sábado, 14 de febrero de 2015

7. #CLCPLR

7.

Cuando me dieron el alta los chicos ya se habían ido por ahí, aunque prometieron que al día siguiente vendrían a casa a comprobar como estaba y eso. Lo que significa que traerían alcohol, maría y un poco de música. Si es que de verdad, se aprovechaban de la primera excusa para armarme un follón. Pero bueno, que después del mal trago no iba a rechazar una noche en condiciones.
Antes de salir del hospital me dio por visitar a Rose. Para pedirle disculpas y todo. Porque de verdad que me sentía muy mal. No debería haberme dejado arrastrar así. Hacía años que no me pasaba, que había aprendido a controlar la claustrofobia. Y ahora, todo se había ido a la mierda.
Toqué cuidadosamente la puerta de madera y entré en la habitación. Rose todavía estaba inconsciente, la enfermera dijo que se despertaría probablemente mañana, pero que lo mejor que podía hacer era seguir durmiendo, así tal vez no le doliese tanto.
Estaba acostada en la cama, completamente inmóvil en una posición nada cómoda, con grandes ojeras violeta bajo los ojos y el pelo revuelto y manchado de sangre.
Me dio miedo acercarme. Me recordó mucho a él. A la vez en la que yo había estado en la misma situación que Rose.
Un escalofrío me recorrió la espalda y no pude evitar retroceder poco a poco. Hasta que la pared me impidió continuar.
Mierda. Había sido mala idea venir. ¡Si es que joder!
Los ojos se me empañaron y tuve que obligarme a no parpadear para que las lágrimas no cayeran. Siempre que lo recordaba me sentía muy pequeña. Inútil e indefensa. Impotente.
Un movimiento de la chica me hizo caer de nuevo en la realidad.
Él no está aquí. No sabe dónde estás. Estás a salvo, Max.
Me acerqué a la camilla aun con las manos temblorosas. Rose no se merecía lo que le había pasado. Nadie se merecía nada como aquello. Y sin embargo, cosas así le seguían sucediendo a personas inocentes. Asco de sociedad.
― Rose, yo… ― Intenté pronunciar, pero las palabras se me enredaban en la lengua. ― No debería haber pasado esto… Lo siento. ― Clavé la vista en el suelo. Tal vez si no la veía, si no veía los moratones de su piel no pensaría tanto en eso. ― No debería haberme dejado arrastrar por el miedo, debería haberte ayudado cuando me pedías ayuda.
Moví incómodamente los pies. Mirándome en todo momento la punta de los zapatos o los agujeros de los vaqueros.
― Sé lo que es… ― No me atreví a pronunciarlo. ― No es agradable. Pero… lo superarás, ¿vale? No de la noche a la mañana, ni en un par de meses, ni en un par de años… Pero algún día lo harás. Todo se supera, joder. ― Hice una pausa. ― Yo todavía no lo he superado, pero espero hacerlo algún día. Quien sabe, tal vez lo supere la próxima vez que me tome una cerveza, estaría bien eso de solucionarlo todo con una buena copa.
Sonreí. Ni siquiera estaba segura de sí Rose podía o no oírme. Mejor dejar las cosas como están. Seguir viviendo la vida como los poetas y los filósofos. Viviendo el presente y dejando los problemas para las cartas de amor y las clases de ética. Que la gente ya tiene suficiente mierda en su vida como para estar recordándola a cada minuto. Mejor vivir a medias, o del todo. Despacio, deprisa o sin aliento. Vivir en falso o a pecho descubierto. Vivir del revés estaría bien. O de lado o bocabajo. Vivir a lo tuyo, sin prisas ni agobios. ¡Sería la hostia, sí! Una pena que no podamos ir por ahí con la cabeza en las nubes y con el corazón en la mano. Una lástima eso de que la gravedad nos obligue a poner los pies en la tierra. O ese estúpido lema que nos dice que el cielo es el límite cuando la primera lección de vida que aprendes en las calles es que eres libre.
― Joder… ― Mustié cuando las lágrimas empezaron a llevarse todo el maquillaje con ellas. ― Creo que debería irme… No se permiten visitas y sólo venía a… Lo siento. ― Repetí. Pero por más veces que lo dijera no parecía ser suficiente.
Me limpié las lágrimas como pude y salí de la habitación a hurtadillas.
Tú sólo deja de pensar en él. Deja de pensar en él y olvídalo todo, Max.
Y eso hice, y es que a partir de ahora iba a tomarme la vida como mi whisky, con calma y mucho hielo.

Los chicos vinieron a casa como prometieron, solo que traían un plan distinto al que había pensado.
― Tía, levanta el culo que nos vamos. ― Comentó Reed nada más entrar, sentándose en el sofá como Pedro por su casa.
― No me jodas, yo no estoy para movidas. ― Gruñí, mientras veía como Dan se iba derechito hacia la nevera. ― ¡Eh, tú! Quieto parao que solo me queda una cerveza.
― Venga tía, va a ser divertido. ― Dijo el moreno mientras ignoraba mi comentario y se abría la botella.
― Ir a una fiesta de críos…
― Si joder, vamos, armamos una buena, bebemos de todo, fumamos lo que pillemos y follamos con alguna. ¡Perfecto! ― Dijo entusiasmado Ian, robándole un momento la cerveza a Dan.
― A ver, pervertido de mierda, que son crías de instituto.
― No me jodas, Max. Que la mitad de esas ya tienen hasta más experiencia que yo. ― Comentó, acercándose a paso lento hasta mí. ― Además… ― No me gustó el tono de su voz. ― Seguro que tú a su edad también perdiste la virginidad con alguno de veinte.
Mierda, Max. Ahí te ha pillado.
Abrí la boca para reprochar, pero el muy capullo tenía razón. Estúpido Ian.
El rubio soltó una carcajada y me pasó la botella para que bebiera, le di un sorbo largo.
― Bueno vale, vamos. Pero porque no quiero oíros más, joder. ― Acepté, aunque sí que me estaban entrando ganas de ir. ― ¿Y se puede saber cómo cojones sabíais vosotros lo de la fiesta esta?
― Un pavo rico de por allí, un niño pijo de esos que va fardando. No sé, tiene un ático de puta madre y con buenas vistas. Además, que no me mires a mí, que la idea ha sido de Brandon.
― ¿Brandon?
― Si, dice que el pavo éste es amigo suyo y que nos ha invitado. ― Comentó Reed. ― Nos está esperando allí.

Manda cojones con el ático. No me extraña que hubiera invitado a tanta gente, si parecía un puto estadio de fútbol de lo grande que era. Si es que joder, lo que hace el dinero…
El tío vivía en pleno Nueva York, pero que las fiestas las montaba en el ático, a las afueras de la ciudad para no armar tanto follón, o eso había oído. Y oye, que mirando los cuadros y la cantidad de drogas que circulaban por la fiesta como que hasta me creía que tenía un piso en mitad de su isla privada.
La verdad es que el tío se lo había montado bien. Música de la buena, gente de sobra y suficiente alcohol como para provocarle a la mitad de los invitados un coma etílico. Ni siquiera me extrañó ver por ahí a Lennon con alguno de sus lobos.
Nada más llegar me puse a buscar a Brandon, para que me dijera más que nada dónde coño estaba el baño, porque ya había entrado en varias habitaciones y no me apetecía volver a interrumpir a nadie por quinta vez. Que follen tranquilos, coño, pero que dejen una corbata o lo que sea en el pomo para que no hayan confusiones.
Reed se perdió con una rubia nada más entrar y Dan se puso a hablar con unos tipos muy grandes que por las pintas que me llevaban acababan de salir del trullo, fijo.
Y para mi desgracia, Ian se había ido a traerme una copa hacía quince minutos y todavía no había vuelto. No me importó, me puse a bailar por ahí y pasar el rato. Todo de puta madre.
Al cabo de varias horas y un par de cervezas encima, estaba bailando casi encima de un tío.
― Hola… ― Saludó, después me dio un beso en la mejilla como si me conociera de toda la vida. El aliento a alcohol y cocaína me llegó nada más acercarse. Abrí los ojos por la sorpresa y retrocedí un poco. ― Soy Aris.
― Yo soy Max.
― ¿Te apetece una copa?
Sabía a dónde quería llegar con todo eso, en mi caso, a ningún sitio. Pero dejaría que lo entendiera cuando me hubiera traído esa copa.
Asentí coquetamente.
Aris desapareció de mi vista entre la gente y volví a ponerme a bailar. No sabía que me pasaba esa noche, a mí no solía gustarme la música, pero esta vez la sentía correr por mis venas como si fuera parte de mí, moviéndome a su ritmo, como si supiera que estaba a su merced.
Al rato, Dan se me acercó por la espalda.
― No sabía que bailabas… ― Comentó, mirándome fijamente.
― Eso es porque no te lo he dicho.
Sonrió de lado y se encogió de hombros.
― Cierto… Oye, ¿sabes quién es ese con el que estabas hablando?
Claro que lo sabía, era un camello del barrio, muy conocido por allí. Ian me habló de él cuando me contó lo suyo con la droga. También me dijo que no me acercara, que las cosas nunca salen bien cuando te juntas con un camello, ya sea para comprarle o para vender. Todo muy chungo.
Supuse que Dan venía a contarme el mismo royo.
Paré de bailar y me giré a mirarle. Debía de haberme afectado mucho el alcohol aquella noche, porque ni siquiera pude darme la vuelta sin tambalearme.
Dan sonrió y me cogió de la cintura para mantener mi equilibrio.
― Max, Max, Max… ¿Cuántas copas llevas? ― Tenía esa sonrisa ladina en la cara y me miraba únicamente a mí.
Que irónico, en aquel momento era el centro de atención de la única persona que conocía que necesitaba ser el centro de atención de todos.
― No sé… ¿Dos? ¿Tres? ¿Muchas?
Asintió y me dio la razón. Ay, qué mal me sentaba a mí el alcohol.
― ¿Qué hacías en The Moonlight anoche, pensaba que te habías ido? ― Pregunté, y de pronto me sentí como una niña pequeña.
Me miró como si no estuviera seguro de si la pregunta iba en serio, y después desvió la mirada a mi espalda, donde supuse estaría Aris, porque su olor me inundó las fosas nasales nada más acercarse. Qué asco.
No hizo falta que Dan dijera nada para que aquel tipo se marchase. ¡Joder, era Dan Walker! ¿Quién no conocía a Dan Walker?
― Deberíamos buscar a los chicos, no quiero hacer de niñero toda la noche. ― Comentó, de pronto más serio.
― No has contestado a mi pregunta.
Dejó de mirar a mi espalda y me miró a los ojos. El nombre de Zack Walker me vino a la cabeza, y con él el olor de Dan.
No pude evitar comparar a Aris con Dan. A diferencia del otro. Estaba segura de que Dan había bebido hasta el doble que yo, incluso estaba sudando más que yo, y sin embargo, seguía oliendo a su colonia, a su sello.
― Max… ¿Sabes…? ― Pero no le dejé terminar, ya que un corrillo en el suelo cerca de dónde estábamos llamó mi atención. Estaban jugando a la botella.
― ¡Están jugando a la botella, tenemos que jugar, Dan!
Aquello pareció pillarle por sorpresa, pero ni siquiera pudo reaccionar cuando empecé a tirar de él hacia el corro de gente, de pronto, con un equilibrio perfecto.
Me sorprendió ver a Brandon allí, sentado al lado de una chica muy mona con el pelo rubio recogido en una coleta. Repasé a los tíos que formaban el corro y me senté con ellos arrastrando a Dan conmigo. Le haría un favor si después de jugar al dichoso jueguecito se iba con alguna de las pibas a una habitación, que con la cara de perro rabioso que había puesto segundos antes no le venía mal.
Yo no sé cómo me las apañaba, pero en las ocho rondas que llevábamos ya me había liado con dos tíos y una tía. Dan sin embargo, no había salido ni una sola vez.
Dan cogió la botella de cristal y después de que la pareja que se estaba morreando terminase de meterse la lengua hasta la garganta, la hizo rodar en el suelo.
Me gustaba ver rodar la botella, daba vueltas y vueltas y más vueltas… Bueno, creo que mi entusiasmo por la botella era debido al alcohol. En mala hora acepté venir.
Por fin, la botella paró en frente de Brandon y éste volvió a hacerla rodar para que encontrara una pareja. Y como si el destino lo hubiera querido, volví a salir yo. ¡Esto tenía que estar trucado, a mí que no me jodan!
Aun así, miré a Brandon, como esperando que se inclinase hacia mí. Las reglas del juego.
Brandon era muy guapo, seguro que en su instituto tenía una docena de chicas tras él, y sin embargo, yo no había conocido a ninguna “novia” o ligue del rubio. Aunque no me extraña, teniendo en cuenta los trapicheos que tenía su padre con los camellos mejor no presentarle a nadie.
De hecho, eso fue lo que me dijo Ian cuando le pregunté por su padre. Que el muy capullo estaba perdido por el mundo de la droga, y que mejor si no le veían el pelo ni él ni Brandon, que ya bastante tenían con cuidar de la alcohólica de su madre.
Después me miró fijamente y me amenazó con partirme la cara si alguna vez sentía pena por él o por Brandon. Creo que esa fue la única vez que he visto a Ian hablar de un tema en serio, sin soltar ningún comentario sarcástico ni nada.
Escuché mi nombre de fondo, y cuando me quise dar cuenta tenía la cara de Brandon a centímetros de la mía y estaba besándome.
Max, joder, que te pierdes pensando y no te enteras de una mierda. ¡Despierta que te están besando!
El beso fue tierno y muy tímido, como Brandon, y acabó pronto, cuando el color de las orejas de Brandon empezó a recordarme a un tomate.
― Joder, Brandon, ― Gruñó Dan a mi espalda. ― que no se hace así, coño. Mira y aprende.
Dan me dio la vuelta con un golpe de muñeca y comenzó a besarme, como si intentara demostrar algo con ello.
Al principio fue raro, mecánico y fuerte. Y aunque después la cosa fluyó con más entusiasmo, la intensidad no bajó ni un segundo. Al rato, el beso se intensificó más, y la seguridad que había en los movimientos de Dan me atrajo tanto como los giros de la botella de cristal, que me dejé llevar.
Si es que de verdad, ¿por qué no había nadie que me detuviera en momentos estúpidos como estos? ¿Es que yo era la única que no tenía una vocecita interior que me dijera que no era buena idea jugar a la botella borracha a más no poder? ¿O que liarse con Dan Walker era territorio prohibido? Manda cojones.
Cuando me separé de él, me empezaba a faltar el aire y los labios me sabían a vodka. Pero lo que más me gustó, fue abrir los ojos y encontrarme los iris azules de Dan atravesándome por completo.
¿Pero qué mierda estás diciendo, Max? ¿Estás hablando de la misma persona que lo primero que te dijo cuando te reconoció fue que no se fiaba de ti? ¿Del puñetero Dan Walker? No te ha gustado y punto.
― Nada mal, macarroni. Nada mal. ― Susurró todavía demasiado cerca de mí.
― Lo mismo digo, Walker. ― Mustié y me llevé una botella a los labios.
Con suerte, mañana no recordaría ni mi apellido. Aunque la sensación en mi estómago parecía no decir lo mismo.

© 2015 Yanira Pérez.
Esta historia tiene todos los derechos reservados.

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