jueves, 28 de julio de 2016

23. #CLCPLR


23.

            El ambiente de tensión del barrio pareció disiparse después de la conversación que tuve con Michael en el Puerto. Ya no había tantos maderos rondando por el barrio, como si por arte de magia fueran a coger a esos Malfatti de los cojones ellos solos, supongo que se dieron cuenta de lo inútil que era rondar por ahí en grupitos. Tampoco hubo más desapariciones de chicas y ningún cadáver en varias semanas.
            — A lo mejor están tomándose un descanso por las fiestas, ¿no? — Comentó Ian, en aquel humor negro que tenía él.
            Rodé los ojos. Ya no podía tomarme aquel asunto en broma. No después de todo lo que me estaba jugando, no después de casi perderlo todo, no después de reconocer que estaba más involucrada en aquel asunto de lo que me hubiera imaginado al principio.
            Porque era así, joder. Me había visto envuelta en un torbellino de problemas cuando al principio solo era, o pensaba que era, un impulso de corregir los errores que había cometido con Ciara y que no pudieron salvarla. Y ahora… Ahora mi vida volvía a colgar de una cuerda floja por culpa de mi padre y sus deudas.
            — ¡Va! ¡Olvidémonos de todo durante estos días! — Saltó Calipso, sonriendo de aquella forma tan infantil que adoptaba cuando quería algo y sabía que iba a conseguirlo. — ¿Sabéis que Maxine, por fin, — Anunció — ha conseguido el curro en el taller de Leroy?
            Los chicos saltaron y aplaudieron con demasiado ímpetu, como si aquello fuera un logro que jamás hubieran pensado que se cumpliría.
            — Idiotas… — Mustié divertida.
            — ¿Eso significa que por fin has arreglado a Valery? — Comentó Reed, revolviéndome el pelo.
            — Se llama Valeria… — Rodé los ojos. — Pero sí, está perfecta. Y Leroy ha dejado que me la quede y todo.
            Dan sonrió y me ofreció un cigarro, como diciendo: «Anda, toma, que te lo mereces.» Y no me sorprendía que estuviera tan contento, el cabrón había ganado la apuesta y se había llevado dinero por mi trabajo, manda huevos la cosa…
            — Podríamos ir a la playa, a Florida, para estrenar a Valeria y esas cosas… — Comentó Calipso, sentándose sobre Brandon en el sofá.
            — ¡Estamos en invierno, lumbrera! — Bromeó Brandon, después le dio un bocado en el brazo, como quién no quiere la cosa.
            — ¡Ay! — Se quejó ella.
            — Pesas más de lo que pensaba, tú…
            Sonreí, el acercamiento entre Brandon y Calipso había aumentado a un ritmo considerable en las últimas semanas. No sabía que había pasado entre ellos, ya que la peliazul no quería soltar prenda, pero me alegraba que flipas que por fin se empezaran a dar cuenta de que se gustaban.
            — La ocupa tiene razón, estaría bien ir a la playa y pasar el año nuevo juntos, lejos del barrio y esas cosas… — Asentí.
            — ¿Cuándo vas a dejar de llamarme ocupa? — Gruñó Calipso, cruzándose de brazos.
            — ¡Cuando empieces a pagarme lo que me debes!
            En verdad a estas alturas ya me había acostumbrado a la convivencia con Calipso en mi pequeño apartamento, incluso me costaba imaginarme como era mi vida antes de que la adolescente se instalara indefinidamente en mi casa.
            — Yo paso, debería ir a ver a Zoe y a su madre por las fiestas, pasar los días festivos con ellas. — Comentó Zack, quién llevaba varios días perdido. Tal vez intentando arreglar las cosas con su madre y su hermana.
            Annalise y Zack tenían una relación complicada, a la menor de los Walker le costaba entender por qué Zack los había dejado cuando las cosas con su padre no andaban bien, y le costaba perdonarle incluso ahora que se había enterado de la existencia de Zoe. Pero lo estaban intentando arreglar, y era bueno que ambos pusieran de su parte para que todo fuera bien.
            — Yo me apunto. — Dijo Dante, dándome un beso en la mejilla y robándome ese cigarro que me había ganado.
            — A mí me parece de puta madre, yo también me apunto. — Comentó Reed, asintiendo con fuerza.
            — Pues decidido, ¡allá vamos! — Gritó Calipso, y casi deja sordo al pobre Brandon.


            Florida como que nos pillaba muy lejos, pero eso no quitó que Calipso se saliera con la suya y acabáramos en la playa en pleno invierno. Manda cojones con la niña.
            Pero bueno, que no nos podíamos quejar. No teníamos sueño, pero teníamos una hoguera, porros y cerveza. Y esa seguridad de saber que, aquella noche, nada importaba; de que solo cambiaba la fecha del calendario y de que todo seguía igual. De que el pintalabios rojo seguía sin saltar de las camisas blancas y de que las medias seguían rompiéndose fácilmente, de que los tacones a altas horas de la madrugada desaparecían de los pies y que los borrachos seguían cantando a coro por la calle.
            Y así, así se estaba de puta madre.
            — Tía, ¿por qué te tintas el pelo de azul? — Le preguntó Ian a Calipso, todos en esa etapa de la borrachera en la que la boca se te abre sola y sueltas lo primero que se te pasa por la cabeza.
            — Por… Por mi madre, es su color favorito.
            Miré a Calipso fijamente. Con la luz del fuego iluminándole la cara, le resaltaban las pecas que tenía adornándole los ojos, esos ojos tan jodidamente peculiares que tenía ella, uno azul y otro marrón.
            — Nunca nos has hablado de ella. — La animé a que continuara.
            — Es… Es una mujer rara y extravagante. — Se ríe, como si se acordara de algo divertido que solo sabía ella. — Vivíamos en una comuna hippie.
            — ¿De esas en las que van en bolas, follan en el barro y se tiran todo el día fumando? — Preguntó Dante, y Calipso negó fuertemente con la cabeza, sonrojándose. Casi parecía que se hubiera imaginado su vida allí de esa forma.
            — No, más bien era de esas que cultivan su propia comida y están en paz con la naturaleza y la fauna. — Se encogió de hombros. — Aunque sí que se pasaban todo el día fumando y cantando.
            Calipso se encogió un poco más en su toalla y acercó las manos al fuego.
            — No sé, parece raro, pero era genial… — Sonríe con añoranza.
            — ¿Por qué te fuiste, entonces? — Preguntó Reed, quien se apoyaba en mis rodillas mientras dejaba que le acariciara el pelo como si fuera un gatito, un gatito muy grande.
            — Mi madre estaba convencida de que acabaría haciendo grandes cosas en la vida. Decía que desde el día en que nací la naturaleza me había marcado con algo especial.
            — ¿A qué se refería?
            — Lo dijo por mis ojos… Decía que lo primero que miré cuando nací fue a la luna, y que su luz me había bendecido para siempre dejándome un ojo de color azul… — La adolescente sonrió, encogiéndose de hombros. — No sé, era un cuento de niños para explicar por qué tenía un ojo diferente del otro.
            Todos nos quedamos en silencio, tal vez para que Calipso siguiera hablando, tal vez pensando en lo bonita que era la historia, o simplemente alguno de nosotros se había quedado sin palabras.
            — El caso es que me lo creí, realmente creía que haría algo especial en la vida; por eso me vine a Nueva York y dejé la comuna. — Rodó los ojos. — Luego conocí a Tiago, me enamoré de él y resultó ser un completo capullo…
            Recordé la noche en la que encontramos a Calipso, perdida y llorando en un callejón, rogando por ayuda por culpa de un gilipollas que intentaba sobrepasarse con ella.
            — ¿Era el tipo que…?
            — Sí. — Asintió, y todo volvió a quedarse en silencio.
            Dante era el único que no sabía por qué de repente esa tensión entre todos.
            En ese momento me di cuenta de que el mundo tal vez, no era tan desordenado de lo que pensaba; y de que el tiempo, sí ponía las cosas en su sitio.
            Como nosotros.
            Quién sabe cómo cojones acabamos juntos nosotros. Niños perdidos en el submundo con más mierda en nuestras vidas que en las calles en las que vivíamos… Dos italianos perdidos, una hippie con aires de grandeza, dos hermanos sobreviviendo a base de palos, un tipo que parecía un toro a punto de embestir y un puñetero centro gravitacional con ojos azules.
            Todos teníamos nuestros problemas: Reed, obligado a demostrar que su aspecto no decía nada de su personalidad; Ian y Brandon, con un padre drogadicto del que prefieren alejarse; Calipso, con esa promesa en los ojos y pocas oportunidades; Dante, con la decisión de defender a su padre o a mí frente a la muerte; Dan, con un padre maltratador y una madre alcohólica; y yo, condenada a matar o morir. Y aun así…
            Aun así, allí estábamos, celebrando a la luz de una hoguera con la cara ardiendo por el fuego y un frío intenso a nuestras espaldas. Todos nosotros, con aquella sonrisa en la cara que enseñaba más los colmillos como defensa propia que como muestra de felicidad.
            Una pena que, aun con aquellas pintas, no lográramos asustar a la vida en aquel combate y fuéramos nosotros los que recibiéramos el peor de los golpes…

            Volvíamos a casa ya, todos apretujados en la parte trasera de Valeria, todos demasiado despiertos incluso a aquellas horas de la madrugada, dentro de un par de minutos amanecería, y el sol traería la peor de las sensaciones con él.
            — Max, espera, necesito hablar contigo… — Susurró Dan, justo cuando iba a subirme al coche con los demás; después se dio la vuelta en silencio y comenzó a andar. — ¿Vienes o qué?
            Lo seguí con pies de plomo, estaba más serio que de costumbre, con las manos en los bolsillos de la cazadora negra y el pelo lleno de arena de playa.
            — Si es una distracción para quitarme el asiento del copiloto… — Mustié, soltando una risilla.
            — No.
            Asentí, dejando de reír.
            — ¿Qué…?
            — Estás guapísima. — Soltó, girándose a mirarme. — Quería decírtelo… — Me miró fijamente. — Estás guapísima. — Repitió.
            Él también estaba jodidamente guapo: como un polvo en el baño de un bar de mala muerte; como el rock and roll cuando se acompaña con un poco de maría; como la cafeína para la resaca…
            Bajé la vista al suelo, a mis zapatos llenos de arena.
            — Gr-gracias… — Mustié.
            — Me encanta eso de ti… — Dijo, devolviéndole la vista al mar.
            Aquella noche el mar estaba jodidamente brillante, como si supiera que hoy era año nuevo y siguiera esa tradición de estrenar algo nuevo el primer día del año.
            — Que eres guapa de cojones; — Continuó. — de las de verdad. Que eres… eres lista de remate. — Soltó una carcajada, y yo no puede evitar sonreír. — Siempre sabes qué decir…
            «Mentira.» Pensé. «Ahora mismo ni siquiera soy capaz de decir nada…»
            En aquel momento se escuchó el claxon de Valeria, y vi a Ian asomado por la ventanilla del copiloto haciendo gestos con la mano.
            — ¡Si no venís ya, nos vamos sin vosotros! — Gritó el rubio desde la ventana.
            Dan asintió, pero mantuvo la vista fija un rato más en Ian, mirando a Valeria desde donde estaba, como si su mente estuviera muy lejos de allí.
            — Deberíamos volver… — Mustió.
            Yo también asentí, pero tampoco me moví.
            — Dan… — Mustié. Ya se escuchaba el rugido del motor a lo lejos, listo para volver sin nosotros, todavía podía ver a Ian sacando la cabeza y mirando hacia nosotros.
            — ¿Si?
            Y en ese momento lo vi: negro, grande y rápido; como la sombra de algo horrible acercándose a toda velocidad hacia Valeria, hacia mis amigos.
            — Un coche.
            — ¿Qué?
            — Un coche. — Repetí, pero ya había echado a correr hacia ellos, hacia Valeria, hacia el coche que se dirigía directamente hacia un accidente seguro.
            Y entonces, alguien tiraba de mí en dirección contraria, mientras seguía repitiendo una y otra vez las mismas dos palabras, demasiado tarde para evitar el golpe, demasiado tarde para que todo mi mundo se desmoronara pieza por pieza. Justo cuando el sol salía iluminándolo todo y yo caía en la oscuridad más profunda.

Copyright: Yanira Pérez - 2015-2016

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