10.
Mercurio.
Tenía ese jodido nombre grabado en
la cabeza a fuego.
No tenía ni puta idea de quién era.
Nadie lo sabía, pero el muy capullo había conseguido que todo el mundo se
aprendiera su nombre, su apodo, su esencia.
«Las
cicatrices nos recuerdan que el pasado fue real.»
Mercurio.
Aquella fue su primera frase,
pintada con spray en la jodida pared de The Moonlight, porque sí coño, porque no había más
paredes en el puto barrio de los cojones que tuvo que elegir esa.
― Pues a mí me parece un gilipollas.
― Anunció Dan encogiéndose de hombros. ― La gente no quiere que le recuerden a
cada jodido momento que tiene un pasado de mierda o que vive en un barrio de
mierda.
― O que es una mierda. ― Añadí, en
cierto modo estaba de acuerdo con Dan.
Los chicos se me quedaron mirando
fijamente durante unos segundos, como si les extrañara que estuviera de acuerdo
con el moreno. Joder, que tampoco es tan raro.
― Pues a mí me gusta, tiene ese aura
de misterio y sensibilidad que les falta a muchos tíos de aquí. ― Comentó
Audrey, una de las chicas que trabajaban en el stipper.
Estaba bien eso de pasarse por el
local sin tener que estar poniendo copas a cada gilipollas que se me acercaba,
pero vamos, que las vacaciones solo duraban unos días.
Todavía no le había dado una
respuesta a Leroy sobre la apuesta. Todavía tenía que pensar muchas cosas,
dejar The Moonlight en estos momentos no era una buena decisión. El barrio
estaba muy alterado con las desapariciones y los asesinatos. Y para que mentir,
yo estaba acojonada.
Le sonreí a Audrey. Todavía era una
cría, una de las chicas que acababa de entrar a trabajar como bailarina en el
stripper. Todas tenían ese brillo de esperanza en los ojos que les apremiaba a
encontrar al chico sensible del barrio pobre que les robara el corazón.
― Tampoco es para tanto, la gente le
da mucha importancia a un pringado que no tiene más cosas que hacer que
pintarrajear las paredes. ― Siguió Dan, quien parecía que le molestara todo el
asunto del tal Mercurio.
― Eso lo dices porque están todas
las tías pilladísimas por él. ― Contraatacó Vicky ― ¿Un chico del barrio con
aires de poeta romántico? Cuidado Audrey, que se te caen las bragas.
Sonrió e hizo un gesto dramático de
enamorada. Dejándose caer desmayada sobre la barra.
― ¿Y tú qué opinas de él, Max? ¿A ti
también se te caen las bragas con los tíos cursis? ― Me preguntó Ian, dándome
un codazo en la costilla mientras me pasaba el cigarro. ― Porque enserio, tengo
que preguntártelo. ¿Eres lesbiana?
Abrí los ojos como platos y comencé
a reírme en desmesura. Pero qué coño.
― ¿Qué cojones te hace pensar que
soy lesbiana, subnormal? ― Reí.
― Pues tía, que no te hemos visto
con ninguno. Vamos a ser claros, ¿a ti te van los penes o no?
Reí a carcajada limpia.
― Pues yo que sé… ― Me encogí de
hombros. ― Sí, supongo que sí. Pero vamos, que eso de follar no es algo que me
entusiasme.
Ian se levantó de la mesa dando un
fuerte golpe en la madera, como si acabara de escuchar la mayor gilipollez del
mundo.
― ¡¿La habéis oído?! ¡¿La habéis
oído, joder?! ― Tiró la silla al suelo y se puso a dar vueltas sobre la mesa,
agarrándose del pelo como si no le entrara la idea en la cabeza. ― ¡Que no le
entusiasma follar, dice! ¿Pero tú estás loca?
Ian me cogió de los hombros y me
zarandeó de un lado a otro.
― ¡Max, vuelve! ¡Vuelve al mundo
real! ― Le di un pequeño puñetazo en el hombro y lo alejé de mí para que dejara
de agobiarme. ― La hemos perdido, chicos… Ya está, nuestra Max se fue…
Me agarró cual koala y se limpió
unas lágrimas imaginarias.
― ¿Quieres soltarme, idiota?
― Depende, ¿tienes ganas de follar?
Audrey agarró a Ian de la cintura y
lo arrastró lejos de mí. Menos mal, menuda lapa, joder.
― Y dime otra cosa, Max… ― Comenzó
Vicky. ― ¿Cuándo y con quién fue tu primera vez?
Tosí incómoda. ¿Es que hoy era el
día de las preguntas incómodas para Max o qué cojones?
― Oh, esa me la sé. ― Dijo Dan,
levantándose como si fuera a recitar un poema en medio de la clase. ― Max era
la típica chica mala de instituto que se saltaba varias clases para tirarse a
los chicos mayores en el baño, ¿verdad, macarroni?
Me encogí de hombros.
― Ya veo que sabes mucho del tema…
¿Es más complicado cuando eres un tío, verdad? Lo de tirarte a otros tíos en el
baño, digo.
Dan sonrió con sorna y levantó la
botella de cerveza a mi salud, como si le hubiera hecho gracia y me hubiera
concedido aquella pequeña victoria.
― Joder, Walker. ¿Hasta las tías te
dejan por los suelos? ― Preguntó el bulldog pelirrojo.
Dan se volteó a mirarle con la misma
indiferencia que como si estuviera hablando con un ladrillo y se encogió de
hombros.
― Si no recuerdo mal fue esa misma
tía la que te dio tal botellazo que casi te echas a llorar, ¿no, Hell? ―
Recordó Dan.
¿Hell? ¿Enserio? Menuda panda de
peliculeros me cago en la hostia. Qué patéticos todos. ¿Es que no había más
nombres en el mundo que tuvieron que ponerle al gilipollas de turno ese? Aunque
con lo feo que es no me extrañaba que sus padres le pusieran ese nombre…
Hell apretó los puños con tanta fuerza
que se le notaba la vena del cuello. Que puto asco.
― No hemos venido a pelearnos,
¿verdad, Hell? ― Intervino Lennon, acallando todas las conversaciones que había
en The Moonlight.
El moreno le tendió la mano a Dan
como saludo, como si con aquel gesto estuvieran firmando una tregua de bandas.
Solo por aquella noche.
― Max… ― Me saludó Lennon, justo
antes de retirar la mano que firmaba el pacto. ― Estás preciosa.
― Gracias, supongo.
El moreno sonrió de lado y abandonó
nuestra mesa junto a toda la manada de hienas que le seguían.
¿Os he dicho alguna vez lo
jodidamente buenos que están los cubatas de The Moonlight? Joder, no me
extrañaba que tuviera tanta clientela.
Max, llevas tres años trabajando en
el jodido puticlub, ¿y no habías probado ni un solo cubata de Vicky? Tres años
echados a perder…
― ¡Vicky ponme otro! ― Grité por
encima del bullicio que había en el local.
¿Cuándo se había llenado tanto?
― Max, llevas como unos tres encima…
― Mustió la rubia frunciendo los labios. ― ¿No te apetece mejor un cigarrillo?
Hice un puchero. ¡Claro que me
apetecía un cigarro! ¡Pero me apetecía más otra copa! Además, que algún
gilipollas me había robado el paquete de tabaco. Putos chiflados de mierda.
― No me quedan… ― Mustié,
repentinamente mareada.
― Ten, macarroni. ― Me tendió Dan
uno.
Lo cogí con demasiada alegría, como
si el mareo se me hubiera pasado de golpe al ver el cigarro, y le di un beso en
la mejilla.
― ¡Max! ¡Max! ― Oí que me llamaban a
gritos, pero entre tanta gente y tanto ruido no tenía ni puta idea de quién me
llamaba. ― ¡Max! ― Era Ian. ― ¡Max necesitamos un árbitro imparcial!
― Vale, búscalo por ahí. Seguro que
hay alguno.
― No, tonta. Queremos que seas tú.
Ian sonrió de aquella manera tan
infantil que tenía de sonreír cuando estaba borracho, enseñando muchos los
dientes y dejando que se formara un hoyuelo en su mejilla izquierda. Joder, qué
guapo era el condenado.
― ¿Por qué yo?
― Porque sí, coño. ― Dijo antes de
arrastrarme a las mesas del fondo.
No solía entrar mucho en aquella
zona del bar, estaba muy oscuro y solo había una salida, además de que cuando
trabaja no solía salir de la barra.
― ¿Vais a jugar al póker? ― Dije en
una carcajada. Habría que verlos, seguro que no tienen ni puta idea de cómo se
juega.
― ¿Qué dices? ― Dijo Ian frunciendo
el ceño, como si fuera obvio que para él eso era una auténtica mierda.
Me encogí de hombros y me dejé
arrastrar a la parte más interna de la sala de póker de The Moonlight, donde me
encontré a las hienas de Lennon y a Reed concentrados en el pulso que
estaban haciendo el bulldog pelirrojo y
mi amigo.
― ¿Un puto pulso?
― ¡Siiiii! ― Gritó Ian con toda la
emoción del mundo, a mi sin embargo, estaban entrándome ganas de partirle la
cara a alguien.
― ¿Necesitáis un árbitro para hacer
un pulso de mierda? ¿Sois gilipollas o qué?
― Relaja un poco, morena. ― Gruñó
Hell, mirándome de reojo sin perder de vista a Reed.
― ¿Y qué os habéis apostado si puede
saberse? ― Pregunté, aquello no tenía sentido si no se jugaban algo.
― Quien pierda no puede pisar el
local en dos semanas. ― Gruñó Hell.
― Y el coche. ― Añadió Reed.
― ¡Que no te voy a dar el puto
coche, joder!
― Claro que no, lo vas a perder.
Mmmm… ¿Se puede ahogar alguien por
exceso de testosterona? Joder, un poco más y hasta huelo sus hormonas. Hombres…
― ¿Bueno, qué? ¿Trato? ― Preguntó
Ian tendiéndome la mano.
― ¿Y qué gano yo? ― Pregunté
cruzándome de brazos.
― Una noche conmigo. ― Ofreció Hell,
sonriendo con cinismo. Puto pervertido de los cojones.
― ¿No se supone que debe de ser un
premio?
Se escucharon carcajadas de fondo y
un “Oooooh” por parte de algunos espectadores. Sonreí, lo que hacía el alcohol…
― Va, va, Max. Porfiiii. ― Mustió
Ian, abrazándome por la espalda y dándome pequeños besos por el cuello. ― Luego
te compro un paquete de tabaco.
― Tres.
― Vale. ― Dijo, y me dio un beso
sonoro en la mejilla.
Si es que de verdad, lo que no
hiciera yo por estos pillados de mierda…
Sobra decir que ganó Reed por
goleada. El castaño era una mole de músculo, y aunque Hell también parecía un
armario con patas, Reed se trabajaba más el cuerpo. Iba a un gimnasio que había
por el barrio o algo así, un club de boxeo o algo. No sé, a los tíos les va eso
de zurrarse a hostias con otros tíos.
Sobre las cinco de la mañana decidí
irme a mi casa a dormir la mona. Hacía rato que había perdido de vista a los
chicos y no me extrañaba en absoluto que se hubieran subido arriba a follar.
Además, que la borrachera empezaba a
bajarme y tenía el estómago revuelto, para “hacer ejercicio” estaba yo ahora,
sí señor. Se me acerca cualquier gilipollas y le poto encima.
El frío me heló el cuerpo en cuanto abandoné
The Moonlight. Faltaba poco para que el invierno cubriera de un frío permanente
el barrio, o quizás ya lo hubiera hecho y yo no tenía ni puta idea. Quién sabe.
Una moto pasó corriendo a mi lado,
con esa velocidad tan típica de estar huyendo de algo, de alguien quizá. Qué estúpido, no se puede huir de nadie, solo
puedes esconderte durante un tiempo.
― ¿Tienes coca? ― Me preguntó un yonki
en cuanto giré una esquina, abalanzándose sobre mí.
Lo empujé hacia atrás con suma
facilidad. La cocaína había hecho de su cuerpo una auténtica mierda, y estaba
esquelético y sin fuerzas.
― No, tío, no tengo coca… ― Mustié.
Vivir aquí me había enseñado como
tratar con la gente con problemas. Solo eran pobres desgraciados que habían
vendido su vida por una bolsa de polvo blanco y un momento de adrenalina y
subidón en las venas.
― ¿Tienes coca? ― Volvió a insistir,
poniendo una mano en mi hombro, como para que me percatara de su presencia.
Le aparté la mano con delicadeza y
volví a negar. Tenía los dedos y los labios quemados de mantener la pipa
mientras se calienta. Y parecía que su piel se negaba a regenerarse otra vez.
― ¿No hay coca? ― Mustió con la voz
quebrada y los ojos rojos vidriosos.
― No, tío… No hay.
― Pero yo quiero…
― Lo sé, lo sé…
El yonki se apoyó en la pared y dejó
caer su peso hasta quedarse sentado sobre la acera, con las rodillas en el
pecho y ejecutando movimientos violentos, como sacudidas involuntarias.
Justo enfrente, una de las frases de
Mercurio decoraba la puerta de un edificio de ladrillo rojo.
«La
vida de una flecha es fugaz, y su único sentido
es
seguir una dirección y alcanzar su objetivo. »
Mercurio.
― Menudo gilipollas.
Aquella voz… No pude evitar que la
piel se me erizase.
― Pues sí. ― Respondí sin siquiera
darme la vuelta.
Desvié la vista al yonki tirando en
el suelo, el cual hacía rato que no se movía. Tal vez estaba muerto… Había oído
que cuando dejabas el crack te daba un chungo al corazón y la palmabas.
― ¿Es irónico, no crees? ― Pregunté
en un susurro, no me atrevía a levantar de más la voz, no tenía fuerza.
― ¿El qué?
― Todo. No sé… La situación en
general. ― Me abracé a mí mima, de repente, el frío había entrado en mis venas.
― De cerca parece simple y hasta macabro. Solo un yonki más que acaba
palmándola. A nadie le importa, nadie sabe quién es, nadie le conoce realmente.
Eso es triste.
― Lo es.
― También es irónico. ― Desvié mi
mirada de aquel hombre al mensaje de Mercurio. ― Él solo buscaba sentirse
importante… Tal vez no encontró el camino adecuado. Pero es eso lo que buscaba,
lo que busca todo el mundo en realidad. Sentir que se es parte de algo, como
los famosos. Buscaba ser reconocido, y acabó siendo un desconocido hasta para
él mismo.
El yonki jadeó en sueños y se
revolvió en el sitio. No estaba muerto. Y en aquel momento no supe que hubiera
sido mejor, que lo estuviera o que no.
― Lo sé. Pero no puedes hacer nada
para cambiarlo.
En aquel momento me giré a mirarlo.
Nunca lo había visto así, tan solo, sin aquella manada de fieras que siempre lo
acompañaban. Nunca lo había visto siendo tan… él.
«Pero no puedes hacer nada para
cambiarlo…» Yo no quería cambiar las cosas. Yo no quería ser el héroe de la
historia y salvar una vida perdida. La única vida que me interesaba salvar era
la mía, y ni siquiera estaba consiguiéndolo.
No dije nada. En cambio, me encogí
de hombros y seguí mi camino a casa.
Lennon no tardó en alcanzarme.
Aquella noche deba realmente miedo y estaba jodidamente guapo con la cazadora
de cuero negra y el cigarro entre los labios.
― ¿Qué es lo que quieres, Lennon? ―
Pregunté sin rodeos.
― He oído que Walker te ha
conseguido un puesto en el taller de Leroy. ― Dijo encogiéndose de hombros como
quien no quiere la cosa.
― Algo así. ― Asentí.
Lennon me devolvió el asentimiento
con un golpe firme de cabeza y se metió las manos en los bolsillos delanteros
de los vaqueros.
― Va a ser una lástima no verte más
a menudo por el local. ― Confesó.
― No creo que vaya a aceptarlo.
― ¿Por qué no?
Volví a encogerme de hombros.
― Simplemente no creo que sea un
buen momento.
Lennon volvió a asentir y miró
fijamente la acera mientras andaba.
― Pues deberías. Justamente por eso
deberías. ― Me miró de reojo y le dio una patada a una piedra del camino. ― No
te comas siempre los marrones de todos, Max.
― ¿Me estás pidiendo que no sea
gilipollas?
Lennon soltó una carcajada lobuna
que me recordó mucho a Dan.
― Tú no eres gilipollas, Max.
Me encogí de hombros, aunque no pude
evitar esconder una sonrisa.
― Esa no es la opinión general de
la… Hostia puta…
A lo lejos, un cuerpo inerte yacía
en el suelo. Cualquiera hubiera pensado que se trataba de otra adicta al crack,
otra don nadie en un mundo dominado por gente importante. Cualquiera hubiera
pasado de largo si no hubiera visto la escena al completo. Si no hubiera visto
la sangre del suelo formando un charco rojo en el asfalto, o la mitad del
cuerpo a cinco metro de distancia del resto.
Lennon miró hacia donde miraba yo
con la misma cara de espanto.
― Me cago en todo…
Esto no podía estar pasando. No
podía estar pasando, joder. No quería mirar, y sin embargo, no podía apartar la
mirada ni un solo segundo, incluso creía que había dejado de pestañear.
― ¿Está…? ― Pregunté con miedo.
Joder, Max. ¿Es que eres gilipollas
o qué coño te pasa? Está tirada en el suelo y le faltan las dos piernas. ¿Cómo
cojones no va a estar muerta?
Sin embargo, Lennon asintió despacio
y con cautela, como si todo él fuera a cámara lenta. Aunque estaba casi segura
de que su mente iba a cien por hora.
Oh, dios…
― Hostia puta… ― Joder, Max, ¿es que
no sabes decir más que gilipolleces?
― Llama a los maderos, Max. Llama a
alguien.
Asentí con la cabeza, aunque no pude
moverme. Tenía las piernas totalmente paralizadas, como pegadas al suelo. Sin
embargo, pude despegar mis pies del asfalto para acercarme todavía más.
Joder, no debería de tener más de dieciséis
años…
― ¿La conocías? ― Me preguntó
Lennon, aunque no llegué a escuchar su voz con claridad. ― Max, ¿la conocías?
Negué lentamente.
― ¿Tú sí? ― Asintió. ― ¿Cómo se
llamaba?
Lennon me miró fijamente y tragó pesado,
tenía las pupilas dilatadas y brillante. Pero sabía que no iba a llorar.
― No lo sé… ― Miró el cadáver con
suma tristeza. ― Y eso es lo peor de todo. Que no lo sé. No le pregunté por su
nombre cuando vino a verme…
Asentí. Él no tenía la culpa, él no
la había matado.
― No es tu culpa.
― Lo sé…
Miré los ojos abiertos de la chica,
blanquecinos y sin vida, con la mirada perdida y llena de espanto. Era como si
mirara al asesino directamente a los ojos antes de que la matara. Era como
mirar a la muerte y no poder evitar caer dentro de ella. Y en aquel momento,
parecía que me había atrapado en su interior.
© 2015 Yanira
Pérez.
Esta historia
tiene todos los derechos reservados.
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