20.
Ser valiente no significa no tener
miedo a nada. Eso, es una completa gilipollez.
Vivir en los suburbios acaba
enseñándote esta lección grabándotela a fuego en la piel, tanto, que el olor a
piel quemada y sangre se convierte en tu perfume y el escozor en una puta
enfermedad crónica.
Ser valiente es plantarles cara a
tus fantasmas, despertarte con las ojeras por no haber dormido una mierda como
tu nuevo maquillaje y decidir que nunca antes te habías visto tan jodidamente
sexy. Ser valiente es que te tiemblen las rodillas sin poder evitarlo y montar
una nueva coreografía con ese, como paso estrella. Ser valiente es avanzar,
cuando solo tienes ganas de salir huyendo.
Estaba decidida a terminar con todo
de una vez: iba a ir a ver a Brox. Solo había un pequeño problemita de nada: no
sabía dónde cojones estaba, y ya no tenía al perro sarnoso de Hell para
sonsacarle información.
Por eso fui a pedirle ayuda a Zack,
supongo. Porque no me quedaba otra.
— No deberías haberte traído a Zoe
al local… — Comentó Brandon, mirando como la niña estaba sentada sobre una de
las mesas, rodeada de todas las bailarinas de The Moonlight.
— Pues es un reclamo de puta madre
para las chicas… — Observó Ian, acercándose a Zack — Podrías dejarme a la niña
un par de días para…
Le di un puñetazo en el hombro.
— Cuidado con lo que dices, que
todavía te dejo estéril después de tres años.
«Por el amor de Dios, es una niña,
no el reclamo sexual de alguien.»
Ian levantó las dos manos en son de
paz, pero aun así fue a tirarle los tejos a una de las nuevas chicas de Vicky.
— Su madre viene mañana a
llevársela, dice que quiere presentársela a sus padres o algo así. — Comentó
Zack, encogiéndose de hombros.
Me quedé mirándolo fijamente,
supongo que todos hicimos lo mismo. Era la primera vez desde que había llegado
que Zack mencionaba a la madre de Zoe, y todos teníamos curiosidad por saber
cómo había pasado.
Por eso me alegré tanto de que fuera
Calipso la que preguntara.
— ¿Cómo es?
Zack sonrió de lado y se encogió de
hombros.
— Es una tía de puta madre, bastante
legal para acabar en Detroit…
Resultó que Zack la conoció en un
festival de música en Texas, y que ambos iban tan jodidamente mal, que se les
pasó todo por alto. Luego, a la mañana siguiente, la tía casi le salta al cuello
como una loca, pero que “gracias a los encantos del aquí presente” pudo tranquilizarla
sin que acabara con los huevos en rodajitas.
Acabaron decidiendo que, si ella
acababa preñada, tendrían al bebé. Se llevaban bien, ella tenía la mayor parte
de la custodia de Zoe, y Zack les pasaba dinero e iba a verlas muy a menudo.
Todo bastante guay, la verdad.
— ¿La quieres?
Zack sonrió y se encogió de hombros.
— Es la madre de mi hija, claro que
la quiero. — Respondió.
— Sí, vale, — Continuó Calipso,
insistente. — pero… ¿estás enamorado de ella?
Este era uno de esos momentos en los
que más que pararme a pensar en lo que significaba aquella pregunta, me
dedicaba a mirar las reacciones de la gente. A como Zack agachaba la mirada
pensativo y cómo Calipso lo miraba fijamente, casi esforzándose en no mirar a
otro lado; en Brandon, que la miraba a ella como si gritase que sí con la
mirada; a Ian, Reed y Vicky, que estaban más ocupados de la pequeña Zoe que de
la conversación; y a Dan, que miraba el espectáculo de aquella noche como si
fuera lo más interesante del mundo.
Un grupo nuevo estaba tocando una de
las canciones de The Beatles.
— Recuerda dejarla
dentro de tu corazón… — Cantaban.
Ciara me dijo una vez que el problema
de enamorarse era que empezabas a creer que las canciones hablan de amor, cuando
en realidad hablan de drogas; y que The Beatles
eran unos cracks en hacer ese tipo de
canciones, camuflar las drogas en una canción de amor. Unos flipados los Beatles
estos, la hostia.
— Desde el minuto
en que la dejaste debajo de tu piel empiezas a mejorarla…
Zack
sonrió y negó con la cabeza como respuesta a Calipso.
— No, supongo que no.
— Estás esperando a
alguien con quien actuar…
Tal vez
tenía razón, tal vez la vida se basaba en eso: en el amor y las drogas. Tal vez
la mayor droga fuera el amor, o el amor fruto de las drogas. ¿Quién sabe?
— Y no sabes que
eres sólo tú, hey Jude, tú lo harás…
O puede
que la gente se rayara mucho la cabeza y las canciones de los Beatles iban de
lo que iban, sin dobles significados ni nada de eso.
Dan se
levantó del taburete de golpe, resoplando.
— Joder, una canción de amor más y
me pondré enfermo. — Gruñó, se colocó la cazadora negra y se encendió un
cigarro.
— El movimiento que
necesitas está sobre tu hombro…
«Vale, Max: ahora o nunca.»
— Zack, — Lo llamé. — ¿podemos
hablar?
No sé cuál de todas las miradas que
me lanzaron en aquel momento fue la más interrogante de todas, incluidas las de
los hermanos Walker.
Levanté las cejas, apremiándole y me
largué de allí a un lugar más apartado esperando que me siguiera.
— Me han contado que tus
conversaciones en lugares apartados no traen nada bueno, Maxine Bianco.
Rodé los ojos.
— Eso deberías juzgarlo tú. — Me dio
la razón con un asentimiento de cabeza. — Necesito ir a ver a Brox.
El moreno se quedó callado, con una
cara de póker típica de un profesional de las cartas. Debería de invitarle a
alguna de las noches de juegos de Tex. Seguro que entre los dos nos sacábamos
un pastón apostando.
— ¿Por qué me lo pides a mí?
«Al menos no es un no…»
— No te lo creas tanto, Walker. —
Bufé divertida. — Si te lo he pedido a ti es porque no me queda otra.
— Me alegra ser tu primera opción…
Sonreí sarcástica.
— Bueno, ¿qué? — Me crucé de brazos.
— ¿Me vas a ayudar?
Zack se encogió de hombros y
asintió.
— Te voy a ayudar, Max. Pero tal vez
deberías saber que no soy tu única opción… — Se giró y señaló a Dan con la
cabeza.
— ¿Dan? — Reí. — Fue el primero en dejarme
bien claro que me alejara de todo esto.
— ¿Le pediste ayuda a él?
Fruncí los labios, ¿a qué cojones
venía todo esto?
— Sí, claro que sí. — Asentí,
empezando a mosquearme por tanta pregunta estúpida.
— Y supongo que también fue como
último recurso, ¿no? — Se mofó.
Miré a Dan fijamente y asentí.
— No me fiaba de él.
— ¿Y no te has parado a pensar que
puede que te negara su ayuda porque recurriste a él como última opción y eso le
dolió?
«¿Qué?»
Dan me devolvió la mirada desde la
mesa, tal vez había notado mi mirada sobre su espalda, tal vez supo leer mi
mente desde la distancia.
— Yo…
— Ser el último plato nunca ha sido
algo que nos haya gustado mucho a los Walker. — Sonrió, devolviéndole la mirada
a su hermano. — Sabes que tenemos una extraña obsesión con ser el centro de
atención.
Reí.
— Tal vez para la próxima, puedas
recurrir a él como tu primera carta y no como último recurso para tu jodido
plan suicida.
— No es un plan suicida. — Susurré,
pero tenía la cabeza demasiado embotonada como para pensar en mi plan ahora
mismo.
— Eso espero, Bianco; eso espero…
Después de la treta que el tal Brox
y los suyos le habían montado a Lennon el día de la redada, contactar con él fue
más difícil de lo que pensaba. Supuse que debía de estar muy bien escondido
debajo de su mierda, porque estaba segura de que, si alguno de los de Lennon lo
encontraba, el muy capullo amanecería en un agujero más profundo que en el que
había decidido esconderse.
Pero, seamos sinceros, estábamos hablando
del puñetero Zack Walker, él fue quién le enseñó a Dan todo lo que sabe,
aquello no sería más difícil que encontrar un poco de coca por estos lares.
El tal Brox vivía ahora en Nueva
Jersey, cerca del barrio en el que estuve vagabundeando unos días antes de
venirme a Nueva York. Supongo que tanto él como yo pensamos que era un buen
lugar en el que escondernos de aquello que nos perseguía; y supongo que ambos
estábamos equivocados.
Me acerqué al armario de mi
habitación, abrí la maleta de la guitarra y saqué el revolver con el que una
vez llegué a apuntar a Micah.
Zack entró en el dormitorio y me
miró fijamente.
— No tienes por qué venir, Max.
Me giré a mirarle, todavía con los
pensamientos de aquella noche en el callejón en la mente.
— Lo sé. — Asentí. — Pero quiero
hacerlo.
No preguntó más, no me apremió para
salir antes de que llegara el resto, no dijo nada, solo se quedó esperando a
que todos aquellos recuerdos se fueran uno a uno de mi mente.
— Zack… — Susurré. — Gracias.
— No hay de qué.
Sonreí y me guardé el arma en la
cintura de los vaqueros.
— Entonces vamos.
No sé siquiera como me esperaba que
fuera la situación, tal vez con el tal Brox huyendo para que no le
interrogáramos o amenazándonos con cualquier arma que hubiera pillado
creyéndose que veníamos a matarle de parte del asiático. No sé, tal vez me
hubiera esperado cualquier cosa menos aquello: que entráramos sin permiso y el tío
estuviera follando en el salón.
— ¡Joder!
La chica se levantó enseguida, se
tapó como pudo y se metió en el pasillo antes de que el color rojo de su cara
se camuflara con el color del sofá del apartamento.
— ¿Quiénes sois vosotros? — Preguntó
el tal Brox.
Miré al hombre que tenía delante
casi con incredulidad. De unos casi treinta años, delgado y alto, con el pelo moreno
revuelto y con menos ropa de la que me hubiera gustado verle.
Mal momento, definitivamente mal
momento.
— Estamos buscando al tipo al que
llaman Brox.
El hombre se puso la camiseta y se
abrochó los pantalones antes de comenzar a caminar hacia una de las
habitaciones, desde la cual salió al rato con una cerveza fría en la mano y
aquellos aires de parsimonia.
¿Qué cojones…?
«Este tío es gilipollas.»
— ¿Y se puede saber qué queréis?
«Definitivamente, este tipo es
gilipollas.»
Miré a Zack con el ceño fruncido,
preguntándole con la mirada si no se había equivocado y habíamos entrado en la
casa de cualquier gilipollas con media neurona como único sistema nervioso.
— Hemos oído que sabes demasiado
sobre la gente que está relacionada con el tema de las chicas de Nueva York. —
Afirmó Zack, cruzándose de brazos.
— Las chicas muertas, supongo. —
Asintió con la cabeza y volvió a sentarse en el sofá rojo, desperezándose como
si nada. — Hace calor, ¿no hace calor para ser invierno?
— ¿Qué? — Pregunté, este tío no se
enteraba de una mierda.
— Que hace un calor de tres pares de
cojones para ser invierno, ¿verdad? — Repitió, y yo solo pude fruncir el ceño y
negar con la cabeza.
— Queríamos información sobre el
asunto. — Continuó Zack, haciendo caso omiso.
El tal Brox miró al moreno fijamente
y le pegó un trago largo a la cerveza.
— ¿Queréis? — Ofreció.
— No. — Negó Zack. — ¿Vas a decirnos
lo que hemos venido buscando o qué cojones te pasa?
— No puedo deciros nada. — Se
encogió de hombros.
En aquel momento salió la chica de
antes del pasillo, totalmente vestida y con la cabeza alta, manteniendo la poca
dignidad que podía mostrar en un momento como aquel.
— ¡Ey, guapa! ¿Nos vemos luego,
entonces? — Le preguntó Brox, viendo que se dirigía hacia la puerta.
— ¡Que te den, gilipollas! — Le espetó
la morena y luego escupió en el suelo.
— Genial… — Masculló molesto,
rodando los ojos con cansancio. — Estaréis contestos, ¿no? No solo me habéis
jodido el polvo de ahora, sino también el de esta noche…
Me di la vuelta y me acerqué a Zack.
— Estamos perdiendo el tiempo, no
creo que este tipo tenga verdadera información… — Le susurré. — Tal vez
deberíamos irnos…
Zack miró de nuevo a aquel tipo y se
cruzó de brazos.
— Sabes que hay gente buscándote,
¿verdad? — Comentó. — Conocidos nuestros, a los que les prometiste información
y a los que mandaste directos a una puta redada, que te quieren muerto.
El tipo se incorporó del sofá,
sentándose más firmemente.
— Yo no… — Balbuceó.
— Podríamos decirles donde vives y
estarían aquí antes de que te diera tiempo siquiera a terminarte lo que te
queda de esa puta cerveza.
— Yo…
— Así que si no abres la puta boca y
nos dices todo lo que sabes ya puedes despedirte del polvo de antes, el de esta
noche y cualquiera por el resto de tu vida.
«Auch.»
— ¿Lo has entendido? — Continuó.
El tipo asintió frenéticamente casi
con miedo, y no me extrañaba teniendo en cuenta que el tono de Zack me había asustado
hasta a mí.
Alguien abrió la puerta principal
justo en aquel momento. El tipo del sofá se puso de pie, casi temblando.
— Brox, estos chicos te buscan. —
Mustió.
«Así que el muy capullo no era el
verdadero Brox, sino su gilipollas compañero de piso.»
Y casi hubiera preferido que aquel
tipo fuera el verdadero Brox, aunque aquello hubiera significado que la información
era falsa y que volvía a quedarme sin más pistas que seguir. Cualquier cosa
hubiera sido mejor que encontrármelo a él justo delante de la puerta.
— Dante…
— ¿Maxine?
— ¿Os conocéis? — Preguntó el tipo
del sofá.
— ¿Tú eres Brox? — Pregunté con los
ojos abiertos como platos.
El rubio asintió lentamente.
— ¿De qué lo conoces, Max? — Preguntó
Zack, acercándose a mí.
— Es el hijo de Micah…
Esta historia tiene todos los derechos reservados.
¡Hola!
ResponderEliminarVengo de la iniciativa Seamos seguidores, he venido para decirte que he seguido tu blog ^^,
espero que también me sigas devuelta :P.
¡Qué tengas un buen día!.
Claro, un placer Laura; ¡espero que te guste el blog!
EliminarClaro, Inma, ya te sigo :)
ResponderEliminarMucha suerte con el blog, yo me quedo leyéndolo.
Espero que te guste el mio, un beso!