18.
La ciudad en invierno, cubierta de nieve y
llena de ese espíritu navideño que lo envuelve todo… Es un puto coñazo. Sin
más. Su madre, qué frío.
― No sé cómo mierda aguantáis en
esos trajecitos con este frío, Audrey. ― Comenté, mirando el nuevo modelito que
Tex había comprado para las chicas de The Moonlight por las fiestas.
La morena se encogió de hombros y
agitó el pelo rizado como si fuera un anuncio de champú. La verdad es que el
conjunto rojo le quedaba de puta madre con su piel oscura, pero eso no quería
decir que no se estuviese congelando.
― Eso es porque tú me pones
caliente, Max. ― Bromeó, y me dio un sonoro beso en la mejilla. ― Venga, tía.
¡Alegra esa cara!
― Max tiene cara de amargada todo el
año, no creo que pueda cambiarla. ― Comentó Ian, cogiéndome de la cintura por
detrás y zarandeándome como si estuviera bailando una lenta.
― Iros a tomar por culo, anda… ―
Gruñí, a lo que ambos soltaron una carcajada y chocaron el puño a mi costa.
― ¿Qué vais a hacer estas fiestas? ―
Preguntó Vicky, echando un vistazo rápido al número del escenario.
La rubia no había parado en todo el
día con los preparativos del espectáculo de aquella noche, y estaba más
alterada de lo normal, aunque ella se molestase en continuar negándolo. Creo
que estaba preocupada por Rose, esta era la primera actuación de la chica desde
que se había recuperado del “accidente” y Vi andaba de los nervios.
― Nada, cómo siempre. ― Comenté,
pillándome un cigarro y encogiéndome de hombros.
Había dejado de celebrar la navidad
desde que me marché de Italia, y la verdad es que tampoco me apetecía nada
celebrarlo.
Gente, fiesta, alcohol y
celebración. Prácticamente las Navidades eran mi día a día en el barrio, solo
que con música cutre. Tampoco es que me perdiera gran cosa, ¿sabes?
― Joder, qué sosa.
― Ni que tú fueras a hacer algo
mejor. ― Le saqué la lengua a Ian.
El rubio rodó los ojos y apagando el
último cigarro de la noche, se levantó del taburete.
― Lo que tú digas, guiri, ¿vamos?
Los chicos y Calipso nos estaban
esperando en su casa, e Ian había venido a recogerme al bar para que no fuera
por ahí sola, así, cómo si necesitase un guardaespaldas o algo.
Lo miré con el ceño fruncido y me
crucé de brazos, allí se estaba bien, decente al menos, fuera seguro que hacía
un frío de tres pares de cojones, y no me apetecía nada salir.
― Pero quiero quedarme aquí un rato
más. ― Mustié.
― Y yo quiero comerme la cena que me
está esperando en casa, así que andando. Ya es tarde. ― Ordenó y al no obtener
ninguna reacción por mi parte, me cargó en brazos como un saco de patatas. ― Tú
te lo has buscado. ¡Adiós chicas!
― ¡Ian, bájame!
― ¡Adiós, guapos! ― Se despidió
Audrey, saludando enérgicamente con la mano.
― ¡No te despidas tanto y ayúdame! ―
Le reproché, a lo que la morena se dedicó a encogerse de hombros y comenzar una
conversación con Vicky. ― Traidoras… ¡Ian, bájame!
El rubio soltó una carcajada y me
dejó en el suelo, no sin antes darme una palmadita en el culo.
― Mira que todavía te suelto, Ian…
― Venga ya, si te ha gustado. ― Dijo
divertido, aunque había comenzado a alejarse un poco por miedo a mi reacción.
Puto cobarde…
Llegamos antes de lo previsto, al
parecer Ian sí que tenía hambre de verdad y había metido el turbo nada más
arrancar.
― ¡Buenos días! ¿Qué hay para
desayunar? ― Saludó el rubio a los chicos, entrado en la casa como si acabara
de salir al escenario.
― Para empezar, es de noche y vamos
a cenar, ― Comenzó Calipso. ― y segundo, para ti no hay nada.
Esa era una de las principales
razones por las que me había marchado del apartamento a The Moonlight: por
Calipso. La adolescente se había levantado de mal humor y no paraba de gritar y
estresarse por todo, parecía que estaba en uno de esos días de adolescentes
hormonales.
Ian frunció el ceño y miró mal a la
peliazul por fastidiarle la broma.
― ¿Qué le pasa a esa?
― Está en uno de esos días del mes…
― Comenté, rodando los ojos y sentándome en el sofá sobre Brandon, ya que no
quedaba sitio libre.
― ¿Qué? ― Gritó Ian, alargando
mucho la “e” final y con cara real de espanto. ― La monstruación… ¡Aléjate de
mí, demonio!
El
rubio se levantó rápidamente y se alejó lo máximo que pudo, escondiéndose
malamente detrás del sofá, mientras hacía una cruz con los dedos para alejar
“al mal” (alias Calipso) de él.
― Pero ¿qué dice este? ¡Qué cojones
haces! ― Gritó histérica la peliazul, comenzando un pilla-pilla por toda la
sala, en el que Ian huía de Calipso alegando que llevaba el mal encima y que no
le haría caso porque no era ella quién hablaba sino el mismísimo demonio que se
le había metido dentro. ― ¡A ti sí que se te ha metido dentro la subnormalidad!
― Gritó indignada. ― ¡A que te la saco de una hostia!
― ¡Eh!
― Les llamé la atención. ― ¿Paráis u os paro yo?
No estaba yo como para que me dieran
la tabarra últimamente.
― Yo encantado de que me pares, Max…
― Comentó Ian en un ronroneo, con una sonrisa de medio lado.
― Ya vale. ― Gruñó Dan, al parecer,
bastante harto también.
Ian rodó los ojos como si fuéramos
unos aguafiestas y, por fin, se sentó en el suelo, cerca de la mesa.
― ¿Y la comida?
― Tiene que traerla Reed. ― Comentó
Brandon, abrazándome por detrás. ― Joder, Max… Como pesas.
Me giré a mirarle levantando una
ceja. No tendría que sentarme encima suyo si dejara algo más de espacio en el
sofá y no estuviera tan cómodo.
― ¡Se la va a comer toda! ― Se quejó
su hermano.
― ¿Qué me voy a comer qué? ―
Preguntó Reed, entrando justo en ese momento con la caja de la pizza en la
mano.
Ian se levantó de un brinco y le
arrebató la comida de las manos.
― Puedes comerte a Calipso, hoy está
insoportable, así de mientras me como yo esta preciosidad… ― Comentó mirando
nuestra cena con cara de depredador.
― ¿Es que no te dan de comer a ti o
qué? ― Pregunté.
― Es que está a dieta… ― Se burló
Brandon, sacándole la lengua a su hermano.
Dan rodó los ojos y se levantó para
pillar una cerveza.
― ¡Píllame una! ― Le pedí.
― Están calientes. ― Comentó Reed,
pillándose un trozo de pizza antes de que Ian se la zampara toda. ― Se nos ha
jodido la nevera.
― Llevamos una semana a base de
comida rápida y esas cosas.
Fruncí los labios con fastidio.
― Pff… Paso, odio la cerveza
caliente. ― Mustié, levantándome para ir al baño y alejarme un poco de tanto
ruido, tenía la cabeza que me explotaba, y hacía días que casi no pegaba ojo
por las noches.
Últimamente era así. Tenía suerte si
quizá dormía algo de noche entre el insomnio y las pesadillas. Y por la mañana,
andaba durmiéndome en cada rincón que encontraba.
― ¿Pretendes acompañarme al baño?
― ¿No sois las tías las que siempre
queréis compañía? ― Comentó Dan, que, al parecer, después de pillarse una
cerveza había decidido seguirme.
Rodé los ojos haciendo caso omiso y
entré en el baño.
Hacía un par de días que andaba
evitando a Dan, desde la noche que dormimos juntos, y no me había quitado de la
cabeza lo que me había dicho: «Se llamaba Ágata Capaldi, era una de las nuevas
adquisiciones de Michael.»
«Ágata Capaldi.»
Había que estar muy desesperada para
acabar en un negocio como el de Michael, pero, sobre todo, había que ser muy
valiente.
Yo no lo había sido. Cuando me vi sin
nada en la calle preferí acabar con todo antes que seguir luchando, incluso me
planteé el suicidio, pero ni eso fui capaz de hacer. Fui una cobarde y me dejé
llevar. Solo la suerte del principiante me hizo seguir a flote.
Cuando salí del baño, Dan estaba
esperándome fuera, y aquel encontronazo me recordó mucho a la primera vez que
había hablado con él, justo allí, cuando ya sabía quién era Dan Walker.
― Andas evitándome. ― Fue directo al
grano.
― Mentira.
Soltó una carcajada irónica y me
impidió regresar al salón, cerrándome el paso con todo su cuerpo.
― ¡Venga, ya, Max! ¿Qué cojones te
pasa?
― No me pasa nada.
― Sí, sí te pasa. ― Insistió Dan. ―
Andas por ahí con cara de “si te acercas te suelto una hostia”.
¿Así es como se llamaban ahora las
ojeras por no dormir?
― A ti no te la he soltado. ― Me
defendí, encogiéndome de hombros.
― ¿Es por lo del otro día?
“Lo del otro día”, “el accidente de
la pista”, “el nuevo cadáver”, “eso”. Todo se refería a lo mismo, y ningún
nombre se ajustaba a la situación.
― No. ― Mentí.
― Imaginaba… ― Asintió. ― Me enteré
del trato que tenías con Hell, estás de la cabeza.
No lo dijo en plan coña, lo dijo
serio, mirándome fijamente.
En aquel momento me entró miedo, un
miedo de cojones. Esa era una de las principales razones por las que andaba
evitándolo, y que lo supiera y no me hubiera dicho nada al respecto hasta ahora
me ponía de los nervios.
― ¿Cómo te enteraste? ― Pregunté,
abrazándome a la cazadora.
― Reed me lo contó.
― ¿Por qué?
Se encogió de hombros.
― No deberías haberlo hecho, ni
siquiera deberías haberte acercado a Hell, no es de fiar.
― Nadie en este puto barrio es de
fiar. Ni siquiera tú o yo. ― Gruñí y la imagen de Dan susurrándome al oído que
no se fiaba de mí nada más conocernos me vino a la cabeza.
― ¿Por qué apostaste por mí,
entonces?
― ¿A qué te refieres?
― El otro día. En la pista. Dijiste
que yo era tu apuesta. ¿Por qué?
Aquel día… Aquel día fue una puta
mierda. Fue la noche de la Gran Carrera que todo el jodido barrio llevaba
esperando durante semanas, fue la noche en la que todos tenían los nervios de
punta y la tensión podía quemarte la piel, fue la noche en la que Dan regresó
hecho una mierda dispuesto a acabar con todo para seguir volando bajo su
reputación, la noche en la que todo el mundo estalló con el nombre de Michael
en los labios; y el puñetero Dan Walker quería saber por qué había apostado por
él.
― Porque te he visto correr. ―
Aquella respuesta pareció decepcionarle. ― Eres un buen corredor.
Dan retrocedió unos pasos y cerró
los ojos con fuerza, como intentando quitarse una imagen de la cabeza. Parecía
que gritaba en su interior por otra respuesta.
― Tenías razón cuando dijiste que lo
que cuenta es el conduct…
― ¿Confías en mí? ― Me interrumpió,
desesperado.
«¿Qué?»
― ¿Qué?
― ¿Que si confías en mí? ― Repitió,
acercándose lentamente hacia mí.
Me mordí el labio con fuerza. ¿Confiar
en Dan Walker? Dios… Parecía algo imposible; y, sin embargo, no me sorprendí
cuando le dije que sí.
― Más de lo que me gustaría. ―
Asentí, sin quitarle los ojos de encima.
Sonrió.
Fue muy rápido, una sonrisa leve que
solo duró unos segundos. Y yo, como una estúpida, no pude evitar cerrar los
ojos y decir aquello…
― ¿Sabes? Siempre me ha gustado tu
sonrisa…
Abrí un ojo mientras me encogía
sobre mí misma, como si estuviera giñándole, solo para ver su reacción. Tenía
esa sonrisa de lado que parecía decir que tenía a todo el puto mundo bajo su
control.
Solté una pequeña carcajada y volví
a cerrar los ojos, mientras me dejaba apoyar sobre la pared.
A partir de ahí todo se volvió muy
lento e intenso.
Sabía que Dan estaba mirándome,
notaba su mirada taladrándome fijamente, cada vez más cerca. Y de pronto, una
descarga eléctrica me recorrió la piel cuando me acarició le mejilla. Tenía las
manos frías, siempre tenía las manos frías.
Tragué saliva y abrí los ojos en
cuanto Dan comenzó a respirar casi sobre mí. Sus ojos azules me miraban
fijamente, y se veía tan jodidamente bien que juro por dios que en ese jodido
momento quise besarlo. Y lo hubiera hecho, estoy segura, de no ser por él.
― Vaya, vaya… Y yo que pretendía
darte una sorpresa por Navidad, y la sorpresa me la das tú a mí… ― Dijo
divertido.
― ¿Zack?
― ¿Qué hay, hermanito?
© 2015 Yanira Pérez.
Esta historia tiene todos los derechos reservados.
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