19.
Zack Walker.
Zack Walker y su jodida mirada. Eso
era todo lo que se me pasaba por la cabeza mientras nos miraba a Dan y a mí.
Eso y que el temblor de las rodillas me hubiera desequilibrado y tirado al
suelo si no hubiera tenido la pared como punto de apoyo.
― Zack. ― Repitió Dan.
Miraba a su hermano como si le
costase comprender la situación. Como si le fuera imposible que él se
encontrara allí en aquel preciso momento. Y no me extrañaba…
― La verdad es que me esperaba un
recibimiento más efusivo. No sé. ― Bromeó el hermano mayor, al tiempo que se le
escapaba esa sonrisa que llevaban todos los Walker grabada en la cara.
Tal vez sobraba en aquella escena,
cuando Dan se lanzó a darle un abrazo a su hermano como si hubieran vuelto a la
infancia, uno de esos abrazos con sonrisas que enseñan los dientes y palmadas
en la espalda que hasta duelen.
― ¿Qué haces aquí? ― Comenzó Dan,
pero enseguida le interrumpieron.
― ¡Ey! ¡Espera un momento! Quiero
que conozcas a alguien.
No sé por qué me miró a mí en cuanto
dijo eso, supongo que, aparte de anunciar que no había venido solo, le estaba
dando pie a su hermano para que me presentara. Pero yo no necesitaba la ayuda
de nadie para decir mi nombre y fingir una sonrisa de cortesía.
― Maxine Bianco. ― Me presenté,
sonriendo como si no supiera nada de él más allá de que era el hermano de Dan.
Iba a costarme mucho no pensar en el
día en que lo conocí en Nueva Jersey hacía tres años. Pero no iba a cometer el
mismo error que cometí con Dan y enseñar mis cartas antes de lo debido. O eso
pensaba.
― Zack Walker… ― Mustió, como si con
decirle mi nombre le hubiera contado toda mi historia y ya supiera todos mis
secretos.
― Si te has traído una chica espero
que hayas pensado en mí también. ― Comentó Dan, sonriendo como si esos tres
años sin su hermano hubieran desaparecido. ― ¿Sabes que estuve en el trullo?
― Eso he oído. ¿Me voy unos meses y
ya eres incapaz de burlar a los maderos? ¿Es que no te he enseñado nada en esta
vida?
No pude evitar imaginarme aquella
escena. Dan mucho más joven, con su hermano mayor metiéndose en líos y
aprendiendo aquella primera lección. «Si las cosas se ponen feas, corre todo lo
que puedas.» Y a Zack dejando atrás a su hermano y empezando a correr, sin siquiera
dignarse a comprobar que lo seguía, porque no necesitaba hacerlo, tenía la
seguridad de que lo haría.
― ¿Unos meses? ¡Llevas tres años
fuera! ¿Dónde cojones has estado? ― Le reprochó Dan, cruzándose de brazos.
Zack soltó una carcajada y empujó a
su hermano hacia la entrada, donde estaban todos alrededor de una caja de pizza
vacía.
«Buitres… ¡Aprendan a compartir!»
― Sí me he traído a una chica, pero
como te acerques a ella con esa intención te corto las pelotas, hermano.
Dan frunció el ceño y entró en el
salón con la misma mueca de desconcierto con la que había mirado a Zack al
principio.
Joven, morena, con los ojos marrones
y la piel muy blanca. Tal vez aquel era el tipo ideal de Dan, pero fallaba
algo. Tal vez, que no superaba los dos años.
― Dime que no eres un pederasta, por
favor… ― Mustió Dan, mirando a la niña con cara casi de espanto.
La niña nos sonrió desde el sofá de
la sala, enseñando mucho los dientecitos, casi como si fuera a comerse a
alguien y agitando el brazo como si estuviera izando una bandera de bienvenida.
Rodé los ojos y le di un golpe en el
brazo por imbécil. ¿Es que acaso no era obvio?
― Es tu sobrina, idiota. Se llama
Zoe.
― Casi prefiero que seas pederasta…
Y es que aquella, sí era una
sorpresa que nadie se esperaba.
No me gustan los niños pequeños, no
se me dan bien de hecho. Tal vez se deba a que soy un desastre como persona, y
por lo tanto mi relación con otras personas, incluso si son personitas de dos
años, es horrible.
Por eso me mantuve apartada toda la
noche, mirando a los chicos jugar con la niña y a Calipso intentando que fuera
su muñeca-maniquí. Casi me daba pena la pobre niña, pero parecía que se lo
estaba pasando bien, incluso.
― ¿Qué te traes con mi hermano?
«¿Qué?»
― ¿Qué?
― ¿Que qué te traes con mi hermano?
― Repitió Zack, como si fuera eso lo que había preguntado y no me hubiera
referido a su aparición de la nada por la espalda. ¡Joder! ¡Que casi me da un
infarto! Exagerándolo un pelín.
Bufé y solté una carcajada.
― No te importa.
― A él le gustas.
Sonreí.
Lo sabía.
¿Lo sabía? Sí, lo sabía. Sabía que
le gustaba, que desde hacía un par de semanas, tal vez más, no me quitaba el
ojo de encima cuando nadie miraba, o cuando simplemente quería mirarme porque
sí, porque le apetecía. Sabía que me había cogido cariño, que se preocupaba por
mí como por una más del grupo. Que el contacto físico entre nosotros había
incrementado casi inconscientemente, que ya no me molestaba que de la nada, me
cogiese de la cintura y me zarandeara medio borracho.
Y casi podía afirmar con certeza que
él a mí también me gustaba, que había comenzado a confiar en él, que me gustaba
su sentido estúpido del humor, su manera de ponerse siempre a la cabeza de
todo, incluso su manía inconsciente de ser el centro de atención.
Pero eso era todo. Atracción.
― ¿A sí? ― Me hice la tonta,
girándome divertida a mirarlo.
― No te hagas la tonta, no te pega.
«Max, te ha pillado.»
Sonreí de lado y rodé los ojos.
― Lo que tú digas…
Me quedé mirando a Dan, a como,
inconscientemente, competía con la recién llegada. Como si hubiera vuelto a la
infancia y necesitara llamar la atención de su hermano mayor más que el juguete
nuevo que se había comprado.
Zack soltó una carcajada y se
encogió de hombros.
― El muy capullo se me ha adelantado.
― ¿A qué te refieres?
― A ti. ― Asintió. ― Si no hubiera
visto la escena que he interrumpido y la manera en la que te mira, ten por
seguro que ya te habría tirado los tejos por lo menos un par de veces. Y que
ahora mismo estaríamos follando en una de las habitaciones.
Rodé los ojos, pero me hizo gracia
que comentara tan abiertamente que le atraía lo suficiente como para follar.
Así son los tíos de por aquí, que cuando ven algo que quieren tirarse, no lo
disimulan.
― Él volvió antes. ― Mustié, sin
llegar a negar lo que había dicho.
― Él te merece más. ― Zanjó, como si
aquella fuera la razón indiscutible que ganaba la discusión. ― Por cierto, ¿no
vas a darme las gracias? ― Preguntó a mi espalda, sirviéndose una taza de café
como si nada.
«Mierda.»
― ¿Por traernos un juguete nuevo
para que se entretengan? ― Pregunté sarcástica, desviando el tema de
conversación. ― ¿Eres el nuevo Santa Claus?
El moreno sonrió de lado y se acercó
a mí, sentándose en una de las sillas de la barra y mirando a los chicos en el
salón.
― Por lo de hace tres años, te salvé
de un tipo, ¿recuerdas? ― Un escalofrío me recorrió la espina dorsal.
Lo miré de reojo, pero no dije nada.
― ¿Qué quería?
― No sé de qué me estás hablando,
Zack. ― Dije divertida, como si todo aquello me pareciera una broma. Pero la
broma dejó de tener gracia en cuando lo miré a los ojos. Estaba mirándome
exactamente igual que cuando caí en sus brazos aquella noche, rendida.
― Ya…
¿Por qué se acordaba? Es que todo el
puto mundo en este barrio tenía memoria fotográfica o qué. Joder.
No sabría decir por qué simplemente
se lo dije todo. Tal vez era un don que tenía, tal vez sabía leer a la gente, o
incluso hacer que se lean a sí mismos, tal vez por eso había conseguido llegar
tan alto. ¿Quién sabe?
Tal vez era su parecido con Dan el
que me obligaba a confiar en él directamente, sin tiempo de prueba, sin
prejuicios.
― Quería llevarme a casa, ― Confesé.
― pero no iba a dejar que me arrastrara de nuevo a allí…
― ¿Sabes qué le pasó luego?
Fruncí el ceño, confundida.
― Volví a por el revólver a la
mañana siguiente, supongo que para asegurarme de que todo había sido real, pero
él ya no estaba… ― Bajé la mirada al suelo. ― No me engaño, sé que no está
muerto, no soy estúpida… Supuse que volvió a casa, sin mí.
Zack Walker asintió, encogiéndose de
hombros, pero no dijo nada.
― Micah Bianco. ― Susurró, muy
bajito, para que las palabras no desgarraran con fuerza. ― ¿Era tu padre?
El efecto de susurrarlo no funcionó,
las palabras resonaron tan fuerte que parecía que tiraban de mi estómago para
que lo vomitara todo. Casi sentí como la sangre abandonaba mi cuerpo y el alma
se me caía a los pies.
¿Cómo sabía su nombre?
«¿C-cómo…?»
― Zack. ― Mustié, comprobando que
todavía tenía voz. ― ¿Por… por qué has vuelto?
― Por Navidades. ― Dijo, y aquel
sorbo lento y caliente me dio más respuestas que sus palabras.
― Mentira.
El moreno sonrió y se encogió de
hombros.
― He venido por todo el asunto que
se está moviendo en el barrio. Las chicas, Michael, la Mafia… No me gusta ni un
pelo. ― Confesó.
― ¿Por qué lo conoces? ¿De qué
conoces a Micah? ― Insistí, necesitaba respuestas.
― ¿A tu padre?
― No es mi padre. ― Gruñí.
― ¿Tu tío? ― Preguntó.
No. Micah llevaba el apellido
Bianco, pero no era de mi familia, no tenía mi sangre. Estaba solo, y los
Bianco lo acogimos, le hicimos un favor, está en deuda con nosotros. Está en
deuda con mi padre, y por eso está aquí, por eso vino a buscarme él.
― Aquí la que ha preguntado primero
soy yo, Walker. ― Susurré, apretando mucho los puños por debajo de la barra. ―
Contesta.
El moreno miró hacia el salón. A lo
chicos, que habían comenzado una porra de cómo cojones Zack se había olvidado
de la existencia de los condones; a Calipso, a la que no conocía más allá de lo
que ella hubiera podido contarle aquella noche; a su hija, dormida en el sofá;
y a Dan, que me miraba fijamente como preguntándome si estaba todo bien.
No le respondí, no sabía que
responderle.
Y entonces Zack lo soltó todo, como
una bomba.
― Micah Bianco no regresó a Italia,
Max. ― Desvió la mirada hacia mí, y antes incluso de que pronunciara una
palabra, el azul de sus ojos ya me lo había contado todo. ― Trabaja con
Michael.
Pum. Un disparo directo al pecho.
― Dime una cosa, Max. ― Hizo una
pausa, obligándome a mirarle a los ojos.
¿Cuántas veces había soñado con
aquel azul? ¿Cuántas veces había comparado aquella mirada con la de todo el
mundo? ¿Cuántas veces había temido que aquellos ojos borraran por completo los
últimos tres años de mi vida, volviéndome a convertir en alguien débil?
Pero una mirada no puede borrar
nada, y mucho menos tres años. Y yo, yo ya no era débil, ya no huiría. Había
aprendido la lección, estaba enseñada. Solo necesitaba una prueba para
demostrar que era fuerte, para enseñarles que sabía ganar.
― ¿Hubieras disparado?
― Sí.
― Bien.
© 2015-2016 Yanira Pérez.
Esta historia tiene todos los derechos reservados.
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