sábado, 21 de febrero de 2015

8. #CLCPLR

8.

La resaca es algo así como despertar y no recordar el sueño. El miedo sigue presente, no sabes a qué, pero está ahí. Y todas las emociones que sentiste la noche pasada te golpean con fuerza, y todo te da vueltas.
― Necesito una aspirina… ― Mustié, enderezándome en la cama.
Eso de la resaca era una puta mierda. Así como definición. A parte de las náuseas y el malestar no te acordabas de nada, y estabas como que no estabas. Así como perdida y desorientada.
Tú sí que estás perdida Max, que no sabes ni dónde coño estás.
Miré a mi alrededor, las sábanas deshechas de la cama, el suelo de madera desconchado y el armario incrustado que ocupaba una pared entera. Era un armario grande, sí. Sería una pasada de armario si tuviera ropa con la que llenarlo.
― ¿Cómo mierda he llegado a mi casa? ― Mustié, rascándome la cabeza mientras me desperezaba.
― Joder, Max. Cierra la puta boca, anda. Que me duele la cabeza.
Oh, dios. Oh, dios. Oh dios. ¡Que alguien me explique qué coño hace Ian en mi cama en calzoncillos! ¡Ya! ¡Rápido! ¡Y que la respuesta sea algo razonable!
― Me cago en la hostia, Ian. ¿Qué cojones haces en mi cama? ― Grité, demasiado espantada como para hacer otra cosa.
― Joder, tía. Pues intentar dormir, no te jode.
― ¿Así? ― Señalé su ropa interior y me crucé de brazos. Levantándome de golpe.
― ¿Así… cómo?
El muy gilipollas estaba medio dormido y no se enteraba de una puta mierda. Si es que de verdad, como si se hubiera follado a un puto perro, que lo que le interesaba era dormir la mona. Sus huevos. Este se levanta como que yo me llamo Maxine Bianco.
― ¡Levanta ahora mismo gilipollas, y dime por qué cojones estás medio desnudo en mi cama! ― Cogí uno de los cojines y comencé a darle en la cabeza con él.
Levantó la cabeza de entre la almohada y me sonrió de lado. Como si acabara de captar la información que llevaba minutos intentando sonsacarle.
― No te acuerdas… ¿verdad? ― Oh, no. Su sonrisa. Me cago en la hostia… ― Max… tranquila, fue muy especial para mí…
Vale, perfecto. Ahora es la parte de la historia en la que me suicido.
― ¿Quieres decirle de una puta vez que no os acostasteis? ― Gruñó Dan apoyado en la puerta.
Éste también estaba en calzoncillos y con el pelo revuelto, como si hubiera decidido acampar aquella noche en el campo.
― ¡Me cago en tu puta madre Ian! ¡Pesaba que nos habíamos acostado, gilipollas! ― Grité, de pronto más histérica que al principio, pero esta vez de rabia.
― ¡Socorro! ¡Una psicópata intenta matarme! ― Gritó Ian, poniéndose en pie de un salto mientras daba vueltas saltando por la cama para que no le diese con el cojín. ― ¿Pero se te ha ido la puta cabeza o qué?
― Tú sí que vas a perder la cabeza, pero a hostias que te voy a dar, subnormal. ― Gruñí, y comencé a perseguirle por toda la habitación.
― ¡Daaaan! ¡Socorrooooo! ― Gritaba el rubio, saltando de un lado para el otro.
De pronto, sentí como alguien me cogía de la cintura y me cargaba en su hombro para lanzarme de nuevo contra la cama, esta vez, aplastándome con su peso.
― ¡Suéltame, Dan!
― Y una mierda, no pienso dejar que mates a mi amigo a almohadazos.
Lo miré fijamente, y pude notar como todo el alcohol de aquella noche se revolvía en mi interior, aunque no llegó a salir. Falsa alarma.
― Oye, Max, ¿tocas la guitarra? ― Reed. El que faltaba.
― ¿Qué?
Empujé a Dan con fuerza, tirándolo al suelo con un golpe seco. Ups. Eso ha tenido que doler… Y me incorporé para encontrarme a Reed escarbando en mi armario. Me cago en la puta.
― ¿Qué cojones crees que haces, gilipollas unineuronal? ― Grité, cerrando con un fuerte portazo el armario.
“Mi amigo” retrocedió con las manos en alto y esa sonrisa petulante en la cara. Como si fuera inocente de cualquier delito. La que sí que iba a cometer uno iba a ser yo como alguien no me explicara que cojones hacían estos aquí.
― Oye, guiri de mierda, ¿dónde tienes el café? ― Preguntó Ian desde la cocina.
Joder, son demasiados, se me mueven muy rápido, ¡ayuda Superman!
Salí a paso firme hasta la cocina, se iban a enterar estos de quién cojones mandaba en esta casa. Y se iban a enterar a hostias.
Cuando entré a la cocina, el olor del café recién hecho me inundó las fosas nasales. Olía tan bien…
No Max, estás cabreada. ¡No dejes que te sobornen con café! ¡Vales más que eso! ¡Aguanta!
― ¿Quieres un café, Max? ― Me preguntó Ian al oído en un ronroneo, después me dio un beso en la mejilla y me sirvió una taza de café caliente.
Bueno Max, si eso ya les echamos la bronca después del desayuno… Creo que será lo mejor…
― ¿Sigues queriendo esa aspirina?
― ¿Qué aspirina ni que mierdas? ¡No hay nada mejor que la cafeína para la resaca! ― Gritó Dan con una sonrisa de oreja a oreja, mientras se sentaba de un salto sobre la encimera.
Lo miré fijamente y no pude evitar que su sonrisa me recordara aquella noche. Volví rápidamente la vista a la taza de café. No te conviene revivir esos momentos, Max.
― Bueno, ¿va a explicarme alguien qué cojones hacéis aquí? ― Pregunté, intentando no revivir esos recuerdos.
― Pues que no querías dormir sola, macarroni. ― Dijo Dan, bebiéndose el café a sorbos largos.
― Además, que yo no sé para qué te quejas. ¡Has pasado la noche con cuatro tíos en tu casa! ― Gritó Ian con una sonrisa contagiosa.
Solté una carcajada sonora.
― Ni que a mí me hiciera falta aunque sólo fuera uno. ― Dije divertida, mientras iba derechita al sofá.
Lo que no me esperaba era encontrarme a Brandon durmiendo la mona en él. Totalmente despatarrado y con la boca abierta. Hasta juraría que babeaba.
― ¿Brandon? ― Mustié, aunque ahora entendía por qué Ian había dicho “cuatro” tíos. ― ¿Qué cojones haces durmiendo en el sofá?
― Tenía que quedarme despierto para no llegar tarde al instituto… ― Dijo en entre bostezos mientras se estiraba medio dormido.
De pronto abrió los ojos y se tropezó cayendo al suelo con un golpe seco en la cara. Si es que de verdad, Ian y él son clavados, joder.
― ¡Mierda, Max! ¡El instituto! ¡Llego tarde! ― Gritó histérico mientras salía corriendo en dirección al baño, supuse. ― ¡Mierda!
Miré a Ian y después al pasillo por el que había desaparecido su hermano. El muy capullo estaba tan tranquilo, desayunando como si nada. ¿Es que no iba a llevar a su hermano al instituto o qué cojones le pasaba?
― ¿No vas a llevar a Brandon o qué? ― Pregunté cruzándome de brazos. Vaya mierda de hermano “responsable”.
Ian sonrió de lado y levantó la mano, indicándome que esperara y escuchara. Al rato, se escuchó un portazo proveniente del pasillo y un claro: “me cago en tus muertos, Ian” de Brandon.
Dan no pudo aguantar la risa y comenzó a reírse como si no hubiera un mañana, incluso estaba llorando de la risa. Sobra decir que yo no me enteraba de una puta mierda.
― ¡Esta te la devuelvo, gilipollas! ― Gritó Brandon nada más entrar, totalmente rojo y con los puños apretados. ― ¡Y tú no te rías, Dan! ¡No tiene gracia, pensaba que llegaba tarde a los finales!
― ¡Deberías de haber visto la hostia que te has metido! ― Reía Dan como un descosido mientras Brandon lo fulminaba con la mirada y se acariciaba la cabeza donde se había dado el golpe.
En ese momento caí en la cuenta de que todavía era domingo. Me vino así como una inspiración divina, porque de verdad que estaba convencida de que era lunes.
Manda cojones con el rubio. Ahora recordaba a Ian insistiéndole a un Brandon totalmente borracho de que no podía quedarse durmiendo, que mañana tenía los finales en el instituto y que suspendería si se dormía. Aquella semana Brandon había estado muy estresado estudiando, y que su hermano aprovechara que estaba borracho para tomarle el pelo era un punto bajo.
― Mira que eres gilipollas, Ian. ― Volvió a gruñir Brandon.
― Sois increíbles… ― Mustié negando con la cabeza mientras buscaba algo de hielo en el congelador para la cabeza de Brandon. Por desgracia, no tenía.
― Eh, eh, a mí no me metas, que ha sido idea de esos dos dementes. ― Gruñó Reed, poniéndose la cazadora en dirección a la calle.
― ¿A dónde vas?
― A casa.
― Tus huevos. ― Gruñí. Yo no era una ONG y mi casa no era un hostal de borrachos. ― Ves a comprar hielo y vuelves, que vais a ayudarme a recoger la casa.
― Pero…
― ¡Pero nada! ― Hasta aquí había llegado mi paciencia. ― Brandon, ves con él y ponte el hielo en la cabeza, cielo. Vosotros dos ― señalé a Dan e Ian ― Pillad un trapo y a limpiar, que me habéis dejado el piso hecho una mierda.
― Ni que antes estuviera mejor… ― Mustió Dan.
Le eché una mirada de advertencia y desapareció en por el pasillo con la sonrisa arrogante y las manos en alto, agitando el trapo como si fuera una bandera blanca en busca de son de paz.
Esta es la parte chunga que no sale en las pelis cada vez que se monta una fiesta de las buenas. Eso de limpiar. Como si la casa se fuera a limpiar sola o por arte de magia. Ojalá.
Le lancé la escoba a Ian y seguí a Dan hasta las habitaciones, tal vez con ellos el marrón de limpiar se haría un poco más ameno. Cómo me equivocaba…

― Lo siento, macarroni, me retiro. ― Dijo Dan, lanzándose boca abajo sobre la cama. ― Esto es agotador.
Lo miré escéptica y le lancé el trapo a la cara.
― Haberlo pensado mejor antes de pasar la noche en mi casa “de gratis”.
― Pero si fuiste tú la que nos rogó que nos quedáramos contigo esta noche. ― Gruñó, pasándose un brazo sobre la cara para ponerse más cómodo.
Solté una carcajada. Eso habría que verlo. Y sinceramente, lo dudaba muchísimo.
― Ni que yo quisiera pasar más tiempo del necesario con alguno de vosotros. ― Solté, retando a Dan a que saltase y comenzara a gritarme como de costumbre.
Sin embargo, me miró fijamente y no dijo nada. Qué raro…
Suspiré y continué limpiando. De fondo se podía escuchar a Ian cantando Rock and Roll desde el salón, dejándose la garganta en aquel solo de guitarra. Casi podía imaginármelo utilizando la escoba de micrófono.
Dan soltó una carcajada a la que enseguida me uní. Manda cojones, Ian.
El moreno comenzó a tararear la canción junto con Ian, y no pude evitar que enseguida estuviéramos cantando los tras a pleno pulmón por toda la casa.
Si es que joder, cómo la lían estos en unos segundos.
― Deberías de acompañar la canción con la guitarra, Max. ― Dijo Dan de pronto, sacando la funda de la guitarra que tenía escondida en el armario.
Oh, joder. ¿Cuándo había abierto el armario?
Sin embargo, antes de que pudiera gritarle que dejara eso en su sitio, el pequeño revólver que guardaba en la funda de la guitarra que le robé a aquel músico callejero, cayó al suelo repiqueteando sobre la madera.
Dan levantó la mirada y me miró fijamente. De pronto, mucho más serio.
El concierto había terminado, y la única voz que todavía seguía sonando en la casa era la de Ian, ajeno totalmente a todas las emociones que empezaban a revolverme el estómago.
― No sabía que hubieras vuelto a recoger el revólver… ― Comentó Dan por lo bajo.
Las manos comenzaron a temblarme y todos los recuerdos me asaltaron uno a uno, como fuertes latigazos en la espalda.
― Chicos, ¿por qué habéis dejado de…? ― Dijo Ian nada más entrar, mirando la escena desde el marco de la puerta.
Yo negué con la cabeza, tal vez para darle una respuesta a Dan, o para contestar a Ian, o simplemente puede que lo hiciera para disipar todos esos puñales de recuerdos que acababan de abrir demasiadas heridas.
Puede que fuera por el miedo, por la angustia o por las ganas enormes que me habían entrado de dejarlo todo y huir, como había hecho siempre, pero las paredes de la habitación comenzaron a agobiarme y la claustrofobia no tardaría en aparecer. Debía salir de allí.
Empujé a Ian y salí corriendo, tan rápido como las lágrimas bajaban por mis mejillas. Escuché gritar mi nombre, alguno de los chicos intentando detenerme, aunque puede que me lo hubiera imaginado todo.
No sé cómo acabé allí, puede que simplemente necesitara combatir la claustrofobia con otra cosa, con el vértigo supongo, porque cuando me quise dar cuenta, estaba en la terraza del edificio.
Suspiré y me subí al borde de la barandilla, dejando que las lágrimas cayeran mucho más abajo que a mi barbilla. Y en ese momento, todo parecía más… real. Era más real, y a la vez, más ajeno. Como si todos los recuerdos que tenía y que me destrozaban por dentro no fuesen míos, como si lo reviviera todo desde fuera.
De pie desde la barandilla se veía el barrio, el único lugar que después de tres años, había estado a punto de considerar mi hogar. Que estupidez. Yo no tenía hogar, nunca lo había tenido, y nunca lo tendría. Siempre sería una vagabunda en la tierra de nadie. Siempre andaría descalza por el asfalto de madrugada, esperando a que algún yonki apareciera y me clavara una navaja de una vez por todas. O eso es lo que siempre había pensado... Ahora, no quería encontrarme con ese yonki, quería que siempre apareciera Vicky y su botella, y que todo acabase entre plumas y estampados de animal print.
― Oye, macarroni, si vas a saltar… ¿puedo quedarme tu piso?
Sonreí.
― Y una mierda, Dan. ― Me giré para encararlo. ― El piso se lo pienso dar a Brandon.
― Eso es favoritismo, guiri de mierda. ― Mustió Ian, con una sonrisa enorme en la cara. Tal vez se alegrara de que no fuera a saltar.
Me encogí de hombros y bajé de la barandilla, pero no dejé de mirar al barrio, no podría contárselo todo mientras los miraba a los ojos, simplemente era algo que no podía.
― Max…
Negué con la cabeza, no quería que me soltaran el típico “no hace falta que nos cuentes nada”. Iba a hacerlo, y cuanto antes lo hiciera mejor.
― No recuerdo cuando empezó… ― Suspiré, no sabía cómo empezar. ― Supongo que mucho antes de que naciera, quién sabe…
Me gustaba la sensación que tenía el viento sobre mí, como si todas las palabras se las llevara el viento, viajando muy lejos, muy lejos de mí.
― El caso es que mi padre estaba metido donde no debía. Las cosas nunca salen bien cuando te metes en el mundo de la droga. ― Le sonreí a Ian. ― No salió nada bien…

― No sé por qué lo hizo… Se suponía que… ― Suspiré ― El caso es que los trapicheos no le salieron bien. Las deudas y las drogas no son algo que suene bien en la misma frase. Supongo que todo sucedió por casualidad, simplemente estábamos en el momento y lugar equivocados. Pero ya sabéis como va eso, «ojo por ojo, diente por diente» y al final acaba pagando quién no debe.
Una angustia comenzó a recorrerme el cuerpo, como un momento de electricidad, desde mi estómago hasta mi garganta. No soportaba hablar de él, no quería hablar de mi padre, pero lo necesitaba. Sentía que si no hablaba acabaría suicidándome. Demasiada presión, demasiados problemas.
― Se llamaba Ciara, era dos años mayor que yo. Tampoco nos parecíamos mucho, ella era mucho más alegre, más ingenua. No quería admitir los problemas que tenía mi padre, se negaba a ver la realidad, supongo. Nadie quiere ver a su padre como un monstruo. Pero acabó siendo incluso peor.
El sonido de las ruedas derrapar contra el asfalto en plena noche volvió a mis oídos junto al chasquido que hacía el seguro de una pistola al desactivarlo. Rodeadas, desarmadas, indefensas… Todo parecía haberse puesto en lo peor, pero si algo aprendí aquella noche, es que nunca debía confiar en que las cosas no podían ponerse más feas, siempre hay alguna manera de hacer más daño a alguien.
― Nos drogaron con cloroformo. No pudimos defendernos, no pudimos hacer nada… ― Las palabras comenzaron a atragantárseme en la garganta. ― Me separaron de Ciara, me dieron una paliza y me encerraron durante dos días en un armario.
El viento me golpeó en la cara con fuerza, y en ese momento me alegré de haber decidido subir a la terraza, de no estar rodeada de nuevo por cuatro paredes, de tener una salida a la recurrir, aunque esa salida fuera una caída de varios pisos de altura.
Ian se acercó a mí, contemplando las vistas que nos daba la ciudad, no llegó a tocarme, ni siquiera me miró a los ojos. Pero podía notar como apretaba la mandíbula y los puños, como si estuviera viviendo la historia con la misma intensidad que yo.
Escuché como Dan se encendía un cigarrillo con torpeza, casi más cabreado y tenso que Ian.
― Cuando me sacaron estaba inconsciente y casi no tenía pulso. Desperté atada a una silla, junto a Ciara. No sabía que le habían hecho, pero estaba… Parecía…
Muerta. Parecía muerta. Dilo, Max.
― Aún respiraba. ― Eres una cobarde, Max. ― Todavía no estaba muerta.
Casi hubiera sido mejor que lo estuviera, que su último suspiro en el hospital no hubiera sido su nombre. Que no me hubiera pedido antes de morir que lo perdonase, que él no tenía la culpa, que lo había hecho por nosotras y que soportar todo esto era lo mínimo que le debíamos.
― Él la mató. Puede que no hubiera sido él quien empuñara el arma, pero el único culpable de que ella ya no esté aquí fue él…
Las lágrimas comenzaron a derramarse de nuevo, formando ardientes surcos por mis mejillas. Quemaban. Quemaban tanto como el recuerdo de Ciara. Como la mención de mi padre en mis labios. Como arder en el infierno eternamente.
― Dos semanas después de que muriera huí, no soportaba estar cerca de él, dormir en la misma casa que él, respirar el mismo aire que él. Me vine a Estados Unidos con la intención de no volver a verlo nunca más, pero…
― ¿Era el tipo al que tumbó Zack? ― La voz de Dan me pilló por sorpresa. ― ¿Por eso volviste a recoger el revólver? ¿Para comprobar si estaba muerto?
Hablaba con normalidad, con el mismo tono de voz que usaba siempre, y sin embargo, apretaba tanto el filtro del cigarrillo con los labios que estaba seguro que acabaría rompiéndolo.
Negué con la cabeza.
― No, no era él, si lo hubiera sido no habría dudado en disparar.
Y eso era algo que tenía muy claro.

© 2015 Yanira Pérez.
Esta historia tiene todos los derechos reservados.

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