24.
Yo no rezaba, ni siquiera creía en
Dios; no desde lo de Ciara, no después del accidente.
«Accidente». Un hecho sin voluntad
de hacerlo.
No había sido un accidente… Lo supe
desde que vi el coche acercarse a lo lejos, acelerando cada vez más hasta que
el golpe fue lo suficientemente duro para que ni siquiera él se salvara.
Un ruido atroz, gritos y lágrimas.
Sangre.
— ¿Por qué permites que esto
suceda…? — Murmuré, había dejado de llorar hacía unas horas, en cuanto Dan y yo
llegamos al hospital y nos dijeron que lo único que podíamos hacer por nuestros
amigos era esperar.
Yo no quería esperar. No podía
esperar y ver cómo, poco a poco, el corazón se me rompía.
— ¿Por qué permites que esto suceda?
— Repetí, esta vez más alto, casi gritando y con los puños apretados; para ver
si así, quien estuviera ahí arriba me escuchaba. — ¿¡Por qué!?
No sabía cómo había acabado ahí,
solo que había echado a andar por el barrio y que en cuanto vi el edificio a lo
lejos, una rabia muy fuerte me había azotado por dentro y había acabado
propinándole puñetazos y patadas a la verja oxidada de la iglesia.
— Estas cosas no deberían pasar… —
Murmuré de nuevo, mirándome los nudillos destrozados. — Ellos no tenían la
culpa de nada…
Devolví la vista al suelo y volví a darle
una patada más a la verja, si seguía dándole tan fuerte puede que pudiera
romper el candado que la cerraba.
— Pienso matar a quién lo hizo… —
Era una promesa, en voz alta, para que hasta el mismísimo diablo pudiera
escucharla. —Pienso matarlo.
Y es que puede que al final de todo
haya aprendido una lección de todo lo sucedido. Y es que he aprendido que soñar
no es gratis, que al final, la vida viene a cobrarte un par de hostias.
Volví al hospital justo cuando una
enfermera hablaba con Dan; el cual no se percató de que había vuelto hasta que
Annalise no gritó mi nombre y salió corriendo a abrazarme.
Annalise no era la única que había
venido a esperar las noticias: Zack, Vicky y Owen tenían la mirada fija en Dan
y la enfermera, como si desde la distancia pudieran leerle los labios y
enterarse de la conversación que mantenían.
Le devolví el abrazo a la morena,
quién tenía los ojos rojos, brillantes e hinchados: había estado llorando.
— ¿Qué te ha pasado en las manos? —
Me preguntó, cogiéndome las muñecas y examinándome los nudillos.
— He hecho una promesa… — Mustié.
— Más bien parece que te hayas
peleado con alguien. — Razonó Zack, después se levantó, dejándome su sitio para
sentarme y ofreciéndome un vaso de agua.
— Gracias.
Dan se acercó entonces, con aquella
mueca en la cara, como si sintiera cada uno de los segundos en aquella sala
como una gota de ácido en la espalda.
— Todavía no se sabe mucho… —
Anunció. — Brandon y Reed son los que mejor están, solo unas cuantas
contusiones y heridas sin importancia.
Todos asintieron, yo me dediqué a
mirar el agua de mi vaso. No sabía si quería escuchar el resto de lo que
tuviera que decir.
— Reed consiguió girar el coche lo
suficiente como para que el choque no diera de frente, pero no evitó que
arrasara con todo el lado derecho. — Continuó. — Dante tiene el peroné roto por
la mitad y la mayor parte de la sangre que había en el coche era suya, lo están
operando de urgencias ahora mismo, pero se pondrá bien; todos se pondrán bien…
«Otra promesa al vacío.» Pensé. «No
podemos controlarlo, solo hacer promesas al aire.»
— Calipso se ha llevado un golpe en
la cabeza, están intentando averiguar si es mortal, pero es complicado. — Mustió,
cada vez más bajito. — Ian tiene una hemorragia interna, estaba consciente
cuando lo trajimos al hospital, pero en cuanto entró en la sala de urgencias
perdió el conocimiento, están intentando estabilizarlo.
Y así como si nada, tenía cinco
navajas clavadas en el estómago y la sensación de querer vomitar hasta la
última célula de mi cuerpo.
Entré al baño antes de derrumbarme y
me apoyé en el lavabo, mirándome en el espejo como si estuviera mirando a una
extraña. Justo igual que la primera vez que me miré a un espejo tras la muerte
de Ciara, sabiendo que era mi propio reflejo el que me devolvía el espejo, pero
siendo incapaz de reconocerme; había perdido una parte de mí, y ahora estaba
perdiendo otras que creía poder conservar.
Estaba fea. ¡Joder, estaba
jodidamente fea! Tenía los ojos rojos y por primera vez en mucho tiempo no era
por haber fumado; tenía grandes ojeras bajo los ojos y los labios hinchados y
amoratados de habérmelos mordido con tanta fuerza. Sinceramente, daba pena.
— Max, ¿estás bien? — Dan.
Me puse de espaldas a él.
— ¿Qué haces aquí, Walker? — Mustié,
tenía la voz demasiado rota como para poder hablar más alto. — Es el baño de
chicas.
Dan hizo amago de reír, en situación
así todos los gestos parecen ir desapareciendo con la intención de mostrarlos.
— Me da igual, Max. — Confesó. —
Quería saber cómo estabas.
— Mal, vete.
— No.
— No quiero que me veas así. —
Mustié.
— ¿Así cómo?
— Llorando, fea, rota…
Dan se quedó unos segundos en
silencio, después se acercó más a mí, tanto, que su aliento me rozó la nuca
cuando susurró:
— No voy a irme a ningún lado,
Maxine…
Tal vez fui demasiado previsible,
pero en cuanto me giré a golpearle para que me dejara en paz, él ya me había
cogido de la muñeca y me había encerrado en su abrazo.
— No necesito tu compasión… —
Mustié, a un mínimo paso de romperme y echarme a llorar.
— No es compasión… Es ayuda mutua.
Solo una pequeña tregua el uno con el otro, solo por esta vez… — Dijo, y pude
notar en su voz como él también estaba andando en ese precipicio de pura
tristeza.
Me quedé callada, oculta en el hueco
de su pecho, con la barbilla de Dan apoyada en mi cabeza y notando como todo se
volvía borroso en cuanto las lágrimas llegaron.
— Odio que me vean llorar… — Mustié
entre sollozos.
Era verdad, me había odiado cada vez
que había llorado por Ciara frente a alguien. Me había odiado cuando me permití
llorar el día que les conté lo sucedido a Ian y a Dan. Me había odiado en cada
uno de mis ataques de pánico, cuando la claustrofobia me desarmaba por completo
y me dejaba llevar. Me estaba odiando en aquel momento.
— Llorar no significa debilidad,
Max… — Confesó. — Solo significa que eres humana.
Y entonces fue él quien empezó a
llorar en silencio.
Segundos. Minutos. Horas.
Daba igual.
— No ha sido un accidente… Lo sabes,
¿verdad? — Mustié, encogiéndome más en él. — Yo debería haber estado en el
coche.
— Max…
— Era uno de los hombres de Micah,
tal vez de Michael… — Le aseguré, le había visto la cara cuando la ambulancia
se lo había llevado; había visto la matrícula del coche y había deseado que
aquel hombre estuviera muerto con todas mis ganas. — Intentaban matarme… Yo
debería haber estado en el coche.
— ¡Lo sé! — Gruñó Dan, con tanta
rabia que me dio miedo. — ¿Crees que no lo sé? ¡Joder! ¡También son mis amigos!
Dan no me miraba, solo gritaba con
rabia por no poder hacer nada, estrechándome cada vez más, como si pensase que
iba a desaparecer en aquel momento, como si supiera que quería hacerlo.
— También son mis amigos, y sin embargo…
Estoy aliviado. — Le temblaban las manos mientras me acariciaba el pelo, con
cuidado. — Me odio a mí mismo por alegrarme tanto de que no estuvieras en el
coche. Estoy tan jodidamente aliviado que debes de pensar que soy la peor
persona del mundo…
Dan enterró la cabeza en mi hombro,
envolviéndome todo lo que pudo.
— Si te hubiera pasado algo, yo…
Hubiera perdido la cabeza, Max.
Asentí, intentando respirar con
normalidad.
Aquello era todo lo que necesitaba
saber, estaba lista.
— De-deberíamos salir… Tal vez haya
noticias de los chicos… — Murmuré, y le sentí asentir contra mi cuello.
Esa vez la enfermera no vino sola a
dar las noticias, y aquella vez, ninguno de nosotros tendría que escucharlas
solo.
Dan y yo fuimos los únicos que no
nos levantamos para escuchar las noticias, tal vez porque sabíamos que, si el
golpe era lo suficientemente duro como para tirarnos al suelo, la caída no
sería tan grave desde el asiento.
— Brandon y Reed saldrán ahora,
ambos están perfectamente. — Anunció la enfermera, y como si hubiera caído en
que si solo nombraba a dos de nuestros amigos podíamos malinterpretar las
noticias, agregó: — Todos están perfectamente, dentro de lo que cabe.
Dan me cogió de la mano.
«Todavía no.»
— Dante acaba de salir de la operación,
tendrá unas cicatrices en la pierna, pero con ayuda, un poco de rehabilitación
y fisioterapia podrá caminar de nuevo. — Anunció el acompañante, un enfermero
cansado y sudoroso. — La joven…
— Calipso. — Mustié, necesitaba
decir su nombre en voz alta.
— Calipso está bien, tiene una
herida fea en la cabeza y deberá quedarse aquí unos días hasta ver cómo
evoluciona la cosa.
— Está despierta, — Añadió la
enfermera. — eso es una buena señal. Pero hasta que no hayan pasado veinticuatro
horas sigue en peligro.
Asentí.
— Ian está bien. Hemos conseguido controlar la
hemorragia a tiempo, pero también deberá permanecer en observación unos días.
Las hemorragias internas son complicadas.
Una sonrisa se me escapó de los
labios.
Estaban vivos… Estaban vivos, joder.
— Gracias… — Mustió Zack, mostrando
una sonrisa débil. — Muchas gracias por todo.
No fue hasta que el peligro de
muerte desapareció que me decidí a acabar con todo de una vez por todas. No iba
a haber más inocentes, no iban a haber más heridos, no iba a sufrir nadie más
por culpa de un Bianco.
No dije adónde iba, no dije adiós,
no dije nada; solo salí del hospital con la cabeza más fría que el metal del
revólver en mi bolsillo.
Llegar al Muelle de Manhattan fue
fácil, entrar en el Muelle fue fácil, encontrar a Micah fue fácil, disparar
contra él… también.
En la puerta estaba el mismo tipo
que nos había recibido a Dan y a mí la última vez, iba trajeado, vestido de
negro de arriba abajo. Y cuando me vio pareció reconocerme, porque sonrió de
lado y se encogió de hombros.
— Has vuelto… — Mustió, dejando
entrever una sonrisa. — Y sin guardaespaldas, por lo que veo…
— ¿Puedo entrar?
— ¿Vas armada?
— Sí. — Confesé, y casi pude ver
como su sonrisa se ensanchaba por momentos.
— La última vez no disparaste. —
Recordó.
— La última vez era una advertencia,
ahora no. — Susurré, dejando claro que no quería perder el tiempo.
— ¿Michael o Micah?
— No es mi deber acabar con Michael…
Asintió, moviendo mucho los rizos de
su cabeza en aquel gesto.
— Hazlo rápido y sal corriendo. —
Dijo, aconsejándome.
Simplemente asentí y entré.
No me hizo falta espantar a ninguna
de las chicas, en cuanto entré, se hizo el silencio. Era como la calma en el
centro del huracán, como las nubes antes de la tormenta, como un banquete antes
de pasar días sin comer.
Micah estaba en su despacho, justo
junto al de Michael. Había visto el segundo despacho del pasillo en cuanto salí
de hablar con Michael y había leído el nombre del propietario en la puerta. Me
pareció apropiado dispararle ahí, tal vez la puerta de la habitación hiciera de
lápida, tal vez debería haber escrito la fecha de aquel día antes de entrar.
Micah estaba tal y como lo
recordaba, tal y cómo lo había visto hacía tres años. Con la cabellera marrón
revuelta, las ojeras oscuras bajo los ojos y aquella mirada que podía mandarte
al hoyo solo con mantenérsela más tiempo del necesario.
No dije nada, solo me dio tiempo a
reconocer su mirada de sorpresa al verme antes de que sacara la pistola y
disparase.
Por Ciara, quién había muerto por
culpa de mi padre y sus deudas, unas deudas que ahora llevaba Micah; por Dante,
por vivir bajo la sombra de un padre como él, alguien capaz de mandar que lo
maten si eso acababa de una vez por todas con la deuda; por las chicas muertas
por su culpa; por los chicos, por ser simples daños colaterales de su plan; por
mí.
Disparar contra alguien es como
grabar su nombre en una bala, a fuego lento y con la mejor caligrafía que
puedes escribir, es como probar la carne de cañón después de un día de caza.
Pero lo peor de todo, es que es fácil. No te supone ninguna dificultad apretar
el gatillo y sentir el impulso de la pólvora en el revólver, no te entra miedo
al ver la sangre o escuchar el disparo en tus oídos, el pitido pertinente que
se te queda en los tímpanos hasta te gusta. Es… terrorífico. Realmente
terrorífico.
— Max…
Y entonces la realidad te sobrepasa
y el olor a quemado de la pistola te asusta y la sueltas o la agarras todavía
con más fuerza. Entonces escuchas todo lo que pasa a tu alrededor con más
precisión que nunca y sientes que quieres vomitar, pero no lo haces, no puedes;
porque no puedes moverte.
— ¿Dan?
— Max… ¿estás bien? — Preguntó, con
cuidado.
— No… No lo sé.
— ¿Por qué lo has hecho? ¿Qué es lo
que te ha movido a arriesgar tu vida tan tontamente? — Gritó, sabía que estaba
gritando, estaba enfadado, apretaba mucho los puños y tenía la mandíbula tensa,
pero su voz sobaba distante para mí.
Aquella debía ser una pregunta trampa.
Estaba segura de ello. Lo sabía por la mirada que Dan me devolvía, tan profunda
y fría, tan desolada y a la vez tan incriminatoria que parecía que intentaba
asfixiarme mentalmente, y parecía que lo estaba consiguiendo, porque el nudo en
mi garganta empezaba a dificultarme el respirar.
Dijese lo que dijese iba a ser usado
en mi contra, iba a acabar conmigo de un solo golpe, y no habría mayor
responsable que yo misma… Joder…
— Tú…
No quería que todo aquello acabara,
pero si debía hacerlo, si aquel era el final, quería que fuera él quien
apretase el gatillo.
— ¿Qué? — Mustió con la duda
brillando en sus ojos.
— Tú… — Repetí.
Dan me miró como si acabara de
sentenciarlo a muerte, como si de todas las palabras que podría haber dicho,
hubiera elegido la peor. Como si le doliese que hubiera dicho su nombre para
usarlo en mi contra.
Y de todas las cosas que pudo hacer,
de todas las palabras que pudo gritarme… Dan me besó.
No me di cuenta de cuánto necesitaba
ese beso hasta que el aire no entró a mis pulmones después de separarme de él.
No le había mentido, él había sido
la pieza fundamental, lo último que necesitaba para apretar el gatillo aún con
las manos temblorosas y las pocas fuerzas que me quedaban. Saber que había
encontrado algo, alguien, que, si perdía, acabaría por destruirme por completo.
— ¿Está…? — Preguntó, y no supe que
se refería Micah hasta que me obligué a mirar el cuerpo en el suelo.
Había sangre, pero no había
apuntado, solo había apretado el gatillo una vez, lo suficiente como para no
volver a querer sujetar un arma por el resto de mi vida, y luego me había
perdido en mí misma.
— No lo sé.
El disparo le había dado, pero podía
no ser mortal; tal vez siguiese vivo, tal vez había fallado.
Entonces Dan hizo lo que nunca
hubiera imaginado que pudiera hacer. Cogió el revólver del suelo, se acercó a
Micah y le disparó en la cabeza, rápido y mortal.
Tener el peso de una muerte sobre
tus hombros es más fácil de llevar si lo compartes con alguien.
— Uno de los dos lo ha matado. —
Anunció, mirándome fijamente. — Nunca sabremos quién.
Michael entró en ese momento, me
miró fijamente y asintió. Tal vez dándome las gracias, tal vez con miedo de que
le disparara a él también.
— Ya no hay más deudas. — Mustió
Dan, después me sacó de allí antes de que pudiera decir nada.
La deuda de mi padre se saldaba con
la muerte de sus hijas. Yo sobreviví y eso lo arruinó todo. Micah creyó que
matándolo se solucionaría, pero la deuda no hizo más que pasar a pertenecerle a
él. El circulo se cerraba conmigo dando el último disparo, el inicio del
problema cerrando la solución. Como una ecuación perfecta y macabra.
Pero me daba igual, y es que todo
había acabado. Por fin.
Copyright: Yanira Pérez - 2015-2016
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