintió Vicky, mirando la mesa del fondo en la que se había sentado la mole de músculo con cara de perro.
Volví a asentir y respiré profundamente.
La canción de una de las chicas del escenario llegó a mis oídos por encima del bullicio de la gente.
― La casa os invita a una copa, ¿Qué os pongo? ― Pregunté de carrerilla, mirando distraídamente al escenario.
― Pero si es la piba de la botella… ― Dijo entre risas el bulldog, haciendo que el resto de la mesa se riera a carcajada limpia, todos excepto Lennon.
Sonreí falsamente y me aguante la arcada que me acababa de entrar. Parecían una manada de hienas.
― Pensaba que te habrían despedido después del numerito que montamos. ― Comentó Lennon, inclinándose sobre la mesa con una amplia sonrisa en la cara.
Debió de notárseme la sorpresa en la cara, porque soltó una risita y volvió a su posición de pantera.
― Yo también… ― Confesé, encogiéndome de hombros. No iba a dejar que me intimidara. ― Pero ya ves, sigo aquí.
Asintió y sonrió de lado, como si estuviera satisfecho con mi respuesta.
― Me alegro. No está de más ver alguna piba que merezca la pena por aquí.
― Gracias y… siento lo de Dakota. ― Mustié, sabía lo que jodía que te diesen el pésame así que anoté un par de cervezas y me largué de allí cómo si nada.
Más me valía que la cosa estuviera tranquila, porque aquella noche me tocaba cerrar el bar a mí. Manda cojones.


Apoyé la cabeza en el brazo y disfruté del último espectáculo de la noche. Hacía como media hora que los chicos se habían largado y me habían dejado el marrón de cerrar.
De verdad, para cuatro gatos que quedaban y yo todavía allí. Bostecé abiertamente y me puse a recoger las mesas, para ir acelerando las cosas. Cuando acabara de tocar la guitarra el tío del escenario los echaba a todos a patadas. Todos a la mierda que tengo sueño.
― Max, ¿has visto a Tex? ― Me preguntó Vicky, manteniendo el equilibrio como podía sobre los tacones.
Me encogí de hombros. No tenía ni puta idea de por dónde andaba el gilipollas de mi jefe, y mejor si no le veía la geta en todo el puto día.
― Ni idea; pero oye, no te preocupes, que ya cierro yo, ¿sí? ― Dije, sonriéndole con ternura, era lo mínimo que podía hacer después de lo que hizo ella por mí hacía tres años. Esa era una deuda que nunca podría saldar. Le debía mucho.
― Ten cuidado, Max. ― Dijo como despedida, y se marchó de allí moviendo las caderas.
Al poco, me vino el tío del escenario, con la guitarra echada al hombro.
― ¿Trabajas aquí?
Menuda pregunta, ¿es que no veía que estaba limpiando las mesas o es que era gilipollas? Rodé los ojos y asentí, dejando a un lado mi mal humor por falta de sueño.
― Necesito la pasta ya, ¿vale? Me marcho de la ciudad en un par de días.
Asentí y me encogí de hombros. ¿Qué quería que hiciese? ¿Qué le pagase yo?
― Mira, lo siento pero no tengo ni puta idea de por dónde anda Tex. Así que mejor vuelve mañana o lo que sea, ¿vale? Vicky es la que se encarga de todo eso.
El tío asintió y se perdió por ahí. Mejor para él si no andaba pidiéndole dinero a Tex.
Una vez terminé de cerrar el local, subí al piso de arriba. A buscar al gilipollas de mi jefe y eso. Seguro que estaba en su despacho metiéndose de todo en el cuerpo.
Lo que no me esperaba era lo que vi. De verdad que no.
Supe que algo iba mal desde que vi la puerta del despacho cerrada. Tex era así cómo muy prepotente, le gustaba fardar de la mercancía que se metía y dejaba la puerta abierta para que la gente pudiera verlo. Cómo si ya de por sí no diera el suficiente asco.
Me acerqué a la puerta a paso lento, planteándome la idea de dejarlo en su mierda y largarme a casa de una vez, que ganas no me faltaban. Y la cosa no hubiera ido tan mal si me hubiera hecho caso.
Me sorprendió ver el pomo abierto, si hubiera habido alguien dentro y hubiese querido intimidad no se hubiese olvidado de pasar la llave. Algo iba mal, realmente mal. La luz en el interior estaba apagada, y hubiera pensado que no había nadie si no hubiese oído los jadeos de fondo. Me cago en la hostia…
El grito se me escapó de la garganta como un sollozo, aguantándome las ganas de vomitar y el miedo de salir corriendo.
Tex estaba allí, tumbado en el suelo, inconsciente o muerto. Y de pronto me recordó mucho a aquella noche en el callejón hacía tres años. Pero lo peor de todo, era la chica tirada en el suelo llena de sangre, con el pelo cubriéndole la cara y suplicando ayuda medio muerta.
No sé qué se me pasó por la cabeza en aquel momento, pero cuando intenté huir de allí la puerta estaba cerrada por el otro lado y no podía salir. De pronto, la claustrofobia se hizo más presente, y me faltaba el aire para gritar.
No me di cuenta de lo que realmente pasaba hasta que no empecé a golpear con fuerza la puerta y pedir ayuda, haciéndome añicos los nudillos y la garganta. Empezaba a faltarme el aire. Acabaría ahogada. No quería morir ahogada.
― ¡Socorro! ¡Sacadme de aquí! ¡Sacadme de aquí!
Los lamentos de la chica dejaron de oírse, tal vez amortiguados por mis gritos de ayuda, tal vez porque había dejado de respirar. Y entonces empezaron las lágrimas.
― ¡Por favor…! ¡Socorro!
Las paredes comenzaron a juntarse, y la oscuridad era el menor de mis problemas. Comencé a hiperventilar.
― Socorro… ― Sollocé. ― Per favore…
Comencé a cerrar los ojos, sabía que es lo que pasaría si los cerraba. Pero tenía el cerebro embotonado y las cosas sucedían a cámara lenta. Las paredes, sin embargo, se estrechaban a una velocidad de vértigo.
― Non voglio morire… ― Susurré, casi inconsciente. ― Per favore…
― ¿Max? ― Su voz. ― ¡Max!
― No puedo respirar… ― Sollocé, agachada en la puerta. ― No quiero morir…
― ¿Qué? ¡No vas a morir, Max!
Sonreí con sarcasmo. Él no sabía que pasaba. No sabía que ya no había aire, o que las paredes acabarían aplastándome.
― Me ahogo…
La cabeza me dio un bandazo y acabé golpeándome contra la pared, repentinamente mareada.
― ¡No te duermas, Max! ― Gritó. ― Oye, escucha mi voz, ¿sí?
Asentí, totalmente ajena a que no podía verme.
― ¿Max? ― Preguntó al no obtener respuesta. ― ¡Max!
Los pulmones me pinchaban, pidiéndome aire.
― ¡Max, joder! ¡Escucha mi voz! ¡No te duermas, joder! Han ido a pedir ayuda, ¿sí? Vendrán pronto. Tú simplemente escucha mi voz.
― ¿Por qué estás siempre en medio de todo, Dan? ― Pregunté intentando enfocar a la chica inconsciente del suelo, pero la vista se me iba para todos lados.
Dan pareció entender mis sollozos, porque soltó una carcajada amarga. Me gustó escuchar su risa, me tranquilizó.
― No sé… Tengo esa necesidad de ser el centro de atención. ― Respondió, me sorprendió la sinceridad con la que lo dijo. ― Escucha, Max. Voy a tirar la puerta abajo, ¿vale? ― Asentí. ― Pero necesito que te apartes de la pared.
Miré las paredes que se acercaban cada vez más y me encogí entre mis rodillas.
― No puedo… Me van a aplastar. ― Dije, mucho más asustada que al principio. ― ¡Dan, sácame de aquí! ¡Por favor! ¡Por favor, no quiero morir!
Sentí un golpe en la espalda, a Dan dándole golpes para abrirla. Y después otro.
― Max, si no te apartas no puedo abrir la puerta. Por favor. Tú puedes. Las paredes no se mueven.
― ¡Sí se mueven! ¡Van a aplastarme!
― Max, Max no se mueven, ¿vale? Todo va bien. ― Hizo una pausa, apoyando su peso en la madera de la puerta. ― ¿Te fías de mí?
― No.
Soltó otra carcajada. Obligándome a mirar la puerta. Tenía una risa bonita, me gustaba. Una lástima que no se riera muy a menudo.
― Es lo más inteligente que vas a hacer en tu vida. ― Asintió, dándome la razón. ― Pero ahora necesito que confíes en mí, ¿vale?
― Vale…
Asentí, y me preparé para lo que me pidiera. Me puse en pie.
― Necesito que te separes de la puerta, Max. ― Me pidió, parecía desesperado.
Asentí y retrocedí un par de pasos, jadeando. Obligándome a clavar la mirada en la puerta para que la claustrofobia no volviera a aterrorizarme.
― ¿Max? ― Preguntó, se le notaba el miedo en la voz.
― Sí. ― Asentí, dándole a entender que ya no estaba junto a la puerta. ― Sácame de aquí, por favor…
El primer golpe contra la madera fue suficiente para entender su respuesta. Dos golpes; nada. Tres… la puerta no se rompía.
― ¡Dan sácame de aquí!
¡Cuatro!
La puerta aflojó y se abrió de par en par, dando un fuerte portazo a la pared de dentro.
No lo evité más y me lancé al exterior, cayendo en los brazos de Dan, quien me sostenía como podía. Poco después, el aire entró en mis pulmones de golpe, como un torbellino, arrasando con mi consciencia. Todo se volvió negro.


A diferencia general, a mí sí que me gustaban los hospitales. No era la primera vez que me salvaban el culo en uno de ellos, y la verdad es que te solían salir bien las cosas allí. Volvías a ver la luz y eso. Todo como muy poético.
Desperté sentada en una camilla, con una manta rodeándome los hombros y un café en la mesita de al lado.
Me gustó ver el color verde de sus ojos nada más despertar, mirándome fijamente con la sonrisa ladeada.
― ¿Ya estás despierta? ― Me preguntó Ian, acercándoseme mucho.
― No, parece que sigo soñando, porque que estés aquí solo puede ser una pesadilla. ― Mustié, sonriendo con sorna.
― Menudo susto nos has dado, tú. Pensábamos que te había dado algún chungo o algo. ― Comentó Reed, pasándome la taza de café frío.
Al dar el primer sorbo lo volví a escupir en la taza.
― ¿Por qué cojones le habéis puesto vodka al café, putos dementes? ― Pregunté, haciendo muecas de asco ante el sabor.
― Porque queríamos darte los buenos días a lo grande, desagradecida de los cojones. ― Comentó Ian con una sonrisa de oreja a oreja.
Rodé los ojos. Menuda panda de gilipollas. Me daba un ataque de pánico y ellos me despertaban con alcohol. Manda cojones.
― ¿Dónde está Brandon? ― Pregunté un poco más tranquila.
― Fuera, esperando con Dan. Solo nos dejaban entrar de dos en dos.
Dan. Mierda… Dan me había sacado de allí. Genial, ahora su ego crecería hasta la estratosfera. Si es que hay que ser yo para meterte en líos como estos.
Ian salió de la habitación, como dándole paso a Brandon y Dan, que entraron al poco tiempo.
― ¡Gracias, tía! ¡Me has librado de un puto examen de matemáticas jodidísimo! ― Saludó Brandon, dándome un abrazo y un beso en la mejilla.
― Cuida ese vocabulario, gilipollas. Que ha este paso no sales del barrio. ― Gruñí, aunque no pude evitar soltar una carcajada.
― Mira quién fue a hablar, macarroni. ― Comentó Dan, saltando sobre la cama con un cigarro entre los labios. ― Te lo tenías bien escondido, tú.
Fruncí el ceño.
― Tía, podrías habernos avisado de que eras una puta guiri de los cojones. ― Gritó Reed desde el pasillo.
Ni que tuvieran la oreja puesta en la conversación. Manda huevos.
― ¡Espagueti! ― Gritó Ian desde el pasillo.
― ¡Tortelini!
― ¡Mamma mía!
Solté una carcajada. Sí señor, menudo vocabulario tenían estos.
― Menuda panda de gilipollas, nene. Si es que…
Una enfermera entró en la habitación. Echándole una mirada reprobatoria a Dan, que hacía rato que se había encendido el cigarrillo.
― ¿Cómo te encuentras?
― Bien, supongo. ― No me gustaban este tipo de situaciones, no sabía nunca que decir. Me acababa de dar un ataque de pánico, ¿cómo mierda quieres que esté?
― Genial, te darán el alta dentro de unas horas.
Asentí, ahora es cuando me tocaba preguntar, y no estaba segura de querer escuchar la respuesta.
― ¿Y Tex? ― La pregunta salió de mis labios como un suspiro.
Dan clavó la mirada en mí, fijamente, y hasta me dolía que lo hiciera. Seguramente estaría reviviendo lo que había pasado. Y yo esperaba olvidarlo de una vez.
― Está bien, sólo estaba inconsciente.
― ¿Y Rose? ― Preguntó Brandon.
De pronto, el balde de agua cayó sobre mí. Helándome hasta el tuétano.
Había estado tan asustada, tan consumida por el pánico que ni siquiera había reconocido a Rose. Debía haberlo supuesto. Debía haber supuesto que era ella la que me pedía ayuda, la que jadeaba en el suelo llena de sangre.
― Todavía está inconsciente, pero se recuperará pronto. ― Contestó la enfermera, pasándose un mechón de pelo que se había soltado del moño.
Puede que se recupere físicamente, pero nunca lo hará emocionalmente. Es algo con lo que tendrá que aprender a vivir durante toda su vida.
Y eso, lo sabía por experiencia.


© 2015 Yanira Pérez.
Esta historia tiene todos los derechos reservados.