1.
Apostar su marca
aquella noche había sido un error fatal. Kara lo sabía mejor que nadie. Vaya si
lo sabía… Ahora estaba bien jodida.
No había sido su culpa, aquel cabrón había hecho trampas
y lo sabía. Llevaba años apostando su marca y nunca la había perdido; si
aquella vez había sido diferente era porque aquel humano repugnante había hecho
trampas en el juego.
Y no poder demostrarlo era lo que más le jodía.
Tener o no tener la marca le traía sin cuidado, se la
pelaba sobremanera no poder volver al Infierno, como si aquello debiera de
disgustarle. ¡Era el puñetero Infierno! ¡Ni siquiera el Diablo quería estar
allí!
Por eso subía tan a menudo al mundo humano. Kara
disfrutaba camuflándose en la Tierra como si fuera una más, armando jaleo y
manipulando a quién se le antojara. ¡Oh! ¡Y mostrándoles su verdadera forma!
¡Eso era una completa pasada!
Una vez, se cruzó con un tipo muy grande por la calle que
se le acercó con una pistola en la mano y se la puso en el cuello. Llevaba
tatuajes por todo el cuerpo, hasta en el cuello, y Kara solo quería admirarlos
más de cerca, sobre todo cuando reconoció aquellas palabras en latín: Arderás
en el Infierno. Menudo capullo, seguro que no se le ocurrió pensar que acabaría
cruzándose con alguien como ella aquella noche. ¡Y amenazarla con la pistola!
Aquello sí que le dio ganas de echarse a reír.
Por eso básicamente fue que lo miró directamente a los ojos
y dejó caer su piel humana. Normalmente ocupaba los cuerpos de otros cuando
estaba en la Tierra, su propio aspecto humano llamaba mucho la atención con la
melena blanca y los ojos de un dorado tan intenso que parecía oro fundido; pero
aquella vez no le había apetecido tener que elegir a alguien para que le
sirviera de cuerpo. Además, que aquella noche había sido tan oscura, sin luna y
solo con un par de estrella en el firmamento, que creyó que su aspecto podía
disimularse mejor en la negrura de las sombras.
Aquel gilipollas de los tatuajes la había visto
igualmente y se había burlado de su pelo, fue cuando Kara le enseñó los dientes
afilados cuando se cagó tanto de miedo que la amenazó con la pistola.
Kara solo sonrió cuando tuvo la boca de la pistola bajo
la mandíbula, y en el primer parpadeo de aquel tipo, dejó ver su verdadera
apariencia: tan negra que hasta parecía que te envolvía, tan ardiente como el
fuego, tan demoníaca que aquel tipo se meó encima antes de soltar la pistola y
echarse a llorar de rodillas al suelo.
Fue patéticamente divertido.
Sin embargo, aquel gilipollas, el cabrón que le había
robado, no había ni pestañeado cuando lo acorraló en la parte trasera del local
e hizo exactamente lo mismo que con el tipo de los tatuajes aquella vez.
— Sé lo que eres… — Le había advertido a Kara antes de
transformarse. — y no me das miedo.
Bastardo asqueroso… ¡Que no le daba miedo, decía! ¡Será
subnormal!
Por eso supo que había hecho trampas, porque cualquiera
en su lugar se habría echado al suelo de rodillas y hubiera empezado a rezar
porque no le arrancara los huevos con sus propias manos.
Aquel tipo debía de estar al tanto de todo lo relacionado
con el Mundo de las Sombras; tal vez se hubiera cruzado con alguno de los de su
especie con anterioridad, o con alguno de esos capullos de los Ángeles Caídos
que tanto se le atragantaban a Kara.
— Devuélveme mi
marca. — Le había gruñido al oído, tan cerca que casi pudo quemarle la piel de
la nuca con el aliento.
Aquel hombre solo la miró fijamente y negó con la cabeza,
sonriendo de lado para tentarla a atacarle.
Aquello solo significaba que estaba al tanto de las
normas del Submundo; que sabía que Kara no podía tocarle ni un pelo mientras no
tuviera su marca con ella.
Un humano como aquel, muerto, llamaba la atención en el
lugar de donde venía: las almas oscuras como la del tipo que le había robado
eran las favoritas del Diablo, tan jodidamente podridas que te llegaba el olor
nauseabundo incluso cuando todavía seguía con vida; pero un alma en
descomposición con los cambios que causaban las Llaves en lo cuerpos humanos encendía
una alarma en todo el puñetero Infierno. Y cuando descubrieran que la llave le
pertenecía a Kara la castigarían. No podía permitirlo.
— No puedo hacer eso, demonio… — Aquel tipo se miró el
brazo, el lugar en el que había aparecido la marca de Kara en su piel. Aquel
trazo en negro sobre la piel bronceada del humano difuminaba los detalles de la
marca que se resaltaban en la piel pálida del demonio. — Podría ganar una
fortuna si vendo una auténtica Llave del Inframundo… Hay muchos compradores
interesados en tener esta clase de objetos…
Kara sabía sobre la existencia de esos humanos. Esas
asociaciones que creían que podían vender verdaderas reliquias de los cielos a humanos
interesados sin consecuencia alguna; como si jugar con las cosas de Satán fuera
algo que pudieran hacer por derecho. Estúpidos incrédulos…
— Devuélvemela… — Volvió a gruñir, y solo cuando unas
chicas salieron del local recuperó la forma humana que había elegido aquella
noche.
Había elegido aquel cuerpo porque el tipo al que
pertenecía le había parecido lo suficientemente apuesto para llamar la atención
de los jugadores de la mesa en la que se había sentado: alto y fuerte, capaz de
romperle la mandíbula a alguien con un golpe bien dado, con el pelo rubio
cobrizo y los ojos de un verde tan oscuro que no pudo evitar observarlo durante
un buen rato antes de cogerlo prestado.
Los cuerpos que ocupaba volvían a la normalidad en cuanto
los abandonaba, y el rato que había pasado ocupándolos era un borrón en negro
en sus mentes acompañado de aquella sensación de vértigo que fácilmente lo
atribuían a un par de copas de más por la noche.
El tipo la miró fijamente, siguiendo su mirada de rojo
hacia las chicas que se alejaban por la calle tambaleantes y mareadas sobre
unos tacones lo suficientemente finos que servirían para sacarle los ojos al
capullo que Kara tenía delante.
— ¿O qué?
Los ojos de Kara relucieron como brasas ardiendo,
imaginándose las mil formas en las que podía acabar con aquel hombre sin
ensuciarse demasiado las manos, pero asegurándose de que sufría lo máximo
posible para que suplicara por su muerte.
— Si me matas no tardarán en llamarte los de abajo; y se
darán cuenta de que has perdido tu Llave del Infierno… — Anunció antes de que
Kara pudiera amenazarlo de cincuenta maneras diferentes. — ¿Qué te harán como
castigo si se enteran?
Kara
sabía que matarlo no serviría de nada, así no recuperaría su marca. Las Llaves
solo se podían obtener con el consentimiento de su antiguo propietario, como
apostándola a un juego de azar por propia voluntad…
¿En
qué cojones estaba pensando en aquel momento?
En
que ganaría, como siempre…
Y
ahora no podía matarlo… Si lo mataba, la marca pasaría al alma más cercana
antes de que Kara pudiera hacerse con ella. Y en el callejón trasero de un bar
repleto de gente la marca podría pasar a pertenecerle a cualquiera; y le
llevaría mucho trabajo saber cuál de todos se había quedado con su única
oportunidad de volver a casa si alguna vez se cansaba de los humanos. Sobre
todo, porque la marca solo se hacía visible cuando el propietario sabía cómo y
cuándo se había hecho con ella.
Aquel tipo se acarició los trazos negros del tatuaje,
como si siguiera una línea de puntos.
— Que no pueda matarte no significa que no pueda
torturarte por el resto de tu vida… — Susurró Kara, apoyando las manos en el
pecho de aquel hombre y empujándolo contra el muro de piedra del callejón. —
Ahora tienes una Llave al Infierno, y no me refiero precisamente a la que me
has robado…
La sonrisa que le dedicó el demonio podría haber
derretido el Sol antes de que saliera aquel día por entre los edificios de la
ciudad; más todavía cuando se permitió sacar los dientes afilados y se pasó la
lengua por ellos, cortándose la carne interior de la boca y dejando que las
gotas de sangre le cayeran por la barbilla.
Y justo cuando logró atisbar el miedo de aquel hombre en
su mirada, justo entonces, Kara cometió el mayor error de su vida: se marchó de
allí. No se le ocurrió pensar que alguien podría atropellar a aquel tipo a la
mañana siguiente, o que las mismísimas fuerzas del Infierno la arrastrarían por
el cuello de vuelta a casa por haber perdido su marca en un estúpido juego de
cartas.
© 2016 Yanira Pérez.
Esta historia tiene todos los derechos reservados.
Hola! Guau es el comienzo no? Me has dejado con la intriga. Te quiero decir que escribes realmente bien porque lo he leído súper rápido y Kara me ha gustado mucho. No he pillado demasiado lo de la marca pero supongo que irás desarrollando todo un poquito más. Espero que lo sigas escribiendo y que me avises para leerte porque me ha gustado mucho:)
ResponderEliminarUn beso!
Muchisimas gracias!
EliminarComentarios así animan mucho a seguir adelante!
Me alegra que te gustara :)
Un beso!