viernes, 27 de enero de 2017

9. #UCPED

9.

            Ophelia Grant era una diva. Trabajaba en uno de esos locales de bajo fondo que estaban tan escondidos bajo tierra que más que locales de lujo parecían cuevas de ermitaño. Pero claro, con toda esa exoticidad y erotismo revolucionarios no podían anunciarse a los cuatro vientos sin que parte de la población los tacharan de pervertidos o monstruos.
            El sitio no tenía nombre, no era más que una puerta de plomo con grafitis en una planta baja abandonada a las afueras del centro. Un sitio sin nombre para gente sin nombre. A Kara le encantaba.
Lo conoció gracias a su madre, y creedme, esa era una de las pocas cosas que la demonio podía agradecerle a Nhama. La súcubo había trabajado en el local un par de veces en los ochenta, cuando toda esa movida solo acababa de empezar. Tenía un espectáculo famoso, algo sobre cantar medio desnuda de espaldas al público. Ya ves tú, qué chorrada. Pero eran otros tiempos, y ahora la fama de Nhama en aquel local no podía compararse a la de Ophelia Grant.
Ophelia Grant tenía veintidós años y una voz de infarto que te arrancaba de la silla para ponerte a cantar a todo volumen y dejarte la voz en una sola canción. Era flipante.
— ¡Kara! — La saludó, dándole un fuerte abrazo. Eran amigas desde hacía varios años, cuando la cantante empezó en aquel garito. — Dime que te has traído a Xareni, por favor.
Kara sonrió. Ophelia tenía un flechazo muy grande con su amiga desde que Kara las había presentado. Y aunque Ophelia no era tan atractiva, con los ojos pequeños y esa nariz de ratoncillo, tenía algo que realmente llamaba la atención. Kara siempre había supuesto que era esa forma de moverse en el escenario, como si estuviera hecho para ella. Por eso intentaba traerse siempre que podía a Xareni, porque en el fondo le hacía gracia y pensaba que les hacía falta un buen polvo.
— Estará a punto de venir. — Anunció, encogiéndose de hombros.
La morena sonrió abiertamente y la arrastró a los camerinos de detrás del escenario. Solía pedirle de vez en cuando que la ayudara a elegir que ponerse aquella noche, Kara sospechaba que era para que la ayudara a impresionar a Xareni. Pero nunca se había quejado, en verdad le encantaba toda esa purpurina que había detrás del escenario.
Víctor Victoria las estaba esperando en uno de los tocadores.
— Ya era hora, Ophelia. — Se quejó, cruzándose de brazos. — ¿Cuándo va a venir la bailarina que me prometiste?
Kara sonrió al verlo. Víctor Victoria era la drag queen con más estilo y sensualidad que Kara hubiera conocido nunca. Venía de una familia latina y tenía ese acento tan gracioso y esas curvas de infarto que parecían antinaturales. Era la que dirigía la mayor parte de los espectáculos; por las mañanas era profesor en la universidad de artes y danza de Virginia, y se aseguraba de atraer a los estudiantes más prometedores para que ofrecieran algo al local. Ophelia había sido su gran éxito.
— Ah, hola Kara. — Mustió, dándole un sonoro beso en la mejilla que no se correspondía con su estado de ánimo. — Ophelia vamos mal de tiempo. Necesito a la bailarina para ocupar la baja de Sharon.
Víctor Victoria podía ser una gran drag queen y coordinadora, pero se atacaba de los nervios demasiado deprisa. No tenía mucha paciencia y necesitaba tenerlo todo controlado. Siempre se desesperaba a la mínima, y con los aires de grandeza de Ophelia era muy difícil no exasperarse.
— Nicole debe de estar al caer, — La tranquilizó. — no te preocupes, ViVi. Va a merecer la espera, te lo aseguro. ¡Es una de las favoritas del señor Sasha!
Víctor Victoria abrió los ojos y frunció el ceño.
— ¡Me has traído a una bailarina de ballet del viejo ruso para sustituir a Sharon! — Parecía realmente molesta. — ¿¡Estás loca, niña!?
Kara no entendía nada, pero le hacía mucha gracia la forma en la que Ophelia rodaba los ojos ante la exasperación de ViVi.
 — Va, seguro que no está tan mal. — Aportó Kara, robándole el pintalabios rojo a Ophelia. ViVi siempre le había dicho que ese color le favorecía mucho con la palidez de su piel y ese pelo tan blanco, pero a Kara no llegaba a convencerla realmente.
— ¿Ophelia? — Preguntó uno de los camareros del local asomando la cabeza por la puerta. — Ha venido una chica preguntando por ti.
Kara se quedó mirando al camarero con los ojos abiertos de par en par. Llevaba la mitad de la cabeza rapada al cero y la otra mitad del pelo de un color azul eléctrico que le caía hasta media espalda, y vestía uno de esos trajes de Víctor Victoria que imitaban a un elfo del bosque erótico. Se le escapó una sonrisa solo de mirarlo.
— Debe de ser Nikki. — Sonrió la rubia. — Que pase, que pase.
Lo primero que pensó Kara de Nicole era que le parecía una pequeña sinvergüenza con enfoque de pueblo fantasma, como esa de la que hablaba David Bowie en su canción Diamond Dogs; y le entraron ganas de reírse. No porque le pareciera gracioso, sino porque sabía que era lo que Víctor Victoria esperaba de su reemplazo.
            Podría haberse fijado primero en sus ojos azules y en esa sonrisa de anuncio que llevaba en la cara, o en la forma en la que se había cortado el pelo, como si lo hubiera hecho ella misma en un momento de prisas y pocas ganas. Pero con aquella mueca de bailarina con pies de plomo no pudo hacer más que acordarse de aquella canción y todo lo que representaba.
            A Kara le gustaba mucho eso de las personas. Que sin quererlo te recordaban a una balada y de pronto comprendías mejor lo que esa persona hacía en el mundo, de quién se había enamorado o si era más de follar en un baño público.
            Esas cosas.
            — Hola… — Mustió la recién llegada. — ¿Llego tarde?
            Víctor Victoria vislumbró el espectáculo y sonrió.
            — Puede funcionar. — Sentenció ViVi, y Ophelia no se reprimió aquella sonrisa de superioridad que la caracterizaba tanto sobre el escenario.  


            Ophelia Grant arrasó aquella noche como tantas otras, con aquellas canciones de pecadores convertidos en santos, de ganadores por error y enemigos del diablo. Por eso se habían hecho tan amigas, porque Ophelia sabía más de cómo se sentía Kara que la propia Kara, porque la cantante escribía sobre el día a día de la demonio sin saberlo.
            Kara se dejó la garganta en aquella última canción, ya sudando y con los pies ardiendo de tanto bailar. Y le dio igual, se agarró a Xareni, admiró el vestido plateado de Ophelia, se deshizo de todo y vivó mientras las últimas notas de la guitarra seguían sonando.
            Y cuando la última nota se apagó, las luces lo hicieron con ella, y el sonido de un tambor anunció a Nicole en el escenario bajo un único foco. No se escuchó ni un alma, Xareni contuvo la respiración y el fuego brumó bajo la piel del público. Kara escuchó a Víctor Victoria ahogar una exclamación.
            Ballet sus cojones. Nicole Bissette no era una bailarina de ballet, tal vez lo parecía con aquel vestido rojo y dorado, tal vez pudiera serlo en las clases de aquel viejo ruso que no le caía bien a ViVi; pero Kara no veía a ninguna prima ballerina sobre el escenario, Kara veía al espíritu de una gitana bailando en sus caderas. Kara veía el fuego en sus venas y el hielo en su mirada, escuchaba los aplausos y las campanas de fondo, palmas y sudor, piernas alzadas y sacrificio, giros y pasión.
            Kara lloró. Joder si le entraron ganas de llorar y aplaudir cuando acabó… Y lo hizo, lo hizo porque quería, con ganas; porque era hermoso y le apetecía dejarse las lágrimas en aquel espectáculo y punto. Que la juzgaran si a alguien le salía de los huevos, que pocas cosas la dejaban con la boca abierta y el corazón llorando.
              Y es que aquella morena de largas piernas había hecho que Kara entrara en aquel círculo vicioso que no sabía de qué se trataba con tanto cambio de ánimo: que pasara de estar riendo a estar sensible, de estar sensible a estar idiota, de estar idiota a estar alegre y vuelta a empezar.
            Manda cojones.
            Los vítores se escucharon desde fuera, y Kara se preguntó si con tanto jaleo aquel lugar dejaría de ser tan anónimo. Ophelia sonreía al lado de su amiga y Nicole, con las mejillas encendidas se despidió lanzando un beso al público.
            Kara y Xareni esperaron a las chicas fuera, porque entrar al vestuario, con aquella felicidad repentina de ViVi les parecía un terreno difícil. Y es que la drag queen no iba a parar hasta conseguirle a Nicole Bissette un puesto fijo entre sus cuatro paredes de éxito nocturno.
            Xareni le pasó un brazo por los hombros y le sonrió.
            — Menudo espectáculo, eh… — Comentó la morena, con aquella tranquilidad que la invadía siempre que venía a ver alguno de los espectáculos de Víctor Victoria.
            — Sí… — Coincidió Kara, y aunque estaba segura de que su amiga la había visto llorar a mitad del ballet, no le dijo nada. — Ophelia seguía sin quitarte el ojo de encima.
            Xareni rió y rodó los ojos.
            — Siempre está igual… — Hizo una pausa y se tiró sobre uno de los sillones de playa, un par de plumas salieron volando por los aires. — Creo que tiene una obsesión conmigo.
            Kara le lanzó un cojín a la cara.
            — ¿Enserio? — Dijo irónica. — No me había dado cuenta.
            — Sí. — Sentenció. — Tal vez debería follar con ella.
            — Lo estoy deseando, preciosa. — Le susurró la rubia al oído, apareciendo justo en aquel momento.
            Xareni se incorporó de golpe, más por el susto que por la insinuación de Ophelia.
            — No lo decía enserio. — Aclaró, pero le dio un beso en la mejilla para felicitarle la actuación. — Tía, has estado increíble.
            Ophelia sonrió y se sentó entre ambas. Pidió una copa.
            — Gracias.
            Se había recogido la melena rubia en una coleta alta y se había vuelto a poner las gafas, «porque sin ellas no veía un pimiento» como decía siempre. A veces creía que se las quitaba para actuar por la apariencia, para parecer más sexy, luego la veía en el escenario y la única excusa que se le ocurría era que estaba más segura sobre él si no veía a todo aquel público gritando por una canción más, porque sinceramente, no le hacía falta más atractivo que su guitarra.
            — Y Nikki, ¿qué? — Preguntó, con la barbilla bien alta. — Ha estado genial. ¡Si es que tengo un ojo!
            Kara sonrió para sí. No creía que Ophelia tuviera parte del mérito, todo el éxito de aquella noche se lo había llevado la francesa.
            — ViVi está intentando reclutarla en su grupo de bailarines exóticos para el espectáculo del tango, — Anunció. — pero dudo mucho que Nikki vaya a volver a actuar aquí, tiene mucho trabajo en la universidad.
            — Es una pena.
            — Sí, pero bueno…
            Nicole salió seguida de Víctor Victoria. Una de las drag queen que trabajaba como camarera le había regalado un ramo de flores amarillas que había rociado con purpurina.
            — ¡Este sitio es genial, Ophelia! ¿Cómo no me lo habías enseñado antes? — Exclamó, parecía exhausta y con la adrenalina bombardeándole en el pecho a mil por hora.
            A Kara le recordó mucho la primera vez que había venido con su madre. Nhama la había dejado al cuidado de una chica que se llamaba Summer y que antes había sido chico o algo así. Con once años no había entendido muy bien que era transexual, y había estado alucinando tanto que aquello le pareció un sueño. Iba a todos lados con los ojos muy abiertos y las mejillas tan coloradas que solo de recordarlo se sonrojaba, quería dejar entrar todas aquellas luces de colores y plumas a su vida.
Conoció a Víctor Victoria años más tarde, cuando había empezado a trabajar allí con veinte años, por aquel entonces no se maquillaba tanto ni llevaba aquellos trajes tan provocativos. Había sido más discreta, tal vez porque en aquellos años no se le tenía permitido ser más que eso. Kara se alegraba de que ahora pudiera ser tan ella siempre.
            — Bueno, ¿vamos a Andrómeda? — Propuso Ophelia, sentenciando que la noche no se había acabado todavía, que todavía quedaba mucho tiempo para beber y bailar.
            A Kara no le pareció mal el plan. Además, que ahora vivía allí, no le venía mal que la acompañaran a casa.
            — Guay. — Asintió Xareni, anudándose una de las plumas que volaban cerca a las trenzas del pelo.
            — Los chicos iban a venir ahora, ¿los esperamos o qué? — Le preguntó Nicole a la rubia. — No deben de tardar. ¡Mira, ahí están! — Nicole se levantó a saludarlos con energía. — ¡Chicos, aquí!
            Y como si el destino quisiera seguir riéndose de Kara, Edgar Arlond se acercó con aquellos andares de demonio. Y Kara maldijo no haberle dicho que sí cuando le ofreció conocer a sus amigos, tal vez no se hubiera llevado aquella sorpresa en aquel momento y no lo miraría con aquella cara de gilipollas que se le había quedado.

            

© 2016-2017 Yanira Pérez. 
Esta historia tiene todos los derechos reservados. 

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