11.
Si miras detenidamente las cosas te
das cuenta de los pequeños detalles. De que nada es como creías y que todo está
del revés. Que el arte urbano no es más que basura en la calle, y que las
hazañas del héroe no son más que pura coincidencia. Que solamente estaba en el
lugar y momento justo, como en un stripper a las seis de la mañana,
posiblemente pasando la noche con alguna de las chicas. Y te das cuenta de que
nadie es imprescindible, y de que tres minutos es suficiente tiempo para
cambiar la historia por completo. Para desaparecer de ella.
Y en ese momento, en ese jodido
momento, todo se derrumba y te das cuenta de lo que podría ser pero no es. Por
suerte o por desgracia. Y solo puedes amoldarte a la realidad, al frío del
invierno y al olor fuerte del tabaco; seguir adelante aunque te escuezan las
heridas, aunque todavía sangren.
Y es que estás viva.
Estaba viva, joder… Y ahora, ahora
tenía un nuevo curro, o estaba en ello al menos.
Había decidido dejar el puticlub
hacía un par de días, pero no fue hasta la noche anterior que le había puesto
los puntos sobre las ies al gilipollas de Tex:
― …y yo que sé, tía… ¡Que me da
igual suspender y eso, que me la pela! Pero me jodería muchísimo después de lo
que me he esforzado y…
― Ya. ― Miré a Audrey de reojo.
Emma.
Hacía, exactamente, cuatro días
desde lo del cadáver. La pasma me hizo un montón de preguntas absurdas y hubo
mucho jaleo en el barrio los primeros días, y ahora, después de cuatro jodidos
días, la gente ya no se acordaba de una mierda. O tal vez si lo hacía pero
prefería hacer como que no. El miedo seguía presente, pero nadie parecía querer
seguir recordando el cuerpo descuartizado de la chica.
― Si lo sé…
Emma.
Así la había llamado la policía
cuando la identificó.
― …pero es que con el curro estoy
que no puedo, no tengo tiempo para estudiar pero necesito la pasta para pagar
el instituto.
― Ya… ―Mustié.
Aquellos días estaba como perdida, y
parecía que todo sucedía a mi alrededor como a través de un cristal empañado.
― ¡Max! ― Era Tex. ― ¡Mueve el puto
culo y trae unas copas a las mesas de póker! ¡Ya!
Tex. Había vuelto al local justo al
día siguiente de aquello, como si necesitara poner las cosas más feas con su
cara de rana; Rose, sin embargo, todavía estaba ingresada en el hospital y
parecía que la cosa iba para largo. Yo que sé.
― ¡Voy!
La gente no lo decía, pero se les
notaba en la cara cada vez que Tex se dejaba ver por The Moonlight. Todo el
jodido mundo pensaba que el tío de los asesinatos y el que atacó a Tex eran el
mismo, y que el cabrón se libró por los pelos de acabar como Emma.
Pillé un par de copas y me armé de
valor para ir al salón de póker.
Había decidido dejar The Moonlight,
sí, pero todavía tenía que armarme de valor y dejarle las cosas claras a Tex.
― Tex… ― Lo llamé, pero el muy
gilipollas me ignoró por completo, fingiendo que sabía lo que hacía con aquella
mano de mierda que le había tocado. ―Tex, tenemos que hablar.
― Cierra la boca, estoy ocupado. ―
Gruñó, provocando risas bajas entre los demás jugadores de la mesa.
Dejé las copas en la mesa y me
obligué a no lanzársela a la cara.
― Lo sé, pero…
― ¡Pero nada, hostia!
Bien. Ya me estaba tocando lo
cojones.
― Lo que tú digas, gilipollas. Dejo
el puto local. Que te den.
― Vale.
Gruñí como respuesta y me largué de
allí con ganas de partirle la cara a alguien. Como para que me tocaran los
cojones estaba yo estos días.
No sé por qué me había costado tanto
decidirme dejar el local, con lo gilipollas que era Tex lo raro es que hubiera
aguantado estos tres años. Su puta madre.
De lejos vi aparecer a Lennon,
tomándose un par de cervezas con sus hienas rabiosas. Levantó el botellín y
brindó por mi nuevo curro. No había vuelto a hablar con él desde lo de Emma, y
tal vez fuese mejor así, porque no sabía que decir al respecto.
Sin embargo, me sorprendió que se
acercase a hablar conmigo.
― Enhorabuena por dejarle las cosas
claras a Tex. ― Me felicitó, ofreciéndome un trago de la botella.
― Gracias. Aunque ya sabes cómo es
hablar con Tex, siempre te quedas con ganas de dejarlo estéril. ― Sonreí. ―
¿Sabes…?
― Dime.
― No llegué a preguntarte por qué
Emma fue a hablar contigo… ¿Tenía problemas?
Lennon me miró fijamente, y por un
segundo, entendí cómo podía controlar a aquellas masas de músculo que lo
seguían a todas partes.
― ¿Sabes una cosa, Max? No deberías
de meter las narices en asuntos así. Ya sabes. Nunca se sabe cómo de turbio va
a ser el tema. ― Se encogió de hombros. ― Pero sí. Tenía problemas.
― ¿Qué problemas?
― No lo sé, no quería inmiscuirme. ―
Sonrió de lado y de verdad que llegó a darme miedo su sonrisa. ― Y tú deberías
hacer lo mismo.
― Ya. ― No iba a dejar las cosas
así. ― No me vengas con gilipolleces, Lennon. Sé que sabes algo.
Se encogió de hombros.
― ¿Por qué tanto interés, Bianco? ―
No me gustó la forma en la que pronunció mi apellido. Como si supera lo que
arrastraba con él.
Esta vez fui yo la que se encogió de
hombros a modo de respuesta.
― Venga Lennon, díselo. ― Se mofó
Hell, acercándose con la sonrisa de gilipollas adornándole la cara. ― Tal vez
sepa algo. Ya sabes que los italianos llevan el riesgo en la sangre.
― ¿Qué coño quieres decir? ― Gruñí,
más le valía que no fuera lo que estaba pensando.
Hell soltó una carcajada y se
encogió de hombros, como si ya lo hubiera dicho todo.
― Lo que has oído. ― Volvió a
encogerse de hombros.
Me cago en la puta, al próximo que
se encoja de hombros lo dejo estéril, hostia.
― Mira gilipollas…
― ¡Max! ― Lennon me paró antes de
que me lanzase sobre él y acabase aplastada como una mosca. ― No vale la pena…
― Gruñó sobre mi oído y me arrastró un poco más lejos. ― No vale la pena…
― ¡Macarroni! ¿En qué piensas?
― ¿Qué? ― Grité, levantando la
cabeza de golpe del motor de Valeria y dándome un gran golpe en la cabeza con
el capó. ― ¡Ay! ¿Qué coño?
Dan soltó una carcajada y me miró
con una ceja levantada, como si le hiciera gracia todo el asunto.
― Que en qué piensas, Max. ― Se acercó
lentamente y se cruzó de brazos. ― Llevas unos días perdida en tu mundo.
De pronto, el recuerdo de la noche
anterior se borró por completo de mi cabeza y me concentré más en hacer que
funcionase el motor del coche.
― En… En Emma. ― Confesé.
― ¿Emma?
― El cadáver. ― Observé la reacción
de Dan con atención, pero si le había sorprendido no lo dejaba ver. ― Encontrarla
allí fue… Fue como revivir una pesadilla.
Asintió lentamente y observó a
Valeria con cara de póker, parecía que una idea le rondaba la cabeza. Tal vez
él sabía algo y estaba más dispuesto que Lennon a contármelo.
― Necesito saber qué pasó… Tal vez
me ayude a superar de una vez por todas todo esto… ― Hice una pausa y me
acerqué más a él ― Dan… Si sabes algo del tema…
― No sé nada. ― Dijo de golpe,
mirándome fijamente. Incluso parecía que el azul de sus ojos se había vuelto de
hielo.
― Vale… ― Mustié.
Asentí y continué con mi trabajo.
Al cabo de un rato, Dan pareció
recobrar su sentido del humor y comenzó a atosigarme diciendo que se había
apostado una pasta conmigo y que no estaba dispuesto a perderla.
― Además, macarroni, ¡imagínate lo
mal que quedaría ante Leroy! ― Dijo fingiéndose ofendido y llevándose una mano
al pecho. Por un momento me pareció que estaba imitando a Owen.
Sonreí.
― Pásame un trapo limpio y deja de
agobiarme, ¡no voy a poder arreglar a Valeria si no dejas de molestar!
― ¿Valery? ¿Qué clase de nombre
ponéis los italianos?
― Valery no, Valeria, idiota.
― Vaya mierda de nombre.
Sonreí y me encogí de hombros con
indiferencia. Miré el reloj, tarde.
― Lo que tú digas, ya es tarde, me
piro. ― Anuncié, quitándome el mono de trabajo y cogiendo la cazadora granate.
Ni siquiera me molesté en deshacerme la coleta.
Me estaba costando eso del nuevo
horario, no estaba acostumbrada a dormir de noche o salir a la calle en pleno
día. De madrugada todo se ve distinto, más aterrador, y ahora, hasta el barrio
parecía normal, con niños jugando en los parques y adolescentes fumando en las
esquinas mientras se saltan las clases.
Por eso volvía tarde a casa, para
poder ver el barrio como siempre lo había visto, aunque eso me obligase a
mantener la navaja a mano.
― Te acompaño. ― Se ofreció Dan.
Asentí y comenzamos a caminar de
camino a mi casa en silencio.
No iba a decírselo, pero me gustaba
tenerlo cerca, oler el humo de su cigarrillo mezclándose con su colonia, o
escuchar sus pasos resonar en el asfalto de noche. Me hacía sentir como en casa
estando tan lejos de Italia.
― Dan, ¿por qué me conseguiste el
curro?
El moreno me miró de reojo y siguió
caminando en silencio, dándole una calada profunda al cigarrillo.
― No me gusta deberle favores a
nadie.
Fruncí el ceño.
― No me debes nada.― No me debía
nada, joder. Si no hubiera sido por él seguramente hubiera acabado como Rose… O
incluso como Emma…
― Quería pedirte una cosa. ― Anunció
sin más y dejó el tema ahí.
¿Qué?
Solté una carcajada a lo que Dan se
me quedó mirando con cara de imbécil.
― ¡Serás capullo! ― Dije entre
risas. ― ¡Chantajista!
Tal vez fuera porque le hacía gracia
de verdad o porque la situación era algo rara, pero Dan comenzó a reírse a
carcajada limpia.
― Lo que tú digas, guiri.
Solo dos calles más y aquella
hubiera sido una noche normal, habría llegado a mi casa, me hubiera dado una
ducha en condiciones y me habría ido a la cama a sobar durante horas.
Solo eso. Dos putas calles más.
Pero no, joder. Yo no podía tener
una noche en condiciones de vez en cuando. No era un capricho que pudiera
permitirme.
― ¡Suéltame! ― Gritó alguien en el
callejón de enfrente. ― ¡No me toques, hostia!
Paré en seco y me quedé mirando el
callejón oscuro desde la distancia.
Otra vez no, por favor. Otra vez no.
Parecía increíble que en aquel
momento lo primero que se me viniera a la cabeza hubiera sido el nombre de Emma
y la frase de Mercurio que había pintado en la pared de The Moonlight, cuando,
en realidad, era la imagen de Ciara la que veía.
Al menos la veía como siempre había
sido, tan alegre e inocente, y no como la última vez que la vi: tan fría, tan…
muerta.
― Dan… Llama a la pasma…
Dan se había parado a mi lado, y
miraba a la nada con cara de pocos amigos. Tal vez él también estaba pensando
en alguien así, tal vez también había recodado el nombre de Emma al escuchar
los gritos.
Negó con la cabeza.
― No metas a los maderos en esto,
Max. Son nuestros asuntos y los solucionamos nosotros…
Estúpido orgullo masculino de los
huevos.
― Vale, pues soluciónalo. ― Le
apremié, aunque no parecía que Dan estuviera por la labor de hacer nada.
Miré a Dan de reojo y salí corriendo
hacia allí. No sé por qué lo hice. Instinto, supongo. Pero no llegué muy lejos,
porque cuando estaba a unos metros de meterme en la boca del lobo, Dan me cogió
de la cintura y me levantó del suelo.
― ¿Qué coño haces? ¿No ves que
necesita ayuda? ― Gruñí, intentando que me bajase al suelo. Lo que hizo, pero
no sin antes asegurarse de que no podía moverme acorralada contra la pared y su
peso.
― Sí, lo sé. Pero no es asunto
nuestro.
Fruncí el ceño, ¿de qué coño me
estaba hablando?
― Dan… Esa chica necesita ayuda,
¿vale?
― No podemos arriesgarnos.
― Puede que sea el mismo tío que le
hizo eso a Emma... ― Le
suplique con la mirada.
― No lo es. Ese tío se asegura de
que…
Un grito agudo le hizo callar de
golpe y se apretó más contra mí.
― ¿Recuerdas hace tres años? ¿La
primera vez que me viste? ― Le obligué a mirarme a los ojos fijamente, y estaba
segura de que Dan sabía lo que venía a continuación. Tenía un brillo especial
en los ojos. ― Aquella noche en el callejón, en
Nueva Jersey…
Levanté la mano con cuidado y le acaricié
la mejilla con el pulgar. Me temblaban tanto las manos que dudaba que Dan no se
hubiese dado cuenta. Tenía miedo. Aquella situación me era tan familiar…
― Si… Si Zack no se hubiera
arriesgado conmigo, yo… ― Tragué saliva. ― Yo…
Dan me miró tan fijamente que dudaba
que estuviera prestando atención a las lamentaciones que se escuchaban de
fondo, se le notaba la agitación en la mirada y el azul de sus ojos me pareció
de lo más raro que había visto nunca.
― No lo digas. ― Me cortó. ― No
quiero escucharlo. No quiero ni siquiera pensarlo.
Asentí, yo tampoco quería decirlo.
Un nuevo grito amortiguado con un
lamento me hizo encogerme por completo, y me pregunté si los gritos de Rose el
día que la atacaron me habrían sonado igual de aterradores si el pánico me
hubiera dejado oírlos.
― Dan…
Dan se separó de mí como si quemase,
me lanzó una última mirada significativa y se adentró en el callejón con los
puños apretados.
No sabía si debía seguirle o
simplemente esconderme, fue el sonido de los puñetazos los que me hicieron
entrar corriendo entre los dos edificios.
Lo primero que vi fue basura, un
contenedor grande y maloliente apoyado en uno de los edificios, completamente a
rebosar de basura, y lo único que pensé en aquel momento fue: qué asco.
Alguien cayó contra el contenedor de
basura y se quedó inmóvil en el suelo, respirando pesadamente mientras Dan le
daba una patada en las costillas y una voz chillona y llorosa gritaba desde
algún lugar cerca.
― ¡Dan! ¡Dan! ― Grité, asimilando de
golpe la situación. ― ¡Dan, para! ¡Para hostia! ¡Dan!
No sé por qué me lancé a detenerle,
tal vez el muy gilipollas que estaba en el suelo se lo merecía (estaba segura
de que se lo merecía), pero no quería que Dan cargara con el remordimiento de
hacer algo de lo que probablemente se arrepintiera, aunque acabara pasando
tarde o temprano no tenía por qué ser Dan quien lo llevara a cabo.
― ¡Dan!
Me puse delante de él y lo obligué a
mirarme fijamente. Tenía un golpe algo chungo junto al ojo y un corte en el
labio que debía dolerle horrores, pero por lo demás estaba bien.
― Ya está, ya está… No vale la pena…
― Miré de reojo a aquel tipo, como para convencerme de que aquel miserable no
se merecía una solución tan sencilla como morir. ― No vale la pena…
Dan apretó los ojos doloridos y al
volver a abrirlos pareció entender que tenía razón. Que no merecía la pena
acabar con aquel desgraciado. Aunque sabía que no se arrepentía de haberle dado
la paliza de su vida, de hecho, estaba orgulloso.
Escondí una sonrisa y busqué con la
mirada la procedencia de aquella respiración agitada y llorosa.
Lo único que vi fue una melena azul
cielo.
© 2015 Yanira Pérez.
Esta historia tiene todos los derechos reservados.
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