15.
Después de la movida que se montó
con la redada supuse que la cosa estaría tranquila durante un tiempo. Cómo me
equivoqué.
Parecía que la gente tenía prisa en
compensar el fracaso de la fiesta pasada, y a cada momento, aprovechaban la mínima
excusa para montar una buena, ya fuera en The Moonlight o simplemente en la
calle.
Por eso mismo estaba Calipso en The
Moonlight sudando y con una cara de perro que le hacía parecer un chihuahua
histérico, al parecer que Vicky la convenciera para que trabajase aquella
semana en el local “para pagarme lo debido y ganar un poco de pasta” no había
sido tan buena idea como pensaba la peliazul.
― ¿Por qué la gente no deja de beber
y dedica su vida a hacer algo productivo? ¡Sois todos unos pichasflojas!
― Gritaba cada dos por tres, y la verdad es que nadie sabía decir qué
significaba exactamente eso, ni siquiera Calipso.
― Ya te dije que para trabajar aquí
se tiene que tener, y tú no lo tienes. ― Le recordé, encogiéndome de hombros.
― ¿Tener el qué? ― Preguntó Ian, con
los ojos muy abiertos y brillantes, como un niño pequeño.
Ian aquella semana se estaba
excediendo, de hecho, llevaba tres días sin dormir en casa, pero nadie decía
nada, todo el mundo suponía que este finde la movida acabaría e Ian volvería a
su rutina de siempre.
Me encogí de hombros.
― Un don, no sé… Algo.
― ¿Y tú lo tienes? ― Me preguntó Dan
con sorna.
― Obviamente no, por eso se largó de
aquí cuando tuvo la oportunidad. ― Dijo una Vicky fingiéndose dolida. ― Me
abandonó.
Le sonreí.
― Si no recuerdo mal, eras tú la que
insistía en que lo dejase. ― Me encogí de hombros. A lo que la rubia respondió
con un “touché” muy francés.
Me gustaban las noches así, todos
juntos pasando el rato, dejando que fluya y sin que nada influya. Teniendo la
certeza de que la vida no se acababa y el pinchazo de que el cigarro, en
cambio, sí; pero que con una cerveza y un poco de música como si éste era el
último trago que daba. Que ya, en realidad, poco importaba.
Y es que en verdad estaba de puta
madre, como hacía tiempo que no estaba. Éramos como una familia, una familia
rara de cojones, pero oye, qué se le va a hacer, ¿no? Si a mí me gusta así,
como me gustan las uñas negras y el alcohol a palo.
― Va chicos, pillad lo que queráis
que a esta invito yo. ― Dijo Dan, como si él también hubiera tenido esa
sensación de que todo estaba en su sitio por primera vez desde hacía mucho
tiempo.
Tal vez ahora estábamos haciendo las
cosas bien y el mundo nos lo estaba agradeciendo, o tal vez solo era el alcohol
en el cuerpo y el olor amargo del tabaco, que combinaban de puta madre y me
hacían pensar en que todo estaba bien, y de que tal vez lo vivido merecía la
pena por pasar este rato de vez en cuando.
― ¡Chicos, matadme! ― Se volvió a
quejar Calipso, en cuanto Lennon vino a celebrar que simplemente tenía ganas de
celebrar algo, como todo el puñetero barrio. ― Yo no voy a ir a tomarles nota a
esos, Vi.
Vicky miró a Lennon y después a
Calipso, que casi le suplicaba con la mirada que fuera ella a apuntarles unas
cervezas.
Observé la mesa del asiático y al
encontrar a Hell en ella, pillé algo para apuntar la comanda y fui directa
hacia allá sin siquiera molestarme en avisar a nadie.
― Max. ― Saludó Lennon sonriendo de
lado desde su mesa. ― ¿No era que ya no trabajabas aquí?
Me encogí de hombros.
― Digamos que esta semana le estoy
haciendo un favor a Vicky. ― Mentí y miré de reojo a Hell, que ni siquiera se
había percatado de que estaba por ahí.
― Guay. ― Acertó a decir el moreno,
mirando también de reojo a Hell, tal vez preguntándose por qué lo miraba tanto.
― Por cierto, he oído que la redada te pilló de lleno.
Volví a mirar a Lennon y me encogí
de hombros, apretando los labios. Mierda Max, disimula más, Lennon no es
gilipollas.
― Sí, bueno… Le pillo de lleno a
todo el que estaba dentro. ― Bajé la mirada al suelo y me llevé
inconscientemente la mano al costado. ― Una putada.
Lennon asintió y echó el cuerpo
hacia delante sobre la mesa, amenazante. Max, cambia de tema, rápido.
― Este sábado es tu primera carrera
en el circuito de La pista, ¿no? ― Pregunté, jugueteando con la libreta que
llevaba en la mano y olvidándome por completo de que había ido a “anotar” unas
cervezas.
― Eso parece. ― Sonrió de medio
lado. ― ¿Vas a estar por allí? ¿En las caballerizas y eso?
― Eso parece. ― Le imité, a lo que
soltó una carcajada que llamó la atención del bulldog pelirrojo.
Lo miré fijamente.
«Venga Hell, suelta alguna
gilipollez.» Pero al parecer la suerte no estaba conmigo aquella noche, porque
me miró de reojo y continuó concentrado en una tía que tenía encima. Puta
testosterona.
Lennon se levantó de pronto,
obligándome a mirarlo.
― ¿Pasa algo, Bianco? ― Preguntó.
«Bianco…» ¿Por qué siempre sentía un
escalofrío cada vez que lo escuchaba? Me
hacía pensar que era así como llamaban a mi padre, y que con aquella idea en
mente, me parecía mucho a él. Odiaba parecerme a él, aunque solo fuera un
presentimiento.
― No, nada. ― Dije rápidamente. ― Un
par de cervezas, ¿no? ― Anoté el pedido y me largué de allí antes de que Lennon
me pillara por banda.
Decir que sentí durante toda la puta
noche la mirada de Lennon sobre mí era poco. Parecía un puto halcón observando
cada uno de mis movimientos, como un buitre que persigue a un animal moribundo
para devorarlo de un bocado en cuanto caiga al suelo, finalmente, muerto.
― ¡Reed, amigo! ― Gritó un muy
borracho Dan. ― ¿En qué agujero te habías metido?
― En el de las piernas de la rubia
aquella.
Gruñí. Qué asco. ¿Por qué tenía que
ser tan así?
― Qué asco. ― Dijo Calipso por mí, y
supongo que por todas las tías del bar que había escuchado a mi amigo.
Reed sonrió y levantó las manos en
son de paz.
― Va, tía, ponme una copa. ― Le dijo
a Calipso que empezaba a no dar abasto en el bar.
Es lo que tenían las “horas punta”,
que la gente que entraba nueva venía pidiendo una copa como saludo y que los
que llevaban un rato en el local parecía que no habían bebido nada desde hacía
días y andaban sedientos gritando por un chupito más.
― Trae, que te la pongo yo. ― Le
dije, guardándome de paso el billete en el escote. ― Tengo que hablar contigo,
Reed.
Creo que de fondo sonó Ian cantando
un “Oooh, eso es que te va a dejar” o algo así. No lo entendí bien.
― Si vas a decirme que te quieres
subir a una habitación conmigo, mejor te esperas a que me tome la copa esa que
decías que me ibas a poner. ― Gruñó, y se encendió de paso un cigarro.
― No voy a follar contigo.
E Ian:
― ¡Ves! ¡Te lo dije! Primero
empiezan no queriendo follar y luego te dicen que se si no eres tú que si soy
yo…
― ¡Ian, vete a tomar por culo! ―
Gruñí, agarré a Reed del brazo y lo alejé de allí.
― ¡Polvo de reconciliación! ― Gritó
feliz Ian.
De verdad, puto alcohol de los
cojones que vuelve más gilipollas a la gente. ¡Con lo jodidamente bueno que
está el alcohol y lo poco que me gustan los gilipollas! ¿Por qué tiene que ser
la vida tan contradictoria?
― No van a follar, Ian. ― Mustió
Dan, al parecer, de morros.
― Eso lo dices porque te encantaría
estar en el lugar de Reed.
Y tal vez siguieron discutiendo
sobre el tema, pero no alcancé a escuchar más en cuanto me metí en la sala de
póker. El olor a puro me golpeó la nariz con fuerza, como un puñetazo, y casi
me pongo a toser como una loca a mitad de mi discurso.
― Tia, follar aquí tiene que ser una
mierda, mejor nos subimos arriba, anda.
― ¡Qué no voy a follar contigo,
hostia! ― Grité, rodando los ojos por enésima vez.
Reed sonrió y me miró el escote.
― Pues si no vamos a follar y
tampoco vas a ponerme esa copa… Al menos podrías dejarme meter la mano ahí
dentro para recuperar mi dinero. ― Dijo
divertido.
― ¿Vas fumado o qué? Mira que te
meto una hostia para espabilarte. ― Amenacé.
Rió.
― Vale, vale. ― Levantó las manos y
sonrió de lado. ― ¿Qué quieres, guiri?
― Quiero que me acompañes a hablar
con Hell. ― Solté de carrerilla.
― ¿Qué? ¿Con Hell? ― Asentí. ― ¿Y
han sido mis últimos encontronazos con él los que te han dado a entender que
somos amigos del alma, cierto? ― Preguntó con sarcasmo.
― No gilipollas, solo quiero que me
acompañes para que Lennon no sospeche nada. Anda por ahí vigilándome como si fuera
un puto psicópata.
― ¿Vigilándote por qué? ― Preguntó
frunciendo el ceño. ― ¿Qué cojones quieres de Hell, Max?
Miré a Reed y después al suelo. Como
me soltase el mismo rollo que me habían soltado Dan y Lennon no respondería de
mis actos.
― A Dan se le escapó el otro día que
Lennon conoce a alguien que sabe algo sobre el tipo que anda por ahí con
complejo de Hannibal Lecter.
― ¿Y?
― Quiero hablar con él.
Reed me miró fijamente, como si
entendiera por qué quería hablar con él, y, por un momento creí que estaría
dispuesto a ayudarme.
― No. No es una buena idea.
― Ni siquiera es seguro que el tipo
ese tenga información auténtica. ― Comenté. ― A lo mejor solo es un gilipollas
que quiere dárselas de enterado.
― Mejor me lo pones, no hay razón
para arriesgarse tontamente para que luego el mamón solo quiera darse a
conocer.
― Vale, pues no me ayudes a
buscarle. Sólo ayúdame a que Hell me desmienta que el gilipollas de turno no
sabe nada. Entonces cerraré la boca y no volveré a meterme en el tema, ¿vale? ―
Le supliqué. ― Sabes que necesito hacerlo, Reed…
Reed me miró fijamente durante unos
segundos eternos, y por su cara de póker estaba segura de que acabaría dándome
una hostia para quitarme la tontería de encima.
― Por favor…
Reed gruñó y soltó un suspiro.
― Joder… ― Resopló. ― Está bien. ― Sonreí,
a lo que él se cruzó de brazos. ― ¿Y por qué no se lo preguntas a Lennon
directamente?
― Ya lo he hecho, no quiere soltar
prenda. ― Me encogí de hombros. ― Pero Hell es más gilipollas, siempre anda
fardando de todo, no me costará nada sacarle lo que quiero.
― Manda huevos con la italiana… ―
Dijo divertido. ― Bien, bien. ¿Y cómo lo hacemos?
― Ni puta idea.
― Así que la mafiosa quiere hablar
conmigo. ― Se mofó Hell, llevándose el botellín de cerveza a la boca. ― ¿Y qué
quieres, si puede saberse?
Respiré hondo y me prometí no soltar
ningún improperio y controlarme las ganas de partirle la cara al gilipollas
pelirrojo que tenía delante.
«Dios dame paciencia, porque con las
ganas de darle una hostia te estás pasando.»
― He oído por ahí que sabes algo
sobre el tipo que mató a tu hermana. ― Confesé, encogiéndome de hombros. ―
Bueno, más bien que conoces a alguien que sabe más de la cuenta.
― Puede ser. ― Dijo Hell, a lo que
Reed soltó un gruñido.
― Dicen también que la redada fue
una trampa y que pretendíais reuniros con el tipo en la casa, pero que ninguno
asistió.
― Sí asistimos, pero nos largamos antes
de que se diera cuenta alguien… ― Confesó Hell, sonriendo de aquella manera que
tenía de sonreír enseñando los colmillos.
― ¿Lograsteis ver al tipo?
Se encogió de hombros.
― No pienso soltar prenda, muñeca. ―
Dijo son sorna. ― Si quieres algo, paga el precio.
Gruñí.
Parecía que estábamos jugando al
juego de: «―¿Qué quieres?
― ¿Qué sabes?
― ¿Qué tienes?»
Un puñetero bucle sin salida.
― ¿Qué precio? ― Ladré, y de tanto
que apretaba los puños me estaba haciendo daño.
Hell sonrió de lado y dio un paso al
frente. Si no retrocedí fue por orgullo, porque del asco que me dio hubiera
salido corriendo.
― ¿Qué te parece si tú y yo nos
subimos arriba a negociar? ― Ronroneó, y me entraron ganas de patearle la
entrepierna.
Reed a mi lado dio un paso al frente
y gruñó, dando a entender que como se acercase un paso más a mí se llevaba la
paliza de su vida.
― No. ― Corté. ― Pide otra cosa.
El pelirrojo soltó una carcajada y,
por primera vez, sin el coro de hienas a su alrededor, su carcajada sonó
realmente fuerte y temible.
― Bien, bien. Tú te lo pierdes. ―
Rodé los ojos. ― Este sábado es el regreso a las pistas de Lennon, y tengo pensado
apostar mucho dinero.
Ya sabía por dónde iban los tiros.
― ¿Y quieres que apueste por ti?
― Dicen que tienes un don para las
apuestas en La pista. ― Se mofó Hell.
Asentí, eso sí estaba dispuesta a
hacerlo.
― ¿Y cómo sé que cumplirás tu
palabra?
Hell miró a Reed de reojo y se cruzó
de brazos, por primera vez serio en toda la conversación.
― Todo el mundo lo llama “Brox”.
© 2015 Yanira Pérez.
Esta historia tiene todos los derechos reservados.
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