25.
Empezar de cero.
¿Eso era lo que realmente
necesitaba? ¿Empezar de cero?
Empezar a construir una vida desde
la nada es difícil, es prácticamente imposible. Yo no llegué a empezar una vida
de cero, no. Simplemente cogí los pedacitos que me quedaban y la reconstruí
poco a poco. Como esa pila de vasos de plástico que amontonas una noche de
borrachera con tus amigos. Frágil y fina, pero jodida y misteriosamente
resistente.
Y es que al fin y al cabo éramos
eso, vasos de plástico apilados en una mesa que se tambalea, haciendo malabares
en una cuerda floja que parece que se va a romper en cualquier momento; y
preocupándonos más por esa persona que parece que pasa de nosotros que por no
tropezar y caer de rodillas en el asfalto.
Y es que es así, viene como un
flechazo en el culo y acabas cayendo de bruces en esa burbuja rosa que parece
flotar a tu alrededor. No lo ves venir, solo te das cuenta de que estás atado a
esa persona cuando ya es demasiado tarde para ir marcha atrás. Incluso hay un
término italiano para eso, se llama «Il dolce far niente»; traducido como «Lo
dulce de no hacer nada».
Funciona así: te vas enamorando de
esa persona poco a poco, hasta que necesitas ir amándola a media velocidad e ir
acelerando cada vez más y más; hasta acabar derrapando en el asfalto mojado de
la carretera. Prácticamente, sin haber hecho nada para poder evitarlo.
— ¡Oye, Max! — Me llamó la atención
Ian. — ¿Estás nerviosa?
Hacía medio año desde que todo
acabó, desde que Micah desapareció del mapa en un agujero más hondo que
cualquier fosa común en la que pudiera esconder la cabeza; medio año desde que el barrio descubrió que Michael estaba más involucrado en el tema de lo que decía, medio año sin
muertes de chicas inocentes apareciendo en barrio, medio años sin efectos colaterales como Ciara, Dakota o Rose, medio año de absoluta
tranquilidad...
— ¿Por qué iba a estar nerviosa? —
Pregunté, frunciendo mucho el ceño.
— Porque tu novio está a punto de
jugárselo todo. — Confesó.
Hoy era el gran día de Dan; había
convencido a Lennon de jugárselo todo a un estúpido juego de motos, algo así
como una carrera de relevos por equipos, solo que, en vez de ir corriendo, iban
en moto. No sé, una rayada que flipas.
— No es mi novio. — Fue lo único que
dije.
— Ya, — Asintió Reed, rodando los
ojos. — seguro…
Era verdad, Dan y yo
no teníamos nada serio, éramos algo así como follamigos. Y con eso nos bastaba, estábamos bien así.
Habíamos aprendido a
recorrernos el uno al otro, a conocernos tanto que nos habíamos hecho al
dominio de nuestros cuerpos; sabiendo en que curva doblar y en qué recta
acelerar. Nos habíamos devorado el uno al otro, comiéndonos crudos y con
patatas, sin lubricante y con preservativos; nos habíamos visto desnudarnos y
cubrirnos con vergüenza; sobrios recién levantados y borrachos llenos de
ojeras. Nos habíamos tocado, besado y hecho el amor; pero nunca habíamos
hablado de promesas de fe en los imposibles.
— No sé si sois
hipócritas o estáis ciegos. — Murmuró Calipso, subida a horcajadas sobre la
espalda de Brandon, como si fuera un mono muy pesado y extravagante. Tal vez
esperaba ver mejor la carrera desde ahí arriba.
— Lo que vosotros
digáis…
Había venido todo el barrio a ver el espectáculo, todos
sudorosos y pegajosos con ganas de dejarse la garganta gritando a otros tíos
todavía más sudorosos y pegajosos que ellos. Qué irónico.
— ¿No vas a desearme
suerte? — Me preguntó Dan, apareciendo de la nada detrás de mí y abrazándome
casi como si me meciera.
— Vas a necesitar
mucho más que suerte esta noche… — Murmuré, pero no lo decía enserio.
Prácticamente el resultado estaba decidido antes incluso de que empezara la
carrera, el equipo de Lennon era tan lento que dudé de si el japonés no iba a
dejar ganar al moreno a propósito.
— ¡Venga, ya! — Se
quejó, dándome la vuelta para que pudiera ver su ceño fruncido. — ¿No te dije
una vez que lo que cuenta es el corredor?
Sonreí y asentí.
— Y si no recuerdo mal
esa apuesta la gané yo… — Mustié, llevándome una mano a la barbilla, como si el
recuerdo estuviera borroso.
Dan se llevó una mano
al pecho y ahogó un grito con todo el sarcasmo que pudo poner en aquel gesto.
— ¡Me saboteaste,
tramposa! — Me acusó, pero no pudo evitar soltar una carcajada en cuanto vio mi
cara de espanto.
— ¡No lo digas tan
alto! — Lo mandé callar.
— Tranqui, macarroni; no hay nadie escuchando…
— Eso no lo puedes
saber…
— Sé lo que quiero… —
Murmuró Dan, acercándose hasta juntar nuestras frentes. — Lo que siempre he
querido…
Le besé lentamente,
regocijándonos en el contacto frío hasta que los ojos se nos cerraron.
— No sabía que lo
hubieras querido desde hacía tanto tiempo. — Murmuré, dejando de besarle unos
segundos.
— Eso es porque no te
lo había dicho… — Soltó una risilla. — Desde el primer cigarrillo que me
pediste… Tal vez antes.
— Eso es imposible. —
Dije divertida.
— Ya, solo quería ver
tu cara…
Sonreí, volviendo a
darle un beso en los labios.
— Tira, tienes que
volver a ganarte tu puesto en las carreras. — Empujé a Dan hacia las
caballerizas y, cuando lo vi desaparecer escaleras abajo, le deseé buena
suerte.
Y es que puede que sea porque estoy
loca, pero ahora entiendo a los locos. Ahora entiendo el porqué de sus locuras.
Ahora entiendo a todos esos adolescentes haciendo pellas o viviendo la vida
sobre una cuerda floja. Ahora tengo respuesta para todos aquellos profesores y
maestros que me preguntaban por qué hacía lo que hacía, por qué tiraba a la
basura mi futuro.
Simplemente es un mecanismo de
defensa, un acto reflejo de la vida para asegurar su supervivencia. Porque es
esa locura lo único que nos aleja de la demencia.
FIN.
Copyright: Yanira Pérez - 2015-2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario